Costura, café y un camino, de la escritora novel Marian Rodríguz-Navas, es el segundo relato presentado como prueba final en los cursos de narrativa impartidos por Talleres de Escritura Ateneo Literario, que dirige Ana Boloxescritora y colaboradora de esta revistaCostura, café y un camino es el primer relato del taller de novela feelgood, impartido por la profesora Mónica Gutiérrez, que publicamos en MoonMagazine.

 

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Costura, café y un camino

Moira llega al pueblo temprano, una mañana en la que luce el sol, conduciendo un coche verde lleno hasta los topes. La mayoría de los vecinos todavía están desayunando, como Flora y Juana, hermanas guardianas del decoro y las buenas costumbres. Siempre están vigilantes y en cuanto oyen el ruido de la furgoneta, se asoman entre las cortinas.

─¡Qué raro que llegue un camioncito tan temprano, Juana! ¿Qué traerá?

─Se para delante de la tienda del señor Ruiz. ¡Pobre hombre! Con lo feliz que era en su tienda y ahora se la va a quedar cualquiera.

─Cualquiera no, que aquí estamos nosotras para saber quién es. Hay que averiguar algo y contárselo a las chicas del club.

Ni qué decir tiene que las chicas del Club de las Buenas Maneras, de chicas tienen poco. Son cinco señoras de entre 70 y 80 años convencidas de que las buenas maneras consisten en que se esté de acuerdo con sus ideas.

Moira ya ha abierto la puerta del local y los hombres van vaciando la furgoneta: cajas de diversos tamaños, una mesa camilla, unas sillas, latas de pintura y algunas cosas más. Cuando descargan todo, pintan la pared de azul y la puerta y la ventana de blanco. Después se marchan.

Antes de hacer nada más, Moira se acerca a los negocios de la plaza a presentarse. Cuenta que es la nieta del difunto señor Ruiz y viene a montar una tienda. No, no va a ser una ferretería como la del abuelo, ella es modista. Pasa por la floristería de Mila, por el bar de Manolo, por la tienda de María y por el estanco de Toño.

El primer día se oyen ruidos desde fuera. El segundo día, con la tienda ya organizada, arregla el escaparate y va colocando fotos y prendas de ropa, una especie de «antes y después»: un vestido negro abotonado hasta arriba, que se transforma en un vestido con escote y adornos rojos; un sombrero marrón que después de ponerle unas flores de colores y una cinta naranja no parece el mismo; un chaleco gris de hombre que ahora está ribeteado de verde y una blusa blanca a la que se le han cosido botones de colores diferentes y en el cuello una cinta multicolor.

Junto a la puerta cuelga un cartel de madera, escrito con una preciosa caligrafía:

 

Moira Ruiz

Arreglos de ropa

Si quieres hablar y tomar café, entra. Es gratis

 

Las primeras en llegar, cómo no, son Flora y Juana. Le preguntan el nombre y si es pariente del antiguo dueño; qué viene a hacer a este pueblo; que les gusta mucho como va vestida, pero quizás sería más cómodo llevar el pelo recogido y evitar tanta mezcla de colores en la ropa, etc.

Moira las invita a café y pastas y se va enterando de los cotilleos. Mientras hablan, observan disimuladamente los artículos de la tienda, a pesar de haber sido invitadas a mirarlo todo sin compromiso. A ellas no se les ocurriría ir a cotillear si no van a comprar nada. Y es evidente que allí no hay nada para ellas.

Preguntan por una foto enorme colgada sobre la mesa del café. Muestra un sendero de piedra, un antiguo puente con una barandilla de madera. Moira explica que ese es el camino que la trajo hasta el pueblo y el que siempre la ha llevado a todos sus destinos.

─¡Qué graciosa, nos quieres engañar, no hay ningún camino así por aquí cerca! ─dice Juana.

─Cuando quiero tomar una decisión o hacer un cambio en mi vida miro esa foto y me quedo pensando hasta que soy capaz de ver el camino a seguir.

─¿Funciona con todo el mundo? ─pregunta Flora

─Solamente con los que creen en el camino.

Juana y Flor se miran de reojo. ¡Qué tontería!

Por los comentarios de las dos hermanas, se entera de que Mila, la florista, y Toño, el estanquero, están interesados el uno en el otro y no se atreven a dar el paso. Eso está bien, porque las relaciones tienen que ir despacio, no como otras alocadas que se lanzan sin pensar y después tienen que casarse corriendo o peor, criar a un niño ellas solas. Pero para Moira es algo triste que dos personas se gusten y no sean capaces de confesárselo el uno al otro. Así que decide poner remedio a la situación.

