Lo primero que desconcierta en la película Joker de Todd Phillips es que el personaje provoca lástima. Una profunda, incómoda y casi patética conmiseración. Durante la primera escena, este hijo de la pobreza de Gotham, azotado por una extrañísima enfermedad que le hace reír a carcajadas y que debe cuidar a su madre, es atacado por una pandilla de adolescentes. Después, el hombre que lo emplea lo trata con violencia y altanería y como si eso no fuera suficiente, le descuenta de manera injusta una suma considerable de su paupérrimo salario. Poco a poco, Phillips deja claro que este no es el Joker (Guasón en Hispanoamérica) que la pantalla grande conoce y el cómic encumbró a talla de icono. Es un hombre que intenta sobrevivir como puede en medio de una sociedad codiciosa, impenitente y brutal.

Ganadora del León de Oro del Festival de Venecia, el #Joker de Todd Phillips también se está ganando al público. #Cine #DC #Crítica de @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Quizás, el elemento peligroso que tanto se ha insistido sobre la película radique precisamente en el hecho que Arthur es un producto de un tipo de mal mundano, que la película pone en relieve desde la primera oportunidad. Arthur está sufriendo, se enfrenta a una cultura que lo minimiza y le deplora, se enfrenta a los horrores mínimos de un sistema creado para aplastar a los hombres como él. El director deja claro que Arthur Fleck es un marginal, que no encaja en la ciudad en la que pertenece y que esa alienación hacia la exclusión lo está destruyendo con lentitud. 

Sólo que no lo destruye. O al menos, no en la forma como el guion sugiere podría ocurrir durante su incómoda primera hora. Poco a poco es evidente que Arthur no sólo llegará al fondo de todos sus dolores, sino que, además, ese lugar siniestro esconde un monstruo que el argumento muestra en sutiles pinceladas de una intrigante mirada sobre la psique retorcida del personaje. De hecho, es la combinación de la ciudad peligrosa, mustia y violenta semejante a las imaginadas por David Mamet en la década de los ochenta, con una radiante visión del mal en tonos deslumbrantes lo que mejor define al hombre que termina riendo a carcajadas insólitas en una estación del subterráneo mientras le propinan una brutal paliza. Ambas cosas mezcladas entre sí, parecen definir al Arthur Fleck/Joker de Joaquin Phoenix, un hombre menudo, delgado y en apariencia frágil que, sin embargo, a todas luces está a punto de estallar. Phillips logra sostener la presión interior del personaje hasta construir una noción sobre lo que está ocurriendo más allá del en apariencia, apacible exterior del personaje. Arthur sufre, pero también sonríe, cuida a su madre, sufre el maltrato a su alrededor. Ríe a carcajadas de manera involuntaria, camina por las calles inclinado, presionado por el peso de todas sus tragedias. Pero en su interior, bulle un tipo de violencia que el guion se encarga de sugerir sin demasiada sutileza.

Joker: El monstruo que habita bajo el Guasón de Todd Phillips 1

La crueldad posterior del Joker está construida sobre los escombros del hombre que fue y, de hecho, es esa mirada sobre el absurdo que le rodea, lo que es quizás, el punto más controvertido de la película. El argumento lo despoja de cualquier fortaleza, de toda malicia y lo convierte en una especie de instrumento para comprender las infinitas maneras en que la cultura puede hacer daño y destruir al individuo. También, se toma unas cuantas escenas para analizar la psique de Arthur, que deja entrever la oscuridad interior que le sacude. En conjunto, toda la sugerencia de las tinieblas que habitan bajo el rostro tímido es la línea que sostiene al argumento, el feroz y atávico recorrido por la idea del monstruo que engendra al monstruo. Una y otra vez, Phillips se asegura de dejar claro que Arthur está sufriendo lo imaginable. Y que se vengará a no tardar.

