Paseo por Baker Street

Por Rodolfo Martínez y Marco Navas

Hay personajes tan grandes que acaban viviendo más que su creador; de hecho, son los que le otorgan a su creador la inmortalidad, pues es a través de la pervivencia en el tiempo de esos personajes como los autores pasan a la posteridad.

Hoy, en Baker Street, reunimos a los personajes más emblemáticos del Londres victoriano.Y a menudo ese personaje es tan grande que trasciende no solo el tiempo, sino el espacio, y recorre el mundo entero como si este fuera su hogar y la fronteras no fuesen más que ridículas convenciones humanas que no sirven para nada.

Uno de estos personajes es Sherlock Holmes, hoy tan vital como cuando fue creado hace ciento treinta años. La antorcha de Arthur Conan Doyle, creador del genial detective, ha sido recogida numerosas veces por innumerables personas en todo el mundo.

Por uno de estos curiosos azares, dos de esas personas son prácticamente vecinas y, aunque en apariencia no pueden dedicarse a actividades más distintas (miniaturista el uno, escritor el otro) en el fondo comparten mucho más de lo que parece: no solo la misma fascinación por ciertos personajes, épocas y lugares, sino la misma obsesión por narrar una historia, por contar un cuento. El primero a través de sus figuras y dioramas, el segundo usando solo la palabra.

Marco Navas, miniaturista de renombre internacional, que ha dedicado una de sus colecciones al detective de Baker Street con el título Sherlockians. Rodolfo Martínez, uno de los nombres clave en la literatura fantástica española, que le ha dedicado cuatro novelas a Sherlock Holmes y acaba de recogerlas todas en un omnibus de más de mil páginas bajo el título de Los archivos perdidos de Sherlock Holmes.

Baker Street

Cuatro novelas. Editorial Sportula

Los dos viven en la misma ciudad, Gijón. Los dos han estado fascinados por la creación de Arthur Conan Doyle desde muy jóvenes. Los dos han preparado su personal homenaje al mejor detective asesor del mundo casi a la vez: uno con su colección holmesiana, otro con su libro recopilatorio.

Qué mejor que ellos dos para que nos acompañen en un particular y pintoresco recorrido por Baker Street y nos vayan mostrando los distintos personajes que pasean por ella, personajes que podréis encontrar tanto en la colección Sherlockians de Marco Navas como en Los archivos perdidos de Sherlock Holmes, de Rodolfo Martínez.

#MarcoNavas, El Miniaturista y @SportulaEd te invitan a un pintoresco paseo por #BakerStreet Clic para tuitear
Baker Street

Sherlockians Collection. De Marco Navas, El Miniaturista

1ª ronda por 221B de Baker Street

El Londres victoriano está lleno de lugares emblemáticos, ya sea para bien o para mal. Pall Mall con sus clubes, muchos de ellos excéntricos y pintorescos; Limehouse con sus fumaderos de opio y sus embarcaderos; Whitechapel, donde Jack el Destripador sembró el terror; los canales del Támesis, auténtica autopista fluvial en la que han tenido lugar algunas persecuciones espectaculares; el sanatorio mental de Bedlam, donde las paredes mismas rezuman dolor y sufrimiento; Charing Cross, el nudo en el que se entrecruza el tráfico rodado de la ciudad; la colosal estación Victoria, auténtico monumento al ingenio humano y al positivismo decimonónico; Hyde Park, agradable y acogedor, lleno de paseantes de buena familia…

Pero hay un lugar emblemático por encima de los demás, un lugar que, para muchos, es una suerte de Santo Grial.

Baker Street.

Es cierto que allí está el museo de figuras de cera de Madame Tussaud, donde han tenido lugar en la ficción algunos de los más espeluznantes crímenes de los dos últimos siglos.

Pero no es eso lo que hace única a esa calle londinense, sino porque en ella y no muy lejos del museo, encontramos el número 221B.

221B de Baker Street.

