Escribir o no escribir, ¿la cuestión es hacerlo?

Escribir, antídoto de la desesperación, por Michèle Rodríguez

Recuerdo la niñez como un lugar estrecho, oscuro y solitario, como una foto en blanco y negro que los años han marchitado.  Al final del túnel, una luz glauca que llamaban futuro. Apenas resplandecía en la oscuridad, parecía lejana, casi inaccesible. Justo detrás de mí, estaba mi infancia, ya borrosa, como un espejismo que se desvanecía sin remedio.

En mi memoria sin embargo, una imagen permanece intacta; una puerta grande y ancha, la puerta blanca de la escuela. Cada lunes esperaba con ansias el momento en que se abriera para salir de mi pequeño mundo y entrar en su universo lleno de vida, de colores, para encontrarme con otros niños y, sobre todo, con libros. Los libros eran para mí como ventanas al exterior desde donde me asomaba para mirar el mundo y respirar aire fresco. Fueron compañeros de mi infancia, ocuparon el lugar vacío de los hermanos y primos que nunca tuve y me salvaron sin duda del aburrimiento y  la soledad.

Con ellos crecí y aprendí, descubrí palabras nuevas capaces de despertar mi imaginación, palabras creadoras de mundos y sueños, de ficciones imposibles y realidades alternativas. Con ellos viajé, recorrí el mundo y viví mil aventuras. Acabé pronto los de la colección rosa de la Condesa de Ségur que me regalaban a cada cumpleaños, los de la colección verde y azul que me tocaba recibir por Navidad. Devoré todo lo que encontraba a mi paso, y cuando no quedó nada, recurrí a las bibliotecas. La de la escuela primero, luego la de mi pueblo, algo más grande, y por fin la inmensa y maravillosa biblioteca de la ciudad, donde descubrí los clásicos. Stendhal, Georges Sand, Honoré de Balzac, Baudelaire, Camus

Pero leer pronto dejó de ser suficiente. Las palabras atesoradas en mi memoria habían hecho germinar mil ideas en mi mente, y ardía en ganas de escribir mis propias historias. En aquel entonces no existían los juegos electrónicos, las consolas, ni Internet, los juguetes eran escasos y teníamos que inventar los que nos faltaban. Compartía con mi hermano aventuras improvisadas, creando mundos de cartón habitados por soldaditos de plomo, animales de plástico y muñecos, pero pronto me resultaron insuficientes. Quería más. Empecé a escribir. Por aquel entonces tenía casi catorce años, y nunca más lo dejé. La escritura fue la continuación natural de mi pasión por la lectura, pasó a formar parte de mi vida y me atrapó para siempre.

La escritura fue la continuación natural de mi pasión por la lectura. @MachadoMichele Clic para tuitear

El mundo ha cambiado mucho desde entonces. Internet ha vencido en gran parte el aislamiento físico, las distancias y ofrece información infinita sobre cualquier tema. Los niños leen poco, no sienten la necesidad de hacerlo. Tienen a su alcance una oferta tentadora de películas y juegos que les proporcionan emociones, aventuras y sensaciones, sin mayores esfuerzos. Cuando llegan a la adolescencia leen menos y a la edad adulta muchos confiesan no abrir nunca un libro.

Resulta paradójico constatar que si cada vez hay menos lectores, aumenta en cambio el número de los que quieren escribir, o tal vez debería decir, de los que quieren publicar.

Cada vez hay menos lectores y aumenta el nº de los q quieren #escribir o publicar. @MachadoMichele Clic para tuitear

Años atrás, publicar un libro era algo complicado, solo al alcance de unos pocos, pero hoy todo el que se lo propone puede hacerlo. Con la autopublicación, han proliferado los libros de autores noveles en grandes escaparates como Amazon,  muchos de ellos de dudosa calidad. Hoy en día, muchos se llaman escritores, y pocos lo son, pero lo que es evidente es que mucha gente quiere escribir, e intenta hacerlo. ¿Qué fuerza misteriosa les motiva?