¿Es la venganza el arco motor del personaje? Sí y no. En realidad, el personaje se transforma de manera sutil, a medida que la crueldad exterior moldea a las sombras que habitan en el desventurado Arthur, que pierde incluso la posibilidad de mejorar debido a un recorte súbito del presupuesto médico de Gotham. Un giro hacia lo social que deja muy claro que a pesar de la insistencia de Phillips que su Joker tiene poco que ver con la versión en cómic, hay un vínculo entre ambos. Arthur Fleck es tétrico por el mero hecho de su debilidad patética, por la reconstrucción lenta pero inevitable hacia un tipo de maldad que la película se toma su buen tiempo en mostrar. De la misma manera que para Moore, el Joker de Phoenix atraviesa un espacio de sufrimiento mundano, patético y destructor que lo reduce a cenizas. Y es entonces cuando el villano, el príncipe payaso emerge del rostro del hombre enfermo. Con su traje a tres colores, la absoluta libertad de la locura  — o la amoralidad, como se le mire —  y un viraje hacia la ultraviolencia entre lo elegante y lo extravagante, el Joker de Phillips es un símbolo de cierta versión de los males contemporáneos reconvertido en un símbolo de contracultura, horror y cierta vulgaridad escénica con tintes de pesadilla.

El #Joker de Todd Phillips es un símbolo de los males contemporáneos reconvertido en un símbolo de contracultura, horror y cierta vulgaridad escénica con tintes de pesadilla. #Estreno #Cine #Crítica: @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Lo más curioso  — y quizás desconcertante —  de la película de Phillips, es que su versión del Guasón surge de una criatura herida, a ratos enajenada, pero, por último, llena de una vitalidad ambigua que sorprende por su fuerza. Phoenix se esfuerza por construir un personaje que aterroriza incluso en los silencios y lo logra. De la misma forma que Conrad Veidt, el personaje ríe mientras el mundo salta en pedazos a su alrededor. Un monstruo radiante que, a diferencia del Joker de Nicholson, carece de todo sentido de la elegancia y una firme conexión con una amargura casi poética. Tampoco tiene la caótica filosofía del personaje de Ledger, de quién hereda quizás alguna mirada mundana sobre el mal escindido en una sociedad contaminada por los horrores. La criatura de Phillips es una fusión del Travis Bickle de Scorsese con la brutal contundencia del vigilante anónimo encarnado en repetidas ocasiones por Charles Bronson, que pobló las fantasías colectivas de justicia callejera durante la década de los ’70 y parte de los ochenta. Un monstruo inquietante, que como lo imaginó Moore, descubre que la cordura  — la aparente —  y la locura  — que libera —  están a unas horas de distancia.

#Joker: una fusión del Travis Bickle de Scorsese y la brutal contundencia del vigilante anónimo de Charles Bronson. Joaquin Phoenix construye un personaje que aterroriza incluso en los silencios y lo logra. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Hay belleza, sin duda, en esta épica del desastre, también una vacía muestra de horrores que se superponen entre sí como una densa dimensión del absurdo. Y entre ambas cosas, el Guasón brilla por la capacidad de Phoenix para vincular el dolor con algo más hórrido, amargo y explosivo. Al final, el hombre que baila entre las llamas de una calle oscura entre risas es quizás la imagen más real y poderosa de la simple desazón de nuestra época.

De modo, que el Joker de Phillips no es un villano. Se trata sólo del mal como elemento circunstancial o un discurso de ideas inverosímiles que se entrecruzan unas a otras para sostener la rebeldía contra el patrón social. El Joker es un ícono de esa admisión de la culpa de lo contemporáneo, del pesimismo cínico que elabora un discurso complejo sobre nuestra cultura ególatra, superficial y obsesionada con sus propios valores difusos. Una época deslumbrada por su prosperidad, dolores y pequeños terrores, en la que lo moral y la religión no son suficientes para asumir el lugar de la esperanza. Y es entonces, cuando el antihéroe, esa figura inquietante y dolorosa toma mayor relevancia. En la que criaturas complejas y moralmente incomprensibles son mucho más cercanas que una visión elemental sobre la identidad cultural.

 

Un artículo de Aglaia Berlutti

Portada: David de la Torre