Qué sería de nosotros sin ellos, los referentes culturales de toda una vida…

Referentes culturales: cómo duele su muerte

Miras alrededor y solo ves grises. Y entre tanto gris te sientes oveja negra. Aunque lo peor no es  lo que tú sientas, sino lo que te hacen sentir y cómo te afecta.
La cultura es el bicho raro en este mundo de vanidades y atropellos. Y es que, dentro de la coyuntura laboral tambaleante que vivimos, lo que parece estar en boga es «el descanso del guerrero» tras la cruenta lucha diaria: llegas a casa, cena familiar, mando, sofá y cama. Más grises.
Y en esta «marea monocromática», ¿dónde quedan los referentes culturales? ¿Dónde, las conversaciones amables sobre música, libros, películas…? O cambias de círculo o te apuntas a un club, te dices a ti mismo. O te metes en las RRSS que allí hay de todo —sí, ya… también postureo, lo sé…—. Por supuesto, lo haces, porque sabes que si preguntas si ha muerto Leonard Cohen, te responde medio Facebook y no tienes que aguantar esas caras de borregos atónitos con la interrogante clavada en los ojos: ¿De qué me hablas?
Referentes culturales: cómo duele su muerte. Quizás porque cada una de ellas (las muertes) supone el anuncio de la nuestra. Éramos jóvenes y ellos, no tanto.
Con ellos descubrimos el mundo; soñábamos con odiseas espaciales, nos dejábamos envolver en las notas del vals del poeta en Nueva York; vibrábamos con sus proezas en la pantalla. Y más adelante, ya alcanzada cierta edad, abríamos los ojos ante la injusticia social y política a través de sus textos.
Somos conscientes de nuestra propia finitud, y da lo mismo que lo hayamos sabido siempre, la evidencia es cada vez más cruda, por cercana, cuando nuestros ídolos y maestros en la distancia cierran su puerta e inician el viaje.
Ese viaje que, si no sabemos aprovechar sus enseñanzas, nos mostrará su cara más gris: el olvido.

Artículo editorial de Txaro Cárdenas