De frío, noches sin fin y monstruos terribles

Durante el verano de 1816, el cine sufrió un brutal impacto cuyos efectos, todavía hoy, se dejan sentir larga y hondamente.

Y no solo el cine. Porque si el lector contempla algunos de los paisajes que Turner pintó en aquellos años, podría pensar que esos atardeceres violentamente rojos o de un incendiario color naranja son alegorías exageradas por el artista, que jugó con las tonalidades para añadir fuerza y dramatismo a sus lienzos. Pero no. No hubo recreación alguna. Durante varios meses, las puestas de sol se convirtieron en auténticas explosiones de color que excitaron a Turner y a otros muchos artistas.

Una ciudad a orillas de un río con crepúsculo. William Turner.

Pero no fueron las artes basadas en la imagen las únicas disciplinas que sufrieron importantes convulsiones aquel año de 1816. La literatura también estaba a punto de cambiar de una forma igualmente radical, hasta el punto de que fenómenos como el de la saga Crepúsculo no hubieran sido posibles sin todo lo que pasó en Suiza, a orillas del lago Lemán, durante unos memorables días de junio de los que nos aprestamos a celebrar el segundo centenario.

Para contar bien esta historia, sin embargo, tenemos que irnos más lejos aún y retrotraernos hasta el 10 de abril de 1815. Y viajar hasta Indonesia, donde la erupción del volcán Tambora, la mayor y más violenta desde que hay registros históricos, incluida la del Krakatoa, mató a más de 70.000 personas, provocando tsunamis y extraños fenómenos atmosféricos que se prolongaron durante meses y meses. Así, inmensas nubes de ceniza se desplazaron miles de kilómetros por el cielo, provocando la refracción de la luz que inspiró los extraños atardeceres plasmados por Turner en algunos de sus lienzos.

Eran tipos apasionados, vitalistas y románticos, encabezados por el poeta Lord Byron y por su médico de cabecera, John Polidori, a los que se unieron el también poeta Percy Bysshe Shelley y dos de las hijas del filósofo anarquista William Godwin: las hermanastras Mary Wollstonecraft y Claire Clairmont, entre otras personas.Más de un año después de la erupción volcánica, en junio de 1816, un heterogéneo grupo de personas se había dado cita en Suiza con la sana intención de pasar el verano practicando deportes náuticos y disfrutando de largas caminatas por las montañas de los Alpes. Eran tipos apasionados, vitalistas y románticos, encabezados por el poeta Lord Byron y por su médico de cabecera, John Polidori, a los que se unieron el también poeta Percy Bysshe Shelley y dos de las hijas del filósofo anarquista William Godwin: las hermanastras Mary Wollstonecraft y Claire Clairmont, entre otras personas.

Habiendo huido de una Inglaterra que asfixiaba su sed de libertad, todos ellos estaban seguros de que en Ginebra podrían disfrutar de esa necesidad compulsiva que tenían de aire libre y contacto con la naturaleza. Ansiaban enfrentarse a los colosos alpinos y vivir y experimentar en primera persona y en carne propia las intensas sensaciones que les había provocado la poesía  de Wordsworth y de Coleridge, que les exhortaba a volver a sumergirse en un mundo salvaje y primigenio.

Pero sus planes no tardaron en verse truncados. Porque al estío de 1816 se le conoce como el verano que nunca fue. O, tal y como William Ospina ha titulado su excepcional y más reciente libro, El verano que nunca llegó.

Y es que más de un año después de la erupción volcánica, los efectos del Tambora se seguían dejando sentir en todo el mundo. El invierno había sido especialmente gélido, destruyendo las cosechas de lugares tan distantes como el sur de China, el norte de Europa o el nordeste de Estados Unidos. En países cercanos al ecuador como México o Guatemala disfrutaron de desconocidas e inéditas nevadas y severas tormentas de granizo siguieron cayendo en mayo y junio por todo el mundo.Tres días en los que fueron el doctor John Polidori y Mary Wollstonecraft quienes parieron a dos de los más aterradores y perdurables mitos del género fantástico y terrorífico: el vampiro y Frankenstein, respectivamente.

