Todo en Historias de Usera es extraordinario: la recuperación de una parte de la memoria colectiva del barrio, la gestación del proyecto, su autoría compartida, la participación de actores naturales junto a intérpretes profesionales, incluso el hecho de que la obra fuese concebida para la sala Kubik, en Usera, y que ahora se encuentre en las naves del Matadero.

Si quisiéramos expresar un barrio, una época, un conjunto de personas, tal vez elegiríamos un relato arquetípico, o tal vez no. Quizá preferiríamos unas cuantas historias y un denominador común: sus gentes y su capacidad para la creación colectiva mediante la transmisión oral (esa forma de crear que va añadiendo, eliminando y puliendo detalles hasta constituir la identidad colectiva, el volksgeist).

Hay mucho de oralidad en los siete relatos de Historias de Usera, mucho de historia viva, de vox populi, de comidilla, de leyenda urbana, de relato transmitido de boca en boca y generación en generación. Siete historias que tienen mucho de cuadro costumbrista posmoderno, de un casticismo poético y periférico que recuerda su condición de poblachón manchego al Madrid capitalino. Siete historias locales, sin embargo, que corresponden al mundo entero.

Se concibe el proyecto a partir de las historias reales de los vecinos trasmitidas mediante una aplicación telefónica. Los siete relatos escogidos serían dramatizados por seis autores de éxito y tres integrantes del taller de escritura creativa José Hierro, de la biblioteca homónima, uno de los referentes culturales del barrio. Dirige el conjunto Alberto Sánchez-Cabezudo.

Auge y caída de un amor en Usera, de Denis Despeyroux, se presenta dividida en dos partes. Es tal vez la historia más reciente, pues, al parecer, la pareja protagonista se conoció realmente en la sala Kubik. Hay en este relato dos caracteres muy distintos y una constante discusión de novios: una chica ingenua que cree haber encontrado al hombre de su vida, pues se lo anticipó un numerólogo, y un chico que no sale nunca del barrio, sumamente suspicaz, aparentemente inepto para algunas emociones. Un corazón duro, otro roto, y un diálogo delicioso.

El vampiro chino, de Alberto Olmos, también se presenta dividida en dos partes y también es una historia actual. Cuenta la historia de un español de origen chino obsesionado con los vampiros, quien no encuentra dificultad en alimentarse de sangre. Pero volar le da «más tarea». «Mucho ojito, piojito», con este chino asuburbiado que rompe todos los esquemas.

El tercero de los relatos, La Narcisa, es una creación colectiva de Flor Cabrera, Pilar Franco y Yolanda Menéndez, integrantes del taller de escritura creativa José Hierro. Presenta la historia de la Narcisa, quien afirma que le robaron en la maternidad a su niño, El Cordobés. Es una historia de locura e incomprensión, igualmente universal: la de aquella conocida del barrio que se ha quedado dando vueltas en círculo, musitando la causa de su obsesión, gritando su dolor.

En El sereno, de Alberto Sánchez-Cabezudo, un hombre busca saber quién fue su padre, y acaba descubriendo los detalles de una historia terrible que llegó a aparecer en El Caso en los años 70. «Alguien que busca un espejo para recomponer un trozo que le falta, y encuentra el espejo roto y acaba cortándose», en palabras de su autor. Hay un gran suspense. Mejor no desvelar más.

En Copacabana, de Alfredo Sanzol, una pareja se reencuentra, cuarenta años después, en la cola de Hacienda, que antes fue la sala de fiestas Copacabana. Solo ahora, divorciada una, viudo el otro, tienen la oportunidad de hablar sobre su amor no formulado y perenne. ¡Ay, el tiempo perdido!

El 37, de José Padilla, nos lleva hasta 1959, al número 102 de la calle Marcelo Usera, donde Carmela entra con la cara tapada, huyendo. Algo ha ocurrido entre esta mujer y la señora en cuya casa trabaja, algo que Padilla resuelve con un sorprendente triángulo.

Por último, no podía faltar el mítico y real episodio del concierto de Lou Reed en el campo del “Mosca” en 1980. El lado salvaje, de Miguel del Arco, logra sublimar este caso de vandalismo que ha pasado a formar parte de la identidad colectiva de los vecinos de Usera más talluditos. Al parecer, Lou Reed empezó el concierto una hora tarde y algunos grupos de heavies lo encontraron desganado. «Take a walk on the wild side? ¿Con esa voz?» Llovieron las botellas sobre el escenario y Lou canceló el concierto. «¿No querías darte una vuelta por el lado salvaje, Lou? ¡Pues a qué esperas!». Dice la leyenda que los equipos de sonido volaron y misteriosamente reaparecieron semanas después en algunas salas y locales de ensayo del barrio. Todo el alcohol destinado al concierto suplió de existencias a los bares de la zona durante una temporada. El episodio —o su leyenda— es un acto furioso de afirmación de la identidad que indudablemente ha dejado más impronta en el barrio que si el concierto se hubiera celebrado. Hacer de ello una pieza teatral de altura es un gran logro estético.

Todo ello configura un conjunto extraordinario, con unas interpretaciones excelentes, en las que la participación de actores naturales consigue contagiar de realismo poético al montaje: el espectador pega realmente la oreja a lo que le están contando de buena tinta.

Historias de Usera no es solo un homenaje al barrio que acogió durante seis años a la sala Kubik. Es bastante más. Es una pieza fundamental para comprender la impresionante creatividad de esta generación de dramaturgos —y aquí se incluyen todos los oficios del teatro— que lleva ya unos años revolucionando la escena madrileña.

Imprescindible

Historias de Usera

Autores: Denis Despeyroux, Alberto Olmos, Alberto Sánchez-Cabezudo, Alfredo Sanzol, José Padilla, Miguel del Arco, y los integrantes del taller de escritura José Hierro: Flor Cabrera, Pilar Franco y Yolanda Menéndez

Dirección: Alberto Sánchez-Cabezudo

Reparto: Inma Cuevas/Alicia Rodríguez, Ana Cerdeiriña/Pilar González, José Troncoso/Juan Antonio Lumbreras, Jesús Barranco/Luis Moreno y Huichiu Vhiu, y los vecinos de Usera: Iván Jiménez, Juan Ramón Saco, Juan Antonio Rodríguez, María Teresa Prado (May), Luis Ureña y Juan Antonio Montes (Chucho)

Taller Vecinos: Juan Ayala

Ayudante de dirección: Carlos Tuñón

Iluminación: David Picazo

Sonido: Sandra Vicente y Mariano García

Escenografía: Alessio Meloni

Vestuario: Paola de Diego

Diseño de sonido: Estudio 340

Música original: Sandra Vicente y Mariano García

Asesoría musical: Rennier Piñeiro

Producción: Fabián Ojeda

Prensa: Maria Díaz

Producción: Kubik Fabrik, con la colaboración de la Fundación BBVA