Poesía y narrativa

En uno de mis artículos anteriores, La estética narrativa: El placer de la lectura, comenté que uno de los consejos que suelo dar a los escritores en ciernes es que lean poesía.

Yo leo poesía por el puro placer que me produce. A veces, consigo entrar en la significación que ha impulsado al poeta; en algunas ocasiones, es solo una intuición; y en otras, ni siquiera eso. En todo caso, como dijera María Mónaco, leer poesía es una vivencia similar a escuchar una canción en algún idioma que ignoramos: No entendemos nada de lo que dice, pero nos emociona. Esa es, exactamente, mi esencia como lector de poesía: Emocionarme con lo que me transmite desde el punto de vista estético, y que me mantiene en la lectura.

En esta ocasión, mi inquietud literaria va en busca de la posibilidad de una estética de la poesía en una narrativa no poética —aunque suene contradictorio—, para que el simple placer de la lectura cautive al lector y lo conduzca al fondo de la historia. Aclaro que no soy un erudito en poética, apenas si soy un narrador que busca. Sin embargo, y a pesar de mi torpeza, tengo claro que cuando digo «estética poética» no me estoy refiriendo a floritura, a versos recargados de palabras altisonantes, ni aquellas otras que parecen emocionantes.

La inquietud literaria de @NessBelda busca una #estética de la poesía en una narrativa no poética Clic para tuitear

Desde hace muchos años intuyo que entre la narrativa y poética hay un puesto fronterizo cuyos guardianes son el ritmo, la concisión, la precisión, la concreción y esa sensación de que cada palabra, y cada frase, se va irradiando en todas las direcciones para, primero, impregnar y, luego, trascender, todo lo escrito.

Quizás un ejemplo de lo que digo sean las primeras frases de «El avión de la bella durmiente», de Gabriel García Márquez:

«Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes».

En «Correr», de la escritora Alba Sabina Pérez, autora del poemario Ya nadie lee a Pentti Saaritsa, encuentro una estética que te desliza de verso en verso. No importa lo que me llegue a nivel racional, el placer de la lectura lo sobrepasa. Reproduzco un fragmento, los versos finales.

Ahora entrégame lo que es mío,
coge todos los relojes
y todas las pastillas que me quedan
y mide con la mano
el peso de una luna intacta
y mide a conciencia
el peso de la música
de Debussy
que me has concedido.

Guarda las hebras de tabaco,
ya no quiero fumar después de tocarte
ni quiero volver a reconocerme,
ni quiero salvarme,
ni quiero estar despierta.
Sólo necesito un trago para volver
a donde nos conocimos
y respirar:
Eres tú quien descendió al paraíso
en vez de quedarte conmigo.

Con Evelyn de Lezcano, autora de los poemarios Hombre y De los que Nadie Habla, me reencuentro —como con muchos otros poetas— con esa sensación de una lectura que me cautiva y que me impulsa a buscar en mi interior los significados de las imágenes sugeridas.

¿Reencontré a la niña paseando dunas?

¿Eres?
Tienes los pies descalzos
y tatuada la herida de Ulises.
Niña, no sé si quiero preguntarte
con un latido en mis ojos,
con el latido y el sudor desgajándose por la mandíbula.
Los zapatos, niña.
Tiene que haber un lugar donde encontrar
el abandono de los recuerdos entre los granos de arena
que trae el viento.
Yo también sueño con alguien que unge
los pasos heridos
¿Cómo te dejaron sola, sin abrigarte los pies?
si todos saben
lo que las dunas llevan en el alma.

Pero ¿qué tienen en común el fragmento de Gabriel García Márquez y los versos de Alba y Evelyn? Inevitablemente, hay que mencionar la naturalidad, constituida por la sencillez de un vocabulario de andar por casa. La forma de coordinar los versos y las oraciones se traduce en un ritmo que nos desliza por cada verso y por cada frase, sin darnos cuenta. La plasticidad, construida con elementos concretos, de esos que se pueden oler, tocar, escuchar. La precisión de las palabras seleccionadas, y la concisión, que no es brevedad, si no densidad de significado.

Como dije, soy torpe e ignorante al respecto, pero tengo claro que a los narradores nos interesa la poesía. Hay una estética, custodiada por aquellos guardianes fronterizos, que nos importa —y mucho— porque hace que un simple hecho lingüístico, con la naturalidad de un juego del lenguaje cotidiano, se convierta en arte.

Esa #estética que consigue que un simple hecho lingüístico se convierta en arte. @NessBelda Clic para tuitear

 

Néstor Belda, escritor y profesor de técnicas narrativas