Hasta llegar a los tres días de junio de 1816 en los que, en Ginebra, ni siquiera llegó a amanecer. Tres días de completa oscuridad que sorprendieron a Shelley, Byron, Polidori y a las dos hermanas sin nada que hacer. Tres días en los que se afanaron en la lectura de una antología alemana de historias y cuentos de fantasmas que Polidori había llevado consigo a Villa Diodati. Tres días en los que Byron retó a sus huéspedes a escribir las historias de terror más horripilantes que pudieran imaginar. Tres días en los que fueron el doctor John Polidori y Mary Wollstonecraft quienes parieron a dos de los más aterradores y perdurables mitos del género fantástico y terrorífico: el vampiro y Frankenstein, respectivamente.

Efectivamente, ochenta años antes de que Bram Stoker publicara Drácula, Polidori ya había escrito una aproximación a la figura del vampiro, el ser no muerto que se alimenta de sangre ajena para continuar con su existencia. De hecho, en su relato El vampiro, publicado originalmente como Anónimo, le adjudica al protagonista algunos de los rasgos del propio Lord Byron, con quien rompió poco después del verano que nunca fue, harto de los desplantes y humillaciones a los que el poeta no dejaba de someterle. Finalmente, Polidori terminó suicidándose en 1821.

80 años antes de que Bram Stoker publicara Drácula, Polidori ya había escrito El vampiro. Clic para tuitear
Polidori_MoonMagazine

Polidori y su relato El vampiro, uno de los monstruos que nació alrededor del fuego de Villa Diodati.

Y es que su relato se vio ensombrecido por el inmediato éxito de Frankenstein o el moderno Prometeo, relato esbozado por la posteriormente conocida como Mary Shelley durante la noche del 16 de junio de 1816 y publicado definitivamente en 1818.

Fue tal la fuerza de ambos mitos y su inmediato y perdurable éxito literario que no es de extrañar que un nuevo arte, el cinematográfico, empezara a trasladarlos a la pantalla tan pronto como en 1922, cuando F.W. Murnau filmó Nosferatu, interpretada por el inquietante Max Schreck. El director alemán trató de que la familia de Bram Stoker le permitiera filmar la historia de Drácula, pero su viuda se negó a cederle los derechos y, cuando la mujer irlandesa fue al cine y vio la cinta, demandó al cineasta teutón, al que la justicia obligó a destruir todos los negativos de una película que solo consiguió salvarse gracias a que algunas copias ya habían viajado a Estados Unidos para su exhibición.

De frío, noches sin fin y monstruos terribles. Artículo de Jesús Lens originalmente publicado en la revista Lugares Comunes. En junio de 1816 se fraguaron las historias de dos monstruos que han trascendido la literatura. Bicentenario de Frankenstein.
Cartel original de Nosferatu.

Nosferatu arrastra una fama de película maldita que comienza por las acusaciones al conflictivo y extraño actor protagonista de ser él mismo un auténtico vampiro. A partir de ahí, las muertes prematuras de algunos de los participantes en el rodaje contribuyeron a aquilatar la leyenda negra de una historia que escribió su (pen)último capítulo el pasado 15 de julio de 2015, cuando se conoció la profanación de la tumba de Murnau y el robo de su cráneo, para algún tipo de rito satánico.

La del rodaje de Nosferatu es una historia tan alucinante que provocó, a su vez, la filmación de otra película, La sombra del vampiro, interpretada por John Malkovich en el papel de Murnau y Willem Dafoe como Schreck. De hecho, a los pocos días de conocerse la noticia del robo de la calavera del director alemán, ya se ha anunciado un nuevo proyecto cinematográfico inspirado en la tormentosa vida del realizador, que falleció a los 42 años de edad en un controvertido accidente de coche en Santa Mónica: conducía su asistente, un chico filipino de 14 años que, a decir de periodistas de la época, también era su amante.

La película de Murnau es una joya del cine expresionista que mostraba la imagen de una Alemania tétrica y desmoralizada tras la derrota en la I Guerra Mundial. Cincuenta años después, el también director alemán Werner Herzog filmó una segunda versión de la historia, Nosferatu, vampiro de la noche, interpretada por el siempre excesivo Klaus Kinski, pero en la que se intentó potenciar el aspecto romántico del vampiro, lo mismo que haría Coppola en su fiel adaptación del clásico de Bram Stoker, que ya había sido llevado a la pantalla en infinidad de ocasiones.

