En una ocasión, la fotógrafa Sarah Moon confesó que fotografiaba desde niña, aunque solo sostuvo una cámara por primera vez siendo adulta. Se refería, por supuesto, a su capacidad para captar historias y convertirlas en pequeñas escenas imaginarias. Refugiada francesa en Londres en plena Segunda Guerra Mundial, la Sarah Moon de nueve años se esforzó por consolar los pesares y dolores a través de su devoción por lo estético y lo artístico. Durante la adolescencia, estudió diseño y dedicó años al dibujo y por último a la fotografía. Enfrentada a los prejuicios de la época, trabajó como modelo mientras lograba dar el paso definitivo como fotógrafa, que no llegaría hasta bien entrada la veintena. Entre tanto, fotografiaba a sus compañeras y como ella misma admitiría después «creaba el mundo a través de imágenes que tenían más de errores que de aciertos». La joven Sarah Moon estaba convencida del valor del error y de la búsqueda de una mirada incompleta sobre la fotografía. En esas primeras imágenes, sus jovencísimas modelos jamás miran a la cámara. Desaparecen en vaporosas nubes de satén y muselina, ingrávidas y casi frágiles. Y no obstante, hay una fuerza considerable en su puesta en escena, en el instintivo conocimiento de Moon del simbolismo y el uso del color como parte de un mensaje sugerido.

La fotógrafa de moda que reconstruye a la mujer desechando el ingrediente erótico. @Aglaia_Berlutti nos cuenta por qué #SarahMoon marcó un hito en la #fotografía publicitaria. #Moda #Arte #FashionPhotography. Clic para tuitear

La fotografía es el arte de crear sueños, o al menos, esa es una manera de interpretar el trabajo fotográfico de Sarah Moon. Lleno de simbolismos y alegorías sutiles, las fotografías de Sarah Moon resumen un tipo de percepción de lo femenino que va más allá de la simple belleza y lo transforma en un vehículo poderoso para analizar una alegoría estética. Para la fotógrafa, lo bello y lo sutil elaboran un mensaje mucho más poderoso  — y complejo —  que la simple capacidad sensorial por cautivar.

Fotografía y moda

© Sarah Moon

Sarah Moon estuvo frente a la cámara mucho antes que detrás del visor. La que se convertiría en una de las grandes fotógrafas del siglo XX fue antes musa y modelo de los mejores fotógrafos de una época en que la fotografía pertenecía en exclusiva al ámbito masculino. Fue retratada por Helmut Newton, Irving Penn o Guy Bourdin, lo que le permitió conocer de primera mano las frágiles e intangibles relaciones entre la fotografía y la capacidad de la imagen para expresar elaboradas ideas estéticas. Pero además, comprendió que la fotografía es una recombinación de símbolos en busca de una mirada única sobre nuestras obsesiones. Y la de Sarah Moon es sin duda lo que consideramos hermoso, ese velado misterio sobre nuestros cánones y estereotipos estéticos sobre los que reflexiona desde cierta abstracción vaporosa. Sarah Moon intenta meditar sobre lo bello  — o lo que en todo caso, consideramos bello —  como un concepto que se plantea desde lo misterioso. Una búsqueda de lo que se esconde en nuestras percepciones sobre lo atractivo, lo seductor y, sobre todo, lo que es capaz de enaltecer esa noción sobre lo desconocido. Y lo hace con un pulso creativo que sorprende por su firmeza.

Para 1970 e influenciada por los últimos coletazos de los swinging sixties, Moon se dedica por completo a la fotografía. Con una persistencia en el mensaje entre líneas por encima de lo evidente, Sarah Moon elabora un tipo de imágenes que libera a la mujer del tópico de objeto del deseo y lo convierte en algo más complicado y por lo tanto, poderoso. De la misma manera que Lillian Bassman y Deborah Turbeville, Moon celebra lo femenino pero sin caer en la retórica de la sexualidad, la lujuria o la provocación. Para Moon la fotografía es una comprensión sobre la atmósfera y la emoción que puede transmitir a través de la imagen. Y lo hace construyendo un tipo de propuesta donde buena parte del poder del mensaje radica en lo que el espectador puede concluir sobre lo que no se muestra en la fotografía. Con una osadía que sorprende, Moon creó un discurso fotográfico basado en un tipo de sensibilidad de enorme valor conceptual. Se negó a usar cualquier elemento o símbolo sexual y además, depuró el glamour como algo más sensitivo que la mera idea sobre lo espectacular y lo llamativo. Sus retratos siempre tienen un aire desdibujado, incompleto. Una percepción sensorial levemente confusa que les brinda una identidad única a cada una de sus fotografías.

