B. B. King. Blues de despedida

Take it home

Hastings, agosto de 1984.  Podría relataros mi estancia allí, describir el momento en el que entré en aquella tienda y gasté lo que tenía para todo el mes en varios discos de jazz. Pero solo os diré que entre ellos había uno cuya portada mostraba a un niño «pegado» literalmente al escaparate donde se exponía una guitarra eléctrica de presencia majestuosa. El LP era de B. B. King y el título, un mensaje más que subliminal: Take it home. Y sencillamente, me lo llevé a casa. Es decir, a la casa de la familia Edwards,  que durante aquel mes me ofrecía alojamiento y sus inmensos y empalagosos jelly cakes.

Yo ya había tenido la suerte de presenciar, un mes antes,  una actuación de B. B. King en directo. Soy de Donostia, una ciudad muy conocida como destino turístico y que alberga dos acontecimientos culturales de prestigio: El Zinemaldia (Festival de Cine de San Sebastián) y el Jazzaldia (Festival de Jazz). Solía ahorrar el dinero que ganaba impartiendo clases particulares con la intención de no perderme una sola actuación de los grandes del jazz que todavía estaban en activo. De esta manera, pude ver a Sarah, Dexter, Miles, Ray… y al rey del blues, al que volví a escuchar —ver, lo que se dice ver, era complicado y aun así lo grabé— veintisiete años más tarde en la playa de La Zurriola, en uno de los conciertos de entrada libre que suele organizar el Festival.

Recordando a #BBKing al año de su muerte. Yo tuve la suerte de verlo en dos ocasiones. Mi blues de despedida. @txaro_cardenas. Clic para tuitear

Este último lo dio sentado. Más de dos décadas rindiendo cuentas a la diabetes y a sus lesiones de rodilla restaron vigor, en los últimos años, a su poderosa actividad en el escenario, pero su voz y su Lucille sonaron como nunca.

B. B. King dedicó su vida al blues y al público. Fue el paladín incansable de una música que comenzó a crecer entre el algodón y el barro de las plantaciones. Un lamento que ya se escuchaba en las bodegas de los barcos esclavistas que zarpaban rumbo al Nuevo Mundo. Desdeñado en sus inicios, vinculado con los bajos fondos, el alcohol y las drogas, porque ser negro era un estigma marcado a fuego.

B. B. King fue la memoria del blues, el último bluesman vivo,  testigo de una época cuya banda sonora rasgueó como también lo hicieron aquellos que le precedieron y murieron antes que él, Jelly Roll Morton,  Muddy Waters o John Lee Hooker, grandes todos ellos.

Vuelvo a recordar el vinilo que compré aquel verano del 84. Temas como Same Old Story, Same Old Song hicieron que amara el ritmo, la cadencia de aquella  música.

Vuelvo a recordar la portada. Su sombra empuña la vieja Lucille y vela por el muchacho. Tan solo tiene que girar  la cabeza y a continuación, sabrá qué hacer.

Yo lo supe.

Y ahora, cuando el eco de «¡Ladies and Gentlemen: Mr. B. B. King!» es tan solo un recuerdo, ¿qué harás, Lucille?

 

 

Txaro Cárdenas