Muerte en la isla, de Luis Miguel Bellido Rico, relato de finalización del Curso Online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.

 

#Muerte en la isla. #Relato del Curso Online de Técnicas Narrativas @NessBelda. Hoy presentamos a Luis Miguel Bellido Rico. #Venecia #pestenegra Clic para tuitear

 

Muerte en la isla

I

El sonido de los pasos retumbaba en los pasillos del palacio ducal. Varias personas caminaban hacia el despacho principal del edificio. Cuando llegaron a la puerta, el más anciano entró sin llamar y cerró tras de sí. El resto aguardó afuera. El dux de Venecia le esperaba impaciente.

—Mi Serenísimo Príncipe, hemos recibido el último informe de maestro Giovanni di Ventura.

—¿Qué dice nuestro médico con el pico?

—La peste ha alcanzado el sestiere de la Giudecca. Avanza muy deprisa. Pronto toda la ciudad estará infectada.

—¡Maldita sea! —gritó el dux—. ¿No decías que era el mejor? Me hiciste traerle desde Pavía, y le hice un contrato por cien florines al mes y le concedí la ciudadanía veneciana. Lo nunca visto en nuestra República. La semana pasada no pudo salvar la vida del maestro Tiziano y ¿ahora me dices que no es capaz de detener la epidemia? Quiero que venga aquí inmediatamente.

—No es posible, mi dux. Convive con los infectados. Podría ser peligroso para vos.

—¿Entonces para qué le sirven esa máscara con pico y las lentes de cristal?

—Lo siento, mi Serenísimo Príncipe, es la ley, antes debe pasar la cuarentena. Pero como secretario de Su Serenidad he llamado a los médicos de palacio. Ellos os podrán informar con más detalle la situación.

—¿Más médicos? —dijo irritado el dux—. No necesito más médicos que me digan lo que ya sé. ¡Quiero una solución ya!

Al otro lado de la puerta, el grupo escuchaba los gritos. Se preguntaban entre ellos qué iban a decir si les hacía entrar, no tenían ninguna respuesta. Jamás se habían enfrentado a algo así. Además, todos compartían responsabilidad, pues habían votado por unanimidad hacer llamar a maestro Giovanni, a cualquier precio.

—Yo entraré —dijo el más alto de ellos. Todos se le quedaron mirando con sorpresa. Primero por sus palabras, segundo por su acento extranjero y tercero porque ninguno lo había visto antes. Era un tipo alto y fuerte, que cubría su ropaje militar con una gran capa negra—. Esta epidemia de peste no se puede vencer con la ciencia o la Medicina.

Sin más palabras, el extranjero entró en la sala del Dux. Dos guardias se abalanzaron sobre él con sus lanzas y le detuvieron. Rápidamente, se desató el cinto y dejó caer al suelo su espada. Sin esperar permiso, comenzó a hablar.

—Siento entrar de esta manera, Serenísimo Príncipe, pero la situación que vive vuestra ciudad es desesperante.

—¿Quién sois y qué queréis? Hablad deprisa antes de agotar mi paciencia.

—Mi señor Dux Mocenigo —intervino el anciano secretario—. Permitid que os presente…

—¡Callad! Le he preguntado a él.

—Soy el conde de Cabrera, capitán del ejército de Su Católica Majestad Felipe II de España. Vengo desde el Reino de Valencia para salvar vuestra ciudad de una muerte segura.

Muerte en la isla. Relato de Luis Miguel Bellido Rico 1

Fuente: Pinterest

 

II

Faltaban pocas horas para el amanecer. El conde de Cabrera y el Maestro Giovanni permanecían ocultos en lo más alto del campanile de San Marcos, el punto más alto de la ciudad. Llevaban tres noches apostados en busca de una señal que los llevara hasta la causa de la plaga. La cuarta vigía estaba a punto de acabar y sus esperanzas se desvanecían. La situación era desconsoladora, la peste ya estaba oficialmente diseminada por las islas de Murano, Sant’ Erasmo, Lido y Venecia. Era cuestión de horas que saltara a las demás islas de la laguna, y de ahí a la península itálica. De repente, vieron algo que se movía en el horizonte, en la zona del arsenal. De la nada surgió una espesa niebla que cubrió todo el extremo de la isla.