Esa misma semana invita a Mila a tomar café. Le dice que echa de menos a sus amigas y que le apetece un rato de charla.

Moira consigue que quien esté a su lado se sienta a gusto. Poco a poco la florista va compartiendo con ella sentimientos que apenas se atreve a poner en palabras, y que no compartiría con nadie más.

─Me encantaría conocer un poco de mundo, pero siempre volvería aquí. La pena es que no haya mucha gente de nuestra edad. Por suerte tengo algunas amigas para salir o hacer escapadas de fin de semana a la ciudad. A veces pienso que me gustaría tener pareja, pero no hay muchos hombres interesantes.

Se sonroja y esboza una sonrisa tímida. Es evidente que piensa en alguien.

─Mila, te has puesto colorada ¿seguro que no hay nadie?

─Bueno, hay alguien que me gusta un poco, aunque no creo que se haya fijado en mí.

La misma sonrisa y el mismo rubor y ojos soñadores.

─¿Ni siquiera Toño? Casi no he hablado con él, pero parece un chico encantador.

Esta vez Mila se sonroja de verdad y no es capaz de disimular.

─ A veces pienso en él. Desde luego es el más agradable, y también el más guapo.

Moira sabe que siente algo más, no solo por lo que le han contado las señoras; Mila lo acaba de confesar con su actitud y sus gestos.

 

El segundo invitado es Toño. Le cuenta a Moira que no le gusta trabajar en el estanco que heredó de sus padres, aunque es un negocio que siempre va bien. Le gustaría ofrecer algo de sí mismo y no solamente vender lo que otros le traen.

─¿Qué te gustaría hacer?

─No lo sé. Le doy vueltas y lo único que llego a pensar es que me gustaría hacer que el mundo fuera un poco más hermoso y acogedor.

─Eso pueden ser muchas cosas. Tranquilo, cuando tengas la idea clara podrás tomar una decisión.

Se le ve un poco triste. Moira le dice que mañana vuelva a merendar, que también estará Mila. Se están haciendo buenas amigas.

─Será un placer. Vendré en cuanto cierre el estanco.

La siguiente tarde se sientan los tres a tomar un café con bizcocho de chocolate. Moira dice que un corazón no puede resistirse ante algo de chocolate.

Hablan un rato de las cosas del pueblo y de sus negocios.

─Ayer me contaba Toño que no está contento con su trabajo.

─El negocio va bien ¿no?

─Sí, pero es muy aburrido. Te traen el tabaco y lo vendes, nada más. No es nada personal. En cambio, tú cuidas las flores y las mimas. Y Moira es capaz de transformar cualquier prenda sosa en algo original.

─Me gustaría cultivar las flores que vendo. El problema es montar un invernadero y encargarse de todo eso. No tengo tiempo.

─Sería muy bonito, así cada persona se llevaría un poco de ti. Ese trabajo sí que me gustaría. Si vendiera el estanco podría cultivar flores en la casa de mis padres y vendértelas.

Se ríen pero la propuesta queda en la mente de los tres.

Cuando se marchan, Toño acompaña a Mila hasta su casa y Moira se queda mirando lo buena pareja que hacen.

Cada vez más a menudo, los dos nuevos amigos de Moira quedan en la tienda de la modista para merendar. Siempre se sientan cerca de la foto del camino de piedra. Se sienten a gusto los tres en ese rincón.

─Cada vez que miro esta foto me parece que el camino de piedra tiene que ver conmigo ─dice Toño ─. Es como si me invitara a recorrerlo. Anoche soñé con él. Llegaba hasta el final y allí me esperaba una sorpresa. Me desperté antes de saber qué era la sorpresa, lleno de fuerza y con ganas de hacer cambios en mi vida.

─Mi abuela decía que hay un sendero de piedras que te lleva hasta tus sueños. Cuando no sé qué decisión tomar lo recorro mentalmente una y otra vez hasta que llego a una solución.

 

Ha pasado un mes desde la llegada de Moira. Está contenta. Mila y Toño salen juntos y este fin de semana lo van a pasar en la ciudad. Toño va a vender el estanco y con el dinero va a montar un invernadero, en el terreno de su casa. Y se van a casar. Ninguno de los dos quiere perder más tiempo.

Las dos hermanas ya tienen algo más para criticar. ¡Irse a pasar un fin de semana juntos sin estar casados! ¡Casarse a lo loco, sin conocerse! ¿Dónde iremos a parar, Señor? ¿Será que tienen prisa por «algo»?

 

Costura, café y un camino. Relato de Marian Rodríguez-Navas.

Talleres de Escritura Ateneo Literario.

Taller de novela felgood. Marian Gutiérrez.