La noche de los asesinos, entre ficción y realidad

Una pesadilla de noches sin estrellas

Anna Calvanese nos habla sobre La noche de los asesinos en colaboración con la revista italiana Caffè Book.

Traducción de Carmen Pinedo Herrero.

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José Triana.

Leí por primera vez La noche de los asesinos (La notte degli assassini), texto teatral del dramaturgo cubano José Triana, a través de una compañía teatral y de su director, a los que conocí en La Habana en 2000. Quedé tan fascinada desde la primera lectura que, tras una breve prueba, el director me propuso tomar parte en la representación que proyectaba realizar al cabo de pocos meses en un importante teatro de La Habana. Me entusiasmé: actuar en español me daba la extraordinaria oportunidad de profundizar en un texto sin que mediase una traducción que, en todo caso, habría disminuido en parte la característica original de los diversos lenguajes, desde la palabra escrita hasta el ritmo. Era, sobre todo, la ocasión para un encuentro cultural con realidades y personas aparentemente tan distantes de las mías. Pocos días antes del estreno, un imprevisto bastante serio paralizó el proyecto, desbaratando meses y meses de trabajo. Más tarde, presenté ante un organismo cultural público de Granada, un proyecto de intercambio cultural en el que se incluyese un trabajo teatral sobre La noche de los asesinos. Sin embargo, también en este caso, tras los entusiasmos iniciales, las propuestas quedaron sobre el papel. Una ocasión perdida. Esto me confirmó, entre otras cosas, el poco interés por una realidad sentida, erróneamente, tan lejana de la nuestra.

 

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Puesta en escena de La noche de los asesinos. Grupo Teatro Estudio en el Teatro Hubert de Blanck de La Habana en 1966 Fuente: Imagen cortesía de José Triana, BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.

La noche de los asesinos es, en mi opinión, un ejemplo de teatro cubano de gran calidad que permite conocer la realidad cubana más auténtica, más allá de los estereotipos televisivos y mediáticos a los que estamos habituados en Italia —y también en Europa—, que convierten a Cuba en un mito de sol y sexo y donde hasta el “sonido” cubano llega filtrado a través de los habituales canales musicales comerciales. Nos proporciona innumerables informaciones sobre el modo de vivir en Cuba en los años cincuenta, sobre las instituciones y la política, sobre la profunda necesidad de cambio en los años previos a la revolución. Pero lo que se capta va más allá de la simple fotografía de esta realidad historiada. Esta obra surreal y al mismo tiempo concreta es emblemática de realidades, pensamientos, reflexiones, emociones, sentimientos universales, porque universal es el tema que se desarrolla: la relación entre las personas y las convenciones sociales, la necesidad de socavar el orden establecido que tan a menudo cortas las alas a nuestra libertad. Es un mensaje contemporáneo que afronta también un tema “caliente”, el de la crisis y la violencia en el interior de la familia, “resuelto” aquí con un surreal matricidio y parricidio, en nuestra realidad, con violencia y homicidios reales (sobre todo de mujeres), fenómenos que alcanzan niveles exasperantes de casi cotidianidad, como dan a conocer la televisión y los periódicos.

Teatro cubano de gran calidad que permite conocer la realidad cubana más auténtica. @flashmaticgun Clic para tuitear
Puesta en escena de La noche de los asesinos. Grupo Teatro Estudio en el Teatro Hubert de Blanck de La Habana en 1966 Fuente: Imagen cortesía de José Triana, BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.

