Misericordia fue escrita por el mayor representante de la novela realista del siglo XIX y narrador capital en la historia de la literatura en lengua española después de Cervantes. Benito Pérez Galdós se apartó del Romanticismo de la época, en favor del Realismo, aportando a la narrativa expresividad y psicología.

Esta novela se gestó en un momento en que España estaba sumida en una gran depresión económica debido a las convulsas políticas del siglo XIX: Guerra de la Independencia, guerras  internas, caída de la monarquía, implantación de la república, restauración de la monarquía y guerras con Filipinas y Cuba que se saldaron con gran pérdida de vidas y arruinaron las arcas del Estado, las de la alta burguesía —aunque ésta se negara a cambiar de modo de vida por pudor— y sumieron en la miseria a la clase baja.

Galdós fotografió con su pluma el ambiente de la sociedad madrileña. Para ello, se fundió con los mendigos y desamparados de los barrios bajos para retratar la realidad desde dentro.

#BenitoPérezGaldós fotografió con su pluma el ambiente de la marginalidad, se fundió con los mendigos y desamparados de los barrios bajos de #Madrid para retratar la realidad desde dentro. #Galdós #JoséMaríaGarcíaPlata. Clic para tuitear

Misericordia es una obra universal, enmarcada en el ciclo «espiritualista» de las novelas contemporáneas galdosianas. Su título, por un lado, parece inspirado en el Hospital de la Misericordia de Madrid y, por otro, como que se refiere al supuesto atributo divino de su protagonista principal, la señá Benina.

Narra, en medio de un penoso sin fin de pordioseros y menesterosos de los barrios marginales de Madrid, las andanzas pedigüeñas de Benina y del ciego Almudena.

Esta mujer, criada de una familia acomodada, venida a menos, viendo que su señora, viuda y con dos hijos, no tiene para comer, toma la decisión de mendigar a la puerta de la iglesia de San Sebastián para llevarle algo de dinero, aunque le miente diciéndole que trabaja para un sacerdote que le paga muy bien, un tal D. Romualdo, que según ella es un santo. En Benina vemos a un ser filantrópico para con los demás, que acaba enamorándose del ciego Almudena, un personaje misterioso, el más pobre de los pobres; un árabe, al parecer, y digo esto porque el narrador, hábil con su pluma, nunca da por seguro aquello de lo que no tiene total certeza. Galdós deja siempre la puerta abierta con frases como: «al parecer», «supuestamente», «apenas», etc., que además infieren realismo y fluidez al texto. Bien, pues el ciego dice haber venido de su tierra porque su dios le ha dicho que busque a la mujer perfecta.

En su presentación, Galdós nos describe a Benina diferente al resto de los pordioseros, como extrañándose y haciendo que el lector se pregunte el porqué de esa diferencia. Algo tiene que llama la atención y así nos lo hace ver, sobre todo cuando, después de la descripción del personaje —que sirve para marcar los rasgos que diferencian a éste del resto de pordioseras—, dice que «parece Santa Rita de Casia». Lo que hace Galdós ahora es dar la primera pista para afianzar el milagro que supuestamente sucederá después. Y lo hace sutilmente, enmascarando la pista entre las características de Benina. El lector se percatará de ello cuando surja dicho milagro, pero el autor lo ha pergeñado bien desde el principio, pues aquella santa es la abogada de lo imposible, la que puede favorecer el milagro. Y este ocurre, o no, porque lo que está en juego es la casualidad de que un tal D. Romualdo, un nombre en principio inventado, viniera de Andalucía a Madrid a comunicarle a la señora de Benina que había heredado una gran fortuna de un familiar fallecido. Es posible que el autor pretendiera con ello, además de hacernos ver el milagro, inyectar un ápice de ánimo a la desmoralizada sociedad. «Los milagros existen. La situación puede cambiar para todos».

Benina, mujer de mentiras piadosas, y sisadora en los buenos tiempos, es expulsada de la casa en la que sirve por una nuera de la señora. El desagradecimiento está servido. Ya son ricos y allí la que pidió limosna para ellos, sobra. Ella y el ciego Almudena serán acogidos en una casa de beneficencia, hasta que un señorito piadoso, amigo de la familia, convence a la señora para que la recupere y dé el lugar que le corresponde. Vuelve a obrar el milagro, ahora en la persona de Benina.

Misericordia nos describe un mundo crudo en un espacio, Madrid, y un tiempo, finales del siglo XIX, en el que, además, su autor presintió el desastre del 98. La entrada en guerra con EE.UU y la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Lo que vino a terminar de hundir a España y desmoralizar aún más a la sociedad.

Y para sacar adelante una novela de tan alto valor literario, denunciar las miserias de la sociedad y mostrarnos a las buenas personas que también existían en el inframundo, utilizó narradores diferentes, acomodados a cada momento: un narrador testigo para contar la historia desde fuera; un narrador en primera o segunda persona, o lo que es lo mismo, formando parte de la historia con el fin de acercar las acciones al lector, acercándolas así más realismo y activando la empatía, y el narrador omnisciente con el fin de entrar en el pensamiento de los personajes y saber todo sobre ellos.

Igual habilidad demuestra con el manejo del lenguaje: el vulgar de los mendigos, que aporta fuerza expresiva; el habla deformada del ciego Almudena, al que no hay manera de traducir, o el léxico de los pedantes.

Y por último, decir que Galdós logró equilibrar la idealización del personaje principal con el reflejo de la realidad del momento.

Características, todas ellas, que subrayan la maestría narrativa de Galdós y que, sin duda, encumbran esta obra como modelo del Realismo por su retrato crítico de la marginación social en el Madrid del siglo XIX.

 

En Misericordia se ponen de manifiesto las virtudes de la narrativa galdosiana que encumbran esta obra como modelo del realismo por su retrato crítico de la marginación social en el Madrid del siglo XIX. #Galdós #JoséMaríaGarcíaPlata. Clic para tuitear

 

 

Misericordia, de Benito Pérez Galdós: la mirada galdosiana a la marginalidad

 

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Reseña de  José María García Plata

Portada de la reseña: David de la Torre

 

 

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