«Mostrar, no explicar» es una de las inquietudes literarias del profesor de Técnicas Narrativas, Néstor Belda. Ya nos introdujo en este postulado en su artículo «No se puede emocionar explicando las emociones». Hoy, nos «muestra» otro enfoque, esta vez relacionándolo con el cine y su soporte visual.

Del soporte visual del cine a mostrar, no explicar

Hace unos días volví a ver A river runs through it (El río de la vida, 1992), con Craig ShefferBrad Pitt, dirigida por Robert Redford, basada en la novela de Norman Maclean. Según Wikipedia, en Latinoamérica se titula Nada es para siempre, y está disponible en Youtube.

La película contiene muchas escenas de pesca con mosca. De hecho, la primera vez que la vi fue por recomendación de un amigo con el cual hemos compartido muchas jornadas desafiando la habilidad de las truchas, allá en la cordillera de Los Andes, en la provincia de Mendoza, Argentina. Pero no es una película sobre pesca. El río y lo que allí ocurre solo es el marco de la metáfora. Nada estaba dicho, todo sugerido a través de las imágenes.

Ray Bradbury, fanático del cine, en una conferencia que dio —si mal no recuerdo— en la Universidad de Point Loma Nazarene, ofreció uno de sus famosos consejos para escritores: «Mira buenas películas». ¿Y por qué mirar buenas películas? Porque la narrativa cinematográfica se construye en torno a imágenes, y en eso se diferencia muy poco la narrativa escrita. En el cine, el soporte visual es la fotografía; en la literatura, ese soporte visual se construye con palabras. Por eso, cuando hablamos de «mostrar, no explicar», de lo que en realidad hablamos es de «visibilidad», es decir, «que se pueda ver». En el cine, esa visibilidad se percibe con «los ojos de la cara»; en literatura, con «los ojos de la mente»: leemos palabras pero percibimos imágenes.

Tanto la narrativa cinematográfica como la literaria se construyen en torno a imágenes. @NessBelda Clic para tuitear

Pensemos en el primer capítulo de Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre. No recuerdo ni una palabra de lo que le ocurrió a Albert Maillard en ese campo de batalla, pero las imágenes son imborrables, tan imborrables como las emociones que transmite. Incluso, cada vez que lo recuerdo, vuelvo a sentir el asco de esa cabeza del caballo en estado de putrefacción.

Con eso de «Mira buenas películas», Ray Bradbury se refería, justamente, a «mostrar, no explicar». Yo también recomiendo a mis alumnos mirar películas con ojos de escritor, analizando su estructura narrativa, la construcción de los personajes, etc. Para practicar recomiendo coger una escena cualquiera y tratar de construirla literariamente.

Como Bradbury, yo también recomiendo a mis alumnos mirar películas con ojos de escritor. @NessBelda Clic para tuitear

Pero Bradbury no fue el único que en sus consejos se refería a «mostrar, no explicar», aunque no fuera explícitamente. Por ejemplo, cuando Antón Chéjov dijo: «Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones», lo que quería decir es que una emoción, supongamos la tristeza, no se transmite con palabras tristes, sino con escenas tristes. Es dificilísimo, ya lo sé. Pareciera que las palabras no alcanzan, pero no es así. La escena de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, cuando Alberto el poeta se queda parado frente al ataúd de el Esclavo, su amigo, es muy triste, pero, curiosamente, no aparecen ni triste ni tristeza, ni siquiera un sinónimo. Dicho de otro modo, es una escena con sentimiento, que no es lo mismo que sensiblería.

Los escritores concedemos mucha importancia a las palabras, pero olvidamos que las palabras no son un fin en sí mismas. Eso queda para los políticos y los vendedores de humo, que son casi lo mismo. Las palabras son los ladrillos y el cemento con los que construiremos mundos sensibles, y cuando digo «sensibles» no me refiero a «sensiblería», sino a la 7ª acepción de la RAE: «Perceptible por medio de los sentidos». La buena literatura provee al lector una vivencia real, perceptible con los ojos, los oídos, la nariz, la lengua y el tacto. Es cierto que una buena novela es una mentira muy bien montada, pero las emociones del lector siempre son verdaderas.

Esto me lleva, inexorablemente, a Clarice Lispector:

Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra.

Notas sobre el arte de escribir

 

Los escritores olvidamos que las palabras no son un fin en sí mismas. @NessBelda Clic para tuitear

Esta reflexión/consejo de Clarice Lispector es una de las frases más interesantes, y hermosas, que atesoro sobre el arte de «mostrar, no explicar». Como dije en «La inmensidad de las palabras pequeñas», una historia entra en el lector por los sentidos y, entonces, con cada palabra, su cerebro evoca y actualiza determinadas emociones. Lo escrito se convierte en una vivencia, y es ahí, justo en ese instante, cuando las palabras ya no tienen ninguna importancia. Han cumplido su cometido y podemos prescindir de ellas.

 

Néstor Belda