La noche de los asesinos: comedia en la comedia

La noche de los asesinos es comedia en la comedia, teatro en el teatro. Desde la primera frase la ficción se desvela, poco a poco es organizada, desmontada, puesta en cuestión, interpretada en sinuosa alternancia con la realidad. Personajes reales y otros imaginarios (todos ellos figuras simbólicas de la sociedad) son interpretados por los tres protagonistas (los únicos): Lalo, Cuca e Beba, tres hermanos que cumplen cada vez, en la ficción, el mismo acto final: el asesinato de los propios padres. Los tres han inventado —no se sabe desde cuándo— una tragicomedia que repiten hasta el infinito (aunque los espectadores la veamos una sola vez), entrando y saliendo de los papeles y de las situaciones con un ritmo a veces acelerado, en una dimensión circular que a veces les hace perder a ellos y también a nosotros el sentido del antes y del después. Comienza, de hecho, con el crimen ya consumado y ahora se discuten ideas y motivos para el nuevo (el mismo) que se prepara. En realidad es Lalo –el hombre— el cerebro y ejecutor del homicidio, Cuca –la hermana mayor- la que se muestra más reticente, Beba –la hermana menor-, condescendiente por falta de alternativa. Pero los tres, indistintamente, ceden a la fascinación de “recitar” el delito ejemplar, el delito inconfesado. Lalo, para exorcizar su propia rebelión; Beba, para desahogar su propia insatisfacción; Cuca, por masoquismo y para poner a prueba sus propios buenos sentimientos. Motivaciones diversas en una realidad —concreta y afectiva— que les aúna: miseria, soledad, incomprensión, locura. La ficción parece ser la única alternativa a la miseria de su propia cotidianidad y asume la dimensión psicoanalítica de un viaje catártico-ritual para redescubrir la propia identidad. Casi precursor del tan distante rebelde pinkfloidiano, Lalo determina en la “comedia de los fingimientos” (como el propio autor la define) el medio legalmente aceptado para subvertir la realidad: tras la realización de la “comida totémica” no habrá ni culpables ni inocentes, y todo volverá a ser como antes del crimen perpetrado. La locura empuja a Lalo a creer que el cambio de su propia condición pasa a través de la subversión del orden en la casa –desplazamiento continuo de los objetos, de los muebles, de la función de los espacios como necesaria inversión de los papeles-.  «La sala no es la sala, la sala es la cocina», «el cuarto no es el cuarto, el cuarto es el inodoro», «el florero en el suelo», «el cenicero encima de la silla», palabras a veces susurradas como un ensalmo, otras veces notas de una verdadera y precisa canción, se repiten como pequeñas llamadas obsesivas de delirantes anhelos de rebelión. Símbolos surreales de una subversión de la realidad para confirmar la propia diferencia, la idea de ser “otra cosa” distinta a las expectativas de la familia y de la sociedad.

#Lanochedelosasesinos: comedia en la comedia, teatro en el teatro. @flashmaticgun Clic para tuitear
Puesta en escena de La noche de los asesinos. Grupo Teatro Estudio en el Teatro Hubert de Blanck de La Habana en 1966 Fuente: Imagen cortesía de José Triana, BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES.

Sabedores de que se trata de ficciones, deberíamos (lectores y espectadores), sentirnos a resguardo de las implicaciones emocionales que ponen en crisis, pero no es esto lo que sentimos, porque, a pesar del clima surreal que impregna la obra, todo parece tan real que nos involucra hasta lo más profundo. Casi podemos sentir el olor de las flores del funeral, o de la sangre que no está en ningún sitio, o los chillidos estridentes y molestos de los invitados-no invitados que acuden, curiosos, para “olfatear la sangre”; el tictac de la máquina de escribir (hecho con sonidos vocálicos, golpes de la mano sobre la mesa, zapateos rítmicos sobre el suelo) del policía que redacta el informe (Beba); el “ric rac” de los cuchillos que Lalo hace girar; las palabras vulgares del otro policía (Cuca); las alusiones malignas de Margarita molesta (Beba); el aire gélido de la sala del tribunal, las bromas estúpidas del juez (Beba); la grosería y el cinismo del fiscal (Cuca); los gritos y chistes a ráfagas de Pantaleón, improbable amigo de la familia (Lalo); las mentiras de la inexistente testigo Angelita, las apasionadas palabras de Cuca en defensa del amor filial, los temblores de miedo y de indecisión de Beba. Casi parece que veamos a aquel padre furioso (Beba), o decepcionado (Lalo), o amenazador (Lalo) frente a la mujer (Cuca); y ella, la madre (Cuca), llorona o divertida, irónica o violenta, enérgica o exhausta, consciente del propio “ocaso” y al mismo tiempo locamente enamorada de aquel maldito vestido de tafetán rojo.

A pesar del clima surreal de la obra, todo parece real y nos involucra. @flashmaticgun Clic para tuitear

Fotografías, propiedad de  José Triana, BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES

Artículo de la escritora Anna Calvanese

Traducción de Carmen Pinedo Herrero