El desenlace es la tercera unidad dramática o tercer acto de una historia, según la estructura clásica. Este es el punto de la novela en el que todos los hilos que el escritor ha ido tendiendo se encuentran en un momento crítico que llamamos clímax, el punto donde se produce la crisis o momento de mayor tensión en la historia.

En el clímax, el protagonista ha de enfrentarse al momento de la verdad y sólo tras él, el lector sabrá si nuestro personaje principal ha tenido éxito en su aventura o ha fracasado. El clímax, pues, desvela el misterio y responde a la pregunta dramática que se planteó el lector al principio de la novela.

El crescendo: tensión creciente, aceleración del ritmo, rapidez, preocupar al lector @ana_bolox. Clic para tuitear

El crescendo

Si hemos trabajado bien la novela a lo largo del planteamiento y del nudo, esta habrá ido creciendo en tensión a medida que avanza. En cada página, habremos colocado un nuevo obstáculo al protagonista, una nueva complicación a la que ha debido enfrentarse. Ahora bien, este crecimiento en la intensidad y la tensión de la novela se ha producido poco a poco.

Sin embargo, una vez alcanzado el desenlace, ese crescendo ha de producirse con rapidez. Nuestra primera tarea al trabajar el desenlace de nuestra novela es la de procurarle una subida vertiginosa de la tensión hasta alcanzar el punto máximo o clímax. Ya no tenemos tiempo ni espacio para explayarnos y, además, el lector quiere, necesita esas páginas finales de presión total.

Cómo conseguir un buen crescendo

1. Eleva la tensión: asegúrate de que, una vez alcanzado el conflicto final, la lucha es a muerte. Lo importante es que logres excitar las emociones del lector casi de forma irracional, esto es, debes conseguir que el lector, por un momento, responda a tu historia desde su parte más emocional.

2. Preocupa al lector: si has trabajado bien el punto anterior, habrás conseguido uno de los efectos que se busca lograr con el desenlace, en concreto con esta primera parte a la que hemos llamado crescendo: la de intranquilizar al lector sembrando en él la duda sobre si el protagonista logrará triunfar, finalmente, o fracasará en su empeño por conseguir el objetivo que ha venido persiguiendo durante toda la historia.

3. No des explicaciones: si, por una parte, debes proveer al lector con las aclaraciones necesarias para que no se sienta frustrado, por otra debes evitar ser demasiado explicativo. Ese tipo de enfrentamiento final entre el protagonista y el antagonista en el que estos dos personajes, uno frente al otro y preparados para luchar, no comienzan esa batalla final porque primero tienen una charla en la que nos van explicando cómo han llegado hasta la situación actual, es una de las formas más efectivas de fastidiar el final de tu novela.

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No puedes dejar que el ritmo decaiga, porque el lector tiene encendidos los motores, su emoción está al rojo vivo y no puedes apagarla de repente con una charla que está quitando protagonismo a la acción.

4. Dale al final un ritmo rápido: el punto anterior explica este. El desenlace no puede andarse con rodeos y dilaciones que, a diferencia de lo que muchos escritores nóveles creen, no elevarán la tensión, sino que, por el contrario, debilitará el fuego que el lector siente e, incluso, llevado al extremo, acabará por apagarlo por completo.

Siguiendo estas pautas, lograremos un incremento constante de la tensión hasta que el crescendo alcance su punto máximo, momento en el que llegamos al clímax, segundo elemento del desenlace y del que hablaremos en la próxima entrada.

Hasta entonces, feliz mes.

El desenlace de una novela

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Ana Bolox

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