Hogar del más famoso detective privado, de una de las mentes más brillantes y excéntricas de todos los tiempos.

Hablamos, por supuesto, de Sherlock Holmes. Desde 1880 hasta 1903 el famoso detective tuvo su residencia en Baker Street y tanto en solitario como acompañado del fiel doctor Watson, resolvió algunos de los más intricados y misteriosos casos criminales del siglo XIX.

Holmes y Watson, nuestros protagonistas. Miniaturas de Marco Navas

Imaginemos por un momento que retrocedemos a esa época y que recorremos Baker Street un atardecer de primavera. Los landós, cabriolés y simones recorren la calzada, los policías patrullan las aceras, el segundo reparto postal entrega las cartas, los vendedores de periódicos vocean la edición vespertina de los diarios. Una marea humana, vivaz, bulliciosa, vital, puebla las aceras.

No sería raro ver a Sherlock Holmes volviendo de una de sus aventuras. Quién sabe si disfrazado de cochero, o de rufián portuario, o incluso de anciano chino adicto al opio. Probablemente venga de investigar uno de sus casos, tal vez el del hombre del labio retorcido.

Una vez despojado del disfraz veremos un hombre alto, enjuto pero fuerte, de facciones angulosas y un brillo mordaz en la mirada. Se pone una bata y se sienta en su sillón favorito mientras fuma una pipa al amor de la lumbre. Tal vez en ocasiones lance una mirada de reojo al estuche en una de las estanterías que contiene la cocaína diluida al siete por ciento que alguna vez se ha inyectado para escapar de la monotonía de la vida en esos momentos en que ningún misterio desafía su inquieta mente y necesita estimulantes artificiales para mantenerla activa.

De mente incisiva, acerada, hay poco que se escape a su mirada. Es, quizá, la máquina de razonar más perfecta que jamás se ha visto. Pero tras esa fachada racional se oculta una persona profundamente sentimental que siempre se pondrá de parte del débil y no permitirá que el poderoso abuse de su situación de poder.

Su amigo el doctor Watson puso el dedo en la llaga en cierta ocasión, siendo ambos ancianos mientras Holmes le narraba a su amigo lo ocurrido en la Boca del Infierno en la costa portuguesa. Allí Watson le hizo ver que ni de lejos era la criatura fría y lógica que pretendía ser:

—Los razonamientos no lo son todo.

—¿No? Quizá no. Y sin embargo, he basado mi vida en ellos. Soy una máquina de razonar, Watson, soy una mente pura, analítica y desapasionada.

—Eso no es cierto.

Se encogió de hombros.

—El cuerpo tiene sus necesidades, es cierto —dijo—, y a veces la mente tiene que rendirse a ellas, por más que quiera. Sin embargo, dejando eso a un lado…

Ahora fue mi turno de sonreír.

—Quizá eso es que no podemos dejar a un lado, Holmes. —Meneé la cabeza—. No, lo siento, no lo creo. No es usted una desapasionada máquina de razonar. Ese era el profesor Moriarty, y usted no es como él.

—Pude haberlo sido.

—Quizá. De haber ocurrido lo adecuado en el momento oportuno. Pero lo cierto es que no fue así. Puede ocultárselo a sí mismo, amigo mío, puede negarlo ante el mundo entero, si quiere. Y si así lo desea, no volveré a hablar de ello nunca más. Pero, Holmes, de todos los objetivos a los que usted pudo haber dedicado su prodigiosa mente, eligió precisamente aquel que, además de razón, necesitaba compasión. Y en eso, como en todo lo demás que hizo, sobresalió sobre el resto del mundo.

«La Boca del Infierno», quinto de los Archivos Perdidos de Sherlock Holmes, de Rodolfo Martínez

#SherlockiansCollection, una recreación minuciosa del Londres victoriano, de #MarcoNavas. Clic para tuitear

¿Y quién es ese Watson que durante tanto tiempo ha sido fiel compañero del detective? Antiguo cirujano militar en el V Regimiento de Fusileros de Northumberland, participó en la campaña afgana, donde fue herido y posteriormente licenciado. Su encuentro poco después con Sherlock Holmes es uno de los más providenciales de la historia, pues de no ser por la incansable labor de Watson como cronista y biógrafo es posible que el mundo nunca hubiera sabido de la existencia del genial detective.

