EL HOYO, MANUEL CERDÁ

Un soleado y apacible miércoles de primavera, tanto que no parece que sea miércoles. Nuestro hombre se detiene junto a un bosque de pinos piñoneros. Quiere estirar las piernas, lleva más de dos horas conduciendo y le duele la espalda. Aun siendo muchos los años que lleva haciendo el mismo trayecto, nunca se ha parado, pero ese miércoles siente la necesidad de hacerlo. […] Ese día, ese soleado y apacible miércoles de primavera, asediado por el cansancio y el aburrimiento, decide detenerse junto al bosquecillo de pinos piñoneros. Puede que así el hartazgo se detenga con él.

Así empieza la última novela de Manuel Cerdá, El hoyo, con esa situación sumamente climácica. Nos apetece bajarnos del coche, nos atrae el olor a la resina y al piñón y no podemos imaginar mejor actividad que pasear por el bosque un apacible miércoles de primavera. Nada mejor para exorcizar el cansancio o el aburrimiento que un paseo relajante oliendo a pino y a plena naturaleza primaveral. No acertamos a entender cómo es que nuestro personaje nunca lo ha hecho si lleva años pasando por allí.

#ElHoyo, última #novela de @MCerda_, una metáfora de los descolocados del mundo, los que miran siempre hacia arriba. Una #reseña de @RosaBerros. #LibrosRecomendados #QuéLeer. Clic para tuitear

Y a renglón seguido, viene el anticlímax. «Sin saber cómo cae en un hoyo. Apenas ha dado unos pasos cuando el suelo se hunde o él se hunde en el suelo». No entiende cómo puede haber pasado. Un narrador omnisciente en tercera persona, aunque tal vez es él mismo, lo tacha de un mal hacedor de límites, uno de esos que no saben calcular las distancias por mirar en demasiadas direcciones y no saber fijar la mirada en lo que realmente interesa. Los buenos hacedores de límites miran siempre en la misma dirección, o sea, hacia abajo, hacia donde se ven los hoyos y jamás caerán en uno de ellos. Él suele mirar hacia arriba y así no ve lo que tiene entre los pies. Ahora, demasiado tarde, se da cuenta de que hay que estar más pendiente de lo que hay a ras del suelo, porque además el hoyo es lo suficientemente profundo como para poder salir trepando y sin ayuda. No ahora, cuando ya no es tan joven y ya no tiene la fuerza de antes.

El hoyo, la última novela de Manuel Cerdá, me lleva casi sin darme cuenta a su primera novela, El viaje. Y es que en ella recupera el intimismo de aquella primera, el protagonismo casi exclusivo de un personaje enfrentado a sus recuerdos, a la realidad y a sí mismo. El viaje constituía un verdadero viaje del protagonista al pueblo en el que nació y vivió durante muchos años, un viaje en el que el personaje tenía que salir del barrio en el que vivía y que raramente abandonaba. Ese personaje, en primera persona porque es también el narrador, nos llevaba a sus recuerdos del pasado, y no tan pasado, y a la discrepancia entre esos recuerdos y lo que la realidad le mostraba. En El hoyo, el personaje poco se va a mover de su agujero y eso que él, lejos de vivir en un barrio del que nunca sale, viaja a diario (años lleva haciendo ese mismo trayecto). Es un hombre que suponemos de ciudad y que, ahora, encerrado en este agujero, se enfrenta a un análisis de su vida y de lo que ha podido dar con sus huesos en la situación en que se encuentra.

Esta novela nos habla de un hombre solitario, tal vez torpe en sus relaciones sociales y en su forma de enfrentarse al mundo porque, además de no saber dónde están los límites, no ha sabido aplicar los conocimientos. No aplica correctamente la Ciencia del caminar y eso es imperdonable desde que la Ciencia empezó a escribirse con mayúsculas. Él ya no es un niño que puede permitirse no saber aplicar esa Ciencia, los ya grandes sólo pueden alegar desconocimiento «por desgana, por abulia o por ofuscamiento, como los aquejados del mal de la introspección, como nuestro hombre pues, se han condenado a la incapacidad de conducirse a sí mismos».

