Uno inventa pasiones en una página porque las ha vivido antes o porque quiere vivirlas o para no tener que vivirlas.

Un personaje de Eloy Tizón

 

De Eloy Tizón ya se ha escrito mucho; se han llegado a decir de él elogios tan superlativos que no reproduzco aquí para que el interesado no tenga que pasar por ese trago, pero que cualquiera puede encontrar con facilidad en internet. Cada uno de sus libros ha suscitado expectación y curiosidad y ha sabido colmar a sus lectores y convertirlos en incondicionales. Asimismo, han dado lugar a docenas de reseñas. Tras la lectura de su libro de cuentos Técnicas de iluminación (Editorial Páginas de Espuma, 2013. 6ª edición de 2019), no me apetecía reseñarlo sin más ni hacerle una entrevista al uso. Me pedía el cuerpo quedar con él y charlar un rato sobre el nacimiento y la disección de un cuento, así que me puse en contacto con él y accedió a la charla.

Quedé con Eloy Tizón en la terraza de un bar. Tal vez a la sombra de un plátano de sombra. Tal vez en Varsovia, o en Singapur, o en Benarés. Lo cierto es que nos encontramos en un bar virtual cuya ubicación es irrelevante, pero que probablemente estuviese en los suburbios de una ciudad, en alguna nave industrial repleta de servidores de internet, ya que esta conversación ha tenido lugar por mensajes de correo electrónico que se intercambiaron en las tripas de alguno de esos artilugios misteriosos. A la sombra del plátano de sombra o de una techumbre de uralita, en algún disco duro en ese bar virtual en Silicon Valley o en Bucarest, nos pedimos una botella de Ribera del Duero y un guiso de caracoles virtuales («Aquel que cena caracoles no merece estar solo») y comenzamos a charlar.

Dos #escritores charlan sobre #cuentos y #literatura. @AntonioTocornal #entrevista a Eloy Tizón. Un acontecimiento singular y de alto voltaje literario. No se lo pierdan. Clic para tuitear

Eloy Tizón: El cuento y yo jugamos al escondite

Una charla con Eloy Tizón 3

Fotografía de Eloy Tizón: © Laura Elena Vivas

Antonio Tocornal: —El narrador de tu cuento «Los horarios cambiados» dice que escribir es estar más despierto de lo normal. El gran cuentista uruguayo Felisberto Hernández, en su texto Explicación falsa de mis cuentos, decía, entre otras cosas, a propósito del nacimiento de un cuento: «En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento: sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos».

¿Cómo nace un cuento?

Eloy Tizón: —Empezamos fuerte, ¿eh? Eso está bien. Antes que nada hay que señalar que Felisberto es dios, y que todo lo que él diga es la verdad. Nada que añadir.

Imagino que los cuentos pueden nacer de muchas fuentes, y que cada experiencia será distinta y lícita. En mi caso, digamos que la escritura acontece (creo que este es el verbo oportuno) cuando por alguna razón entro en un estado mental ligeramente alterado. En mi cabeza se produce algo, un clic, que se traduce en una secuencia de palabras, un borbotón de frases, de imágenes, con la capacidad de hechizarme. Entro en un ritmo, en una cadencia determinada. Y ese ritmo, esa voz, casi musical, va marcándome un camino: empiezo a vislumbrar escenas, aparecen paisajes, árboles, una flor, recuerdos lejanos… Como si una película empezara a desplegarse muy despacio en mi mente. Pero no la película completa, sino solo algunos fragmentos aislados, aquí y allá, unos pocos fotogramas dispersos. Si ese arranque me interesa lo suficiente y tira de mí (lo que no siempre ocurre), empiezo a tomar notas, a esbozar escenas y a trabajar en el cuento de manera intensa durante bastantes semanas, a veces meses.

La sensación predominante es la de asedio; me enfrento a un misterio que solo veo claro a medias, y mi tarea es tratar de enfocarlo de la mejor manera posible. No para resolver el misterio, por descontado, ya que eso nos conduciría a la banalidad del thriller que, con todos mis respetos, no es lo que me interesa. No se trata de resolver nada, ni de desenmascarar al culpable, sino más bien de darle espacio al misterio, ensancharlo, permitir que se manifieste, que hable, que respire, sin entorpecerlo.