John H. Watson (hay quien ha sugerido que la «H» es la inicial de Hamish) es un hombre fornido, de ademanes tranquilos y voluntad de hierro. Hay quien lo ha calificado de mujeriego impenitente, a la vista del misterio que rodea el número real de sus matrimonios. Y algunos lo han visto como alguien torpe, incluso poco sagaz.

Nada más lejos de la verdad. Si Watson nos parece poco brillante es solo por comparación con su amigo el detective, cuya luz deslumbra cuanto le rodea. Pero el doctor es un hombre inteligente y tenaz, lo bastante astuto como cronista para minimizar su propia inteligencia de modo que la de su amigo sobresalga aún más.

Sin Watson, Holmes no sería lo que es, eso es evidente.

Como tampoco lo sería sin el profesor James Moriarty, al que tal vez podamos atisbar entre las sombras en alguna esquina de Baker Street mirando con rabia hacia la ventana del 221B. ¿Tal vez recuerda a un joven Sherlock Holmes que, según ciertas fuentes, fue su alumno en la adolescencia, cuando Moriarty era el preceptor de matemáticas de la familia Holmes? ¿Se pregunta, quizá, si de haber sabido cuántos quebrados de cabeza iba a traerle Sherlock, habría puesto fin a su vida entonces?

Alto, ligeramente cargado de espaldas, su cabeza venerable a menudo se ve asaltada por un bamboleo nervioso que le da un cierto aire reptilesco. Es, sin duda, el igual intelectual de Sherlock Holmes, aunque en todo lo demás es su opuesto.

El Napoleón del crimen, lo definió en cierta ocasión el detective.

Y no está muy lejos de la verdad tal definición. El imperio criminal que Moriarty ha tejido en la sombra llega a todas partes sin que nadie sea consciente de su existencia y ataca desde las sombras sin que nadie pueda predecir cuándo o dónde caerá el golpe.

¿Nadie? Eso no es del todo cierto. Holmes es el único que, con su visión clarividente y su inteligencia excepcional, ha sido capaz de seguir las huellas de Moriarty hasta su origen y desentrañar la madeja de su organización criminal.

Sin la intervención de Holmes, sin el enfrentamiento entre él y Moriarty, sin la lucha entre ambos y la posterior caída del profesor en las cataratas de Reichenbach, el mundo habría sido muy distinto, no cabe duda. Si el siglo que está por venir va a ser atroz en muchos sentidos, con Moriarty llevando las riendas en la sombra habría sido incluso peor.

Moriarty y Moran, malos malísimos. Miniaturas de Marco Navas

Sin duda los pensamientos que pasan por la cabeza del coronel Sebastian Moran, retirado del ejército de la India, no son muy distintos a los del profesor Moriarty.

Moran es, seguramente, el mejor tirador de todo el Imperio Británico. Militar de carrera, con una hoja de servicios impecable, ha puesto coto en más de una ocasión a los terribles tigres devoradores de hombres y son muchos los que le deben la vida a su sangre fría y su puntería certera. ¿En qué momento su vida se torció y pasó de ser un honorable militar a un asesino al servicio de Moriarty, mano derecha del profesor y segundo de a bordo en su imperio criminal?

Tal vez un día descubrió que cazar bestias no era suficiente, que necesitaba nuevas presas para calmar la sed de sangre de su corazón, que solo el reto que la caza del hombre le podía proporcionar satisfaría las ansias oscuras de su corazón. Sin duda Moriarty supo ver la oscuridad que se agazapaba en el alma de Moran y no debió de costarle mucho atraerlo a su lado y, de paso, dotarlo del temible fusil de aire comprimido con el que, a partir de ese momento, abatiría a sus presas humanas. Aunque Moran lo desconoce, su carrera de asesino terminará pocos años más tarde no muy lejos de allí, en cierta casa abandonada cuyas ventanas dan a Baker Street.

