María del Mar Gómez Fornés, nacida en 1966 en un pueblo pacense, pero madrileña de adopción desde que en 2007 se hiciera cargo del Gabinete de Comunicación del Hospital La Paz, antes de publicar En el valle de las flores ha trabajado en la radio (Antena 3, Cope y RNE) o en periódicos como Diario Hoy, Periódico Extremadura y también para la Agencia Efe. Poemas suyos aparecen en antologías como Estrechando círculos (un hermanamiento entre poetas españoles y colombianos) y Ellos y ellas (Mérida, 2018).

El poeta inglés Percy Bisshe Shelley dijo: «La poesía es la memoria de los momentos mejores y más felices experimentados por los espíritus mejores y más felices», pintiparada introducción para un poemario como este, en el que la memoria tiene absoluto protagonismo («La poesía es la sombra de la memoria», asevera el poeta mejicano José Emilio Pacheco).

Sexta entrega del homenaje poético a Madrid con el poemario En el valle de las flores, de la periodista y poeta @margomezfornes3, una obra en la que la memoria tiene absoluto protagonismo. @edlettere. #Reseña. #ManuLópezMarañón. Clic para tuitear

Gaspar Melchor de Jovellanos recomendó: «Recorramos en el afán poético materias dignas de una memoria perdurable»… ¿Y cuál será tal afán en María del Mar Gómez Fornés, y, de forma simultánea, las materias elegidas por su memoria? Pues en su caso no otro que el que tenga relación con una única materia: LA MUJER, así, en mayúsculas. La que la autora recuerda de sus tiempos de infancia y adolescencia; esa mujer —de pueblo— que le da amplísimo juego para desarrollar a plenitud casi todas sus simplezas y alguna particularidad. Estamos ante un poemario corto de extensión (son 19 composiciones) pero intensísimo en su exclusivo enfoque.

En el valle de las flores, de @margomezfornes3, @edlettere, es un poemario corto de extensión (19 composiciones) pero intensísimo en su exclusivo enfoque: LA MUJER, en mayúsculas, protagonista de sus tiempos de infancia y adolescencia. Clic para tuitear

La infancia de la poeta revive, en ocasiones, a la manera proustiana. La célebre magdalena mojada en una infusión de té viene sustituida aquí por esos huevos que la cocinera Isabel freía [7], por el olor a limonero de otra doncella doméstica mientras planchaba: «Baldomera» [9] o, también, por esa abuela fervorosamente católica con sus caramelos de violeta y el olor a campo (como si toda ella fuera un huerto viviente) [19]. Esta infancia, hechizada por sabores y olores, que gracias a la memoria involuntaria recrea María del Mar Gómez Fornés, queda magistralmente evocada con sus matices —y el vivo colorido de su significado— a partir de objetos tan cotidianos como una sartén, el moño de una planchadora, o ese Cristo de la victoria sobre una mesilla.

BALDOMERA

Sin mancha, y AMÉN.

La recuerdo bien.

Recolectora de dátiles y cuidadora de faisanes.

Vivía entre mantelerías de Holanda.

Planchadora de nacimiento.

Criada entre todas las criadas.

«Baldomera».

Su nombre auroral por las cocinas se coreaba.

Y luego estaba su moño que flotaba como nube

en el jardín de los señores.

Planchaba y planchaba mientras planchaba.

La recuerdo bien entre faisanes, haciendo

meriendas y alisando sábanas de hilo.

Guardiana de una palmera.

Criada entre criadas.

Disfrazaba los funerales con delantal blanco y

chorreras.

A juego con su moño-nube blanca.

La recuerdo bien por su olor a limonero en flor.

Pero la memoria puede ser también (re)buscada, dirigida con firmeza hacia lo que tanteamos. Una memoria por tanto voluntaria sobre la que acaban fluyendo sombras queridas y tributos a personas difuminadas pero pronto inolvidables. María del Mar Gómez Fornés respira la esencia de las cosas renunciando a captarlas en su inmediato presente: lo que el hoy le depare no aporta combustible para prender ni la imaginación ni los sentidos necesarios que hagan propulsar su poesía. Es el tiempo perdido —el suyo— plagado de recuerdos que suscitan analogías lo que para ella conlleva el poder generador de recuperar lo verdaderamente destacable de los días antiguos.

La pastora de cabras, siempre enlutada y alta como una cumbre [8]; las tres hermanas hilanderas, haciendo de sus bordados una contagiante labor: «Florencia» [10]; niñas recién bautizadas revoloteando sobre los prados como flores silvestres [11]; un pueblo diseccionado a través de los clientes de una confitera (niñas pobres y tristes, viejas desdentadas…) [12]; esa vecina con el moño nevado, arreglada y cuca pero invisible, que abunda en cualquier pueblo, o la mujer que sufrió a causa de la guerra y sobrevive dominada por un permanente rencor [18], todo este recreado bestiario da buena cuenta del trabajo de esta otra memoria más regida sobre lo que se quiere recalcar y que sirve a la poeta para desgranar otra buena tanda de magníficos versos.

