Habitación número trece

Todo el talento que tienes frente a las teclas de un piano es el mismo que te falta multiplicado por trece para gozar de buena salud. Lo sabes, lo sé y me jode. No tendría que estar aquí ahora escuchando los llantos de la chica que aporrea la puerta. Y lo peor de todo es que sé que la dejarás pasar, por eso estoy aquí y tú lo ignoras. No me presientes, no me reconoces porque jamás hemos estado cerca. Sí conoces mi nombre, por supuesto, y alguna noche has sentido miedo. Nada semejante a lo que vas a sentir ahora, pobrecito, me suscitas una lástima pagana, prohibida, de esas que solamente pueden confesarse por escrito, con la mano y pluma de una mortal. “¿Qué hago ahora?”, te preguntas para adentro. Vamos, abre, abre ya. Sé que vas a abrir esa puñetera puerta, no me hagas esperar más. Y allí, detrás de la puerta, está ella, que cae sobre tu pecho, se desliza pantalón abajo hasta el suelo y arrodillada te grita: “¡No podemos acabar así! ¡Dame una oportunidad!”. Todo el talento que tienes frente a las teclas de un piano es el mismo que te falta multiplicado por trece para elegir bien. Lo sabes, lo sé y me jode. Un mal polvo lo tiene cualquiera, pero tú los acumulas; te empeñas en la más inocente, la más ingenua y la bondad, cuando se siente engañada, se viste de viuda negra. Por un polvo tuviste que comprarte otro piano, por un polvo perdiste doscientas partituras y por un polvo, hoy, te vaciarás sobre mi lecho. No lo sabes, yo sí y me jode. Contemplarla desde arriba te resulta violentamente innecesario y te arrodillas junto a ella. “Todo ha sido un tremendo error. Lo siento”. Y ella, que oye lo que quiere oír, sonríe y llora de alivio. “Lo sé. Sé que debemos estar juntos”, solloza y tú, tonto, la abrazas. Te desabrocha la camisa y tú, estúpido como tantos otros estúpidos llevo cargados en la espalda, ves en cada botón liberado una manera de hacer tiempo. Arrastra sus mejillas por tu torso, absorbe tu olor como si fuera una esponja seca y tú ese océano de sensaciones que perdió ayer, hace siglos; porque “ayer”, para ella, no es una palabra ni se mide en horas. Tú no lo sabes, yo sí y me jode. Se chupa los cinco dedos y los mete dentro de tus calzoncillos. Tu polla blanda, dormida, vuelve a convertirse en un mástil cargado de promesas. “¡No puedes ser más imbécil!” y vuelvo a golpearme la frente; cada vez que pienso eso, te superas. Tú no lo sabes, yo sí y me jode. Se arranca el coletero, sacude la melena y se entierra entre tus piernas; tierna semilla que ayer abandonaste; “ayer”, para ella, no es una palabra,  no se mide en horas y no tiene perdón. Traza circunferencias perfectas con la lengua, succiona tu glande, se inclina y baja hasta golpearte con la campanilla. Aprieta los labios, vuelve a subir y te roba un suspiro. Ahora bajará y subirá hasta que acabe quemándole la mandíbula. Tú lo sabes, yo lo sé y me jode. Por fin estallas en su boca y caes hacia atrás. Eleva sus labios hasta rozar los tuyos y te lame. “Lo siento”, susurra. Acaba de sacarse una navaja del bolsillo trasero. Tú no lo sabes, yo sí y me jode. Acaricia tu paladar con la lengua, levanta el brazo, te atraviesa la yugular y ya; ahora me toca a mí ponerme a horcajadas sobre tu cuerpo, besarte los párpados y decirte que todo está bien. Ahora me toca darte la misma tranquilidad que ella te quita con su llanto lastimoso; ahora me toca arreglar el último momento y me jode. Había hecho planes para ti; te quería poseer tranquilamente, una noche de verano, junto a dos discos de oro, una adorable esposa sexagenaria, tres hijos y ocho nietos pero ya ves, hemos llegado solo hasta aquí. Todo el talento que tienes frente a las teclas de un piano cae en picado hasta el centro de la tierra y viene de regreso en la forma de una bestia con sed de sangre: tu sangre.

Ella toca la puerta de la habitación, tú no la esperas... @JudithBoschM y Rafa Hierro Clic para tuitear

Habitación número trece.  Relato de Judith Bosch

Fotografía de Rafa Hierro