En pedazos menudos: el lirismo libertario de lo cotidiano

En pedazos menudos es un sendero que trasciende a cada paso en un continuo de introspección confesa. El poema que desencadena la travesía, «Trozos de papel» en «A pesar del cansancio infinito», primer tramo de los tres que componen el poemario, germina como honrado preludio de un encuentro diáfano, un descubrimiento de desnudez honesta, respirable y madura:

Los trozos de papel

caídos de la mano del poeta

no son cadáveres rendidos al pie de lo inservible

Un ejercicio de recogimiento y entalladura veraz, donde convergen la necesidad de libertad del ser humano, y el aprisionamiento de una alambrada concebida como un cuestionamiento constante de las más profundas inquietudes que acechan a la poeta y a las que mira de frente. El grito de Antonia María Carrascal no es un grito impulsivo, sino el fruto de una vivencia consciente y sentida en toda su hondura y grandeza; un grito real, cuyas cicatrices se posicionan certeramente en el lugar preciso con el cometido del recuerdo urgente y necesario, y la perspectiva de una vida que, como revelan sus versos:

Te mira con destellos infantiles

hasta conseguir que le des la capa,

que le brindes la copa

para asfixiarte dentro

y quebrar tu cintura pidiendo explicaciones

#EnPedazosMenudos de @CarrascalMara: un continuo de introspección confesa. @edenhuida Clic para tuitear

En este recorrido inaugural de su poemario En pedazos menudos, se puede respirar y tocar un dolor que busca anidar en las entrañas y que la poeta indefectiblemente acoge, sin doblegarse y tratando de hallar en los orígenes de su propio tiempo la salvación que de un modo implícito alberga  su pureza pasada, que siente y sabe, aún latente en algún rincón, aguardando la inocencia de una horizontalidad no mancillada por el transcurso del tiempo, acaso irreparable en su significación. Un dolor del que no huye, sino que abraza con todo el alcance que su ser le hace posible. Un dolor que siente en la más absoluta inmensidad de su propia existencia con la constante de su palabra, que, a la poeta en ocasiones da tregua, pero sin que deje, por ese receso temporal, de entregarse. Y quizás haciéndolo aún más si cabe, dado que es tal la consonancia entre ambas, que se hace difícil saber cuál de las dos alumbra a la otra.

Es la suya una palabra que se antepone, una palabra que se rebela, una palabra que busca ser, que pregunta al dolor por las razones de su asechanza, tan velada como innegable y certera:

 Y después,

afirmándose en silencios;

refiriéndose a sí misma

su timbre,

su cadencia,

la vital

esponja que entre sístoles anima

se enquistó en el dolor

Ante el ferviente compromiso de Antonia María Carrascal con la poesía, la palabra se erige como protectora de su integridad y limpidez poéticas, sabedora de su intensidad y de la dimensión de su lealtad y su fuerza. Como si ambas se nutrieran la una de la otra, en una simbiosis de reciprocidad por lo vivido, el segundo tramo del camino, «Larga Valentía», es un manifiesto natural y consecuente donde la poeta logra reflejar, con identidad asombrosa, el deseo de vivir más allá del propio instinto de supervivencia:

y se vuelca hacia dentro

a buscar el perfil de la otra

que soy en solitario

Se produce un reencuentro con la totalidad de su ser a través de una combinación perfecta de ausencia y afirmación, donde la eclosión de su propia realidad, en sus distintas manifestaciones, y la profesa coincidencia con el otro en un presente inacabable, sitúan la posición de cada pieza en ese puzle que nos transmite. Es la vida, la necesidad de dolerse a uno mismo en cada una de las estocadas, aun hechas oquedad:

Desde el fango y el polvo nos izamos,

caracolas dolientes sacudiéndonos

las amapolas muertas, los cuchillos,

la escasez de la risa

que como peces pétreos aventaba.

Es la alborada, el tiempo en que la poeta alberga, en el regazo añil de su esencia, la llanura complaciente y generosa en su fecundidad, del amor que se revela fontanal de luz; manantial en cuya médula la vida reverdece. La dehiscencia de su memoria como impulso insoslayable a la piel que la habita, la redención por los interrogantes sempiternos:

y en la gruta suave de tu boca

me resguardo del llanto,

del azufre,

del grito,

donde la pesadilla pespuntea

la calma geografía

que apacientan mis credos

Antonia María Carrascal, con la sencillez sublime del árbol cuya raíz lo fortalece, nos muestra un camino andado con la humildad grandiosa de unos pies descalzos pero no despojados; unos pies que transitan la hierba sin desdeñar el barro y la piedra. Y es en ese trayecto donde uno se adentra en la tercera parte del libro, «Las alas tronzadas», la imagen de una libertad que, en su hermosura y su fertilidad, es vulnerable, y está expuesta a la finitud de una vida que solo en el alma se torna inextinguible:

Apenas estrenaba el nuevo día

Me vino un ángel negro con tu muerte

Es en este enclave del paraje donde la poeta busca de forma incesante, pero con la quietud de lo andado y la feracidad ahora inaplazable de lo vivido, ese lugar neurálgico en el cual no perder la fe y continuar por la vereda de su ser sensorial con la extensión de la pérdida. Un espacio en el que aprender a respirar la savia de la existencia, con la consciencia imperiosa y la aceptación apremiante, pero reflexiva, de lo perecedero en su vertiente física:

dónde situar el baluarte de la risa?

¿por qué vena conducir

el pabilo de la vela

que gotee mansamente

campánulas de esperanza?

Hay en la voz de su palabra una pregunta que sabe sin respuesta, mas una certeza irrebatible habita en su poesía: la huella terminante de la razón vivida.

En pedazos menudos es el semblante cristalino de un alma que brota; el rostro donde el lector se percibe, a cada paso, como compañero inherente a su sentir poético, voz partícipe de un canto tan personal por su idiosincrasia, profusa en matices, como colectivo por su humanidad de identificación ineludible. Poesía de temblor sutil y exquisitez precisa; poesía de satinado abrazo y emotividad iridiscente; poesía hipodérmica que, como tal, se adentra con un ritmo polifónico que te mece con la delicadeza penetrante de esos pedazos menudos, en un verbo de personalidad palpitante.

#EnPedazosMenudos de @CarrascalMara. La huella terminante de la razón vivida. @Ainhoa_Retenaga Clic para tuitear

 

 

En pedazos menudos

Autor: Antonia María Carrascal

Ediciones En Huida.

Colección Poesía en Tránsito.

10.00  IVA Inc.

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Reseña de Ainhoa M. Retenaga