Esta es la historia de Caterina Medici, víctima del poder inquisitorial.

 

Un diablo «se acostó muy cerca de mí y, como duermo siempre desnuda, noté que estaba caliente, y me puso la mano directamente sobre el estómago, y sentí que su mano era tan delicada, que era imposible sentir algo más dulce».

Una historia de amor o, más bien, de deseo, de deseos, ¿puede hacer arder el cuerpo de una mujer? No en camas ni metáforas, sino en la hoguera.

El dolor de estómago de un hombre ¿puede hacer que apresen, atormenten y condenen a una mujer?

La mujer se llama Caterina Medici, ronda los cincuenta años y es una loba. Las mujeres se santiguan cuando la ven pasar, sola como una perra; los hombres quedan hechizados por su cuerpo, por sus ojos grandes y sus labios rojos. Caterina es una loba hambrienta.

Caterina es sirvienta. El dueño de la casa donde sirve la acusa de envenenarle con pócimas y conjuros. Este hombre, escribe Leonardo Sciascia, es «un cretino que no reconoce en sí lo divino. Lo divino del amor. Lo divino de la pasión amorosa».

Caterina es mujer, es atractiva, es sirvienta y cree ser bruja. Para que la dejen en paz, para que no le hagan daño y, en parte también, porque cree en ello, Caterina confiesa lo que sus acusadores quieren que confiese; torturada, da nombres y fabula delirios para intentar aplacar a sus jueces y hacer que cese el tormento.

Esta historia se desarrolla en Italia, en el siglo XVII. A principios de ese siglo, en España, el inquisidor Alonso de Salazar y Frías afirma, con gran lucidez: «no hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos». Así de claro. Le faltó añadir: «no existieron brujos hasta que nosotros los inventamos».

«Hombre, Salazar, no fastidie», le dirían los otros inquisidores que, como él, formaban parte del tribunal que en 1610 juzgó en Logroño a las llamadas “brujas de Zugarramurdi”. El asunto acabó mal, como acaban siempre estas cosas: dieciocho personas fueron reconciliadas, seis fueron quemadas vivas y cinco más lo fueron en efigie, puesto que ya habían muerto.

 

Todos los crímenes legales comienzan robando al hombre el lenguaje en nombre del propio lenguaje. Artículo de @Arteyprecine. Clic para tuitear

 

En el caso de Zugarramurdi, como en el de las brujas del Labort, muchos de los inculpados apenas entendían otra lengua que el vasco. A la tortura de los cuerpos se sumaron los malentendidos de intérpretes y traductores, nos indica Julio Caro Baroja. Aunque, para no entenderse, no es preciso que se hablen idiomas distintos: cuando Roland Barthes escribe sobre el caso del pastor Gaston Dominici, plantea de nuevo el tema de la incomprensión entre la lengua del poder que juzga y la de la persona que es juzgada. Este es, afirma Barthes, «el espectáculo de un terror que nos amenaza a todos: ser juzgados por un poder que solo quiere entender el lenguaje que él mismo nos presta. Todos somos Dominici en potencia, no criminales, sino acusados privados de lenguaje o, peor, ridiculizados, humillados, condenados por el de nuestros acusadores. Robar a un hombre su lenguaje en nombre del propio lenguaje: todos los crímenes legales comienzan así».

Caterina Medici, la bruja de ojos grandes y labios rojos. Artículo de Carmen Pinedo Herrero sobre la historia de Caterina Medici, ajusticiada por La Inquisición

Malleus Maleficarum. El martillo de las brujas. Famoso libro sobre brujería escrito en 1486 por dos monjes dominicos.

En Milán, Caterina Medici cree ser bruja porque otros dicen que lo es. Quieren que diga que se acostó con el diablo y ella lo dice, quieren que describa con detalle sus infernales noches de pasión y fuego y ella lo hace. Sus fantasías se nutren de los cuentos escuchados al amor de la lumbre, de los sueños, de sus experiencias sexuales, de las palabras de los predicadores, de los maestros, de los exorcistas.

«De las invenciones del vulgo, tomaba la gente culta lo que podía acomodarse a sus ideas; de las invenciones de la gente instruida, tomaba el vulgo lo que podía comprender a su modo; y de todo se formaba una masa enorme y confusa de pública demencia», escribe Alessandro Manzoni en Los novios.

 

«El espectáculo de un terror que nos amenaza a todos: ser juzgados por un poder que solo quiere entender el lenguaje que él mismo nos presta». Atractiva, sirvienta y cree ser bruja. Hereje para la Inquisición. @Arteyprecine. Clic para tuitear

 

A partir de este texto de Manzoni y de las actas de un proceso inquisitorial desarrollado en Milán en el siglo XVII, Leonardo Sciascia traza, en La bruja y el capitán, el dibujo de un círculo maldito en el que las creencias populares, tras ser catalogadas y descritas por los doctores de la Iglesia, pasan a los predicadores y vuelven al pueblo transformadas en una religión del mal opuesta a la religión oficial, la del bien. Un círculo perverso, de fuego y de dolor.

No solo te condeno, sino que te nombro como bruja o como hereje y, a través de los interrogatorios y de los tormentos, hago que te identifiques con el nombre que te he dado y pronuncies tu propia condena.

Caterina Medici, esa pobre y hermosa loba, fue estrangulada y entregada a las llamas el 4 de febrero de 1617.

¡Quemad a la bruja Caterina, loba hambrienta! es un artículo de Carmen Pinedo Herrero

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