¿Le han gustado las novelas del comisario Maigret a nuestra nueva colaboradora? La opinión de Teresa Suárez, en Revista MoonMagazine.

Back to Black: el comisario Maigret

Siempre lo hacemos.

Ya sea siguiendo las huellas de ese irlandés rampante, de falso nombre Benjamin, que de la mano de Quirke, patólogo alcohólico, mujeriego y mal padre, cosecha éxito tras éxito en el lado negro de la novela, o moviendo los pies al ritmo de Amy Winehouse cuando canta a la tragedia del desamor (en una entrevista para el diario The Sun, en octubre de 2006, ella misma explicaba así su canción: «Back to Black es cuando terminas una relación y regresas a lo que es cómodo para ti. Mi ex volvió con su novia y yo volví a beber y a los tiempos oscuros»), las personas como yo siempre regresamos al Black.

Las lectoras como ella siempre vuelven al #Black. Nueva sección La opinión de Teresa Suárez en @RevistaMoonM. #novelanegra y lo que se tercie. Hoy con #Maigret. Clic para tuitear

Por más que reneguemos del género y despotriquemos contra tanto advenedizo que amenaza con cargárselo a fuerza de tramas insulsas, o exageradamente sádicas, en textos mediocres que nunca acabas de entender como logran publicar, volvemos una y otra vez. ¿Por qué? Fácil. Como le ocurría al malvado Vizconde de Valmont, tan aficionado a corromper la inocencia, sencillamente «¡no podemos evitarlo!».

Al igual que a los tálpidos, criaturas subterráneas, nos encanta excavar túneles a través de la condición humana buscando el origen del mal. Como a topos y desmanes, cuando nos enfrentamos a un nuevo autor o autora, nuestros ojos se vuelven diminutos y es nuestro «hocico», especialmente sensible, el que nos indica si nos hallamos ante una gema sin tallar o ante un nuevo fiasco.

Encontrarme últimamente más de lo segundo que de lo primero, me ha mantenido un tiempo alejada del mundo criminal. Pero la tristeza de ánimo, una ligera inquietud, la ansiedad que empieza a descontrolarse, episodios de insomnio y un creciente sentimiento de culpa, me indican que la adicción comienza a apoderarse de mi organismo. Si quiero evitar el síndrome de abstinencia, es hora de regresar.

Desde uno de los puestos de la pasada Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, en el Paseo de Recoletos de Madrid, un nombre, Georges Simenon, y una colección, Grandes Maestros del Crimen y del Misterio, encuadernada en tapa dura de color negro, captó de inmediato mi atención. Apariencia de solidez en un ejemplar que, condenado por su primer propietario a pasar de mano en mano como la falsa moneda, resiste el paso del tiempo empecinado en proteger tres historias de llamativos títulos dorados que brillan sobre fondo rojo: Maigret en la Audiencia (1959), Maigret y los ancianos (1960), Maigret y El ladrón perezoso (1961).   

Tras un primer acercamiento, que duró varios días, me pregunté: ¿dos novelas, de unas ochenta páginas cada una, son suficientes para conocer a un personaje que ha protagonizado más de setenta? Me dije que sí.

Como errar es humano, tal vez este Comisario de la Policía Judicial de París tenga más matices de los que me ha dado tiempo a percibir, el problema es que la irritación que me han producido estas dos lecturas ha eliminado de un plumazo las ganas de descubrirlos.

Conozco a Jules Maigret, de cincuenta y tres años, escuchando las preguntas que, en relación a un doble asesinato de cuya investigación se ha encargado, le formula en la Audiencia el Presidente Berniere, «el más detallista de los magistrados, pero acaso también el más escrupuloso y el más apasionado por la búsqueda de la verdad», a las que el comisario «responde con no menos precisión».

Detectives correctos, funcionarios correctos, testigos correctos, delincuentes correctos. No hay golpes, no hay carreras, nada de sexo, la sangre es una simple referencia y cuando aparece un arma lo hace en manos del asesino no de la policía.

No hay golpes, no hay carreras, nada de sexo, la sangre es una simple referencia y cuando aparece un arma lo hace en manos del asesino no de la policía. Teresa Suárez opina sobre el comisario #Maigret. Clic para tuitear

¿Está bien escrito? Lo está. ¿Cuida los detalles? Al milímetro. ¿Describe a los personajes? Lo hace. Entonces, ¿qué pasa?

