Las Furias, de la tragedia clásica al melodrama. Alfonso Vázquez nos habla de la ópera prima cinematográfica de Miguel Del Arco.

“No les basta con volvernos locos, también quieren un sacrificio humano”

 

Sobre Miguel del Arco

Nos hemos olvidado de los dioses, escribió Roberto Calasso (La letteratura e gli dèi, 2001), pero aún de vez en cuando podemos cruzarnos con Atenea entre la muchedumbre. Si reconocemos su mirada, aunque sea fugazmente, obtendremos su favor.

Las furias, de Miguel del Arco. Un artículo de Alfonso Vázquez

Miguel del Arco. Fotografía de David Ruano.

Miguel del Arco parece mirar de cara a Atenea (o tal vez haber hecho un pacto con las fuerzas del Hades), pues lo cierto es que no ha parado desde que sorprendió en 2006 con su montaje de La función por hacer. Actor, guionista, dramaturgo, adaptador, director de escena, productor… La antepenúltima ha sido hacerse con el control de un teatro en el centro de Madrid, el Pavón, y convertirlo, junto a sus socios Aitor Tejada, Israel Elejalde y Jordi Buxo, en el Pavón Teatro Kamikaze, referencia de la movida teatral madrileña. La penúltima fue la transformación de la zarzuela en un género comprometido y político con Cómo está Madriz (con pataleta y abandono de la sala de unas decenas de espectadores ofendidos que aprovecharon para criticar a Manuela Carmena). Y la de ahora consiste en haber colocado su ópera prima cinematográfica, Las Furias, en, nada menos, la inauguración de la Seminci de Valladolid, que tuvo lugar el pasado 22 de octubre. Luego se pudo ver en el Abycine de Albacete, y se estrenó en salas el pasado 11 de noviembre. Claro que lo avala un elenco capaz de marear a un capitán de navío: José Sacristán, Mercedes Samprieto, Bárbara Lennie, Gonzalo de Castro, Emma Suárez, Pere Arquillué, Carmen Machi, Alberto San Juan, Macarena Sanz y Elisabet Gelabert. Casi todos ellos ya habían trabajado con Miguel del Arco. Este director, es obvio, no necesita hacer un casting, pues su vida es una observación permanente de los actores y actrices con quienes trabaja y trabajará.

Abrió la Seminci de Valladolid. @Las_Furias,@Kamikaze_Produc, buenos actores, buen cine @avazqvaz Clic para tuitear

El resultado es que sus proyectos están concebidos para la interpretación y para el texto. Se queja, con razón, de que hay cine español en el que los actores parecen estar farfullando. No sucede así en Las furias, cuyos intérpretes cuidan su dicción como si tuvieran que proyectar la voz hasta la fila diecisiete. Si hay palabra y actor, hay teatro y, en este caso, hay cine. En Las furias hay puro texto, puro diálogo, pura interpretación, puro teatro y puro cine. Hay sin duda un trabajo ingente de selección y decantación de los mejores elementos, de la mejor materia prima con que se ha topado Miguel del Arco en los últimos años. De ahí la chispa verbal y las interpretaciones gigantes de sus actores y actrices.

En @Las _Furias hay puro texto, pura interpretación, puro teatro y puro cine. @avazqvaz Clic para tuitear

Aun así, Miguel del Arco se considera un farsante. Teme aún ser descubierto en un terreno ajeno al suyo. Como si las diosas que invoca en su película pudieran realmente sembrar la discordia entre los hombres, retirarle el favor de Atenea y volverle a su Carabanchel natal, al abrigo de su numerosa familia.

Las furias

Para liberarse de su poder maléfico es preciso no mencionar su nombre. No las invoquemos, pues, refirámonos a ellas como Euménides, las bienhechoras. Al fin y al cabo, Esquilo transformó a estas implacables perseguidoras, diosas de la venganza, en benefactoras de la ciudad, en fiscales de los delitos de sangre. Y al sojuzgar la venganza, fundó el nomos, el derecho.

Las furias, de Miguel del Arco. Un artículo de Alfonso Vázquez

Asesino perseguido por las furias, Arnold Böcklin, 1867.

Las Erinias de los griegos, Furias de los romanos –ya podemos mencionarlas–, persiguen a Orestes, quien mató a Clitemnestra, su madre, tras conocer que ella asesinó a Agamenón, rey de Argos, padre de Orestes y esposo de Clitemnestra. Tras el parricidio, perseguido y atormentado, Orestes enloquece, llega a Atenas y, suplicante, se abraza a una estatua de Atenea, quien refrena el deseo de venganza de las diosas telúricas. Media la diosa de la sabiduría y, en lugar de escarmiento, crea un tribunal en el Areópago –la roca de Ares, dios de la guerra (donde había tenido lugar el primer juicio criminal de todos los tiempos, el procesamiento de Ares por el asesinato de Halirrotio, pues a veces las narraciones míticas se superponen)–. Queda así fundado, con la consagración del Areópago como tribunal de justicia, el derecho penal. La justicia se impone sobre la venganza, y las Furias, aplacadas, reciben el nombre de Euménides, bienhechoras. En lo que concierne a Orestes, Apolo llevará a cabo su defensa, y las Erinias la acusación. El capricho de los dioses, pues, vuelve a impeler a los hombres, pero esta vez palabra mediante.