#MaryShelley Los #monstruos de la literatura que inspiraron al cine. @Jesus_Lens #200Diodati Clic para tuitear

Por su parte, la primera aparición del nuevo Prometeo en pantalla llegó tan pronto como en 1910, aunque serían las cintas de James Whale, Frankenstein y La novia de Frankenstein, interpretadas por Boris Karloff y filmadas en 1931 y 1935 respectivamente, las que tuvieron mayor éxito y aceptación, tanto de crítica como de público. Un dato: la actriz Elsa Lanchester interpretará tanto a la novia del monstruo como a la propia Mary Shelley, en un interesantísimo ejercicio metacinematográfico y literario… que se anticipa a El Padrino II en aquello de desmentir el tópico de que segundas partes nunca fueron buenas.

Desde entonces, decenas y decenas de películas han contado la trágica historia de la criatura alumbrada por el científico que jugó a ser Dios. Y también ha habido una extraordinaria cinta basada en la biografía del propio Whale: Dioses y monstruos, en la que Ian McKellen interpreta al padre cinematográfico de Frankenstein y Brendan Fraser al jardinero receptor de sus confidencias.

Y es que el cine bebe de la literatura, por supuesto, pero también del propio cine. Y de los mitos que este genera, como atestigua El espíritu de la colmena, del director Víctor Erice, y que habla de cómo la proyección de la película de Whale impacta enormemente en una niña que vive en un pequeño pueblo castellano en los durísimos años 40 de la posguerra española.

No es casualidad que los mitos del vampiro y de Frankenstein nacieran en aquel lejano 1816 en el que Europa aún no se había recuperado de la sangre vertida por la Revolución Francesa y, sobre todo, por las Guerras Napoleónicas.

Erice traslada ese ambiente opresivo a la España asolada por la Guerra Civil en la que miles y miles de personas habían muerto y en la que, como nos cuenta El espíritu de la colmena, seguían muriendo. Una película muy naturalista en la que el director filmó los rostros de las niñas protagonistas y sus reacciones espontáneas al ver las secuencias de Frankenstein en que aparece el monstruo por primera vez o la de la muerte de una pequeña en el río, magistralmente contada por Whale en forma de elipsis, utilizando para ello las flores que flotan en el agua, la inocencia accidental, pero fatalmente interrumpida.

De frío, noches sin fin y monstruos terribles. Artículo de Jesús Lens originalmente publicado en la revista Lugares Comunes. En junio de 1816 se fraguaron las historias de dos monstruos que han trascendido la literatura. Bicentenario de Frankenstein.
Frankenstein de James Whale. De frío, noches sin fin y monstruos terribles.

Otro español, Juan Antonio Bayona, está detrás de una sangrienta y deliciosa serie norteamericana que reúne en el Londres del siglo XIX a un buen número de personajes, monstruos y criaturas de corte victoriano: Penny Dreadful. Ver en pantalla a espiritistas, héroes del western, Drácula, Frankenstein, Mina Harker, Dorian Grey, el fantasma de Jack el Destripador o al doctor Van Helsing… ¡es un gustazo aterrador! Sobre todo, por el decadente, pútrido y malsano ambiente que impregna la narración y buena parte de las secuencias. No es serie para retinas melifluas ni estómagos delicados, desde luego. Pero es. Bien.

Volvamos al principio de esta historia. Volvamos a Ginebra y a la Villa Diodati que, a orillas del lago Lemán, reunió a aquel puñado de románticos creadores. Volvamos a aquellas tres noches sin día durante las que Lord Byron escribió un poema, Darkness, que empieza así:

Tuve un sueño, que no fue un sueño.

El sol se había extinguido y las estrellas

vagaban a oscuras en el espacio eterno.

Sin luz y sin rumbo, la helada tierra

oscilaba ciega y negra en el cielo sin luna.

Llegó el alba y se fue.

