Cine español actual: condición de la mujer y feminismo (I)

Introducción

Hoy, empezamos en MoonMagazine una serie de artículos donde vamos a hablar de varias películas españolas que abordan el tema de la problemática y la condición de la mujer en la época actual y que suponen (directa o indirectamente) una seria reflexión sobre el feminismo en el mundo de hoy. Vamos a revisar títulos muy diferentes entre sí, con enfoques muy variados y, en algunos casos, sorprendentes y polémicos y ello nos va a ayudar a constatar que en el cine español actual, dentro de su limitación de recursos económicos y sus graves problemas industriales, existe la suficiente imaginación, creatividad y audacia como para afrontar cualquier temática desde puntos de vista originales e innovadores. El cine es un arte que siempre se halla muy pegado a la realidad social de cada momento y, por ello, no es de extrañar que un momento como el actual, en el que el feminismo, el grado de igualdad real entre hombres y mujeres y la distancia entre el potencial reconocido formalmente y los roles desempeñados efectivamente por las mujeres son cuestiones de reflexión y debate, se produzca la aparición de películas que aporten su visión sobre ellas. Para situar la serie en su contexto, pienso que tendríamos que empezar viendo cómo el cine internacional ha abordado la misma temática y cómo lo ha hecho el cine español en el pasado.

#feminismo y condición de la #mujer en el cine. De Cukor a #Mustang. @jmcruzbar Clic para tuitear

Debido a su gran importancia comercial y a que se desarrollara en el país más avanzado del mundo, parece lógico que fuera el cine de Hollywood uno de los primeros que, aunque no directamente, realizara producciones que empezaran a poner en cuestión el rol tradicional de la mujer y planteara posturas críticas y visiones alternativas. Bien fuera en el melodrama, como en Jezabel (1938) o La heredera (1949) de William Wyler o Alma en suplicio (1945) de Michael Curtiz (basada en la novela Mildred Pierce de James M. Cain y que en 2011 fue objeto de una nueva adaptación en formato de serie de televisión, con Kate Winslet como protagonista y bajo la dirección de Todd Haynes) o en Sólo el cielo lo sabe (1955) o Imitación a la vida (1959) de Douglas Sirk, o en la comedia, como Las tres noches de Eva (1941) de Preston Sturges, empezaron a aparecer mujeres que desafiaban las imposiciones y convenciones de la sociedad en la que les había tocado vivir y retaban la normalidad establecida con sus propios comportamientos y decisiones. Al mismo tiempo, también estaban presentes sutiles perspectivas críticas que, usualmente, había que leer entre líneas para llegar a captar toda su hondura (a este respecto, sería interesante, por ejemplo, realizar un análisis en profundidad de la versión de Imitación a la vida de Douglas Sirk para descubrir que encierra una despiadada puesta en cuestión del american way of life y la tesis desoladora de que es un puro envoltorio que encierra situaciones escasamente ejemplares; en particular, el papel asignado a la mujer es objeto de una mirada especialmente despiadada…).

La relación de Hollywood con el feminismo nunca ha sido cómoda: casi nunca lo ha abordado directamente y siempre lo ha incluido en un contexto más amplio para edulcorar su tratamiento.

Sin embargo, si hay que citar un director especialmente preocupado por el tema de la condición de la mujer, evidentemente ese es George Cukor (1899-1983). Ya tuvo un importante papel en los primeros momentos de Lo que el viento se llevó (1939), de la que llegó a ser su primer director y que acabó abandonando por sus desavenencias con el productor, David O. Selznick. No obstante, su influencia sobre la película fue muy importante y ello nos da una pista sobre el carácter del director, ya que el film proporciona, con Scarlett O’Hara, uno de los personajes femeninos más fuertes de toda la historia del cine. A pesar de que no consiguió tener el honor de que su nombre figurara en los títulos de crédito de esta superproducción, en su filmografía sí constan tres hitos fundamentales en relación a las películas que abordan el tema de la condición de la mujer y del feminismo: Mujeres (1939), la cual tiene la particularidad de que su reparto es íntegramente femenino y que fue protagonizada por Norma Shearer, Joan Crawford, Rosalind Russell, Paulette Goddard y Joan Fontaine (en 2008, se hizo un remake, dirigido por Diane English, que resultó bastante decepcionante); La costilla de Adán (1949), una comedia protagonizada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn; y Confidencias de mujer (1962), en la que abordó de forma audaz el tema de la sexualidad femenina.

