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El lector ante sus propias incertidumbres emocionales

Desde siempre ha existido algo así como un matrimonio de conveniencia entre literatura y psicología. Entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX,  con Édouard Émile Louis Dujardin (1861-1949) en Les Lauriers sont coupés (1888), comienza a utilizarse el monólogo interior como técnica para que el lector explore las zonas más oscuras de la conciencia de los personajes. Su consolidación llegaría con la incorporación de la técnica en las obras de autores como Henry James, Virginia Woolf, Willam Faulkner y, especialmente, con Ulises (1922) de James Joyce, en el que influyen las teorías de Sigmund Freud sobre el inconsciente y las ideas de Williams James acerca del stream of consciousness.

Mis inquietudes literarias tuvieron su punto de inflexión, a mediados de los noventa, cuando entré en contacto con los avances en el campo de la inteligencia emocional. Tras comprender cómo funcionan las emociones humanas, intuí un más allá, una nueva dimensión, de la frase que John Gardner nos dejara en El arte de la ficción (1961):

El asunto primordial de la ficción ha sido, es y será siempre la emoción humana, las creencias y los valores de los seres humanos.

Mi primera intuición, después de leer a investigadores como Peter Salovey, John D. Mayer y Daniel Goleman, fue que el lector conecta con la obra literaria a partir de sus propias vivencias emocionales. Las nuevas teorías psicológicas señalan que las personas percibimos y cuestionamos la realidad con nuestro propio andamiaje emocional. Trasladado a la literatura, una historia no conmoverá al lector con construcciones aparentemente emocionantes del tipo «Mengano contemplaba la puesta del sol con una inmensa tristeza». Con ese tipo de frases podrá «comprender», pero nunca experimentar.

El lector conecta con la obra literaria a partir de sus propias vivencias emocionales. @NessBelda Clic para tuitear

Las  investigaciones transculturales del psicólogo y antropólogo Paul Ekman demostraron que las emociones son las mismas para todas las personas pero que —independientemente de las creencias, culturas o época— son reacciones conductuales subjetivas. Dicho de una forma más sencilla, todos sentimos miedo o asco, pero lo que estimula dichas emociones básicas es diferente en cada uno.

No creáis que con todo esto me estaba aventurando en territorios literarios vírgenes. Para mí lo eran, pero otros escritores ya habían explorado estos caminos. Ernest Hemingway, en la entrevista que le realizó George Plimpton para el París Review (1958), dijo:

Lea usted cualquier cosa que yo escriba por el placer de leerla. Todo lo demás que usted encuentre será la medida de lo que usted mismo aportó a la lectura.

El lector como sujeto de las emociones

Quizá, la diferencia consista en que yo busco que lo que el lector aporte a la lectura sea, justamente, su andamiaje emocional. ¿Por qué pretender o inducir —o pretender inducir— una respuesta emocional determinada del lector frente a mi obra literaria? A raíz de las conclusiones de Paul Ekman, es inevitable pensar que, como lectores, somos capaces de identificar y percibir el marco emocional de cada escena sin necesidad de que el autor nos despliegue un manual de instrucciones que las explique.

Si la escritura nace en mí como una búsqueda de respuestas, el lector buscará las suyas. @NessBelda Clic para tuitear

Entonces, me dije, si la escritura nace en mí como una búsqueda de respuestas, el lector buscará las suyas, y si es así, importan más las emociones del lector que las que quiera «explicar» el autor. La frase sonaba estupenda, de esas que se retuitean mucho, pero también implicaba que si quería explorar la posibilidad de que cada lector interviniera en la historia con su forma de percibir la realidad, sus creencias (muy importantes) y sus experiencias emocionales, debía ir en busca de una narrativa aséptica, de una cercanía distante (si el oxímoron es tolerable, como diría Borges), desprovista de cualquier estímulo conductista, y levantar mundos ficcionales que el lector pudiese experimentar a través de su propio constructo emocional. Todo debía cambiar. La «actitud» del narrador, el estilo de adjetivación, descartar cualquier frase denotativa… Resumiendo, una escritura sin concesiones retóricas, que deje al lector frente a sus propias incertidumbres emocionales, admitiendo que cada historia que yo escribiera tendría una pluralidad de significados y respuestas emocionales. Tantas como lectores, y todas definitivamente válidas.

Cambiar la «actitud» del narrador, el estilo de adjetivación, las frases denotativas. @NessBelda Clic para tuitear

Por eso escribo como escribo. Porque desde entonces, para mí la literatura es un hecho lingüístico cuya mayor complicación es comprender que la palabra no se escribe para ser leída, sino para ser vivida; que no es un fin en sí misma, sino que su valor no excede el de ser el elemento que transporta la historia y la expande. Comprendo que, para algunos, esto pueda parecer un exceso de misticismo literario, y quizá lo sea. A veces dudo de mi condición de escritor y pienso que solo soy un explorador de las fronteras del lenguaje. Sin embargo, cuando cerramos un libro, podremos recordar algunas frases, acaso con mayor o menor nitidez, pero que el tiempo, inexorablemente, se encargará de difuminar. En cambio, lo que permanecerá, nítida e inalterable, es la experiencia emocional. Por algo será.

A veces pienso que solo soy un explorador de las fronteras del lenguaje. @NessBelda Clic para tuitear

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Néstor Belda, CURSO ONLINE DE TÉCNICAS NARRATIVAS