El cuento y yo jugamos al escondite. Poco a poco, a base de perseverancia, los elementos van encontrando su acomodo, yo voy sabiendo más de los personajes, los conozco mejor (si bien nunca del todo) y el ajuste del lenguaje va siendo cada vez más preciso. Con gran alivio, noto que me voy acercando a mi meta. El sueño va completándose. Ya falta menos. Hasta que llega un día en que la imagen está enfocada en su máximo grado de nitidez, mi trabajo está concluido y el cuento se despide de mí.

No sé explicarlo mejor. Sé que todo esto puede sonar algo esotérico, y lo lamentaría, pero no se me ocurre otra forma de acercamiento al instante de la creación.

#Entrevista Eloy Tizón: «El cuento y yo jugamos al escondite. Hasta que llega un día en que la imagen está enfocada en su máximo grado de nitidez, mi trabajo está concluido y el cuento se despide de mí». @AntonioTocornal. Clic para tuitear

Antonio Tocornal: —Cuando uno lee un cuento tuyo parece que estuviese tocando seda o que tuviese las manos manchadas de un barro cálido, como si hubiese sido invitado por un alfarero a iniciarse en las sensualidades del oficio. Pero además hay una fluidez en la prosa que se me antoja que solo es posible tras una corrección obsesiva.

Personalmente, la poesía que más me ha atraído siempre es la que el llamado narrador oculta en la prosa. Una poesía sin prosopopeya, exenta de arrogancias y grandilocuencias. En tus cuentos se encuentra esa poesía discreta y cercana que hipnotiza, y me atrevería a decir que no concibes la narrativa sin esa lírica.

Háblame de la poesía como ingrediente necesario en un cuento.

Eloy Tizón: —Coincidimos bastante. A mí también me atrae lo que podríamos llamar la poesía descolocada, la poesía que está fuera de su sitio. Encontrar poesía en un libro de poemas (bueno, solo en algunos) no supone una gran noticia. En cambio, tropezarnos con pasajes líricos en medio de una narración o un ensayo, es algo que introduce algo imprevisto, un nervio que en cierto modo desestabiliza la prosa, la conduce a otro terreno, la enrarece. Alcanzar ese punto me interesa.

Unos cuantos de mis amigos son poetas: Andrés Neuman, Joaquín Pérez Azaústre, Marta Agudo, Jordi Doce, Erika Martínez… entre otros. Y, no por casualidad, los poetas suelen ser los que mejor leen y entienden mis cuentos. Claro que son poetas de mente abierta que no desdeñan para nada las voces narrativas. Eso facilita el entendimiento; todos hablamos un idioma similar.

La poesía siempre ha sido importante para mí. He aprendido mucho de los poetas, mucho. Lo primero que la poesía me enseñó es que la literatura no es una transposición del mundo. No se trata de que por un lado esté lo real y por otro la literatura como una especie de duplicado o fotocopia. Ocurre lo contrario: que no hay «realidad»; que la «realidad» —entendida como un ente objetivo, exterior, idéntico para todos— no existe, sino que hay que inventarla en cada página. La literatura —y esto lo aprendí leyendo poesía— no reproduce el mundo, sino que lo crea, lo construye, lo sueña. Y de ahí procede toda la dimensión metafórica y simbólica que posee el lenguaje literario.

Más que un género, diría que la poesía es una manera de mirar el mundo.

Al principio, cuando no sabía narrar (menos que ahora, quiero decir), algunos recursos de la poesía me sirvieron de guía. Por ejemplo, las enumeraciones caóticas de Neruda, Borges, Whitman… En mis cuentos aparecen bastantes y les tengo aprecio. Tal vez no sean narrativa en sentido estricto (¿o sí?, quién puede decirlo), pero contribuyen lo suyo a crear atmósferas y a imponer un cierto ritmo, una melodía, como un galope… a condición de que no respeten la cadena lógica del pensamiento, claro. Lo interesante es la ruptura de la secuencia lógica gracias a la irrupción en la lista de elementos irracionales, asalvajados. Hay ciertos cuentos míos, sobre todo los primeros que escribí, como «Los viajes de Anatalia» o «Los puntos cardinales», que son poco más que enumeraciones prendidas a un mínimo hilo argumental, del que cuelgan. Era la única manera en que yo sabía organizar entonces la narración: mediante fogonazos, por imágenes. Me aferraba a ello, aunque en aquel momento no era del todo consciente. El arranque de «Los puntos cardinales», por ejemplo, cuando lo leo ahora me parece clarísimo: esos primeros párrafos son poco más que un catálogo.