Si hubiera que dar el nombre de un director de Hollywood que se pudiera conectar con el feminismo, estaría muy claro: George Cukor.

Pero si el cine estadounidense, a la hora de abordar el tema del feminismo, intentaba siempre nadar y guardar la ropa, otras cinematografías y otros directores se lanzaron más a tumba abierta y no se ahorraron la crudeza ni se basaron en la utilización de eufemismos o de rodeos autoprotectores. El primer director a mencionar puede sorprender pero, efectivamente, hay que ir hasta Japón para descubrir a uno de los realizadores que, con más sensibilidad y delicadeza, ha retratado el mundo femenino y los sentimientos de las mujeres que debían ejercer de prostitutas en una sociedad fuertemente machista y patriarcal. Estamos hablando de Kenji Mizoguchi (1898-1956) que con Elegía de Naniwa (1936), Las hermanas de Gion (1936), Vida de Oharu, mujer galante (1952), Los amantes crucificados (1934), La mujer crucificada (1954), La emperatriz Yang Kwei Fei (1955) y La calle de la vergüenza (1956), entre otros títulos, trazó un retablo preciso, precioso y vibrante del mundo de la mujer en su país.

Kenji Mizoguchi: un sorprendente adalid del feminismo en una sociedad fuertemente patriarcal.

La segunda línea de la que tenemos que hablar también se encuentra en Asia es la del cine realista chino de los años 30, que se ha dado a conocer gracias a la labor del historiador Mark Cousins y su serie The Story of Film. Aparte de un título tan interesante como Dushi fengguang (1935) de Yuan Muzhi, donde se esfuerza por hacer un retrato pegado a la realidad de cómo eran las relaciones entre hombres y mujeres, completamente alejado del romanticismo que venía del cine norteamericano, hay que mencionar la figura mítica de la actriz Ruan LIngyu. Con dos títulos que tuvieron en su país una enorme repercusión como La diosa (1934) de Wu Yonggang y Nuevas mujeres (1935) de Chusheng Cai, encarnó una visión alejada de todo idealismo y mostró los problemas de las mujeres tal como eran, sin rodeos ni eufemismos. El destino quiso que su muerte se produjera en las mismas circunstancias que las que vivió la protagonista de la primera de las películas citadas: no pudo soportar la presión que ejercieron sobre ella los tabloides de Shangai que lanzaron en su contra una fuerte campaña de rumores relacionada con presuntos hechos de su vida privada y se suicidó con una sobredosis de barbitúricos. Su funeral tuvo una comitiva de 5 kilómetros de largo, formada en gran parte por mujeres que la quisieron acompañar en su despedida y que se identificaron con los personajes que ella interpretó en sus películas. Aún hoy, Ruan Lingyu es una figura ampliamente reconocida en su país por muchas mujeres que la toman como referente de un feminismo incipiente.

La mítica Ruan LIngyu, referente de un #feminismo incipiente en el cine chino. Años 30 @jmcruzbar Clic para tuitear

La tercera línea a mencionar es un movimiento fundamental que causó un hondo impacto a la hora de derribar muchas barreras y convenciones a la hora de retratar a la mujer en el cine: estamos hablando del neorrealismo italiano, cuyo influjo se dejó ver en los directores que pertenecieron a él (incluso cuando ya abandonaron los postulados del propio movimiento) y en los de generaciones posteriores de ese país. Títulos como Stromboli (1950) y Europa ’51 (1952) de Roberto Rossellini, Dos mujeres (1960) de Vittorio de Sica, Bellísima (1951) y Senso (1954) de Luchino Visconti, Las noches de Cabiria (1957) y Giulietta de los espíritus (1965) de Federico Fellini, Ana (1951) de Alberto Lattuada. La aventura (1960) de Michelangelo Antonioni o Mamma Roma (1962) de Pier Paolo Pasolini fueron marcando una brutal ruptura frente al pasado, de modo que las historias no se detuvieron ni frente a la crudeza más descarnada ni frente a la denuncia más insolente ni frente a la sensualidad más atrevida.