Pero en la materia de Orestes y las Furias no solo se encuentra el fundamento del arreglo civilizado de las disputas. También se adivina el paso del matriarcado, común a las sociedades preestatales, a la sociedad patriarcal, tal y como advierte Friedrich Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, 1884). Así, las Furias, preolímpicas y matriarcales, defensoras de la sucesión matrilineal, persiguen a Orestes por haber matado a Clitemnestra, pero no a Electra –hermana y cómplice de Orestes– por el mismo crimen. Luego, las Furias serán desplazadas por el nuevo orden fundado por Atenea en el Areópago. Derecho y estado aparecen, pues, al mismo tiempo que desaparece el matriarcado.

Se representa a las tres Erinias con los cabellos sueltos y trenzados de serpientes, con una antorcha en una mano y un puñal en la otra. O bien con cuerpo de mujer, cabeza de perro y alas de murciélago. Personificaciones de la venganza, acuden al olor de la sangre. Su nombre, Erinias –perseguidoras–, ya aparece en las tablillas micénicas. Pero es en la Teogonía de Hesíodo donde aprendemos su origen: cansada la diosa Gea de soportar sobre sí constantemente el peso de Urano, entrega a su hijo Cronos una hoz, con la que el Uránida castra a su padre, lo derrota y gobierna durante la Edad Dorada. La sangre vertida cae sobre la Tierra, y de ella brotan las poderosas Erinias, los grandes Gigantes y las melifluas Ninfas (Teogonía, 7).

Las furias, de Miguel del Arco. Un artículo de Alfonso Vázquez

Orestes perseguido por las Furias, William-Adolphe Bouguereau.

Diosas funestas, pues, telúricas y salvajes, sojuzgadas solo por la habilidosa Atenea, la de los ojos glaucos, Alecto, Megara y Tisífone suelen presentarse conjuntamente, pero tiene cada una su propia personalidad: la primera es implacable, celosa la segunda y vengadora la última.

El melodrama y la hybris

Es lógico, pues, que Miguel del Arco, quien afirma que tiene “el nivel del grito muy bajo”, y quien, para crear un ambiente de trabajo idóneo, aparta los elementos discordantes, dedique una película a la acción de las diosas de la venganza, la discordia, el desorden y la envidia. Son ellas quienes transforman el afán de cooperación en enfrentamiento, impiden la colaboración y deshacen los grupos humanos. Es suficiente que Alecto se inmiscuya para que aparezcan los gritos, la falta de respeto, la agresión verbal. Basta que Megara infunda el demonio de los celos para levantar la sospecha de todos contra todos. Sobra si Tisífone impone la necesidad de la venganza.

Estas diosas, además, castigan primero los delitos que se cometen en el seno de la familia, la célula social que, tal y como afirma Del Arco, no elegimos, sino que nos viene impuesta. La progenie es, pues, idónea para convertirse en sede de la tragedia: se puede discutir con un amigo y dejar de hablarle, pero la verdadera tragedia solo se consuma en el seno de la familia, cuando surgen las rivalidades, los celos, y se rompen los lazos familiares. Lo supieron los griegos, cuyos héroes, impelidos por el destino, al socaire del capricho de los dioses, solo encuentran la verdadera tragedia cuando se oponen a los de su sangre. Edipo mata a su padre para casarse con su madre, Medea mata a sus hijos, Orestes y Electra matan a su madre, Eteocles y Polinices –hermanos– mueren uno a manos de otro… Matar a los de la propia estirpe está en el origen de la tragedia, porque matar a quienes llevan la misma sangre es, también, matarse a uno mismo. La hostilidad hacia individuos ajenos al clan se sitúa en el ámbito de la épica. La pelea contra el destino inexorable –contra la familia, contra uno mismo– constituye el meollo de la tragedia, que precisa de la exposición de las miserias humanas para producir la purificación del espectador, su catarsis. Y esta exposición miserable encuentra su paisaje natural cuando el yo trágico se enfrenta con su destino, esto es, con su estirpe.

Matar a los de la propia estirpe está en el origen de la tragedia. @Las_Furias @avazqvaz Clic para tuitear

No obstante, en Las furias de Miguel del Arco hay también elementos melodramáticos. Es lógico puesto que, hoy en día, la olla a presión que constituye la familia se ha relajado. Se dan nuevas formas de familia no tan nucleares como antaño: el monoparentalismo, la familia transoceánica, las uniones provisionales… Y, sobre todo, porque al héroe postromántico ya no le interesa el dolor que produce la tragedia, esa plasmación dramática, de acuerdo con George Steiner, en la que se asume que el hombre es un huésped inoportuno del mundo (The Death of Tragedy, 1959).

Además, con la emergencia de nuevas clases sociales que disputan el protagonismo a la aristocracia y a la monarquía, el melodrama impone nuevos temas y nuevas escalas de valores. Queda atrás la máxima de Sófocles de que es mejor no haber nacido. Hay un deseo de jugar a la tragedia, sí, pero sin sufrir sus consecuencias, sin salir escaldado, derruido, muerto. El melodrama es, pues, la casi tragedia. De ahí la voluntad del suicidio presente en Las furias de Del Arco, pero también su excesivo y paródico happy end.