Y otra cosa en la que me fijo y que he intentado copiar de los poetas que admiro es la manera en que muchos de ellos estructuran sus libros; los ordenan como un todo unitario, no como una colección arbitraria de piezas sueltas. Esta enseñanza he procurado aplicarla a mis propios libros de cuentos, empleando algún nexo, como la luz o lo que sea. Empezando por el propio título del libro, que suele ser un anticipo, aunque sea metafórico, de su contenido, que funciona casi a la manera de una poética: Técnicas de iluminación. A partir de ahí, el primer texto es crucial, porque es el que marca el tono y anuncia un territorio. Y los demás cuentos van completando, ampliando o matizándose unos a otros, elevando la curva de la temperatura, hasta alcanzar el último, que para mí debería ser el más explosivo desde el punto de vista emocional.

Una charla con Eloy Tizón. Técnicas de iluminación

Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón

Encajar todo esto, por supuesto, lleva tiempo, pruebas, ensayo y errores y, sí, desde luego, detrás hay un largo trabajo de corrección, que para mí constituye una parte esencial.

Eloy Tizón: «La literatura —y esto lo aprendí leyendo poesía— no reproduce el mundo, sino que lo crea, lo construye, lo sueña». #Entrevista realizada por @AntonioTocornal. #Literatura #Libros #RecomiendoLeer. Clic para tuitear

Antonio Tocornal: —Eloy, tu última novela fue publicada hace dieciséis años, y la publicación de tus tres libros de cuentos se han espaciado durante catorce. En estos momentos en los que parece que si quieres ser alguien es necesario publicar cada año para que no se olviden de ti, tú has tenido la sabiduría de saber dosificarte. Me parece que has tomado, de forma tal vez no tan radical, el partido que tomó Rulfo: ¿Para qué seguir escribiendo cuando ya se ha escrito El llano en llamas y Pedro Páramo?

Eso me lleva a pensar que un porcentaje importante del trabajo de un escritor consiste en leer, y que el tiempo que un escritor pasa leyendo debería ser muy superior al que pasa escribiendo. Es un trabajo que consiste en elegir bien las lecturas y destilarlas, y mantenerse consciente del estado de esas destilaciones para ver si de ellas cuaja algo importante.

Esa es mi conclusión que se reafirmó tras tu libro de lecturas Herido leve. Siempre he creído que leer y escribir es lo mismo. Que son pocos los matices que diferencian a ambas actividades. Que no son sino dos caras de una misma moneda.

Toda esta digresión es para hacerte una pregunta muy simple: ¿Cómo lees? Quiero decir, ¿cuál es tu actitud cuando lees? Y, por otra parte, ¿lees como una forma de escritura?

Eloy Tizón: —Es una pregunta nada simple, sino compleja e interesante. En primer lugar, debo señalar que el hecho de publicar mucho o poco (en mi caso, más bien poco) no responde a ninguna estrategia previa. Simplemente, ha ido surgiendo así. Es cierto que nunca he tenido prisa, me he reservado mi tiempo y mi libertad para madurar bien las historias y he procurado, en la medida de mis posibilidades, publicar libros que no me avergüence releer al cabo de los años, porque respeto mucho la literatura, no sé si incluso demasiado. Invocar el nombre de Juan Rulfo es pertinente, aunque excesivo, porque tengo claro que yo no poseo ni la milésima parte de su talento. Ojalá.