Cara a cara. Miniaturas de Marco Navas

Pero si Moriarty y Moran vigilan el 221B, estamos seguros de que son vigilados a su vez.

Sherlock y Watson se enfrentan a Moriarty y Moran. #SherlockiansCollection, de #MarcoNavas. Clic para tuitear

Seguramente por uno de los numerosos agentes al servicio del Club Diógenes. Quién sabe si por el mismísimo Mycroft Holmes que, por una vez, ha dejado de lado su legendaria pereza y ha decidido salir a hacer el trabajo por sí mismo.

Hermano mayor del famoso detective, Mycroft supera a este en inteligencia y capacidades deductivas, pero carece de la vitalidad necesaria para ser un investigador sobre el terreno. Si ser detective consistiera tan solo en razonar sin moverse del sillón, Mycroft sería el mejor del mundo. Pero la sola idea de salir, ensuciarse, investigar huellas, seguir pistas, analizar rastros de tabaco o manchas de sangre, le resulta insoportable. Cuando da con un caso que le parece prometedor pero que le exigiría actividad física, prefiere ponerlo en manos de su hermano menor.

El creador, con uno de sus hijos. Miniaturas de Marco Navas

Eso no quiere decir que sus portentosas facultades mentales se estén malgastando. Mycroft Holmes ocupa en apariencia un cargo menor en el gobierno británico. En realidad, y desde el Club Diógenes (el más excéntrico club londinense de todos, donde un socio puede ser expulsado si comete la temeridad de hablar con otro) dirige lo que Kipling llamaba la Gran Partida, el juego de información y desinformación al que, desde siempre, las grandes potencias han estado jugando unas con otras.

Sin Mycroft, el espionaje inglés no existiría tal como lo conocemos. No es sorprendente que todos sus sucesores hayan adoptado el nombre en clave de «M», en homenaje al hermano más listo de Sherlock Holmes.

Es posible que junto a Mycroft esté el inspector Lestrade, de Scotland Yard, quien ha colaborado en alguna ocasión con él. A Lestrade y a su colega Gregson los calificó Sherlock Holmes en cierta ocasión como «los mejores de entre un grupo de torpes» y si bien es cierto que el sabueso oficial no se distingue por una inteligencia brillante, no lo es menos que su tenacidad compensa en buena medida sus defectos.

Lestrade ha colaborado con Holmes casi desde el inicio de la carrera del detective y, de hecho, buena parte de los casos cuya resolución ha sido atribuido al inspector de Scotland Yard fueron en realidad resueltos por Sherlock Holmes. Al contrario que otros policías, como el pomposo y orondo Athelney Jones, Lestrade siente verdadero respeto por Sherlock Holmes y no le duelen prendas llamar al detective cuando se ve atascado en la resolución de un caso… algo que pasa con cierta frecuencia, por otra parte. Que Mycroft Holmes, con sus conexiones gubernamentales, lo llame para una investigación es, por otra parte, todo un honor.

Sin duda veremos algunos chavales correteando de aquí para allá por Baker Street. Algunos sentados, holgazaneando, otros mendigando, unos pocos tratando de ganarse la vida vendiendo cerillas. Una profesión mucho más peligrosa de lo que parece, pues el fósforo de las cerillas causa múltiples enfermedades y, a largo plazo, puede ser mortal.

Baker Street

Tengo algo que contarle… Miniaturas de Marco Navas

Un cerillero en concreto no parece demasiado interesado en vender su producto. Tal vez porque este no es más que una tapadera para su verdadera labor. Inocuo, poco conspicuo, prácticamente anónimo, está en la posición ideal para ver todo lo que pasa en la calle. Pocas cosas se escapan a sus jóvenes ojos. Ha recibido órdenes de fijarse en ciertas características físicas concretas y, cada vez que distingue a un individuo que encaja en ellas, le pasa con un gesto la información a uno de sus compañeros.