No vamos a hablar de los profesionales, los que viven de su pluma porque han sabido dar con la tecla adecuada, combinar suerte, talento, trabajo y relaciones, y han conseguido hacerse un sitio en el mundo editorial. Vamos a fijarnos en los demás, los escritores desconocidos, noveles o no, los que empiezan y los que llevan años soñando con la gloria. Tal vez lo que les mueve, el motor principal, es la necesidad de alimentar su ego. Vivimos en una era extraña. Hoy por hoy, todo es cuestión de imagen. Es más importante colgar las experiencias en las redes que disfrutar de eso que estamos o hemos vivido. Muchos arriesgan su vida para hacerse un selfie con la esperanza de que se vuelva viral. No sé si el hecho de presentarse como escritor ofrece una imagen atractiva de nosotros, nos hace parecer interesantes, da brillo y carisma a nuestro currículum. Podría ser una explicación. Luego hay otra: la ambición. A pesar de que las posibilidades de alcanzar el éxito publicando un libro sean remotas, muchos se aferran a la esperanza de hacerse famoso y lo intentan una y otra vez. Participan en concursos, se autopublican, invierten sus ahorros para imprimir unos ejemplares que colocarán a familiares y amigos, y si hace falta, hasta se convierten en vendedores. Tarde o temprano lo acabarán dejando, amargados, desengañados, decepcionados por haber dado tanto sin haber recibido nada a cambio, por no haber conseguido salir del anonimato.

El poeta pobre, de Carl Spitzweg

Y por último, están los que englobaría en el grupo de los escritores sin esperanza. Los que escriben por una necesidad emocional de expresión, porque les sirve de terapia, porque les pone frente a su verdad, a su vida, a sus recuerdos. Estos escriben y escribirán siempre, tengan o no tengan éxito, porque se ha convertido en su forma de vivir, su vocación.

Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para auto flagelarse. Pero, por supuesto, yo no lo sabía.

Truman Capote

Este don, esta vocación, tal vez sea una maldición. Escribir te lleva a un camino de introspección, te obliga a entrar en un laberinto sin retorno. Una vez que has iniciado este viaje, no puedes dejarlo, es adictivo. Siempre quieres escribir más y mejor. Cada paso que das te convierte en otra persona, te distancia de los demás y de ti mismo. Es un camino difícil, con más espinas que rosas. Esta vocación es como una gran llamarada que arde en ti, que ha de ser alimentada día tras día, un fuego interno que muchas veces te acaba devorando.

Dice la Biblia que al principio fue el verbo, la palabra todo poderosa, que conforma el mundo y da nombre a todo lo que somos capaces de imaginar. Personalmente, creo, como Samuel Becket lo afirma, que las palabras son todo lo que tenemos.

Las palabras son todo lo que tenemos. Samuel Becket. @MachadoMichele Clic para tuitear

Cuando pregunto a mis amigos que por qué escriben, unos contestan que por que les gusta, otros que no se lo plantean, otros que lo hacen porque lo necesitan. Hace poco se lo pregunté a mi hijo y me contestó que por fines estéticos, por el afán de crear algo bello, algo de lo cual pudiera sentirse orgulloso. Como era de esperar, me devolvió al momento la pregunta, y solo supe contestarle que escribo porque me siento mal si dejo de hacerlo, porque escribir me hace feliz. Es mi lujo cotidiano, lo que me hace olvidar las contrariedades y sinsabores de la vida diaria, los problemas, las limitaciones. Cuando el pasado me atormenta, cuando el destino me enseña su cara más amarga, cuando caigo en la cuenta de que la existencia es breve y se escapa entre mis manos, entonces escribo.

Es mi lujo cotidiano. #Escribir me hace feliz. @MachadoMichele Clic para tuitear

Lo que no le dije es que escribir es y será siempre para mí el antídoto de la desesperación.