A veces pienso que no se trata tanto de una cuestión de calidad o cantidad, sino de adecuación a cuál sea tu proyecto. Para Rulfo, seguramente publicar poco se adaptaba a la perfección a su programa estético. En cambio, para Balzac, en el otro extremo, era imprescindible acumular miles de páginas en su intento de agotar un fresco monumental que incluyese la sociedad entera de su época. Y los dos, cada uno a su manera, llevaban razón.

Estoy de acuerdo contigo en que leer y escribir son la misma cosa. Ambas se retroalimentan y hay un punto de intersección en que se confunden. Al leer soy creativo, aporto ideas, invento, y le doy la razón a Roland Barthes cuando afirmaba, creo recordar que en El susurro del lenguaje, que la lectura es ese texto que escribimos en nuestro propio in­­te­rior cuando leemos.

Y cuando estoy escribiendo, ¿acaso no tengo a mi espalda la sombra de la biblioteca, con todos los autores que me han alimentado y contribuido a avivar la llama y a hacerme quien soy? También se escribe con la memoria de lo leído, además de lo vivido, de modo que quien escribe está leyendo y quien lee está escribiendo, porque todo es uno.

Me alegra que digas eso de Herido leve, y te lo agradezco, porque para mí es un libro tan creativo o más que mis ficciones. En este caso, se trata de contar lecturas, lo cual puede ser tan apasionante como contar La soledad del corredor de fondo, La cartuja de Parma o El arco iris de gravedad. Escribir ensayo es una forma de seguir siendo narrador por otros medios.

Una charla con Eloy Tizón. Herido leve

Herido leve, de Eloy Tizón

En cuanto a mi actitud a la hora de leer, imagino que será parecida a la de cualquier otro lector: bien predispuesto, con hambre de letra impresa, abierto a la posibilidad de toparme con algo que me rompa los esquemas. Eso creo que es lo que diferencia la mala de la buena literatura. La mala literatura es la que reafirma nuestros prejuicios e ideas, sin transformarnos, mientras que la buena literatura es aquella que nos obliga a una tarea de confrontación y pone en entredicho nuestras creencias y valores. La mala literatura nos acuna; la buena nos descoloca.

Eloy Tizón: «La mala #literatura es la que reafirma nuestros prejuicios e ideas, sin transformarnos. La mala literatura nos acuna; la buena nos descoloca». #Entrevista: @AntonioTocornal. Clic para tuitear

Antonio Tocornal: —Para muchos lectores, una de las características que hacen atractivos tus relatos es tu actitud como narrador al no menospreciar la inteligencia del lector. Dicen que, en la música, tan importantes son los silencios como los sonidos. Hay algo de eso en la contención narrativa de tus cuentos. No lo dices todo; insinúas desenlaces que se prestan a diversas interpretaciones. ¿Concibes la literatura como un juego para dos jugadores? ¿Debe ser cada lectura una partida irrepetible?

Eloy Tizón: —Es exactamente como dices. Gracias por definirlo tan bien. Considero que la literatura no la fabrico yo solo, sino a medias con el lector. Para ser más exactos, diría que la literatura es ese espacio mental intermedio que a veces brota (si hay suerte) entre un autor y un lector. Eso implica por mi parte no pecar de orgulloso ni «dárselo todo masticado al lector», como si los lectores fuesen tontos, sino todo lo contrario: respetar su inteligencia y contar con su sensibilidad natural para leer entre líneas y rellenar los silencios que yo dejo a propósito. Por parte del lector, supone una actitud activa, vigilante. Si uno de los dos —el lector o yo— no completamos bien nuestra tarea, el planteamiento falla, el juego se suspende y no hay literatura.

En el fondo, en lo que a mí respecta, esto significa estar dispuesto a ceder parte del control de la historia, renunciar a tener la última palabra, para que sea el lector quien complete lo que falta, que así también escribe. Lo cual implica que el sentido de mis cuentos no está cerrado, no tienen una interpretación unívoca, sino que admiten diversas interpretaciones, a veces contradictorias entre sí. Me parece bien que así sea. Eso los mantiene vivos.