 

FLORENCIA

Cuando en estas tardes de verano

en que el cielo riega el campo baldío

todo es silencio y el silencio lo es todo…

sale a la puerta Florencia.

Gusta de ver pasar los gatos.

Cose y borda flores a los mandiles viejos.

Florencia y sus hermanas, eran custodias de

puerta falsa.

Mujercitas de pueblo y dedal.

Lindantes al patio llenito de madrigales

sobrehilando en zigzag…

cose que te cose, al corpiño la popelina.

Florencia, Venancia y Pompina.

Tres hermanas al bies.

Las recuerdo bien.

Mujercitas de umbral y sillitas de enea.

Meciéndose entre remiendos, remates y bastillas.

El festón de cada siesta.

Hilvanes y dobladillos como remate del equipaje.

¡Destino: Italia! Largaba mi abuela.

Y todos los niños al trennnnnnnnnnn.

Florencia. Venecia. Pompeya.

Tres hermanas al bies.

Las recuerdo bien.

Sorprende cómo en esta abundancia de evocaciones que conforma En el valle de las flores la pena brille por su ausencia. Los poemas prenden diversas emociones sobre sus lectores, pero, ante esa ausencia del más mínimo conato de rebeldía por situaciones de explotación que clamaban al cielo, prima casi siempre nuestro enojo ante la injusta situación de la mujer durante esas épocas anteriores a cualquier tipo de feminismo (siquiera embrionario). La nostalgia, al contemplar ese pasado —ya no tan reciente— obviamente surge, pero canalizada, sin dejar que un inoportuno malestar la invada, bien atenta a no cortar el paso a la legítima indignación.

El homenaje a tanta mujer asesinada en el doméstico anonimato o durante las guerras genera estupor y/o rabia: «Descansen en paz» y «Milagros» [2] y [6]; asimismo se lamenta la vida de esa mujer criada en la intemperie y a la que solo queda la iglesia como refugio [3] y se le pide una reacción que la haga adquirir protagonismo para llegar a ser, pronto, la «élite del campo» [5]; se nombra a aquellas abuelas de estrafalarios nombres perdidas en el tiempo y a las que sólo queda ya recordar o rezar [4]; se deja constancia de la ira sentida por mujeres de inspiración lorquiana, yermas, sin otras aspiraciones que bordar y procesionar [13], o por esas amas de casa, mujeres crudas y sin elaboración, a la espera de ser preñadas [16].

 

DESCANSEN EN PAZ

Huríes. Novias.

Medias naranjas no descendidas del árbol.

Muchachas de estufa y obrador.

Montoncitos de leña recién cortada.

Sacos de harina por los silos de los silos…

Mozas de CAMPO y umbría

que os han desvalijado de pétalos.

Mujer sin una sola flor sobre el mármol.

Descansen en paz.

Matronas de HUERTA y terraplén.

Desposadas violetas de marzo.

VOSOTRAS, muertas y enterradas.

Sin rezo ni plegaria,

sin glosa ni repique sobre la piedra.

VOSOTRAS.

Figuritas olvidadas, embaladas en cajas de galletas.

Descansad. Descansad en paz.

Porque una guerra os desmigó.

Os hizo descoser el vestido de domingo.

Y como hojitas de los álamos del paseo

que ya no dan sombra a los

besos de los novios,

así vosotras,

sin ajuar ni primeras golondrinas.

Por los silos de los silos

así vosotras

polvillo y vapor de las moliendas.

 

La inspiración clasicista de María del Mar Gómez Fornés tiene mucho de sabiduría recoleta, de crónica familiar trascendida a un humanismo identificable con las buenas maneras de la persona culta que no se ahoga en su torre de marfil. Así, las experiencias vividas por la poeta en su infancia y adolescencia generan una ética de la rebeldía que, siempre dentro del ámbito estético, consigue ser a la vez factor de denuncia y equilibrio de lo vivido. La exigente adecuación de su poesía a la historia privada, gracias a un efectivo sistema de memorias comunicantes, consigue pasar a la historia común, ser la memoria de todos.

La inspiración clasicista de @margomezfornes3 tiene mucho de sabiduría recoleta, de crónica familiar trascendida a un humanismo identificable con las buenas maneras de la persona culta que no se ahoga en su torre de marfil. @edlettere. Clic para tuitear

La claridad (las más de las veces dramática —que retrotrae a desesperanzados mundos literarios como el de Juan Rulfo o a la Intemperie de Jesús Carrasco—, pocas veces optimista, menos jubilosa) que vertebra la poesía de María del Mar Gómez Fornés nunca vira hacia la melancolía. Su autora ha decidido entrar a saco en la memoria y rebuscar entre sus heridas para suturarlas, neutralizarlas, pero siempre por medio de la palabra que denuncia. Y En el valle de las flores lo ha logrado con insuperable arte.

 

En el valle de las flores, de María del Mar Gómez Fornés. Poesía madrileña (VI)

 

 

En el valle de las flores

María del Mar Gómez Fornés

Lettere, 2019

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Reseña de Manu López Marañón

Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre

 

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