Hace unos días escribí que como la música no le pertenece a Bob Dylan ni la literatura a Coetzee, ni el fútbol a Messi, ahora ya sabemos que la poesía tampoco le pertenece a Pound. Bienvenidos a la realidad, stendhalianos sindrómicos.

Mi Canto a Dylan

Hay un perfil que es como un pálido grito,
un escalofrío no es un libro, no es una canción.
Y ahí está él: canta unos versos suyos tan suyos,
con su voz desgarrada tan del revés;
aquel romance en Durango tiene olor,
recorre mis venas en vano para posarse en ese suelo perpetuo
llamando a las puertas de todos los cielos,
en un desafío de eternidad y lamentos.
Un escalofrío no es una canción, tampoco un libro,
bien lo sabes tú hierático Bob, el de la triste figura americana:
invita a Cupido a otra copa
y déjanos a ella y a mí frente a dos tazas de café humeantes
y con sus hielos de metal.
Ella y yo, que sabemos que no es en vano,
que ni el suyo ni mi amor son en vano, no, no lo son.
Sublime Bob, magnífico Bob Dylan,
no acabaré este poema elogiándote,
sé que no te gusta.
Vete por donde has venido,
sigue cuidando de mi alma sin saberlo.

 

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Dylan canta Romance in Durango, en directo, 1975:

 

No, la música no le pertenece a Dylan, pero…

Desde los ojos de Elvis, desde las manos de Lennon y los hombros de McCartney, desde la nariz de Dylan, las orejas de Bolan, los brazos de Springsteen y la boca de Strummer. Desde aquel pasado incólume hasta este hoy del rocanrol pétreo. Hasta este hoy sobre el que se ha detenido ya definitivamente aquella música surgida del hueco más inquieto del alma del diablo para posarse como un rescoldo. Una leve lumbre con la que ya poco más podemos hacer, salvo mostrarle respeto, un cariño comprometido y el amor de un hijo consciente del pasado en el que los muertos duermen un sueño único, especialmente tejido para él, para su piel, para su noche.

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Bob Dylan, Rolling Thunder Revue Tour, New Hampshire, 1975

Me recuerdo tarareando una canción de Dylan en una playa. La canción era Mozambique y la playa la de La Concha, en Suances, tengo unos catorce años y la vida todavía no mataba, sólo era vida dispuesta a ser vivida junto a mis padres, mis hermanos… Mi inglés es un idioma de otro planeta que a mí me hace feliz, la canción tiene un encanto extraño, es más un encantamiento para seres eternos, ahora no es más que un recuerdo para creerme dichoso.

Dylan canta Mozambique, en directo, 1976:

 

La importancia de ser Dylan

Nos dice el historiador Justo Serna que «Dylan abandonó Minnesota en busca de un lugar hospitalario. Comprendió bien pronto que algún hogar existe, en efecto, que la paz es necesaria, que el silencio es una ganancia, que el presente dura, que el frenesí destruye. Pero entendió también que no hay vuelta atrás, que lo hecho no puede rehabilitarse, que no hallará el camino de regreso a casa».

Bob Dylan «fue la primera figura de la música popular moderna que tuvo que acarrear con la responsabilidad de erigirse en ‘portavoz de una generación’», alguien que a través de numerosas mutaciones es quien más «ha influido en la configuración de la música popular moderna», y lo ha hecho siendo ajeno al pop y siendo pop al mismo tiempo. Lo cuenta Bob Stanley en un libro esencial, Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno.

Bob Dylan ha influido en la configuración de la música popular moderna, y lo ha hecho siendo ajeno al pop y siendo pop al mismo tiempo. Hoy, llamamos a las puertas del cielo con @ibanezsalas @Adehistoria. Clic para tuitear

Javier María López Rodríguez, en su Breve historia de la música, cuando nos habla de los años 60 del siglo pasado, se refiere a Dylan como uno de los «fenómenos de especial relevancia»: «un músico y poeta venido del mundo de la canción folk llamado Robert Allan Zimmerman y más conocido como Bob Dylan (nacido en 1941). Quizás a él se deba que la generación de músicos pop de la década inclinasen las letras de sus canciones hacia contenidos de corte más lírico o reivindicativo. La protesta expresada a través de la música de estos años le debe mucho a él. No en vano, Dylan se reconocía en el cantante de country Woody Guthrie (1912-1967), auténtica voz de los desposeídos de América».

Dylan nos concierne

Porque si eres Bob puedes masacrar tu talento, si eres Dylan puedes ser un dios y serlo, si eres Bob Dylan puedes llamar a las puertas del cielo como te venga bien o mal.

Si eres Bob puedes masacrar tu talento, si eres Dylan puedes ser un dios y serlo, si eres #BobDylan puedes llamar a las puertas del cielo como te venga bien o mal. @ibanezsalas @Adehistoria Clic para tuitear

Escuchemos a Elena Gabriel hablar de Dylan (desde su Hazme sonreír: música para vivir):

«Crecí en un ambiente artístico y cultural donde las novedades llegaban con un halo de misterio y santidad. En Buenos Aires no salían los LPs a la vez que en USA o en Reino Unido. Pero para los privilegiados hijos de los periodistas, música, pintura, cine, literatura y vanguardias en general eran algo más asequibles. Dylan no se editaba pero los discos importados llegaban a nuestras manos. Quienes íbamos a colegios extranjeros teníamos ese suplemento de amigos que viajaban y traían LPs de Europa o de Estados Unidos.

Gran parte de la obra de Bob Dylan me era conocida ya a finales de los sesenta. Pero no fue hasta 1971-1972 en que lo descubrí ya a fondo. Dos personas fueron responsables de ello.

