Hay verdades que no se pueden contar. También hay un mal absoluto. Y hay derechos que no pueden ser suspendidos. No valen los estados de excepción, no vale la guerra contra el comunismo, contra la insurgencia, contra el terrorismo, no vale la obediencia debida… No vale ninguna excusa para torturar a una persona. Atentar deliberada y meticulosamente contra la integridad física, psíquica y moral de una persona es atentar contra la dignidad del ser humano.

La picana, el submarino, el descoyuntamiento, las palizas, el arrancado de uñas y de dientes, la humillación, la amenaza, la obligación de presenciar la violación de un ser querido, el maltrato de tus hijos… Para mirar todo esto de frente no basta con superar la incredulidad, hay también que superar el asco. Pero todas estas prácticas son reales, se han producido, están en cada una de las cicatrices de los sobrevivientes, de aquellos que no acabaron en una fosa común o arrojados al océano desde un avión.

En Pedro y el capitán, Mario Benedetti afronta verdaderamente estas cicatrices de la conciencia humana. Un torturador, impecablemente vestido, afeitado, peinado, con cierto aire de no querer mancharse, agrede a un cautivo comunista, maniatado, que pasa parte del tiempo cegado con una capucha de arpillera.

Mario Benedetti describe Pedro y el capitán como una indagación dramática en la psicología de un torturador.

No se muestra la violencia física en escena. El capitán busca la información solo «de modo persuasivo». Mezcla gritos con palabras suaves, humilla, amenaza, hurga en los afectos de Pedro, quien resiste primero refugiándose en el silencio, y se parapeta luego en un contundente «no» y en su poderosa dialéctica revolucionaria, capaz de poner un espejo lúcido ante los ojos del torturador. Uno y otro apelan a la humanidad de su antagonista, antes que a la suya propia.

Pedro se declara muerto para no seguir sufriendo, para no dar la oportunidad a su torturador de seguir haciéndole daño. Claudicante, el capitán llega a afirmar «sos más cruel que yo».

El capitán debe demostrar que su violencia no es gratuita: necesita obtener un dato, un nombre, algo que dé sentido a la violencia ejercida sobre Pedro, algo que lo salve de la «vergüenza total».

La relación entre torturado y torturador es perfecta para el minimalismo de Mario Benedetti, quien afirmaba que tres personajes o más ya eran demasiado para él, pues lo perderían.

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Otros textos dramáticos han abordado la relación entre torturador y torturado. Singularmente, La muerte y la doncella (1990), del chileno Ariel Dorfman, y Paso de dos (1990), del argentino Eduardo Pavlovsky.

Tal vez el texto de Mario Benedetti, de 1979, seis años después del golpe de estado de Juan María Bordaberry en Uruguay, sea el primero en abordar esta realidad. Además, Pedro y el capitán sin duda establece un camino, pues hay también en las otras piezas mencionadas una apuesta por la dureza ideológica del torturado, por su superioridad moral, capaz de vencer al torturador mediante su negativa y su resistencia.

José Emilio Vera y Antonio Aguilar en Pedro y el capitán, de Mario Benedetti

José Emilio Vera y Antonio Aguilar en Pedro y el capitán, de Mario Benedetti

El planteamiento, se ha dicho, tal vez corre el riesgo de establecer un estereotipo idealista sobre las víctimas de tortura, quienes no tienen por qué mantener una actitud heroica durante su maltrato. Pero no importa, pues la victoria que nos cuenta Mario Benedetti es simbólica, ficcional, poética. El torturador no vence porque no doblega la conciencia del torturado.

Mario Benedetti lo concibe del siguiente modo: la única manera de vencer la infamia del torturador es recordarle que él también es un ser humano, que tiene familia, afectos, amistades, aficiones, tiempo libre.

El proceso del torturador es precisamente el inverso: deshumaniza a la víctima, de modo que no presenta ningún problema de conciencia hacerle daño. Se tortura como se lleva a cabo cualquier otro trabajo. Con su horario, sus objetivos a medio plazo, su cuenta de resultados, en el seno de una burocracia, bajo supervisión médica…

Benedetti se resiste poéticamente a esta deshumanización propiciada por todos los regímenes que han violado gravemente los derechos humanos. Como el revolucionario que introduce un clavel en el cañón del fusil de un soldado, Benedetti dota de humanidad y, por tanto, de flaqueza, al torturador. El resultado es que, al humanizarlo, lo desactiva. Y demuestra, de nuevo, la banalidad del mal.

Pero, hasta llegar a esta desactivación de la infamia, al espectador se le pone un nudo en la garganta, y se siente a punto de tener que saltar a la escena para detener el abuso. Pronto el capitán crece en complejidades, y pronto Pedro se defiende y contraataca. Solo entonces empieza uno a estar cómodo en la butaca, eximido de tener que parar el espectáculo. ¿Hay un logro estético mayor que este?

Cartel de Pedro y el capitán, por la Compañía El Hangar, con José Emilio Vera y Antonio Aguilar

Cartel de Pedro y el capitán, por la Compañía El Hangar

Bravo por la compañía El Hangar, que lo ha conseguido. Bravo por sus directores e intérpretes que saben transmitir la fuerza y los matices de este bellísimo texto de Mario Benedetti. Antonio Aguilar es Pedro y José Emilio Vera es el capitán, dirigidos por Blanca Vega y Tomás P. Sznaiderman.

Pedro y el capitán no va a estar siempre. Yo no tardaría en ir a verla.

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Pedro y el capitán

Autor: Mario Benedetti

Dirección: Blanca Vega y Tomás P. Sznaiderman

Intérpretes: José Emilio Vera y Antonio Aguilar

Producción: Círculo Teatro, El Hangar

Iluminación y sonido: Jesús Juan Muñoz y Edu Moyano

Diseño y realización escenografía: Fabián Ortega y Edu Moyano

Caracterización: Laura Perea, Natalia Gamero y Laura López

Música original: Miguel Linares