Los iglús de Almudena Sánchez: fragmentos de tres relatos

Leo La acústica de los iglús de Almudena Sánchez y siento el refugio que dan las preguntas. Encuentro el calor, no el de las respuestas sabidas que me duermen, sino el del aliento que hace que siga buscando encuentros nuevos en todo lo que me rodea. En la tristeza, en la melancolía, en el tiempo, en la música, en la enfermedad, en el amor, en la vida.

La acústica de los iglús es el primer libro de esta joven escritora mallorquina y ha constituido un destello de luz prolongado —con varias ediciones en el mercado editorial— que promete mucha y buena literatura por su parte. Editado por Caballo de Troya, la lectura de los diez relatos del libro descubre un mundo, un paisaje particular de la autora. No hay certezas. Los personajes, a veces, son seres extraños, enfermos, ancianos en su ultimo viaje, un nadador ciego, una astronauta, una madre y sus dos hijos viajando en automóvil por carreteras poco transitadas…

#LaAcústicaDeLosIglús de @AlmudenaS85: un destello de luz prolongado. @CaballoTroyaEd @JessHolgado1 Clic para tuitear

Primero de los iglús

En la parte de atrás de la furgoneta viajábamos Percival y yo, sorteando curvas prolongadas. Perdíamos a ratos el conocimiento y cuando lo recuperábamos, nos encontrábamos con un paisaje que iba cambiando, muy diferente. Mama nos daba dos pastillas al día: biodramina y vitamina C. Tenía varias cajas en la guantera. No le gustaba vernos desmayados, con la cara violeta y el desconsuelo en los mofletes.

El paisaje era así: había acantilados de uralita, mesetas sin sombra, cementerios kilométricos. Todo eso a la vez. Y también veíamos gallinas sobrealimentadas, un pueblo de treinta habitantes, robledales de paso. Los mejores días los gastábamos entre magníficos trigales y torres de alta tensión.

(«El frío a través de los engranajes»)

Segundo de los iglús

Cada día hacia las tres de la tarde, mi jefe me traía una magdalena prefabricada y la dejaba encima de mi mesa. La magdalena se tambaleaba aerodinámicamente, con todo el azúcar pegado. El señor Rebollo nunca ha querido que pase hambre. El hambre es una necesidad de tercera clase, impersonal, solía decirme. Por eso, me ofrecía una magdalena solitaria, que se volvía indisoluble en mi estómago.

(«Apuntes desde la bóveda celeste»)

Tercero de los iglús

En aquella época yo tenía trece años. Al fondo, había un gran letrero iluminado, donde una docena de mayúsculas centelleaban un solo nombre: Hotel Minerva.

Pensándolo bien, creo que éramos los únicos que frecuentábamos esa piscina, pues nunca me pareció ver a nadie más que a aquel ciego, dando vuelta alrededor del mismo agujero inundado.

El estaba dentro y yo lo observaba desde fuera, con los pies cansados, las manos llenas de césped y de migas de pan y todo lo que me sirviera para entretenerme durante el paso de los días. Aunque la trayectoria de aquel ciego era siempre la misma: nadaba en círculos iguales, se resumía en pequeñas órbitas concéntricas.

(«El nadador del Hotel Minerva»)

 

Revelador. Brillante. #RecomiendoLeer #LaAcústicaDeLosIglús de @AlmudenaS85. @JessHolgado1 Clic para tuitear

La acústica de los iglús

Artículo de Jesús Holgado Delgado