La sociedad actual hace tambalear al individuo. Como nos muestra cualquier página de bienestar y consabido por todos, el uso de la televisión o el pantallismo tiene graves consecuencias sobre la salud mental y física de las personas, especialmente sobre la de los jóvenes que abusan de ellas. El confinamiento, fuera cual fuera la geografía afectada, ha traído que no apartemos la vista de la pantalla. El exceso de lo que se muestra o lo que muestran de uno con permiso o sin él junto con el control sobre los individuos arroja una falta total de libertad, marca central del desengaño posmoderno. Tal idea condensa una intensa crítica, necesaria para construir o configurar, de nuevo, la vida, acaso desde la conciencia del artificio.

La muerte de la televisión no será televisada, del poeta chileno Emersson Pérez, @Liliputienses1. Crítica a la sociedad actual, que visibiliza una cara sonriente de la vida y provoca una disociación que nos quiebra. Jesús Cárdenas. Clic para tuitear

Emersson Pérez (Santiago de Chile, 1982) en la tercera entrega lírica, La muerte de la televisión no será televisada (Filacteria, 2018; Liliputienses, 2020) se muestra crítico con una sociedad que visibiliza una cara sonriente de la vida, casi patética, con fotos, con comentarios de lo que comemos o de lo bien que nos sienta el vestuario. Lo que parecía una utopía se ha convertido en una realidad futurista cruenta y desmesuradamente interesada; una disociación que nos escinde y nos quiebra. Dicho de otra manera, no somos lo que imaginábamos o soñábamos con ser; más bien, hemos involucionado, nos hemos alejado de lo importante. Por ello, en contra de uno de los grandes medios de comunicación que nos aturulla con información más o menos intrascendentes, una de las interpretaciones de este libro es la llamada a la acción de cada individuo: detenernos, mirar lo que no somos y renovarnos. Tras la desconfianza del sujeto, se nos dice: «Individuos del mundo, uníos contra toda unión». Poética de la conciencia, sacudidora de conciencias y despertar del sentido crítico. En la base programática comparte con la poesía social española el hecho de que se concibe la poesía como una herramienta que debe ayudar a la conciencia de los destinatarios y, en consecuencia, ha de colaborar a la transformación de la realidad.

#Reseña: La muerte de la televisión no será televisada, de Emersson Pérez, @Liliputienses1. Poética de la conciencia, despertar del sentido crítico. Como la poesía social española, concibe la poesía como herramienta de transformación. Clic para tuitear

Conformada por una cuarenta de composiciones sucesivas, La muerte de la televisión no será televisada establece un diálogo acerca del cauce expresivo empleado, el verso libre o la línea, incluso el discurso poético instaura insólitas conexiones con el narrativo y el argumentativo. Al contener un mensaje, los textos no se andan por las ramas, es decir, son directos, y, en algunos casos, las oraciones enunciativas responden al carácter aforístico de la máxima. Llama la atención el uso de un lenguaje renovador, en el que el excesivo uso de extranjerismos, tal vez, quede justificado por el mismo sentido crítico.

Si la realidad aparece parodiada es porque está poblada de gente sin cabeza, puesto «nuestro ojo dentro de una pantalla», o como se lee en el dedicado al inventor del televisor, «John Logie Baird», donde, partiendo de seres que han mutado en marionetas valleinclanescas, Emmerson afila la nominalización: «La verdad detrás de los espejos. / Una fe en las imágenes». En otro referente de la ficción, el dedicado a Stanley Kubrick, se nos dice: «El bellísimo viaje a la luna, / no existiría sin tu televisor». En esas palabras el lector reflexivo hallará una transformación: el poder creador de la palabra es otorgado ahora a la imagen.

