Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero

hijo de padre borracho

y hermano de un suicida

perseguido por los pájaros y los recuerdos

que me acechan cada mañana

escondidos en matorrales

gritando porque termine la memoria

y el recuerdo se vuelva azul, y gima

rezándole a la nada porque muera.

 

Leopoldo María Panero se orienta como una regresión al abismo en el contexto de la poesía española contemporánea. Fue estigmatizado por su propio exceso y los tópicos de loco oficial. El poder de su palabra cobra vital interés en la situación literaria general y, en primera instancia, sobre la legitimidad del orden social y cultural.

Poeta de espaldas al sistema, sin premios, reconocimientos ni halagos. La imagen y el modo de nuestro protagonista no fueron entendidos por sus colegas intelectuales, sin embargo, obtuvo el reconocimiento de la lectura que, al fin y al cabo, es la mayor gratificación a la que una obra literaria puede aspirar. En mi opinión, Leopoldo María Panero fue sinónimo de genialidad entre poetas, representando con distinción la más auténtica marginalidad de la poesía española.

 

Acapara mi atención la extraordinaria sordidez de su historia. Una vida llevada al límite, hecha de melodramas, soledad y poesía. Sobre el escenario: El desencanto, documental de Jaime Chávarri, 1976. Retrato de una familia acomodada e influyente en el mundo literario, feliz en apariencia, venida a menos y silenciosamente acosada por los fantasmas de una convivencia no tan ideal. Director ausente, Leopoldo Panero Torbado, esposo y padre estricto, poeta célebre y respetado, miembro de la llamada Generación del 36 o Poesía de posguerra. Como guionista, la paradójicamente llamada Felicidad Blanc y Bergnes de Las Casas, madre y esposa «ejemplar», atractiva y culta. Nacida en la burguesía madrileña, escribió varios relatos breves recibiendo una favorable acogida de la crítica.

 

 

El desencanto, los #Panero en carne viva. Pilar Molina nos habla de Leopoldo Mª Panero. Clic para tuitear

Por último, tres protagonistas forzosos: Juan Luis, el solitario de espíritu inquieto y rebelde. En uno de sus numerosos viajes por América conoció a poetas de gran relevancia como Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe por su obra Galerías y fantasmas en 1988. Leopoldo María, epitafio de una vida impregnada en intentos de suicidio, homosexualidad, cárceles y versos sobre la destrucción moral del ser humano. Michi, escritor sin obras publicadas, asiduo colaborador en distintos diarios como El País y el semanario La Clave. Empresario, además de dandi vocacional. Abandonado por casi todos y envejecido por una larga serie de enfermedades crónicas.

Con este guion malintencionado, podemos llegar a la conclusión de que Leopoldo María Panero formó parte de un “clan” abocado a su fin (el «fin de la raza»), vertido en palabras, desarbolado por el franquismo y cuya idea de fondo retrató la imagen de las familias de la época. Dibujó en sus escritos la silueta de un enfermo a través de los ojos de una sociedad enferma.

Vivo dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el silencio, dicha de muchos modos.

Nueve novísimos. Antología de Josep María Castellet.

Incuestionable paradigma del malditismo labrado a conciencia, Leopoldo María Panero supo mantener el equilibro en cuanto a opinión y crítica. Querido a la par que repudiado, aquella misma brillantez labrada en su inquietante locura facilitó que se convirtiera en el primer miembro de su generación en incorporarse a la lista de clásicos de la editorial Cátedra. Aún hoy, las preguntas sobre la vida de Leopoldo María Panero marcan un antes y un después en el azar poético de una experiencia única. Como casi toda su generación, flirteó con el alcohol y la heroína. Supo plasmar los efectos que en él causaban a través de una impresionante colección de poemas publicados en 1992.

Leopoldo María #Panero, incuestionable paradigma del malditismo labrado a conciencia. Clic para tuitear

El diamante es una súplica que tú inyectas en mi carne el sol asustado huye cuando eso entra en mi vena/ Que estoy vencido lo sé cuando el veneno entra en sangre el triunfo es una burbuja me deshará la mañana/ Contar ciervos en el llano es deporte de poeta de hombre es buscar avaro placer en una cuchara, oro en el excremento para que el aullido muera/ Antiguos sapos he buscado en el océano infinito la aguja muerde y hace daño tengo cactus en los brazos.