Pero si no hay un destino trágico, ¿qué lleva a la familia Ponte Alegre a permanecer unida, a pesar del odio que se sienten? ¿Los antepasados comunes, la costumbre, la tradición? ¿La expectativa de la herencia? ¿La enfermedad psicótica de la benjamina de la casa?

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Las Furias de Del Arco toma de la narración mitológica solo aquellos elementos que sirven para contar otra historia, la de la familia Ponte Alegre, que se reúne en la casona familiar que Marga Alegre, la matriarca, ha decidido vender. Leo Ponte, el patriarca, ya no tiene nada que decir, pues padece Alzheimer. Antiguo actor de éxito, solo es capaz de hilvanar, de cuando en cuando, algunas palabras de Shakespeare ante la realidad que desfila ante sus ojos, como si estuviera inmerso en una tragedia infinita. En la misma reunión familiar, Héctor, el hijo mayor, va a casarse con Ana, su pareja de los últimos veinte años. Casandra, la hermana mediana, acude con Gustavo, su marido, y con María, hija de ambos, quien sufre brotes psicóticos y se muestra sugestionada por el ambiente propicio a la presencia de las Furias. En la casona, vive Aquiles, el hermano menor, quien trata de escribir la novela de la familia Ponte Alegre y guarda un odio visceral a su padre y, por extensión, a su familia.

Del Arco toma de la mitología los elementos que sirven para contar la historia de la familia Ponte. Clic para tuitear

¡Canta, oh Diosa, la cólera del pélida Aquiles! Los tres hermanos, pues, tienen nombres de resonancias homéricas: Casandra, Héctor y Aquiles. Casandra es la concubina de Agamenón. Tiene, por tanto, un papel desencadenante en la persecución de Orestes por parte de las Furias (pues Agamenón morirá a manos de Clitemnestra, y esta a manos de Orestes). Asociada al dios Apolo, Casandra tiene el don de la profecía y sufre, al mismo tiempo, la maldición de no ser creída. Es ella quien advierte inútilmente a los troyanos del peligro que encierra el caballo de madera. La Casandra de la familia Ponte Alegre padece también esta maldición y, tal vez, ha sido la concubina del padre. El pecado, la inmoralidad terrible que se atribuye a Leo Ponte solo puede tener este tamaño. Y no se lleva un nombre homérico sin soportar toda su carga significativa.

Héctor y Aquiles, hermanos en Las Furias de Del Arco, son enemigos íntimos en la Ilíada. Héctor, guerrero y príncipe troyano, morirá a manos de Aquiles, héroe de los aqueos, quien deshonrará su cadáver atándolo a su carro y arrastrándolo extramuros de Troya.

Un padre, Leo Ponte, que, a sabiendas, impone estos nombres a sus hijos está sembrando de furia guerrera su propia familia. Así, el Aquiles de Las Furias no solamente pelea físicamente con su hermano Héctor, sino que también trata con sumo desprecio a su padre: se ríe de él ahora que ha quedado reducido a un recuerdo patético, evoca su maldad y le recrimina sus faltas (pero no las revela).

La reunión, pues, está llena de reproches que no llegan a explicarse. Leo Ponte parece haber cometido el mayor de los ultrajes, pero ahora suscita compasión: indefenso, es incapaz de recordar, incluso, el nombre de sus hijos. Expuesto a todas las ofensas, no puede responder a ninguna. Marga, la madre, también ha cometido pecados imperdonables, y oculta una relación que su familia aprobará difícilmente.

José Sacristán, Mercedes Samprieto, Gonzalo de Castro, Carmen Machi, Alberto San Juan @Las_Furias Clic para tuitear

Del Arco aborda la familia como elemento castrante. Y describe una familia en decadencia cuyos miembros se zahieren de manera constante. Los Ponte Alegre tienen algo de los Panero de El desencanto (Jaime Chávarri, 1976). La hybris, la desmesura, el intento de transgredir los límites impuestos por los dioses (la única falta que conoce la moralidad griega) parece la única vía de escape a la opresión de unos miembros de la familia sobre otros. Así, los hijos, Casandra, Héctor y Aquiles, parecen dominados por las Furias. Todos estos odios cruzados son secretos. Los conocen los miembros de la familia, y actúan en consecuencia, pero no le son desvelados al espectador, que asiste al espectáculo del odio solo en sus consecuencias. Cobra importancia el reproche, el aborrecimiento, el odio guardado y a punto de estallar. Importa poco qué motivó la animadversión. Así perduran las inquinas, cuando se olvida el motivo y permanece el odio en estado puro.

Los Ponte Alegre de @Las_Furias tienen algo de los Panero de El desencanto. @avazqvaz Clic para tuitear

 

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Alfonso Vázquez es profesor universitario de Humanidades, Doctor en Filología Hispánica, Máster en Derechos Humanos. Escribe en la revista Pop Up Teatro.

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