Que no son otros que los Irregulares de Baker Street, un grupo de pilluelos, de golfillos (entre los que, según algunas fuentes, estuvo un jovencísimo Charles Chaplin) que actúan como cuerpo no oficial de policía. Reciben sus órdenes de Sherlock Holmes directamente o por intermedio de Wiggins, al que el detective llama «sucio tenientillo» y que es sin duda el líder de los Irregulares.

No sería raro que Wiggins se dejase caer por Baker Street para ver cómo va la vigilancia, recabar información de primera mano o, tal vez, para entregar su informe a Sherlock Holmes. Veremos entonces un muchacho andrajoso de unos quince años, marcado en las mejillas por dos cicatrices gemelas, fruto de un encuentro aciago en los fumaderos de opio con un misterioso personaje chino de ojos de jade que lo marcó con las uñas.

El futuro de Wiggins aún está por decidir, pero él quiere ser detective, como su ídolo Sherlock Holmes. Quizá consiga su sueño, aunque es posible que este acabe derivando en pesadilla con el tiempo. La marca doble en sus mejillas curará, pero las secuelas mentales de esa marca dejarán una huella profunda en su mente.

Nada pasa desapercibido para Wiggins. Miniatura de Marco Navas

Pero mientras seguimos con nuestro paseo nos damos cuenta de que se acerca la hora del té, así que decidimos parar en un cercano salón de té desde el que tenemos una vista inmejorable de la ventana del 221B y tomar un pequeño refrigerio antes de seguir con nuestro paseo.

2da ronda por 221B de Baker Street

Tras una deliciosa taza de Earl Grey reanudamos nuestro paseo por Baker Street. Mientras tomábamos nuestro té no hemos quitado ojo de la ventana del salón común del 221B y allí hemos visto asomar la silueta nerviosa y alborotada de Wiggins, el sucio tenientillo de los Irregulares de Baker Street.

Sin duda fue recibido por la señora Hudson, propietaria del edificio y casera del detective, quien seguro que dejó pasar al joven entre refunfuños. No sería raro pensar que la señora Hudson a veces lamenta haberle alquilado esas habitaciones a Sherlock Holmes.

Aunque en realidad, difícilmente podría encontrarse una patrona más leal, permisiva y abnegada. Pese a todas las excentricidades de su inquilino, jamás ha salido una sola queja de los labios de la buena mujer, e incluso ha puesto su propia vida en peligro por Holmes en más de una ocasión, como cuando manejó el busto del detective para engañar al coronel Moran.

Pocas mujeres ha habido en la vida de Sherlock Holmes y sin duda la señora Hudson ha sido la presencia femenina que más tiempo ha estado a su lado. Lo ha hecho en silencio, sin darse importancia y a menudo ha pasado desapercibida. El doctor Watson acabará por rendirle homenaje en uno de los últimos casos de Holmes que narró, la aventura de «La sabiduría de los muertos»:

Al llegar a nuestras habitaciones nos esperaba un espléndido almuerzo frío que nuestra patrona había preparado. Nunca ha habido una mujer más abnegada que ella y, durante todos los años que viví con Holmes en Baker Street jamás recuerdo haberla oído quejarse ante las evidentes excentricidades de mi amigo. De hecho, cuando este decidió retirarse a Sussex, varios años más tarde, ella decidió acompañarlo y seguir cuidando en el campo de la comodidad del excéntrico detective, como antes lo había hecho en Londres. La última vez que la vi, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, me confesó que, si bien la vida en Sussex era apacible y agradable, no podía evitar echar de menos algunas cosas.

—Sobre todo, doctor —me dijo—, añoro las visitas a horas intempestivas.