También ha caído por el capricho de cambiar de rumbo repentinamente, obstinado en diseñar una ruta propia y despreciando las ya trazadas por los que determinan lo que está bien y lo que está mal.  El caso es que, una vez en el hoyo, no quiere caer en la holgazanería. Teme que lo atrape y que nunca pueda salir de él. No quiere renunciar a la voluntad porque sabe que eso le empequeñece y que «empequeñecer es resignarse, someterse, que tu sempiterna negativa a pagar peaje por caminar es una acción egoísta a los ojos de los demás, pero estás en un hoyo, solo, y necesitas ayuda, y sabes que esa ayuda solo puede llegar de la mano de otros, puede que de aquellos a quienes desprecias». Tampoco quiere renunciar a la dignidad y se distrae ideando la forma de hacer sus necesidades sin que el fondo del hoyo, sobre el que tiene que sentarse o tumbarse, se vea cubierto por sus propias inmundicias.

Mientras está allí encerrado oye cómo alguien se acerca y, en vez de ayudarle, le roba el coche. Robar no es algo que le parezca mal, pero solo si se roba a quien mucho tiene, explotadores, usurpadores, ladrones a su vez de guante blanco, sean banqueros, empresarios, políticos, reyes… pero su ladrón particular le ha robado a él. Los otros son temibles, son poderosos. Solo él, hundido en un hoyo y sin poder moverse, no representa ningún peligro y puede ser robado impunemente.

Sabemos, por fin que nuestro hombre, dedicado a la literatura como profesión, se supuso creador, mercader de palabras, por tanto. Pero ahora está convencido de que esa profesión es inútil porque ya todo está dicho. Nada nuevo se puede decir, nada se puede crear que no esté ya creado, «Nada existe que no haya existido ya, se dijo, nada puede decirse que no se haya dicho ya, el justo medio ha resultado ser el de la mediocridad»

Pero parece ser que nadie va a encontrar su cadáver en el hoyo, como había temido. Tal vez su salvación venga de ese coche en el que una pareja parece estar dedicándose a la ancestral tarea de la procreación, aunque tampoco será tan fácil y, a pesar del apoyo que le ofrecen, aun tendrá que pasar muchas horas en el hoyo. Vendrá un agente con uniforme azul del Informe Cuerpo Uniformado de Agentes y Comisionistas. Habrá que esperar a que sea evaluado por un experto del centro determinador de propósitos, conductas y voluntades, CDPCV, que valorará su estado y actitud y decidirá lo que se debe hacer con él una vez liberado.

No, no le resultará fácil ser liberado. De hecho, cada hoyo es el ambiente particular de cada uno. El hábitat en el que se ubica nuestra posición en el mundo, del que queremos salir, pero del que somos incapaces de escapar. Por desidia, por miedo, por debilidad, por ignorancia. Puede que, para todos, siempre que lo intentamos, otra vez sea un «soleado y apacible miércoles de primavera, tanto que no parece que sea miércoles. Nuestro hombre se detiene…».

El hoyo es una novela para disfrutar despacio, para degustar sin prisas. Una novela no apta para cuando tan solo se busca entretenimiento y lecturas ligeras. Es tal vez una novela para compaginar con otras lecturas. Para leer unas páginas cada día y dejar que empapen nuestro pensamiento, porque en El hoyo cualquiera puede encontrarse a sí mismo y eso requiere tiempo y silencio.

#ElHoyo de @MCerda_ es una novela para disfrutar despacio. Para leer unas páginas cada día y dejar que empapen nuestro pensamiento: en el hoyo cualquiera puede encontrarse a sí mismo y eso requiere tiempo y silencio. @RosaBerros. Clic para tuitear
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Reseña de Rosa Berros Canuria
Portada de la reseña: David de la Torre

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