Y llegó de nuevo, sin traer el día.

Y el hombre olvidó sus pasiones

en el abismo de su desolación.

De frío, noches sin fin y monstruos terribles. Artículo de Jesús Lens originalmente publicado en la revista Lugares Comunes. En junio de 1816 se fraguaron las historias de dos monstruos que han trascendido la literatura. Bicentenario de Frankenstein.
Caspar David Friedich.

Porque el director español Gonzalo Suárez filmó en 1988 Remando al viento, una interesantísima película basada en aquellas famosas jornadas y en el impacto que tuvieron en la vida de todos los participantes de aquel singular festival literario. Una película que se toma licencias poéticas como la de hacer que Polidori se ahorque en la propia Villa Diodati y, sobre todo, en la que vuelve a jugar con el poder, a la vez creativo y maléfico, de la literatura. Porque el guion de Suárez plantea la posibilidad de que, además de una famosa novela, el 16 de junio naciera en Ginebra un monstruo real que iría segando

¿El sueño de la creación literaria produce monstruos? Sin duda. Monstruos letales y terroríficos. Pero también proyectos tan apasionantes como Hijos de Mary Shelley, ideado y puesto en marcha por el escritor Fernando Marías y al que su creador define como «una plataforma de proyectos creativos relacionados con la literatura fantástica y el terror».

poco a poco la vida de todos los que estuvieron presentes en el alumbramiento de la criatura.

¿El sueño de la creación literaria produce monstruos?

Sin duda. Monstruos letales y terroríficos. Pero también proyectos tan apasionantes como Hijos de Mary Shelley, ideado y puesto en marcha por el escritor Fernando Marías y al que su creador define como «una plataforma de proyectos creativos relacionados con la literatura fantástica y el terror».

Y es que, si la base de Hijos de Mary Shelley está en la creación y en la narración de cuentos, la plataforma también sirve para aunar disciplinas tan diferentes como la música, el teatro, el cine, la literatura virtual o la fotografía.

En la web www.hijosdemaryshelley.com se encuentra un amplísimo caudal de información sobre un proyecto que ya ha propiciado la publicación de tres extraordinarios libros e infinidad de representaciones teatrales y monólogos recitados por toda España y algunos países de Sudamérica.

El sueño de la creación literaria produce #monstruos y proyectos apasionantes: #HijosdeMaryShelley Clic para tuitear

Querido lector, permíteme que, llegados a este punto, te interpele personal y directamente.

Mary_Shelley_Frankenstein

Porque tener en tu biblioteca Cronotemia y otras historias de viajeros del Tiempo, Shukran. Espectros, zombis y otros enamorados y el más reciente volumen de la serie, Wollstonecraft. Hijas del horizonte es un auténtico lujazo. Un privilegio. Se trata de libros publicados en exclusivas tiradas de 1.000 ejemplares y que nunca más se volverán a reeditar. Una de esas piezas de colección bibliográfica que tanto nos gustan a los amigos de Lugares Comunes*, ¿verdad?

Y es que los grandes proyectos creativos están llamados a encontrarse. Y a hallar espacios comunes para su desarrollo y expansión. Desde que Fernando Marías me hablara de Hijos de Mary Shelley por primera vez y, hace un par de años, tuviera la ocasión de disfrutar en Semana Negra de la narración en directo de algunas de las historias que forman parte del proyecto, quería escribir sobre él. Pero no había encontrado cómo y dónde hacerlo.

Hasta ahora.

Entonces yo no lo sabía, pero está claro que Lugares Comunes se viene fraguando desde mucho tiempo. Exactamente igual que el cine, en el año 1816 y decenas de años antes de que los Lumière lo inventaran, ya se había visto sacudido por el impacto de algunos de los monstruos de la creación.

Y es que estamos rodeados de historias tan atractivas y fascinantes como estremecedoras, ¿no cree usted?

Jesús Lens

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(*) De frío, noches sin fin y monstruos terribles se publicó, en papel, en otra publicación que ya no existe. Porque fue efímera. Pero trascendental. Porque los cuatro números del magazine cultural Lugares Comunes, editados en 2015 y ya agotados, también son codiciada pieza de coleccionista.