A medida que vamos avanzando en la lectura de La muerte de la televisión no será televisada el tono se agrava, como vemos en «La gran capital», debido a la reprobación de los gobernantes, porque su manipulación esconde la desigualdad de clases, aunque ellos, desde sus alturas, piensen que se trate de un simple juego, mirando siempre para sí: «el presidente dirige al país, / con un ojo en la pantalla / con entro en la billetera», y los conciudadanos, objetos de su manipulación, estamos obligados a resignarnos a perder: «Perdiendo nuestro turno, / encarcelando la pobreza, / nos dicen esfuérzate y sé honesto / saldrás en el próximo turno». El sujeto se hace eco del hartazgo del pueblo en otros poemas, como «Viajo por un país sudamericano». De ahí que la propuesta de la huida en la composición, que se refiere a no compartir el espacio íntimo, no sea tan mala opción: «Deseábamos viajar a un país donde / nadie conociera nuestros nombres, / una ciudad ruidosa donde pudiéramos olvidarnos».

En otra muestra de concisión, el discurso de Emmerson se compromete aún más con la transformación social en «La Macrocarretera», donde leemos versos responsables que encabezan distintas estrofas: «Tenemos la manía de poner nombre a todo»; «Tenemos la manía de mirar hacia dentro»; «Tenemos la manía de predecirlo todo; o «Tenemos la manía de darle un valor a todo». La segunda sección de «La Macrocarretera» contiene el sentido: «todo parece sumamente real / aunque sabe que es un holograma / […] No recuerda, es un no-vivo». Dependerá de la condición del sujeto para descubrir la verdad.

El pasado deja huecos difíciles de rellenar, un tiempo de contemplación que da paso a otro de desengaño, en una de las composiciones más interesantes, «Golem», donde reúne lugares comunes para desmoronarlos hasta insistir en nuestra fragilidad: «no somos más que un Golem / una célula de Dios». La desolación es el mensaje individual más brutal que deja la soledad, el sujeto siente la imposibilidad de estar o sentirse acompañado, como se lee en las conclusiones de las tituladas «2000» o «Perfil de Tinder».

En poemas como «Realidad o ficción», «Reflexión aleatoria sobre un meme», «Mirar, escuchar y grabar se insiste en la falsedad» o «Cliché» el autor chileno persevera en las simulaciones y en la intrascendencia de las imágenes; en suma, en la mayor pérdida de tiempo de nuestro tiempo. En la serie de tres composiciones de Reality, la conclusión del público evidencia ese peligro de confusión: «Esa extraña sensación de no saber cuál es el reality show». El dilema es que, a veces se hace difícil deslindar lo real de lo ficticio, como leemos en «Incendios, por ello se exhorta a «desenmascarar en vivo» a descubrir lo auténtico y lo profundo. En este itinerario consciente se reconstruye la inseguridad del juicio. El ojo que ve el exterior no se adentra en el interior. El conflicto no puede ser más posmoderno —realidad o ficción—, o más barroco —vida o sueño. En la imaginería fantástica podría relacionarse a Emmerson con Huxley, Lovecraft o incluso con Allan Poe.

En La muerte de la televisión no será televisada ocurre lo que ocurrió con mucha poesía social española de los años 50, que la tendencia al tono sencillo y coloquial, con afán comunicativa, la inclinación al prosaísmo, lo coloca, por ejemplo, en «Noticias simultáneas» muy cerca del panfleto: «Donde antes estuvo la estatua de “un guerrillero” / ahora hay un televisor gigante». Sin embargo, su cercanía con la poética de autores como Jorge Teillier, sumerge a Emmerson en una poética transgresora, de imágenes radicales que el poeta construye a partir de sí mismo, como ocurre en «Campanada a medianoche». Para terminar, la composición «Space Invaders», un mensaje dirigido a gran parte de la población mundial: quemar los televisores, alejarse de tanta información banal, para reformularnos, re-crearnos, revisar lo que somos.

Su cercanía con la poética de autores como Jorge Teillier sumerge a Emmerson en una poética transgresora, de imágenes radicales. La muerte de la televisión no será televisada, @Liliputienses1. #Reseña: Jesús Cárdenas. Clic para tuitear

 

 

La muerte de la televisión no será televisada, de Emersson Pérez: crítica y construcción

 

La muerte de la televisión no será televisada

Emersson Pérez

Liliputienses

 

 

 

 

 

 

 

Reseña de Jesús Cárdenas Sánchez

Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre

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