Carteles de películas protagonizada por Ingrid Bergman, Sofia Loren, Alida Valli, Giulietta Masina, Silvana Mangano y Anna Magnani, seis grandes actrices muy vinculadas al neorrealismo y rostros de un feminismo intuitivo pero visceral.

La influencia del neorrealismo (junto a la de otras corrientes) se dejó sentir en las «nuevas olas» que surgieron desde finales de los 50 y principios de los 60, produciéndose una eclosión a nivel mundial de títulos que desafiaron las convenciones establecidas y abordaron con audacia todo tipo de temas, incluido, claro está, el de la situación de la mujer en la sociedad de su tiempo e hicieron del feminismo una de sus principales banderas. El atrevimiento estético iba unido al convulso ambiente social y político de la época, en el que los conceptos de liberación femenina y liberación sexual fueron piezas esenciales de las nuevas corrientes ideológicas y culturales. Se hace dificilísimo resumir en pocas líneas todos los directores, todas las películas y todas las cinematografías que optaron por realizar una apuesta estética y temática de alto riesgo pero, posiblemente, haya que empezar por la nouvelle vague francesa, en la que la directora Agnès VardaCleo de 5 a 7 (1962)— y los directores Jean-Luc GodardVivir su vida (1962), El desprecio (1963), La mujer casada (1964), Masculino, femenino (1966), 2 o 3 cosas que yo sé de ella (1967), Yo te saludo, María (1985)— , François TruffautLas dos inglesas y el amor (1971), Una chica tan decente como yo (1972), Diario intimo de Adela H. (1975)— o Claude ChabrolLes bonnes femmes (1960), La mujer infiel (1969), Prostituta de día, señorita de noche (1978), La sangre de otros (1984), adaptación de una novela de Simone de Beuavoir— aportaron títulos que son, a la vez, clásicos del séptimo arte y ejemplos de modernidad cinematográfica.

 

En Reino Unido, el free cinema dio un título indispensable como Sabor a miel (1961) de Tony Richardson. En Suecia, numerosas películas de Ingmar Bergman abordaron el tema que estamos tratando como Tres mujeres (1952), Un verano con Mónica (1953), En el umbral de la vida (1958), El manantial de la doncella (1960), El silencio (1963), Persona (1966), Gritos y susurros (1972), Secretos de un matrimonio (1973), Sonata de otoño (1978)… Pero no podemos dejar de mencionar el díptico de Vilgot Sjöman, Soy curiosa: Soy curiosa: Amarillo (1967) y Soy curiosa: Azul (1968), están protagonizadas por Lena Nyman y, en ellas, la ideología de cambio y revolución queda íntimamente ligada a la idea del feminismo y de la liberación femenina y, dando un paso más allá, defiende que sin esa liberación femenina será imposible el cambio y la revolución que la película defiende. El cine independiente estadounidense también sintió predilección por la temática y es obligatorio mencionar a John Cassavettes con Faces (1968), Una mujer bajo la influencia (1974) y Gloria (1980), todas ellas protagonizadas por su esposa, la mítica Gena Rowlands, a Paul Newman con Raquel, Raquel (1968), protagonizada por su esposa Joanne Woodward y Woody Allen con Interiores (1978) y Hannah y sus hermanas (1986). (Como hemos dicho, el cine de Hollywood siempre ha tenido una relación problemática con el feminismo e intentado recordar títulos que puedan tener una relación más o menos directa con esa temática, pienso en La condesa descalza —1954 de Joseph L. Mankiewicz, en La calumnia —1961 de William Wyler y poco más. Lo que sí se produjo fue un cambio en la caracterización de los personajes femeninos como es visible en Bonnie and Clyde —1967 de Arthur Penn o en Klute —1971 de Alan J. Pakula).