Antonio Tocornal: —Leyendo tus cuentos, uno ve que no necesitas muchas mimbres para trenzarlos. No te hacen falta holocaustos, ni guerras mundiales, ni asesinatos. Te basta un objeto: una caja, una maleta, o una situación cotidiana: un desvanecimiento, una boda, un viaje… Sabes revestir cualquier situación, las pequeñas cosas por insignificantes que sean, para comenzar a hilar palabras y construir urdimbres sentimentales que consiguen poner en el centro del universo ese elemento detonante que aparentemente no tenía mucha importancia. ¿Dirías que menos es más?

Eloy Tizón: —Puede haber muchas clases de narraciones, algunas muy sobrecargadas de argumento, giros de muñeca y revelaciones, mientras que otras apuestan más por los sucesos ínfimos y un desarrollo escueto. Es evidente que yo pertenezco a este segundo grupo. Como lector y espectador de cine, me admira que alguien sea capaz de contar algo interesante con los mínimos elementos y sin recurrir a efectos especiales ni a grandiosidades aparatosas. Como autor, para escribir no necesito grandes epopeyas (que más bien me estorban), sino un pequeño núcleo que me sirva de detonante porque me intriga, me escuece un poco, me seduce o me obsesiona. Puede ser un detalle en apariencia anodino, como tú bien señalas, o alguna situación cotidiana alrededor de la cual siento la necesidad de ponerme a escarbar y a inventar posibilidades. Sacarle punta a lo cotidiano, no sé por qué, me produce mucho morbo.

Y luego está también ese pequeño reto personal de averiguar hasta dónde puedo adelgazar un relato y que siga siendo un relato. Doy por sentado que habrá algún límite, pasado el cual todo se desmorona. ¿Dónde está ese límite? ¿Hasta dónde puedo quitar sin que se rompa?

En algunos de mis cuentos he experimentado con lo antinarrativo de manera muy consciente: en «Fotosíntesis», en «Pájaro llanto» o en «Teoría del hueco», y en algún otro, siento que he jugado con fuego y que me he asomado peligrosamente al abismo del no contar. Si me he quemado o no, eso lo decidirá el lector. En «Teoría del hueco», hay un hombre que se dedica a cavar agujeros en el suelo y eso es todo. No pasa nada más. No hay transformación, ni epifanía, ni historia de amor ni muerte ni nada que se le parezca. El propio cuento es un agujero. Creo que ese es el punto más distante al que yo he sido capaz de llegar en esa exploración de la nada. No me he atrevido a ir más lejos. Al menos hasta el momento.

Antonio Tocornal: —Para ir terminando: tienes mucha experiencia acumulada en talleres de narrativa y a menudo has tenido que evaluar cuentos de escritores jóvenes o no tan jóvenes pero que están dando sus primeros pasos. ¿Qué les dirías para que no den palos de ciego?

Eloy Tizón: —Uf, qué difícil es ofrecer consejos. Los consejos siempre tienen algo antipático, ortopédico. Y cometer tus propias equivocaciones también es importante y muy sano, se aprende mucho de ellas. Yo me equivoco constantemente. Puestos a elegir, me parece preferible caer en los propios errores que acertar a medias por imitar el consejo ajeno. Lo que es bueno para otro puede ser perjudicial para mí, y viceversa. En todo caso, para no escabullirme de tu pregunta, creo que hay que defender ese valor, el valor de nuestra propia visión, a pesar de los obstáculos, las zancadillas de todo tipo y los juicios adversos que puedas encontrarte en tu camino, sobre todo al comienzo, que no serán pocos. Defender con valentía tu visión, sea la que sea, y seguir adelante con ella a lo largo de los años, y desarrollarla con perseverancia (palabra clave), sin ceder al desaliento, que suele acecharnos a todos por un lado o por otro. Considero que eso es lo más difícil de todo. Mantener la fe. La creación, al final, se reduce a una cuestión de fe.

Antonio: —Come caracoles, que se enfrían.

Eloy: —Antes quiero darte las gracias, Antonio, por este rato de charla. La he disfrutado mucho. Salud.

 

Una entrevista de Antonio Tocornal

Fotografías de Eloy Tizón:

Portada: © Jesús Feliciano Castro Lago

Interior: © Laura Elena Vivas

 

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