Conforman De La Levedad treinta y ocho poemas que son como treinta y ocho disparos de luz. Cada poema, así es, resulta un fogonazo que ilumina no solo el fecundo instante de la lectura; al mismo tiempo los versos destellados quedan grabados en la mente de quien los disfruta por su intensidad emotiva y por su capacidad de transferir sentimientos, algo que esta autora posee como más preciado don. Lo que podría haber quedado «solo» como una composición intimista y autobiográfica consigue abrirse a lo universal gracias a unas imágenes que amplían el imaginario de cualquier lector mínimamente sensible y versado.

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Leyendo De la levedad he tenido la sensación, en muchas ocasiones, de ser invitado por Ana Martínez a compartir su álbum de fotografías más personal. Encuentro retratos de una vida que han logrado primero interesarme y casi seguido involucrarme en su contenido de forma ya irremediable. Así, «Entonces y ahora» (o cómo el camino se recorre mejor en compañía), «Ayer» (o cómo el amor perdura en situaciones de intemperie), «El diario de un día» (o los deseos vagabundos de fuga de la autora), «Mi otra niña» (formidable diálogo entre una Ana adulta y una Ana niña, reconociéndose a duras penas), «Pronóstico reservado» (o la remembranza hospitalaria a través de sus olores), «Así fue» (o el recuerdo de esa maestra querida que todos hemos tenido) y «Lucía» (o la incitación a no perder la irreflexiva rebeldía de la infancia). Luego están las fotos en riguroso blanco y negro, como corresponde a nuestra ya muy lejana infancia: las de los cines ya desaparecidos, las del colegio y sus maestros que nos marcaron, pero también las de nuestros compañeros (como en aquellas poses colectivas de cada clase), que quién sabe qué habrá sido de ellos…

Otra serie de poemas igualmente variopintos son más descriptivos. Congelan—en una solo aparente facilidad de estilo— una serie de escenas muy alejadas entre sí: un corredor urbano («The runner»), un naufragio («El naúfrago»), la infancia («Pequeños»), el retrato de una especie animal en extinción («El lince»), de Helena de Troya («Quién como tú»), de un trompetista genial («Miles»), y hasta la semblanza de un célebre bandido adolescente («Billy the kid el mentado»).

Un tercer grupo cabría ser englobado bajo el epígrafe Búsquedas y ensueños. Estarían aquí «Apología de la belleza» (o la búsqueda de lo bello hasta en los vertederos morales de la ciudad), «Instante» (o la fugacidad inasible de la felicidad), «Evanescencia» (o la evocación de una infancia perdida e irrecuperable), «Fluye» (o el río de Heráclito), «¿Por qué?» (o lo absurdo de muchas situaciones), y —por fin— el poema que da título al volumen: «De la levedad» (o de la grandísima dificultad de encontrar algo de autenticidad en estos tiempos tan materialistas y monetizados que corren).

Si pudiera encontrarte / en las almas postradas por el olvido y la razón, / iría en pos de ellas con párpados sudorosos, / torpemente nadando entre risas de lunáticos / que exhalan estertores de belleza arrasada, / de niñas violadas con sus faldas de colores.

 

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De La Levedad. Ana Martínez Mongay. Los libros del Gato Negro (2015). Reseña de Manu López Marañón.

 

De la levedad

Ana Martínez Mongay

Nº de páginas: 64 págs.

Encuadernación: Tapa blanda

Editorial: LOS LIBROS DEL GATO NEGRO

Lengua: Castellano

ISBN: 9788494442339

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Reseña de Manu López Marañón