—Mirad, Maestro Giovanni —dijo el conde señalando en dirección a la niebla—. Es lo que buscábamos.

—Pero, solo es niebla, mi señor conde.

—No estoy tan seguro de eso. Hay que comprobarlo.

—¿Comprobar qué?

Pero el conde ya estaba bajando las escaleras de la torre. Se pusieron las máscaras con pico y las lentes de vidrio. Montaron los caballos y salieron al galope en dirección norte. Después de atravesar varios puentes, campos y calles, vieron la niebla. Era muy densa, la visibilidad era de apenas un metro. A pesar del viento, estaba totalmente inmóvil.

—Solo un ente maligno es capaz de dominar la niebla de este modo —dijo el conde.

Ambos descabalgaron y desenfundaron sus espadas. El conde se giró hacia el médico y con el dedo índice le pidió máximo silencio. Avanzaron despacio por la niebla, pegados a los edificios. Solo se oía el agua de los canales, pero ningún paso, ningún animal, nada.

Llegaron hasta un canal. Debían atravesar el puente, pero una sombra les cortaba el paso. Ambos se detuvieron. La sombra avanzaba hacia ellos. No estaban seguros de si los había visto. Podían oír sus pies arrastrándose. La sombra, cada vez más cercana y nítida, alzaba los brazos. El conde no quiso seguir esperando: la sombra los había localizado, habían perdido el factor sorpresa. Alzó su brazo armado y lo descargó sobre la sombra.

—¡Deténgase! —dijo el maestro Giovanni mientras le agarraba la muñeca.

—¿Qué diablos hace?

En ese momento, la sombra cayó de rodillas. Iba a dar de bruces contra el suelo cuando el maestro Giovanni la sostuvo. Respiraba con dificultad. La giró para verle la cara. La tenía llena de pústulas malolientes, apenas se podían reconocer sus facciones.

—Está agonizando. Mi señor conde, no sé lo que estamos buscando, pero sea lo que sea, hemos de encontrarlo ya. El número de víctimas aumenta a cada instante.

La niebla comenzó a levantarse, el viento la estaba deshaciendo poco a poco.

—Dios me perdone —dijo el conde con la decepción en su rostro—. Por mi estupidez he condenado a esta ciudad.

—¿Qué quiere decir? —preguntó el médico, sorprendido.

—Aquello que buscamos no está entre los vivos, no se ha levantado todavía de su tumba, pero vive. ¿Dónde se entierran los muertos de la cuarentena?

—En el mismo sitio donde se hace, en la isla de Lazzaretto Nuovo.

—Rápido. Aún no ha amanecido. Estamos a tiempo de que la plaga no vea un nuevo día. ¡A Lazzaretto Nuovo!

Muerte en la isla. Relato de Luis Miguel Bellido Rico 2

Fuente: divulgaquealgoqueda.blogspot.com

 

III

Una hora más tarde, el conde de Cabrera y el maestro Giovanni corrían en dirección al cementerio de la isla de Lazzaretto Nuovo. En la puerta estaba el enterrador con una carreta cargada con cuerpos que llevaba a una de las últimas fosas recién abiertas. En cuanto los vio, les pudo reconocer con facilidad gracias a las máscaras con pico.

—¡Sepulturero! —dijo el conde mientras cogía una pala de la carreta y daba otra al médico—. Necesitamos su ayuda. Debe llevarnos a las tumbas de las personas que fallecieron en la última cuarentena, justo antes de que empezara la peste. ¡Rápido!