Entre los velos del misterio: La fotografía inquietante de la fotógrafa Sarah Moon 2

Ingrid Boulting, imagen de Biba Cosmetics. © Sarah Moon

La #fotografía de #SarahMoon celebra lo femenino sin caer en la retórica de la sexualidad. Misterio y simbolismo a través de la mirada de la fotógrafa que rompió con los estereotipos de la #fotografía de #moda. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Por supuesto, esa propuesta, que contradecía en forma y fondo el concepto más común acerca de la moda, tuvo sus inmediatos detractores y críticos. A Moon se le criticó el hecho de usar velos y diversos juegos de luces para dar una apariencia enigmática a sus imágenes y, sobre todo, su estética, por la que se le acusó de «mostrar un tipo de mujer ideal e inalcanzable». A pesar de las puertas cerradas y el rechazo, Sarah Moon dedicó años a consolidar su estilo. Sería la marca Cacharel la que consolidaría su nombre. Para la campaña publicitaria del perfume de la marca, Moon creó una serie de retratos que desconcertaron y subyugaron al público por su delicadísima estética pero también por lo novedoso de su propuesta. Las fotografías de Sarah Moon para Cacharel marcaron, además, un hito en la fotografía publicitaria: no se trataba sólo de imágenes para mostrar al producto o ensalzar la belleza de la modelo. Había una real intención de la fotógrafa de crear un discurso consistente, una visión sobre lo esencial del producto que trascendía a la mera noción de su existencia. «Cuando hacía publicidad, me imaginaba un relato y una situación donde podía ocurrir. Finalmente cada fotografía era la primera y última imagen de una película que no iba a hacer, de una historia que nunca iba a contar», dijo cuando se le preguntó al respecto de la exitosa campaña. Toda una declaración de intenciones de Moon sobre su perspectiva sobre la fotografía como expresión formal de una interpretación más profunda de la imagen.

Fotografía de moda. Cacharel

Cacharel. Anaïs Anaïs. © Sarah Moon

Para el fotógrafo Duane Michals  — cuya correspondencia con Sarah Moon forma parte del libro Now and Then de la editorial Kehrer Verlag que analiza el trabajo de la fotógrafa —,  lo fantasmal y etéreo de la fotografía de Moon es en sí mismo un análisis sobre su opinión sobre temas tan disímiles como lo femenino, el motivo fotográfico y la expresión de la identidad a través de la imagen. Más allá de eso, hay una noción persistente sobre la necesidad de Moon de reconstruir la fotografía que muestra a la mujer, sin añadir el ingrediente erótico. Hay una búsqueda de referencias y una conciente construcción de metáforas en el trabajo de Moon que asombra por su solidez: «Sus instantáneas nos hacen recorrer la historia del arte sin que seamos capaces de definir sus referencias. Allí están los paseantes que se cruzan en nuestro camino como en el famoso poema de Baudelaire, las mujeres pájaro que conocemos de las obras surrealistas de Max Ernst, las bailarinas como las pintaba Degas, mujeres salidas de las litografías de ­Toulouse-Lautrec, estatuas que al igual que la Venus de Ille comienzan inquietantemente a moverse», insiste la escritora ­Barbara Vinken en el mismo libro.

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© Sarah Moon para Chanel

Todo es misterio en la obra de Sarah Moon, y la fotógrafa procura conservarlo así, con un esfuerzo determinado por delimitar su trabajo de la identidad que se le presupone como expresión del yo creativo. Tal vez por eso, ha concedido muy pocas entrevistas. «Me ponen a la defensiva. Especialmente las que usan mi biografía como una anécdota para explicar mi obra» insistió en una oportunidad, cuando se le preguntó si el enigma en sus fotografías era parte de una propuesta más profunda. Para la fotógrafa, que no se considera artista sino artesana, hay una contradicción en el hecho que la biografía personal pueda usarse para comprender la obra, aunque admite que hay una mirada profunda sobre sus paisajes interiores en cada una de las imágenes que capta.

Entre los velos del misterio: La fotografía inquietante de la fotógrafa Sarah Moon

La Fille de l’écluse, 1990. © Sarah Moon

 

El blanco y negro es el color del inconsciente, de la memoria. Trata de la luz y la sombra. Es ficción. Es donde me encuentro a mí misma.

 

 

Artículo de Aglaia Berlutti