Pues que todo es tan ordenado, tan meticuloso, tan exhaustivo, que me resulta imposible sacarme de la cabeza la imagen de un metódico señor, a una pipa pegado, que para superar una inexplicable aflicción o dependencia nociva, cada tarde, tras una reconfortante siesta, se sienta frente a su máquina y no se levanta hasta haber escrito el número exacto de páginas que se ha recetado a sí mismo como terapia.

¡La presencia del autor es tan fuerte en la novela que me impide llegar a los personajes! ¿Algún otro lector ha experimentado esto?

Tras mi pequeña cata, estos son los ingredientes que mi paladar negro y criminal ha detectado en la serie Maigret:

En el universo de los parientes, los sobrinos son lo peor de lo peor. Sin preocuparse jamás de ellos, mientras sus tíos y tías están vivos los sablean sin piedad y cuando la palman, normalmente sin descendencia, corren a cobrar la jugosa herencia.

Como buen belga, continuas referencias a la cerveza y su capacidad para «aclarar» la mente y devolver el ánimo tras una dura jornada de trabajo en el mundo del crimen.

Al igual que al genial Gila («¿Es el enemigo?… ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento?… ¡Que si pueden parar la guerra un momento!»), aunque sin su sentido del humor, a Simenon podríamos llamarle El señor del teléfono, porque este aparato tiene un protagonismo exasperante en sus novelas: «El 28 de febrero, una llamada telefónica le anunció que se había cometido un doble crimen en la Calle Manuel», «Telefonearé de cuando en cuando», «Media hora más tarde Lapointe le telefoneó un informe bastante detallado«, «Al sonar el teléfono en su despacho se precipitó sobre él», «Sonó el timbre del teléfono: Aló, sí… Soy yo… ¿Vacher?». Si se tratara de la telefonía móvil actual, con sus muchas prestaciones, puede que las numerosas llamadas hubieran dotado de acción a la historia pero, como se trata del icónico teléfono de disco (las historias de Simenon están ambientadas entre los años cuarenta y sesenta), cada vez que alguien introduce el dedo en un agujero y lo hace girar para marcar el número correspondiente, es el tedio lo que transita lenta y pesadamente por cada página.

Ligeros tintes sexistas Abogados con toga, sobre todo jóvenes, y una abogado que habría podido aparecer en la portada de una revista»; «¿había que pensar que ahorraba personalmente dinero, sin que lo supiera su marido, engañándole, como hacen ciertas mujeres, a costa de los gastos de la casa?»), aunque en este caso no he podido establecer claramente si se deben al autor, al personaje o al traductor.

Al presentar al delincuente como un individuo que, movido por fuerzas incontrolables, no puede abstraerse del destino criminal que lo aguarda («Meurant, empujado por los celos, habría podido cometer un crimen pasional. Acaso podría haber atacado también a un amigo que le hubiera ofendido»), manifiesta una clara tendencia a reducir al máximo la culpabilidad del acusado, empleando una serie de argumentos (malas relaciones familiares, falta de estudios o trabajo, pobreza) que persiguen situarlo en el papel de víctima: es la sociedad la principal responsable de los delitos que se cometen en su seno.

Simenon, que denuncia abiertamente la «jaula de hierro» de la burocracia porque amenaza la libertad de los hombres («De pronto se encontraban hundidos en un universo despersonalizado, donde las palabras de todos los días no parecían ya tener curso, donde los hechos más cotidianos se traducían en formulas herméticas. La ropa negra de los jueces, el armiño, el traje rojo del fiscal, aumentaban todavía esa impresión de ceremonia con ritos inmutables en los que el individuo no era nada»), escribe como un burócrata: claro, breve y conciso.  Nada de sobresaltos, ni aspavientos, ni excesos literarios, ni veleidades poéticas de ningún tipo. Todo puritito método.

Siento decirlo, o puede que no lo sienta, pero al igual que me pasó con Jean-Baptiste Adamsberg, otro célebre comisario de París, Maigret me aburre mortaaaaalmente.

¡Difícil será que nuestros caminos vuelvan a cruzarse!

 

Simenon denuncia abiertamente la «jaula de hierro» de la burocracia porque amenaza la libertad de los hombres pero escribe como un burócrata: claro, breve y conciso. Nada de sobresaltos. Todo puritito método. Teresa Suárez. Clic para tuitear

Reseña de Teresa Suárez

Portada de la reseña: David de la Torre