Sin dudarlo, el anciano ató las riendas de las mulas a un tronco y se metió en el cementerio. Cogieron el camino central, a cuyos lados se podía ver la tierra acumulada de las decenas de fosas comunes que habían sido excavadas en las últimas semanas. Después de caminar a paso ligero durante casi diez minutos, llegaron a una zona donde las fosas eran mucho más pequeñas.

—Ahora quiero el más absoluto silencio —dijo el conde—. Buscamos un sonido en especial, como si alguien estuviese comiendo. Está amaneciendo, tenemos pocos minutos. Desperdiguémonos.

Los tres se repartieron entre las pequeñas fosas. Se arrastraban pegando la oreja a la tierra en busca de algún sonido, el que fuera. Pasaban los minutos, el sol ya en el horizonte. Iban de una fosa a otra tan deprisa como podían. El tiempo se había acabado. El conde se levantó derrotado, cabizbajo, maldiciéndose internamente por su ineptitud. Aquello iba a costar la vida de muchas personas. Pero, repentinamente…

—¡He oído algo! —dijo el sepulturero, a unos veinte metros del conde—. Aquí, estoy seguro.

El conde corrió hasta la posición que le indicaba el anciano.

—Ha sido por un brevísimo momento. Luego se ha detenido.

—¡Rápido, cavemos!

Cogieron las palas y comenzaron a abrir la fosa. Lo hacían tan deprisa como sus fuerzas les permitían. A los pocos minutos empezaron a verse los primeros cuerpos. Entonces, el conde les dijo que dejaran de excavar y que fuesen retirando uno a uno los cadáveres. Tras el séptimo, lo vio.

—Mirad —dijo el conde señalando la parte de la cabeza.

—La mortaja ha sido mordida —dijo maestro Giovanni—. ¿Cómo es posible?

El conde se agachó y retiró los restos de la tela. Al hacerlo, los otros dos dieron un salto hacia atrás.

—Es un devorador de sudarios —dijo el conde—. Empiezan comiéndose la mortaja, después beben la sangre de los otros muertos hasta que tienen fuerza suficiente para salir de la tumba. Esto que ven, señores, es la causa de la peste negra que azota la ciudad de Venecia.

Ante ellos estaba el rostro intacto de una mujer de unos sesenta años que, aunque llevaba varios días enterrada, no presentaba signos de putrefacción. Además, tenía sangre en las comisuras de los labios.

—Un vampiro —susurró Maestro Giovanni.

—Pues, si sabemos lo que es —dijo el sepulturero mientras cogía una rama de un tronco—, también sabemos cómo matarlo.

—No —le dijo el conde interponiéndose en su camino hacia el no-muerto—. Este tipo de vampiro y su mal no se eliminan con estacas.

El conde caminó hasta un muro cercano y cogió un ladrillo. Se acercó al vampiro, le abrió la boca y se lo introdujo ligeramente. A continuación, levantó la pala por encima de su cabeza.

—En el nombre de Dios nuestro Señor, yo libero tu alma. ¡Ahhhh! —dijo y golpeó con toda la fuerza que pudo, incrustando el ladrillo en la boca al tiempo que le hacía saltar varios dientes—. Ahora ya no podrá alimentarse y morirá. Amigo sepulturero, vuélvela a enterrar, y sobre esta fosa pon una lápida advirtiendo que nunca, bajo ningún concepto, se abra.

El sol ya podía verse en todo su esplendor. Un nuevo día llegaba a la ciudad de Venecia. La peste había sido extinguida.

 

Apoyando a los #escritoresnoveles. Un #relato de Miguel Ángel Bellido Rico que puedes leer aquí. #Venecia #pestenegra. Agradecimiento: @NessBelda Clic para tuitear

 

Muerte en la isla

Luis Miguel Bellido Rico

 

Todo el contenido de este sitio web está sujeto a derechos de propiedad intelectual.
Está prohibida su utilización en cualquier medio sin el consentimiento expreso de los autores.
Copyright MoonMagazine.info © Todos los derechos reservados.