En 1970 entró a formar parte de “los Nueve Novísimos”, un grupo que reúne obras de los poetas que el crítico José María Castellet consideró como los más renovadores de los años 60. Nuestro poeta (como bien señalaría en numerosas ocasiones) se sintió excluido del mismo. Ese año fue ingresado por primera vez en un psiquiátrico, a partir de ahí, la vida de Leopoldo María Panero se convirtió en un continuo ir y venir de profundas desilusiones cuya responsabilidad, siempre atribuía a un destilado espejismo de cuentos morales apenas experimentados por el “ser” en cuestión.

Fue el loco más cuerdo de todos los locos, un cuerdo tan indispensable como inalcanzable. Lo decía en serio, acostumbrado a dejar claro su propio discurso salpicado por una lucidez asombrosa. Leopoldo María Panero se veía a sí mismo como un ángel encargado de anunciar el significado de la muerte.

Hablemos de Mondragón, su manicomio por excelencia. Allí se convirtió en poeta y esquizofrénico (o eso decían los psiquiatras), libertador en un sueño de cuerdos dispares. Lo calificó como su hogar, donde pasaba la vida junto a una ventana abierta. Las dosis diarias de haloperidol lo atontaban como a alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto. Diez años después, ingresó por propia voluntad y de forma permanente en la unidad psiquiátrica de las Palmas de Gran Canaria.

He pensado en dejar la poesía como Rimbaud para dedicarme a la psiquiatría, pero a la real, no a esa falsa que Wittgenstein llamó La máscara y el lenguaje.

Hasta los ochenta su trabajo no fue reconocido por la crítica. El inquietante mito de los Panero quedó al descubierto en el documental Después de tantos años, 1994. Ricardo Franco, su director, retrató treinta años después, el infierno del que fueron víctimas cada uno de los miembros de esta familia. Sus vidas empiezan como un interruptor vacilante abierto a la destrucción. Recuerdos fosilizados, fotos convertidas en cementerio de instantes.

En 2003, Leopoldo María fue galardonado con el Premio Estaño de Literatura por la antología poética del profesor de la Universidad de Zaragoza, Túa Blesa. Cuidó al máximo hasta el último detalle de la edición, considerada como una de las más completas. Leopoldo María Panero murió en Las Palmas de Gran Canaria, el 5 de marzo de 2014. Ese mismo año se publicó a título póstumo el poemario Rosa enferma. En mayo de 2016, Huerga y Fierro Editores publica Acerca de un posible testamento, una recopilación de ensayos, prólogos y artículos inéditos.

Huésped de manicomios donde se pierde la razón, el poeta oficialmente loco deja como legado una magnífica colección de poesía desde un lugar que no puede pensarse.

Frente a todo ello, mi más pura admiración.

El poeta oficialmente loco deja una magnífica obra poética desde un lugar que no puede pensarse. Clic para tuitear

Donde hablan los cuerdos

a Leopoldo María Panero

 

Recuerdo el sonido justo de sus pasos,

limpiaban mi costumbre

de manicomios y salidas de emergencia.

Pienso que me hicieron más de lo debido,

¿quién dice que aquello no fuera poesía?

Así fue el sabor del dragón en nuestras venas,

virtud mística convertida en vez.

El inconfundible sabor de su sexo

calmó sin prisa cada torpeza, todo,

para provocar el caos bajo mis dedos.

Le pienso sentado a un lado de la cama,

observando los últimos coletazos

de una poesía casi sublime.

Porque empezar fue como aprender en sí,

tuvo que volver para no podernos,

aquella duda olía a cosas normales,

a historia recién contada, hogar y techo.

Queda bien que le recuerde.

Imaginad que un día despierto y

aquella huida continuara intacta,

será curioso hacer las paces con tiempo,

ambos somos inconformistas,

no paramos de pensar,

siempre obsesionados

por el lado más oscuro de los mapas.

 

Artículo y poema de Pilar Molina