Refiriéndonos a cinematografías menos conocidos, debemos empezar por la nueva ola japonesa y mencionar a Susumu Hani y su film Mitasareta seikatsu (1962). En Cuba, no podemos dejar de nombrar a Humberto Solás con Lucía (1968) y a Tomás Gutiérrez Alea con Hasta cierto punto (1983). Finalmente, en Argentina, Raúl de la Torre dirigió películas tan interesantes como Crónica de una señora (1971), Heroína (1972) o Pubis angelical (1982), con Graciela Borges como gran protagonista de ellas. En estos países, casi podemos decir que el feminismo hizo su aparición en el cine a la vez, o incluso antes, que lo hizo en la sociedad.

Las «nuevas olas»: la irrupción del feminismo combativo en el séptimo arte.

Después de la eclosión producida con las nuevas olas, en los 80 y 90 el tema de la condición de la mujer y el feminismo no tuvo tanta presencia como en décadas anteriores y hay que rastrear para dar con títulos como Las hermanas alemanas (1981) de Margarethe von Trotta, Entre nosotras (1983) de Diane Kurys, El color púrpura (1985) de Steven Spielberg, Acusados (1988) de Jonathan Kaplan, Un ángel en mi mesa (1990) y El piano (1993) Jane Campion, Durmiendo con su enemigo (1991) de Joseph Ruben, Thelma y Louise (1991) de Ridley Scott, El baile de agosto (1998) de Pat O’Connor, La hija del general (1999) de Simon West o Las vírgenes suicidas (1999) de Sofia Coppola.

Será con la llegada del siglo XXI cuando el tema cobre nueva presencia en el séptimo arte, lo cual se verá forzada con la irrupción de un mayor número de directoras que llevarán el tema de sus películas al ámbito que conocen mejor y que más les interesa. La casa de la alegría (2000) de Terence Davies, La fuerza del amor (2000) de Matt Williams, Las horas (2002) de Stephen Daldry, La mujer del buen abogado (2003) de Im Sang-soo, Samaritan Girl (2004) de Kim Ki-duk, En tierra de hombres (2005) de Niki Caro, Hacia el sur (2005) de Laurent Cantet, Hard Candy (2005) de David Slade, Next Door (2005) de Pal Sletaune, Nueve vidas (2005) de Rodrigo García, INLAND EMPIRE (2006) de David Lynch, El libro negro (2006) de Paul Verhoeven, Irina Palm (2007) de Sam Garbarski, Mil años de oración (2007) y The Princess of Nebraska (2007) de Wayne Wang, Persépolis (2007) de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, La verdad de Soraya M. (2008) de Cyrus Nowrasteh, Revolutionary Road (2008) de Sam Mendes, La teta asustada (2009) de Claudia Llosa, Incendies (2010) de Denis Villeneuve, El sueño de Lu (2012) de Hari Sama, Rebelde (War Witch) (2012) de Kim Nguyen, Joven y bonita (2013) de François Ozon, La mujer invisible (2013) de Ralph Fiennes, La vida de Adèle (2013) de Abdelatif Kechiche, María y el Araña (2013) de María Victoria Menis, Big Eyes (2014) de Tim Burton, Carol (2015) de Todd Haynes, Sufragistas (2015) de Sarah Gavron, Mustang (2015) de Deniz Gamze Ergüven, La estación de las mujeres (2015) de Leena Yadav, Paulina (2015) de Santiago Mitre, Bar Bahar (2016) de Maysaloun Hamoud o Las inocentes (2016) de Anne Fontaine forman un conjunto de títulos que trazan un retablo bastante completo del feminismo, de la condición de la mujer, de sus problemas y de sus retos en la época actual y permiten que podamos afirmar que, en estos años, ha sido cuando el tema ha sido mejor tratado y, sobre todo, con mayor riqueza de perspectivas.

El #cine del siglo XXI ofrece mayor riqueza de perspectivas en el tema de la #mujer. @jmcruzbar Clic para tuitear

¿Cómo ha abordado el cine español toda esta problemática? ¿Ha seguido una secuencia temporal parecida a la que hemos expuesto para el cine internacional? ¿Ha tenido mayor o menor presencia que en otros países? ¿Ha tenido una relación cómoda con el feminismo o le ha pasado algo similar al cine de Hollywood? Eso, lo veremos en el próximo artículo.

En el siglo XXI, el feminismo se ha integrado en el cine al mismo tiempo que aumentaba el número de directoras en activo.

(Continuará)

 

José Manuel Cruz