Sonia y León Tolstói: una historia de amor llevada al límite

Todo aquel que ama la literatura sabe bien las razones por las que la dilatada y productiva vida de León Tolstói acabó como acabó: tristeza, irracionalidad, sentimientos encontrados hacia la mujer que fue motivo primordial de aquella soledad atormentada. León Tolstói fue un auténtico genio literario que supo cómo su perspicaz pero inestable esposa iba a conducirlo, sin remedio, hacia un final tan lastimoso como el que relataremos aquí.

En los últimos meses de 1894, Tolstói escribió a Chertokv, su más fiel discípulo (motivo directo de numerosas discusiones con Sonia, pues ella no soportaba la extraña relación que ambos mantenían) para que destruyera las copias de sus diarios de 1884 y le devolviera la original. Precisamente, aquel último año había sido muy crítico con su familia, debido a la irrebatible decisión de llevar una vida espiritual en la que los objetos materiales y los lujos no tenían, bajo ningún concepto, cabida ni razón. Él mismo, al repasar el diario, experimentó una sensación de vergüenza, remordimiento y temor por la pena que esta lectura pudiera causar a las personas que compartían su cotidianidad.

La última pelea ha dejado su pequeño rastro… o tal vez haya sido el tiempo. Cada una de esas peleas, por trivial que sea, es una cicatriz en el amor. Un sentimiento momentáneo de pasión, contrariedad, egolatría u orgullo pasa, pero una cicatriz, por pequeña sea, permanece para siempre en lo mejor que existe en el mundo: el amor.

Pero no solo Tostói lamentó haber escrito sobre las continuas tensiones familiares. Sonia reconoció que cuando se sentía decaída, anotaba en un diario cualquier pensamiento desdichado. Ofrecía un panorama devastador de la cada vez más numerosa familia Tolstói. En ellos, revelaba los problemas para administrar la hacienda, la total desatención del escritor en lo referente a la crianza y educación de los hijos y, cómo no, la ardua tarea de copiar los extensos manuscritos que en la mayoría de ocasiones eran ilegibles. Solo ella era capaz de descifrar la compleja caligrafía del talentoso escritor.

Nunca se ha molestado en entenderme y no me conoce en absoluto.

Condesa Tolstói

Solo la Condesa #Tolstói era capaz de descifrar la compleja caligrafía de León. Sonia y León Tolstói: una historia de amor llevada al límite, por @pilar_moligar. Clic para tuitear

Pese a las desavenencias conyugales, Yásnia Poliana, el hogar del matrimonio durante cincuenta años, fue testigo de excepción de las mayores contribuciones literarias en la historia de la literatura rusa: Guerra y paz, cuyo manuscrito fue copiado a mano por Sonia hasta siete veces debido a las continuas correcciones del escritor; Anna Karénina, la novela más tradicional de Tolstói, el relato de dos historias de amor —una acabada en tragedia; la otra, en la felicidad familiar—; Confesión, para el crítico ruso D.S. Mirski, «una de las obras maestras universales, una obra de arte. Una de las mayores y más duraderas expresiones del alma humana ante los misterios de la vida y la muerte».

Todavía no había cumplido los cincuenta años cuando Tolstói sufrió una conversión de tipo espiritual. Quiso entender el significado de su papel en el mundo mediante la fe religiosa, una especie de duda existencial que se produjo de manera progresiva a lo largo de los años. Llegó a escribir en sus diarios que aborrecía los trabajos que hasta entonces había realizado.

Empecé a  escribir movido por la vanidad, el interés y el orgullo. Para lograr la fama y el dinero por los que escribía, era necesario ocultar lo bueno y exhibir lo malo. Y eso es lo que hice…

La vida en familia, la escritura (a la que consideraba una tarea trivial), las apasionadas relaciones sexuales con Sonia y los lujos y la fama, habían desviado a Tolstói del significado particular de la vida. Por este motivo, decidió encontrar respuesta a través de la filosofía y la religión… pero fue en vano. Según él, la aristocracia no era sino un grupo de parásitos. La propiedad privada (ahora lo entendía), uno de los grandes males de la sociedad. Estaba decidido a desprenderse de sus tierras.

Sonia no estaba de acuerdo con aquella nueva forma de pensamiento. El cambio de vida que Tolstói planteaba la dejó desconcertada. No era capaz de entenderlo. Para ella, fue como una muerte emocional. Aun así, colaboró con su esposo en la creación de comedores de beneficencia y compra de comida para ayudar a los campesinos afectados por la hambruna de 1891. Juntos crearon doscientos cuarenta comedores que alimentaron a unas trece mil personas diariamente.