«La sabiduría de los muertos», segundo de los Archivos Perdidos de Sherlock Holmes, de Rodolfo Martínez

 

Baker Street

Irene Adler y la señora Hudson. Miniaturas de Marco Navas

Irene Adler y la silenciosa señora Hudson, dos personajes inolvidables. #SherlockiansCollection Clic para tuitear

Más breve, pero más contundente, ha sido la presencia de otra mujer en la vida de Sherlock Holmes. Irene Adler, cantante de ópera, aventurera, mujer independiente de inteligencia despierta y bien afinada, que vive al margen de unas leyes que se empeñan en mantener subordinado a su sexo a los deseos y caprichos de los hombres. Una de las pocas personas que han podido burlar al gran detective y han ido varios pasos por delante de él.

Se enfrentaron por primera vez en el asunto de la fotografía del Rey de Bohemia. En aquel momento fue Holmes el burlado por esta mujer sagaz y astuta y tal impresión le causó al detective que le dio el honroso título de La Mujer, como si fuera el estándar por el que debían medirse todos los miembros de su sexo.

Hay quien dice que volvieron a verse, que la pasión surgió entre ellos y que, fruto de esa pasión fue un hijo que decidió seguir los pasos de su padre y convertirse en detective, no en Inglaterra sino en Estado Unidos.

Nero Wolfe nunca ha confirmado ni desmentido que sea fruto de la relación entre Sherlock e Irene, pero no cabe duda de que hay un cierto parecido familiar, tanto físico como de carácter. Quizá no tanto con Sherlock como con Mycroft, por otro lado.

Pero volvamos a Baker Street. La calle no estaría completa sin lo que son, quizá, los transeúntes más habituales de Londres.

El policía urbano, el «Bobby», con su casco característico y el no menos característico bambolear de su porra. Armado con ella y con un silbato que le permite llamar a otros compañeros, su sola presencia por las calles a menudo disuade a los delincuentes de seguir con sus prácticas, o al menos los vuelve más precavidos. De noche es muy posible que pasee con un candil sordo en la mano, sobre todo si su ronda lo lleva por callejones oscuros y poco frecuentados.

Con los pequeños informadores. Miniaturas de Marco Navas

No muy lejos veremos al sereno, al farolero, encargado de cuidar del alumbrado público, apagarlo o encenderlo según llegue la mañana o caiga la noche, y llamar a la policía con su silbato en caso de que vea algo sospechoso. También, en ciertas ocasiones puede abrir ciertas puertas para sus dueños cuando estos llegan un estado de intoxicación etílica excesiva, o a requerimiento de la policía.

No hay noche en la que no aparezca el sereno… Marco Navas, El Miniaturista

Estas dos figuras, casi anónimas, son sin embargo imprescindibles en las calles londinenses y en cierto modo forman un ejército silencioso y casi invisible que cuida por el mantenimiento del orden y la paz. Son la primera línea de defensa contra el crimen en una ciudad en la que, a medida que crecía en población y en desigualdades sociales, también lo hacía el elemento delictivo a velocidades de vértigo.

Cae la noche mientras el sereno enciende las luces. Los Irregulares se van. Wiggins deja el 221B y vuelve a su refugio. Moran y Moriarty regresan a su guarida. Holmes y Watson cenan lo que les ha preparado la señora Hudson. Mycroft regresa al Club Diógenes y Lestrade al Yard. Nuestros visitantes se van.

Tal vez es hora de que nosotros también nos vayamos.

De pronto, un cabriolé se detiene frente al 221B y de él desciende un individuo corpulento con un gran bigote de morsa, que mira indeciso hacia la ventana iluminada y luego tira de la campanilla con impaciencia. En sus facciones hay una expresión de fastidio y está claro que preferiría no haber tenido que venir.

Es el doctor Arthur Conan Doyle, autor de novelas históricas, detective amateur y experto en ocultismo. Es, también, el agente literario de Watson y, de hecho, ha tenido mucho que ver para que los textos del doctor alcancen la fama y la difusión que merecen.

