Un relato de humor sarcástico sobre dos críticos de arte que…

En la galería de arte

En el Museo de Arte Moderno no había ni un alma aquella tarde de sábado, lo cual no dejaba de sorprender a Víctor.

—No lo entiendo. ¿Qué hay más delicioso y motivador que criticar y despellejar la obra de los demás? —le confesaba sotto voce a su amiga Joan.

—Cierto —respondió Joan en idéntico tono cómplice al empleado por su amigo—. De hecho, nada me haría más feliz que me pagasen por ser crítica de arte. Sería como un sueño hecho realidad.

—Tu lista de enemigos crecería de manera exponencial a cada nueva crítica.

—¿Crees que eso me asustaría? —dijo Joan con un brillo perverso en la mirada—. Al contrario. Me serviría de motivación.

—¿Me lo dices o me lo cuentas? Ambos sabemos que para ser crítico de arte se necesita carecer de alma. Y en ese sentido tú y yo parecemos emparentados con el mismísimo Conde Drácula, querida.

—¡Ya quisiera Drácula tener la mala baba que tenemos nosotros!

Ambos rieron maliciosamente.

Entraron en una de las salas más espaciosas del museo. Allí se exhibía una amplia muestra de lo más granado de la pintura de vanguardia. La dirección del museo había decidido recientemente apostar por los jóvenes talentos emergentes en el panorama pictórico actual. La edad de los autores expuestos en ningún caso sobrepasaba los 28 años. El más joven apenas superaba en unos pocos meses la mayoría de edad.

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Joan echó un vistazo al folleto informativo.

—Aquí dice que la edad media de los que exponen en esta sala es de veintidós años.

—¿De veras? Cualquiera lo diría. Viendo alguno de estos cuadros juraría que la edad media estaba situada en los 5 años.

—¡No seas malo! —le reprendió su amiga Joan en tono jocoso.

—¿Malo, dices? Demasiado indulgente, creo yo.

—¿Has visto ese de ahí? —dijo Joan señalando uno de los cuadros.

—¡Qué horror! ¡Qué desperdicio de materiales!

—Totalmente de acuerdo. Déjame que le eche un vistazo al catálogo. Uhm, a ver. Aquí está. Pieza 23-C. Autor: Zebra.

—¡¡¿Zebra?!! —exclamó Víctor exagerando una mueca de perplejidad—. ¡Madre mía!, menudo despropósito. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre adoptar semejante seudónimo? ¿Y por qué no “Colibrí”, o “Zarigüeya”? Total, ya puestos…

—Ridículo.

—Espantoso.

Joan echó un nuevo vistazo al catálogo.

—El tal Zebra ha titulado su obra «Universo caótico».

—Desde luego, caótico sí que es un rato. Me pregunto con qué clase de galimatías psicodélico soñará esta gente por las noches.

—¿Crees que tomarán drogas?

—¿Que si lo creo? Querida, esta gente hacen batidos con ellas para desayunar.

—No me extrañaría nada que lo hiciesen, la verdad.

—¿Acaso lo dudas?

Ambos se detuvieron ante un nuevo cuadro que mostraba, sobre un fondo negro, unos manchurrones de pintura aparentemente desplegados de manera aleatoria sobre el lienzo.

—¿Y qué me dices de esta monstruosidad? —dijo Joan.

—Patético.

—¿No crees que hay demasiados colores?

—¿Que si lo creo? Debería ser considerado terrorismo artístico.

—Es como si el autor hubiese hecho una apuesta consigo mismo por ver si conseguía utilizar todos los colores de la paleta multiplicados por mil.

—¡Cuánto daño ha hecho Jackson Pollock, querida!

—No sólo él. Ahí están Willem de Kooning, Franz Klin o Robert Motherwell.

—¡Menudo trío! Añádele a Clifford Still y ya tienes a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis del mal gusto en el arte.

Justo en ese instante, procedente de uno de los walkie-talkies, sonó imponente la voz de uno de los encargados.

—Por favor, Víctor y Joan, acudan de inmediato a la Sala 5. Repito. Sala 5. Un niño ha vomitado en el suelo y necesitamos que lo limpien urgentemente. Gracias.

Víctor suspiró quedamente al tiempo que empujaba el carrito de la limpieza, mientras su compañera Joan se colocaba los guantes de látex y la mascarilla.

—Putos críos. ¡Odio mi trabajo!

—Pues anda que yo…

Texto de Pedro Fabelo.

Montaje de Rosa Prat Yaque.