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Pero la tregua firmada por los dos duró menos de lo esperado. Las exigencias de la Condesa Tolstói para que su marido le cediera no solo los derechos de publicación de todas sus obras hasta 1881, sino también las posteriores a aquella fecha, provocaron una crisis profunda en el matrimonio. Varios intentos de suicidio de Sonia, amenazas continuas, registros a media noche en el despacho del escritor para leer sus diarios y más conspiraciones unidas a un amor desmesurado, llevaron a Tolstói a un estado emocional lamentable.

He dormido mal, muy poco. He hablado con Sonia y hemos tenido la habitual escena cargada de emoción e irritación. Estoy muy deprimido. No se me quitan las ganas de llorar.

Cada vez más decaído, Tolstói vivía atormentado por la vileza del presente. Los continuos celos de su mujer (infundados o no) hacia Chertkov, convirtieron el día a día en un completo infierno. Al final, la historia dio la razón a Sonia. El principal discípulo de uno de los escritores con mayor influencia de Rusia pretendía apoderarse de los derechos del escritor, haciéndole firmar a escondidas un testamento donde dejaba al descubierto oscuras artimañas.

Los últimos años de Sonia y León fueron un continuo ir y venir de reproches. El amor que se habían profesado durante medio siglo quedó reducido a cenizas.

El anciano acariciaba cada vez más la idea de fugarse de Yásnia Poliana. Abandonar todo aquello para liberarse definitivamente de la histeria con Sonia. Empezó a comentar con dos de sus hijos, Sasha y Dushán, sus planes de huída. Tolstói seguía teniendo un miedo cerval a que su esposa se enterara, no quería, bajo ningún concepto, que Sonia descubriera su paradero. Después de mucho meditarlo, así lo hizo…

Tolstói, su hija Sasha y el fiel doctor Makovitski viajaron durante días en trenes locales. Los vagones de tercera tenían corrientes de aire y estaban llenos de pasajeros y de humo de tabaco. La frágil salud de León se vio afectada gravemente. Lo cubrieron con una manta de viaje, pero no fue suficiente, no cesaba de tiritar. Rogó a su hija que no revelara el lugar donde se encontraban, pero Sasha, al observar que su padre cada vez se sentía peor, decidió escribir una carta a Tania y Serguéi, sus hermanos.

 

Pronto la noticia se extendió como la pólvora, Sonia enloqueció. Quería correr hacia el lecho de muerte de León. Nada ni nadie le impediría despedirse del que fue su compañero durante cincuenta años. Aun así, la familia le prohibió la entrada, temían que la presencia de la Condesa agravara más aún, si cabe, la salud del escritor. Decidieron utilizar cualquier tipo de excusa para impedir que Sonia fuera a verlo. Pero ella anhelaba reconciliarse con León antes de que este muriese.

Al final no pudo ser. Dos horas antes de morir, Tolstói perdió el conocimiento, fue entonces cuando los hijos del matrimonio dejaron que Sofia Andréyevna Tostáya, Sonia como él la llamaba, entrara en el pequeño habitáculo para despedirse. Se inclinó y besó la frente de su marido por última vez, le pidió perdón, repitiéndole sin descanso que lo había amado como a nadie. Veló su cadáver durante el resto del día, absorta en su pena y ajena a los millares de personas, la mayoría campesinos, que desfilaban para rendir un último tributo al que había defendido la causa de los pobres y los oprimidos.

Esta historia de amor llevada al límite por dos personajes de una talla psicológica abrumadora, plantea el inexplicable problema «del genio» frente a las fuerzas de la pasión, el sexo y la muerte, los mismos contenidos que centraron la mayor parte de su obra.

 

La clara raíz del frío

Escucho el murmullo de claridad sobrante,

se ha vuelto jazmín marchito en hoja que cae.

 

Un rumor hecho grito

espera el despertar de cien golondrinas.

No llegarán a levantar el vuelo

que con tanto empeño predijimos.

 

¿Por qué duerme la clara raíz del frío?

 

Nunca pretendí encabezar batallas,

solo quería querer y quererte,

cubrir montes de violeta intenso

para disfrutar del aclamado laurel en hora tardía.

 

Torna el murmullo al acariciar cestas de trigo,

deseo bordar tu inicial en ellas,

pese a que la nieve continúa

imperecedera sobre los campos

Pilar Molina