Por un lado, mi amigo Charly Herbers, que trajo de Alemania el primer álbum recopilatorio de Dylan, de 1967, y me lo dejo en casa para que lo disfrutara. Ahí estaba Positively 4th Street, cuya música me fascinó… y con cuya letra, como adolescente que era, no tardé en identificar a algún amigo o amiga que no se había portado del todo bien.

Y el otro descubridor fue Jesús Ordovás. Iba yo por una calle porteña, paseando a algún hermanillo recién nacido, cuando me topé con un libro en un escaparate. Bob Dylan. Bien. Mi oportunidad de saber más sobre mi reciente ídolo. Lo firmaba un tal Jesús Ordovás. Me pregunté sobre el autor… no conocía su nombre… sería de otro país. Por supuesto, compré el libro encantada y me lo llevé a casa para estudiármelo (la reválida de historia podía esperar)».

 

Dylan canta con Tom Petty Positively 4Th Street (1986)

¿Y el Premio Nobel, qué?

Escribe José Luis Zapatero en su aún inédito El tiempo en 50 canciones:

«De los innumerables premios que han otorgado a Dylan el más sonado —y controvertido— ha sido el Nobel de Literatura en 2016, por «haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción». Por encima de discusiones bizantinas nadie puede poner en duda que Bob Dylan escribe poesía. Y eso es literatura. Que además cante o toque la guitarra no es motivo de menoscabo. Sé que hay escritores estupendos que lo merecen de sobra y de hecho creo que deberían desenterrar a Borges para dárselo. Pero esa es otra historia.

También en España reconocimos su talento y se le concedió el Príncipe de Asturias de las Artes en 2007, alabando «la canción y la poesía en una obra que crea escuela y determina la educación sentimental de muchos millones de personas», así como el carácter «austero en las formas y profundo en los mensajes».

Hoy como ayer, más nos vale hacer caso al bardo de Minnesota, y empezar a nadar si no queremos hundirnos como piedras».

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Escena final de Pat Garrett and Billy the Kid (Sam Peckinpah, 1973), suena Knocking on heaven’s door:

 

Tengo un cuento en el que sale Dylan (mejor dicho, dos)

Leí a Hamsun y escribí un cuentito como si me hubiera poseído su espíritu. Con Pynchon me pasó igual. En el cuento ese a lo Pynchon es en el que sale Dylan. Es este, se titula «No, yo no soy Pynchon».

Estoy feliz en la carretera, ¿lo soy? No hay nada detrás de mí, ni a mi izquierda ni a mi derecha. Sólo futuro. Escucho en mi coche canciones para enamorados, no necesito dinero, fui parte de dos almas perdidas, dos almas que escuchaban las canciones de fuego de Otis, mientras me cambiaba de vida, con otra carretera sobre mi cabeza, antes de oír nítidamente al último tren, donde viajará el ángel del amor hacia la ruptura y hacia los confines de la belleza.

Cuando Dylan me hablaba hace unas horas, esta misma mañana, antes de que me agenciara este coche que no sabrá llevarme más atrás del porvenir, creí entender en él que todo esto que he venido viviendo durante los últimos meses desde que llegué a Pensacola no era más que un sueño soñado por un mono loco a quien yo había confundido cuando fui al funeral de Pyre con el hermano mayor de mi antiguo amante belga, el que le grababa canciones a Marvin Gaye antes de dejar de ser Marvin Gaye para siempre. Yo le miraba a Dylan mientras no dejaba de pensar en el otro Dylan, el amigo de Pyre, el de los puros robados de las guanteras de los coches de los potentados brasileños que veraneaban en la costa de Fintrope, tan cerca de Cuba, tan lejos de los primeros fusilamientos, escasos por lo demás, de aquellos barbudos que leían como cosacos y bebían como espartanos.

Tengo la certeza de que ese futuro hacia el que me lleva este coche no debe de andarse lejos.

He tenido que alterar el título de este epígrafe porque ayer, cuando aún no había acabado de escribir esto, en otro cuento mío añadí un párrafo en el que también aparece Dylan. El cuento se llama «Londres tendrá que esperar», y Dylan sale aquí:

Él ya sabe que va a ser Bob Dylan, mientras pasa frío aunque no le importe. Ni lo uno ni lo otro. Bob Dylan. Vuelve a leer el poema que guarda en el bolsillo de su chaqueta escasamente protectora. Rimaremos breves lápidas / cuando los palacios se desmoronen / cada vez que el séptimo sello cumpla su función… No lo ha copiado bien. Y además está incompleto. Por lo menos ahora no nieva. Se vuelve a resbalar. Entra en el garito, le toca cantar. Le presentan con otro nombre, ha olvidado el nombre del sitio. Su guitarra está desafinada otra vez. Intenta afinarla. Suena un piano. No le tocaba a él. Bob Dylan podrá esperar. Nueva York sigue oliendo a piel roja.

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Bob Dylan, Nueva York, 1965. © Don Hunstein

 

Y esto es todo. Dylan nos concierne. Te dejo con otros versos míos.

 

Más chulo que un ocho
escucho a Macca,
más chulo que un ocho
leo a Stephen King,
más chulo que un ocho
escribo otra novela,
más chulo que un ocho
recito un poema,
más chulo que un ocho
soy más chulo que un ocho,
pura osadía consciente,
pura conciencia osada,
más chulo que un ocho
veo una peli de Dios,
cualquiera con Lemmon,
salgo a la calle
más chulo que un ocho
y Bob Dylan me guiña un ojo
mientras las mentiras
siguen flotando donde
menos las necesitan.

 

Dylan nos concierne 4

Dylan, ya no tan joven

 

Dylan canta The man in me:

 

José Luis Ibáñez Salas

Director de Anatomía de la Historia