Rasgar la tierra es mucho más compleja que lo que da a entender su sinopsis: dos trabajadores jóvenes, Luis y Raúl, sobreviven a los recortes en la casa de cultura del pueblo donde trabajan. Llega un tercero, Miguel, que trabaja gratis. Los celos, el abuso, la lucha por la supervivencia se desatan. Es una lucha miserable, pues Luis, Raúl y Miguel están defendiendo su posición de precariedad. Aún puede verse Rasgar la tierra, de Josep Maria Miró, en los Teatros Luchana, en Madrid. Últimas funciones los viernes 20 y 27 de enero. El texto de Josep Maria Miró plantea varios conflictos paralelos, pues en el hundimiento no hay orden. Todos los problemas afloran al mismo tiempo: los recortes lo arrasan todo; quien –circunstancias de la vida– se sitúa un milímetro por encima de otro es capaz de ejercer un poder humillante, tan indigno como el que él mismo recibirá por parte de sus superiores; todo parece estar organizado para tener que quitarse de en medio a cualquiera que estorbe la supervivencia en el medio laboral; todo vale, la humillación, el abuso, el menosprecio, la manipulación… Clase trabajadora enfrentada, por tanto, que olvida que los intereses de los trabajadores son comunes, que su enemigo no es su semejante.

Esta situación, tan frecuente en los últimos años, permite a Josep Maria Miró analizar y exponer la complejidad de las relaciones personales y de poder en el ámbito laboral. Pero no solo. Hay más: la llegada de un anónimo convierte este material sórdido en un thriller. Esta parte no se ha de desvelar. Pero contiene una buena parte de los elementos de introspección y de relaciones personales en los que Miró se desenvuelve con formidable acierto, como ya había demostrado en El principio de Arquímedes (2012).

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En Rasgar la tierra hay un juego extraordinario de interrupciones de la línea cronológica –analepsis y prolepsis–, que sitúan la atención del espectador ora en el presente, ora en el pasado o en el futuro, pero que sirven también para captar al mismo tiempo que los personajes –que en ocasiones observan las acciones pasadas de los otros– el significado de situaciones aparentemente banales que sirven ahora para zaherirse. Todo se desenvuelve, pues, sobre un inmenso juego de reproches sobre lo que uno hizo o dejó de hacer. Un modo, como otro cualquiera, de estrangularse mutuamente con las palabras.

Así tejido, el texto logra mantener la atención del espectador sobre unos asuntos tan cotidianos que parece que, de un momento a otro, sus personajes van a pararse a descansar en la butaca de al lado. Rasgar la tierra es puro naturalismo, como el cine de Ken Loach, de Robert Guédiguian o de Eloy de la Iglesia. Solo que ya no hace falta acercarse a las clases marginales para analizar la lucha por la supervivencia: la nueva clase media da el perfil.

Recientemente se pudo ver en el Off del Lara una obra que también puede calificarse de naturalista: La mudanza, de la Compañía Perigallo, con texto y actuaciones de Celia Nadal y Javier Manzanera, y dirección de João Mota. Escribí entonces que “se ha hecho poco teatro, poca novela, poco arte sobre los efectos de la crisis actual sobre las personas”. Ambas, La mudanza y Rasgar la tierra vienen a mitigar esta falta en una época en que sin duda necesitamos que se nos muestre nuestra propia sociedad para poder comprenderla.

Miró vuelve a algunos de los temas que ya trató en el El principio de Arquímedes: el contacto con los niños, la reacción de los adultos, el poder de las redes sociales… Incluso un aspecto formal, la ruptura de la línea cronológica, es también reconocible.

Cartel del estreno de Rasgar la tierra, Alicante, julio de 2016

Cartel del estreno de Rasgar la tierra, en Alicante, en julio de 2016

Tres personajes, pues, conforman un trío desigual: dos de ellos se apoyan mutuamente en su escarnio del tercero, del enigmático Miguel, el único que aporta luminosidad. Tres actores que parecen continuar sus vidas sobre la escena: expresiones coloquiales, mobiliario de oficina de oferta, camisas arrugadas, ropa que no acaba de sentarles bien y que, sin embargo, les hace parecer cómodos con su aspecto…

Chechu Moltó da vida a Luis, el personaje más pretencioso, el que trata de vestir bien. Hay cierta aspiración en sus pantalones, sus zapatos, en su corte de pelo, e incluso en la corbata estrecha que se pone muy incorrectamente. Luis es el que trata de conservar las apariencias a toda costa, aunque para ello hurgue, manipule y calumnie a sus compañeros.

Manuel Varela interpreta a Raúl, a quien es preferible tener de amigo, pues quizá sea divertido por las buenas. A las malas, Raúl es un mal bicho. Es una persona acorralada que la toma con el más débil. Su aspecto descuidado se corresponde con sus modales.

Y Joaquín Mollà da vida a Miguel, el iluso, el altruista, el que trabaja gratis, la amenaza. Sus vaqueros, sus botas, su cazadora lo señalan como el outsider. Despierta ternura, pues apenas se defiende y es el blanco de todos los ataques.

Atentos al desarrollo de la trama que preparan estos tres, porque la realidad puede emocionarnos.

Rasgar la tierra es una función muy aconsejable para quienes esperamos ver teatro realmente conectado con la realidad.

No esperen para ir a verla, que no va a estar siempre.

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Teatros Luchana. Madrid

Autor: Josep María Miró

Traducción al castellano: Eva Vallines Menéndez

Dirección: Jorge Muñoz

Reparto: Chechu Moltó, Joaquín Mollà y Manuel Varela

Producción: Criadero de morsas

 

Crítica teatral de Alfonso Vázquez