¿Cuál será el motivo de su visita al 221B de Baker Street? Marco Navas, El Miniaturista

No parece que sea un asunto literario lo que lo lleva a Baker Street a esas horas intempestivas. De haber sido así habría esperado al día siguiente y le habría dado cita a Watson en su propia casa. Que esté ahí a esas horas, pese a la antipatía evidente que le produce la presencia de Sherlock Holmes, indica que se trata de algo urgente y tal vez de origen delictivo. Sin duda el doctor Doyle lleva al detective un nuevo misterio para que este lo resuelva. Quién sabe si, precisamente, el misterio de la Sabiduría de los Muertos, que tantos quebraderos de cabeza le traerá a Holmes y que lo mantendrá ocupado, en cierto sentido, el resto de su vida.

Una criada abre la puerta y, al reconocer al doctor Doyle, le franquea el paso. La puerta se cierra tras ellos, dándonos la excusa perfecta para que nosotros también nos vayamos. Mientras lo hacemos, la niebla empieza a reptar por la calzada y se enrosca alrededor de verjas y farolas. Las luces públicas, parpadeantes y mortecinas, convierten cuanto nos rodea en algo misterioso, fantasmal.

Tras una última mirada a la ventana con la luz encendida en el 221B, donde tres hombres discuten un nuevo caso, dejamos Baker Street.

Un paseo por #BakerStreet con los emblemáticos personajes recreados por #MarcoNavas. Clic para tuitear

Todos los personajes de Sherlockians Collection. Marco Navas, El Miniaturista

Este recorrido por la calle Baker ha sido inspirado por dos obras muy dispares pero ambas fascinantes y ambas fascinadas por la creación de Arthur Conan Doyle.

En primer lugar, por la colección Sherlockians de Marco Navas, compuesta de doce figuras agrupadas en packs de dos más una figura extra; trece en total, por tanto. La colección puede adquirirse de forma individual, por packs de dos, o completa, en cuyo caso incluye un diorama-vitrina de Baker Street que sirve como estuche y paisaje a la serie.

La magistral atención por el detalle, el cuidado exquisito con el que Marco esculpe y pinta sus figuras y el indudable amor por la labor que realiza quedan patentes en esta obra del miniaturista asturiano en la que realiza una recreación minuciosa del Londres victoriano a través de algunos de sus más emblemáticos personajes.

Aquellos que estéis interesados encontraréis toda la información necesaria AQUÍ

Pero también ha sido inspirada por Los archivos perdidos de Sherlock Holmes, un monumental compendio de más de mil páginas que recoge toda la narrativa holmesiana de Rodolfo Martínez, quizá el autor español que se ha acercado a Sherlock Holmes de un modo más original y sorprendente, aunque siempre desde el respeto y el amor por la obra original de Conan Doyle.

Este compendio recoge los cuatro libros holmesianos originales de Martínez, ahora ordenados de acuerdo a la cronología de los personajes, e incluye numerosos apéndices. Desde el salvaje oeste en 1879 hasta los años sesenta del siglo XX, algún tiempo después de la muerte del detective, Martínez repasa la vida de Holmes y lo enfrenta a algunas de las más famosas y características creaciones de la narrativa popular del pasado siglo.

Aquellos que estéis interesados encontraréis toda la información necesaria AQUÍ

Baker Street

Una obra imprescindible para todo amante de la literatura holmesiana. De Rodolfo Martínez

 

Monumental compendio de Rodolfo Martínez: Los Archivos Perdidos de #SherlockHolmes, @SportulaEd Clic para tuitear

Cronología

Circa 700

Abdul Yasar al-Hazrid escribe el Al Azif, posteriormente conocido como Necronomicon.

 1267

La Escuela de Traductores de Toledo traduce al castellano el Necronomicon.

 1571

El doctor John Dee traduce al inglés el Necronomicon.

 1852

Nace John Hamish Watson.

