Reflexiones sobre el cuarto episodio de Lovecraft Country, las claves de la serie de HBO que cada semana nos trae nuestra colaboradora Aglaia Berlutti en su nueva sección Los sumarios de Aglaia Berlutti.

Lovecraft Country (cuarto episodio): Una historia de violencia

Lo que se esconde en las tinieblas

Lovecraft era un hombre austero, lleno de traumas y, también, un escritor que encontró en la literatura un lugar en el cual expresar un universo mental infinito. Uno que por cierto, poco o nada tenía que ver con su frugalidad de hombre enfurecido y lleno de prejuicios. De hecho, al momento de analizar su legado creativo, es imposible crear paralelismos obvios entre lo que Lovecraft narró y la forma en que vivió su vida, lo que hace complicado el replanteamiento de su obra más allá de su intención de aspirar a una nueva forma de terror. Palabra a palabra, el escritor forjó una dimensión novedosa sobre lo terrorífico, emparentado con una idea infinita, cínica y poderosa que abarca varias interpretaciones y múltiples revisiones.

Pero aun así, Lovecraft fue un racista. Un legado que forma parte de algo intangible que ahora toca de manera frontal la nueva sensibilidad moderna. ¿Resulta incómoda semejante interpretación? ¿Es incluso justo poner de relieve su comportamiento en contraposición al peso de su obra? Matt Ruff se cuestionó entre líneas el tema en su libro Territorio Lovecraft, en la que la idea del prejuicio gravita como una presencia silenciosa, tangible y, al final, devastadora. En la serie de HBO del mismo nombre, la percepción sobre la naturaleza de la obra de Lovecraft se hace más patente que nunca y en el cuarto episodio  — titulado de forma muy apropiada «A History of Violence»—  la percepción sobre la hostilidad cultural es más patente que nunca. Pero mientras en otras propuestas similares, la violencia racial y el prejuicio son meras condicionantes culturales, Lovecraft Country tomó la decisión de extender el recorrido de su argumento hacia algo más enrevesado, temible y doloroso.

Nueva entrega de #LosSumarios de @Aglaia_Berlutti. Hoy, el cuarto episodio de #LovecraftCountry, #AHistoryOfViolence, el más brutal y angustioso hasta ahora. @LovecraftHBO. Clic para tuitear

En «Holy Ghost», Leti descubre que el nuevo lugar en el que vive está lleno de secretos oscuros, muy parecidos a la serie de cuentos «Herbert West Reanimator», en la que Lovecraft contó los extraños experimentos sobre la muerte y la reanimación corporal que se llevaban a cabo en la ficticia Universidad Miskatonic. El guion de Lovecraft Country no sólo juega con el ya conocido argumento, sino que lo convierte en un espacio de debate sobre el tiempo y el dolor, en algo más inquietante. Para el cuarto episodio de Lovecraft Country, la conciencia sobre los experimentos de Hiram Epstein se hace más grotesca y agobiante: después de todo se trata de un científico blanco que experimentó con personas negras. Lo hizo, además, bajo la convicción de la impunidad y el secreto. En el cuarto episodio la percepción sobre la complicidad cultural hacia la violencia  — principal generador del racismo— se hace más dura, mientras profundiza en el vínculo directo con la historia estadounidense, plagada de historias sobre las cirugías poco éticas, pruebas de detección de drogas y otros procedimientos médicos parcialmente ilegales y violentos que soportaron durante la era de la esclavitud cientos de personas anónimas.

De modo que Lovecraft Country es una caja de resonancia hacia planteamientos de considerable envergadura que abarcan mucho más de lo que la pantalla muestra de manera obvia. En el cuarto episodio  — quizás el más brutal y angustioso hasta ahora —  la serie deja atrás la noción pop sobre su argumento, para realzar la cuestión más profunda y perniciosa sobre el racismo sistémico en EEUU. No se trata de un tema moderno, ni tampoco uno que colinda con grandes debates éticos recientes. El racismo es un hendidura sistémica que avanza de manera violenta y que de hecho, resulta tan abrumador como un elemento que sostiene un discurso histórico impecable. Los monstruos habitan entre lo visible, se esconden en la colorida y rural percepción de la Norteamérica profunda. Los monstruos están en todos lados.

El cuarto episodio de #LovecraftCountry completa el ciclo de lo planteado en el anterior para reflexionar sobre un país en el que el odio está institucionalizado y es parte del entramado cultural de todas las cosas. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

En el cuarto episodio, Lovecraft Country completa el ciclo de lo planteado en el anterior, para ahora reflexionar sobre el hecho de un país en el que el odio está institucionalizado y es parte del entramado cultural de todas las cosas. Mientras la trama se enraíza con mayor fuerza en la mitología de Lovecraft  — y complace quizás, al público que lo deseaba —  la historia entre líneas, se desplaza hacia terrenos más duros de digerir pero sobre todo, más angustiosos de mostrar. A medida que los experimentos de Epstein se debaten más allá del secreto, sin que estén claros ni su propósito ni su violencia real, hay una concepción sobre la sociedad que olvidó situaciones idénticas en la historia de extrema crueldad. Durante la semana, hubo comparaciones y paralelismos entre el trabajo del dueño de esclavos, médico y cirujano James Marion Sims con el Epstein ficticio. A Sims se le considera un pionero en el aprendizaje y el tratamiento de diversas dolencias femeninas. Pero en realidad, todo su conocimiento provenía de la investigación realizada con procedimientos brutales en niños y mujeres negros esclavizados, que no tenían poder sobre su cuerpo y de los que el Amo podía disponer según su voluntad.

Para el cuarto episodio, esa reconstrucción sobre la historia secreta de EEUU se hace un reflejo cruel del país, sus hombres y mujeres y, en la última escena, del futuro. Se trata de un recorrido doloroso sobre la forma en que la violencia sistémica se manifiesta, pero también, una mirada temible a través de lo que esconde el rostro del país, en busca de significado y símbolo. Los monstruos están allí —como la terrorífica aparición de la mujer sin pechos que sostiene un bebé agonizante en brazos—  pero no todos son sobrenaturales o provienen de horrores cósmicos anónimos. Y quizás esa cercanía  — la sombra en la sombra —  es lo que hace tan poderoso y espléndido ese discurso misterioso de la historia.

 

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Un artículo de Aglaia Berlutti

Portada: David de la Torre

 

 

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