Mary Anning descubrió y catalogó numerosos restos fósiles a lo largo de su vida.

Artículo de Paola Iotti originalmente publicado en la revista italiana Caffè Book.

Mary Anning: una viajera en los mares prehistóricos

Se dice que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer que le ha permitido llegar a ser lo que es librándolo del peso de la cotidianeidad, consintiéndole dedicarse a sus actividades y dándole buenos consejos.

Hay otras mujeres que han permanecido en la sombra, a pesar de haber contribuido en primera persona a descubrimientos científicos de cuyos resultados no han podido disfrutar debido a su condición femenina y a que los hombres se han apropiado de sus logros.

Mary Anning es una de ellas.

Nace en 1799 en Gran Bretaña en Lyme Regis, una localidad costera donde se ambientará la original novela de John Fawles La mujer del teniente francés.

Las rocas a lo largo de la costa se remontan al Triásico, Jurásico y Cretácico: en ellas se encuentran  fósiles de gran importancia, sobre todo en las capas arcillosas llamadas Blue Rias. La pequeña ciudad era una zona turística apreciada por la nobleza y la burguesía inglesa y la venta de fósiles como curiosos souvenirs, permitía a la familia de Mary ganarse la vida.

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El padre, ebanista, les enseñó a Mary y a su hermano a buscar “dedos del diablo” (belemnites), “piedras de serpiente” (ammonites) y “vertebayas” (vértebras de animales).

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#MaryAnning descubrió y catalogó numerosos restos fósiles a lo largo de su vida. Vía @RacheleAgo Clic para tuitear

Cuando Mary tenía quince meses, se produjo un hecho extraordinario: durante una exhibición de caballos, estalló un temporal y algunas mujeres, entre las cuales se hallaba una vecina que la tenía en brazos, buscaron refugio bajo un árbol que fue alcanzado por un rayo. Mary fue la única superviviente y más adelante este episodio fue considerado como la causa de su brillante inteligencia. ¡Había que recurrir a argumentos fuera de lo común para justificar la existencia de una mujer con capacidades extraordinarias!

Tuvo una educación muy limitada y aprendió a leer y escribir en la escuela cristiana congregacional del lugar.

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Su padre murió cuando tenía sólo once años y la necesidad de ayudar a la familia la llevó a seguir sus huellas en la búsqueda de fósiles; era muy escrupulosa, atenta y extremamente curiosa. Salía durante la marea baja después de los temporales cuando el viento, la lluvia y las olas facilitaban la disgregación de las rocas. Era una actividad peligrosa ya que se verificaban desprendimientos y derrumbes como el que causó la muerte de Tray, su perro fiel, ocasión en que ella misma arriesgó la vida.

 

 

 

Cuando tenía doce, años su hermano encontró un fósil desconocido: el cráneo de un Ictiosaurio, un réptil marino parecido al delfín, considerado inicialmente como cocodrilo. Mary logró localizar el esqueleto completo que extrajo y limpió para revenderlo a un coleccionista hasta que llegó a manos de un naturalista que trabajaba en el British Museum y le fue atribuida su correcta identidad.

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Cráneo de Ictiosaurio en el Museo de Ciencias Naturales de Londres.

Mary Anning revoluciona la Paleontología

En 1823 encuentra el primer Plesiosaurio completo. Es un réptil acuático extinguido, de cuello muy largo: debido al elevado número de vértebras, jamás visto hasta ese momento, el descubrimiento generó las sospechas de George Cuvier, el más importante anatomista y naturalista del período, que suponía que era falso. El descubrimiento de un segundo ejemplar íntegro elimina toda duda y las habilidades de la joven comienzan a abrirse camino.

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Plesiosaurio, 1824

En 1828 desentierra un Pterosaurio, primer réptil volador individuado en Inglaterra y el año siguiente, nuevas especies fósiles de peces, una de ellas, la Squaloraja.

Mary no pudo continuar sus estudios. Sin embargo, a pesar de ser autodidacta, logra recomponer los huesos de animales desconocidos con gran habilidad y reconstruir su esqueleto con increíble maestría. Los visitantes que compran los restos le dejan o le envían artículos científicos que examina con avidez y que a veces hasta critica; aprende anatomía seccionando peces y sepias y esto le permite visualizar, por analogía, el aspecto de animales ya inexistentes.

#MaryAnning, la mujer que revolucionó la #paleontología en el siglo XIX. Paola Iotti @RacheleAgo Clic para tuitear

Para apreciar la intuición de Mary Anning, hay que tener presente que en aquella época el concepto de extinción se asomaba a un mundo en el cual los teólogos, tomando la Biblia al pie de la letra, lo negaban absolutamente.

