El embarcadero de la esquina, de la escritora Virginia Vera es el relato de finalización del Curso Online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.

El embarcadero de la esquina. Relato de Virginia Vera Clic para tuitear

 

Al levantar la persiana del bar, por última vez, el sonido del hierro se mezcla con un puñado de evocaciones. No en vano ese quiebro vespertino lo ha acompañado durante años. Es el tañido mañanero que convoca a los vecinos insomnes. Hoy, que se jubila,  levanta el último telón.

El primer parroquiano que suele llegar es Mariano.

—Buenos días, Colón —saluda a Cristóbal con su nombre de guerra.

—¿Qué?  ¿Una cervecita?

—Sí, y que esté bien fría, que hay que entrar en calor. Déjate de coñas que no está el día para bromas.

—Aquí tienes, Mariano, lo de siempre, con leche calentita.

Llamarse Mariano sí que resulta para él una broma de mal gusto. ¡Llamarse Mariano, él que alardea de no pisar nunca una iglesia y de no creer en más virgen que en su santa madre! Siempre anda blasfemando y utilizando a Dios y al Espíritu Santo como lugar idóneo en el que satisfacer sus necesidades escatológicas. Para colmo, tiene una carnicería que mantiene abierta con dificultad. La clientela ya no compra filetes como antes, por kilos o por medios, sino que los pide por números clausus según el día del mes o si el cliente de turno se lamenta de haber salido de casa, despistadamente, sin dinero en la cartera. «Me he cambiado de bolso» o «perdona, al cambiarme de chaqueta me he dejado la cartera en la otra. Apúntalo en mi cuenta, que mañana te pago». Harto de oír tales excusas, se aferra en pensar que los mejores clientes son los que se han mudado a otras zonas de la ciudad.

—Y, encima, la mayoría de los nuevos no come carne —refunfuña Mariano como si de una maldición se tratase.

—Dirás que no comen cerdo —le contesta Cristóbal en tono aclaratorio, para finalizar así tan delicada conversación.

Don Justo es otro de los tempraneros. Lo apodan el Madera, en clara alusión a sus años de policía, y Colón espera que entre en escena de un momento a otro para recibirle con lo mismo de siempre.

—¡Aquí está! Desayuno completo para el señor Justo: cafetito caliente y pan tumaca con aceite, rico rico.

Cristóbal ya sabe la respuesta.

—Pan con aceite y tomate  de-mi-huer-to, el tumaca ese para quién lo quiera.

—Tienes que navegar por aguas más lejanas que las de tu bañera, amigo —le contesta  para pasar, sin preámbulos, a los temas cotidianos: el último partido del equipo local o el halo de adormidera que persigue al vecino de arriba.

En lo que Colón llama el segundo turno, El Embarcadero se llena de amas de casa y oficinistas, para los que prepara leche desnatada y sacarina en atención a los que ese día no hayan desertado de la dieta depurativa.

Casi en el mismo turno, provocando una pequeña aglomeración, vienen a desayunar los turistas del hotel de al lado.

Es entonces cuando entra en acción Manolo. También es de los que acuden al tañido de la persiana de hierro para que nadie le quite la mesa del fondo. De pocas palabras, la mayoría de los días y algo más locuaz en otros, forma parte imprescindible del trasiego del lugar.  Nadie diría que domina el inglés, pero es el que ayuda a Cristóbal a entenderse con aquella clientela que pone un punto internacional a una barra centenaria. Colón fue durante más de diez años el Chispas en un barco mercante, pero se le resistieron los idiomas del mismo modo que las conquistas en cada puerto.

... pero se le resistieron los idiomas del mismo modo que las conquistas en cada puerto. Clic para tuitear

—Gracias, Manolo, si no fuera por ti no sé yo qué iba a poder dar de desayunar a tanta extranjería.

Hace años, una mujer de mediana edad acompañaba a Manolo, tan atractiva como insinuante, con la que se ausentaba durante unas horas. Desde que desapareció, Manolo fue haciéndose conocido en el barrio por su desinterés por las relaciones. Sigue atrincherándose en aquel extremo del salón sin que nadie pueda saber qué piensa durante sus largos silencios, ni por qué es tan huraño con su vida.

El único que se sienta con Manolo es Salva, que aprovecha para tomarle el pelo con ilusas excursiones en autobuses repletos de mujeres guapas, a las que van a hipnotizar con sus artes seductoras. El humor desenfadado y picaresco de Salva obliga a Manolo a salir de la oscuridad y una leve luz lo ilumina durante unos instantes.

Casi sin terminar de subir la persiana, empiezan a aparecer los personajes que darán vida a este guión previsto. Desde que dejó la mar y atracó en el bar, ha ido descubriendo a otros náufragos, a los que ayuda a embarcar y desembarcar de sus historias en este embarcadero varado. Mañana no será él quien abra. Cuando termine la jornada de hoy, se irá en su barca, ligero de equipaje, como le enseñó el poeta, desde El Embarcadero de la Esquina hasta las latitudes de una nueva vida.

#fotografía: @jbedrina, #narrativa: Virginia Vera. Cursos @NessBelda, apoyo de @RevistaMoonM Clic para tuitear

El embarcadero de la esquina. Virginia Vera.

Relato final de CURSO ONLINE DE TÉCNICAS NARRATIVAS NÉSTOR BELDA

Fotografía de Javier A Bedrina