No sé nada sobre ti y, sin embargo, Aran, ya no estás aquí. No hay nada peor que irse con solo seis años de vida. No es justo. Maldito inflable. ¡Maldito seas, domingo abominable! Comprar un inflable para atraer niños y mejorar las ganancias es una buena táctica, pero las medidas de seguridad son lo primero y fallaron estrepitosamente. Ahora los propietarios del restaurante, para su desgracia, deberán asumir toda la responsabilidad por su conducta negligente —la policía científica los acusa de homicidio imprudente a pesar de que el suceso reúne también características propias de un desgraciado accidente— e independientemente de lo que les cueste, pagarán —y lo lamento— toda su vida el precio más alto. Esta «mierda» no debería haber pasado nunca. Nunca. Petita y bonica Aran, ojalá te hubiera visto el día después del accidente en el Aula Hospitalaria del Hospital Josep Trueta de Girona. Allí estaba Berta, otra niña de tu edad que estuvo también saltando y jugando contigo en el castillo inflable de Caldes de Malavella. Quién sabe si cruzásteis allí alguna mirada o alguna que otra sonrisa de complicidad —no sé si hasta os conocíais— aunque después del infortunado, triste y atroz accidente acabaríais ambas corriendo suertes opuestas. He pensado mucho en ti, Aran. Y quiero decirte que lo siento mucho. Que no te conozco ni te conoceré nunca, pero que estarás en mi corazón para siempre. Y quiero que todos te recuerden saltando y riendo. Saltando y riendo. Saltando y riendo. Así, contínuamente.

Quiero que todos te recuerden saltando y riendo. Saltando y riendo. @XavierAlcover Clic para tuitear

Por eso no quiero que este escrito lleve por título un «A reveure, Aran» (Adiós, Aran) sino un «Sempre aquí, saltant, Aran!» (¡Siempre aquí, saltando, Aran!). Quisiera recordarte así, detener el tiempo y contemplarte siempre con una gran sonrisa, saltando enérgica y libremente bajo un sol eterno de primavera. Porque el recuerdo es, por gracia o por desgracia, lo único que nos queda. Para mí no eres una niña anónima más que se ha marchado ni quiero que lo seas. Porque no debes caer en el olvido nunca, pequeña amiga, porque tu fuiste una niña de seis años única, especial, con una cara propia, con tu propia manera de ser y con tu propia manera de sonreír. El paso del tiempo jamás impedirá que me acuerde de ti, aunque jamás te haya conocido. Tan solo tengo que pensar en ti e imaginar que, a pesar de todo, quién sabe si seguirás ahí, desplegando sutilmente tus alas blancas en un mundo paralelo mejor que este. ¡Pero aquí, en la densa realidad de nuestro mundo, todavía hay rabia e indignación! ¡Que un fatal golpe del destino apague tu voz para siempre e invada de rabia, vacío, oscuridad y profundo dolor la vida de tus padres y demás seres queridos es una puñalada trapera clavada a traición y por la espalda por esta mierda que es, en ocasiones, la vida! Quiero decirles a tus padres que mis pensamientos han estado con ellos durante todos estos días de infierno indescriptible y que, sin pretender evadirme ni distraerme con cosas más amables, he navegado y sigo navegando solidaria y mentalmente a través de la idea de un dolor insoportable como el que ellos están sufriendo ahora. Nadie merecería sufrir un golpe así. Siento mucho vuestra gran pérdida…

Yo mismo tengo una hija de su misma edad y, por ello, en parte, puedo decir que «conozco» un poquito a Aran. Porque sé cómo son las niñas de seis años, las cosas que piensan, qué les preocupa, qué cosas les gusta, casi cerrando los ojos podría adivinarlo, aunque con dudosa precisión, pues cada niña es, a pesar de todo, un ser distinto, único y especial.

El día después del mortal accidente, en el Aula Hospitalaria del Hospital Josep Trueta de Girona, los ojos vulnerables de Berta todavía reflejaban el gran espanto por aquel fatídico domingo de primavera en Caldes de Malavella y, sin embargo, los jóvenes animadores socioculturales que visitaron el aula (alumnos de primer curso de TAS del IES S’Agulla de Blanes), lograron arrancarle unas sonrisas a ella y al resto de niños y niñas convalecientes allí presentes. Cabe decir que hicieron un trabajo digno y serio del cual, como profesor, estoy realmente orgulloso. Ellos y sus divertidos monstruos extraterrestres, los cuales propusieron a los pequeños «terrícolas» participantes una serie de preguntas y pruebas, lograron llenar de vida y optimismo el aula. Ellos y un dado gigante que decidiría al azar cómo sería el rostro de un gran monstruo de papel (si tendría un ojo, dos, tres o seis o si tendría dos, tres y hasta cuatro piernas o brazos).

Los jóvenes animadores socioculturales consiguieron arrancarles una sonrisa. @XavierAlcover Clic para tuitear
Aran

Joan, Alex, Aschraff, Amina, Susana y Cristina, alumnos de primer curso de TAS del IES S’Agulla de Blanes en el Aula Hospitalaria del Hospital Josep Trueta de Girona

Se parte el corazón en dos al ver a estos seres tan inocentes, que ya son vulnerables en sí mismos, en un estado de máxima fragilidad. Sin embargo, como decía Pilar, la enfermera responsable del Aula Hospitalaria: «El Aula Hospitalaria es un taller donde todos los niños se reparan». Una frase mágica que para mí es ya antológica. Y, mientras tanto, un ejército de voluntarios de la Cruz Roja, profesores voluntarios y algunos estudiantes de Animación Sociocultural continuan con el objetivo de llevarles la escuela y la máxima normalidad posible al hospital, enseñándoles conocimientos, valores, juegos y, en definitiva, dándoles vida, es decir, haciéndoles participar con toda la fuerza y el cariño que en ese instante necesitan. Han tenido suerte de estar allí, en el Aula Hospitalaria, pues se les ha concedido la oportunidad de seguir saltando y riendo. Igual que la pequeña Aran, ahora en el «recuerdo».

Aula Hospitalaria del Hospital Josep Trueta de #Girona: un taller donde todos los niños se reparan Clic para tuitear

 

Descansa en Pau, Aran, petit àngel.

I espera als teus pares allà al cel.

Perquè, malgrat tot, la mort

no té la darrera paraula.»

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Descansa en Paz, Aran, pequeño ángel,

Y espera a tus padres allí en el cielo,

Porque, a pesar de todo, la muerte

no tiene la última palabra.

 

Carta abierta a Aran, la niña de seis años que falleció en el accidente del castillo inflable de Caldes de Malavella. Javier Alcover para Revista MoonMagazine.