 1854

Nace William Sherlock Scott Holmes, al que el mundo acabará conociendo simplemente como Sherlock Holmes.

1857

En la India, el príncipe Dakkar se convierte en el capitán Nemo y crea el buque submarino Nautilus.

1879

Nace Wiggins, también conocido como Frederick Wingspan.

Sherlock Holmes recorre Estados Unidos como actor itinerante. Allí conoce a Harbert Pencroff, quien acabará convirtiéndose en Nadie, heredero espiritual de Nemo.

1880

A su regreso a Londres, Holmes conoce al doctor Watson y resuelve el caso que el doctor titulará Un estudio en escarlata.

1890

Nace Howard Phillips Lovecraft.

1891

Sherlock Holmes y el profesor Moriarty fallecen en las cataratas de Reichenbach. En realidad, Holmes sigue vivo pero finge su muerte y adopta la personalidad del explorador Sigerson durante los siguientes tres años.

1894

Sherlock Holmes reaparece en Londres a tiempo para resolver el misterio de la casa deshabitada y desenmascarar al coronel Sebastian Moran. 

1895

El rostro de Wiggins queda marcado con dos cicatrices gemelas producidas por el Mandarín de Ojos de Jade.

Winfield Scott Lovecraft roba el Necronomicon.

1898

Tras volver de Cuba, Winfield Scott Lovecraft fallece. La copia del Necronomicon en su poder acabará en manos de su hijo, Howard Philips Lovecraft, que con los años se convertirá en uno de los principales escritores de terror cósmico de su tiempo.

1902

El doctor Watson contrae matrimonio con Violet Hunter.

1912

Nace William Hudson, sobrino nieto de la señora Hudson.

1913

El doctor Peaslee inaugura el Ala Miskatónica de la Biblioteca de la Universidad de Harvard. Se supone que en ella se guarda una copia del Necronomicon.

1914

Sherlock Holmes frustra los planes de Alfred von Bork, espía al servicio de Alemania.

1928

Muere Martha Hudson. 

1930

Sherlock Holmes y Wiggins viajan a Portugal, tras las huellas de Aleister Crowley. Este finge su suicidio en Boca do Inferno, ayudado por Fernando Pessoa. Wiggins sufre un colapso nervioso.

1931

El doctor Watson transcribe el caso de La sabiduría de los muertos.

Holmes y Watson se ven por última vez, a finales de año, cuando el detective pone en antecedentes a su amigo sobre lo ocurrido en Portugal el año anterior.

1932

Muere el doctor Watson.

1937

William Hudson es enviado a España por el Servicio Secreto inglés.

Sherlock Holmes viaja a América. Se entrevista con Howard Phillips Lovecraft en su lecho de muerte. Conoce a Kent y juntos intentarán impedir que la Orden Esotérica de Dagón se haga con una de las tres copias del Necronomicon.

Muere Howard Phillips Lovecraft.

1938

William Hudson encuentra a Sherlock Holmes en Burgos. Juntos cruzarán al bando republicano e intentarán impedir que los Nacionales y la Orden Esotérica de Dagón se hagan con el Necronomicon. La trama culminará en Gijón, poco antes de la batalla del Ebro.

Durante estos acontecimientos, Wiggins muere.

1940

William Hudson vuelve a Inglaterra.

1947

Sherlock Holmes y William Hudson van a Portugal, a Boca do Inferno. Nadie intenta manipular los acontecimientos en su favor, pero fracasa.

1957

Muere Sherlock Holmes.

1960

Por un estrechísimo margen, John Fitzgerald Kennedy gana las elecciones presidenciales americanas.

1963

William Hudson es puesto sobre aviso por el jefe del contraespionaje ruso de la existencia de Nadie y su organización, así como de sus intenciones.

1982

William Hudson vuelve a España y comienza a escribir sus memorias, sobre todo de su tiempo pasado con Sherlock Holmes.

 

Paseo por Baker Street

Marco Navas

Rodolfo Martínez