Uno de los compradores de los fósiles de Mary era el geólogo Charles Lyell, sincero admirador de su trabajo y amigo y protector de Charles Darwin. Durante el famoso viaje a bordo del Beagle, Darwin consultará el libro de Lyell Principles of Geology que fue influenciado por los descubrimientos de la joven.

A los veintisiete años, con los ahorros obtenidos de la venta de los restos, Mary compra una casa y abre una tienda en la planta baja: la Anning’s Fossil Depot, que se vuelve punto de encuentro de estudiosos y celebridades: el rey Federico Augusto II de Sajonia, los responsables de los museos de Historia Natural de Londres y Nueva York, los geólogos y paleontólogos Buckland, De la Beche, Conybeare, Agassiz, Muchinson (cuya mujer la pondrá en contacto con clientes en Europa). Uno de los visitantes, Lady Harriett Silvester, declarará maravillada en 1824, que aquella joven pobre y semi analfabeta era capaz de mantener conversaciones con profesores universitarios y expertos que reconocían su altísimo nivel de conocimientos.

La curiosidad constructiva de Mary Anning la llevó a alcanzar importantes resultados basándose en sus atentas observaciones.

Una de estas se refería a los excrementos fósiles que en aquella época no se reconocían como tales sino que recibían el nombre de bezoar. Mary notó en ellos trozos de huesos, escamas y restos orgánicos. Cuando los encontró en el interior de un esqueleto,llegó a la conclusión de que se trataba de las heces de las criaturas prehistóricas y habló sobre el tema con Buckland, profesor de Geología en Oxford, que publicó un artículo sosteniendo esta idea y reconociendo el rol de Mary Anning en ella.

Su mente abierta a la observación y las experiencias en la disección de moluscos la condujeron a descubrir la verdadera naturaleza de los “dedos del diablo”, o belemnites: habiendo encontrado una bolsa de tinta en una de ellas, llegó a la conclusión de que se trataba de una raza extinta de sepias.

Belemnites

Belemnites

Mujer en un mundo de hombres

Desgraciadamente, el hecho de ser mujer y de pertenecer a la clase obrera constituía un obstáculo infranqueable.

Acreditados científicos adquirían sus restos y los presentaban a menudo como descubrimientos personales sin haber intentado nunca ir a buscarlos entre los acantilados de Lyme Regis y sin que ni siquiera supieran cómo hacerlo. Era reconocida oficiosamente por sus colegas que recurrían a ella para recibir consejos, ayuda y opiniones pero que luego se atribuían todos los méritos. Solo Buckland y Cuvier la citaron en los informes científicos mientras Agassiz le intituló dos especies de peces fósiles en agradecimiento.

No la admiten ni siquiera como visitante a la Geological Society of London, a pesar de que sus miembros utilizaran sus ideas y opiniones para datar los fósiles y describir las eras geológicas.

En 1835 pierde todos sus ahorros en una inversión errada y así, Buckland se activó ante el gobierno y la British Society for the Advancement of Science para concederle una pensión que le consintiera un mínimo de seguridad económica.

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En 1846 muere de un tumor de pecho y el presidente de la Geological Society, De la Beche, le dedica un elogio fúnebre leído en la asamblea como si hubiera formado parte de ella y que se edita incluso en la publicación periódica de dicha sociedad, honor jamás concedido antes a una mujer. Un reconocimiento póstumo e “hipócrita” a una persona que contribuyó enormemente al progreso de la Paleontología pero que murió decepcionada por la continua apropiación de méritos que nunca le fueron públicamente reconocidos en vida.

En 1865, Charles Dickens describió las dificultades que Mary Anning encontró en su camino en un artículo escrito en el semanario All the Year Round en el que daba testimonio de sus grandes conquistas.

En 2010 la Royal Society, en ocasión del 350 aniversario de la fundación, incluyó su nombre en la lista de las diez mujeres inglesas que más contribuyeron a la historia de la ciencia.

Me gusta recordarla en un trabalenguas que le dedicaron en 1908: “She sells sea shells on the sea shore…” e imaginármela en los acantilados, el cabello al viento, las manos entumecidas y sucias de arcilla, respirando el olor salobre del mar mientras escruta atenta las capas de roca, explorando y excavando en compañía de su perro y el graznido de las gaviotas como música de fondo. La mente sumergida en épocas pasadas, al igual que una viajera del tiempo capaz de reconstruir a partir de curiosas piedrecillas un mundo fantástico poblado por gigantescas criaturas que cobran vida gracias a una inteligencia profunda y brillante.

#MaryAnning sufrió una constante apropiación de méritos por parte de los científicos de su época. Clic para tuitear

Artículo de Paola Iotti, escritora. Traducido por Graciela Pelfort, profesora de español y traductora.

Artículo originalmente publicado en la revista italiana Caffè Book.