Al autor de Quien lo probó lo sabe, el madrileño Alberto Morate, lo define su imparable vocación por la literatura. Profesor de lengua y literatura en todos los cursos de la E.S.O, dedica parte de su tiempo libre a impartir clases de español a inmigrantes de cualquier parte del mundo y a organizar el Domingo Poético en la Casa de Córdoba (en el que participan poetas de toda España). Como autor ha escrito piezas teatrales de indudable calidad destacando Por amor a la vida (Editorial don Bosco, 2001), Voces unidas (CCS, 2006) y la más reciente Miguel Hernández, poeta (Editorial Académica Española, 2020). Su otra gran pasión creadora es la poesía. Desde que editó su primer libro de versos, allá por 1980, seis poemarios, aparte de este que hoy reseñamos, completan su producción. Entre ellos están Del haz y del envés (Editorial Poesía eres tú, 2016) Poseía Poesía (Editorial Alfeizar, 2017) y He llamado hacia nunca (Grupo Tierra Trivium).

Séptimo poemario de nuestro homenaje poético a #Madrid: Quien lo probó lo sabe, de @albertomorate, @TierraTrivium. El poeta madrileño nos regala, para este atípico verano, un curso de estética literaria. #Reseña: #ManuLópezMarañón. Clic para tuitear

Iniciando la lectura de este dilatado poemario (73 composiciones) que lleva como título medio endecasílabo de un soneto de Lope de Vega –«quien lo probó lo sabe»–, brota en mí cierto desaliento al topar de frente con el sentimiento más poetizado del verano: sí, de nuevo el amor. El prematuro fastidio queda diluido ante la indudable calidad de los versos que saboreo, pero al llegar al poema 11 y dar con –¡oh sorpresa!– un merecido varapalo a esos poetastros secos y vanidosos que con su obra sólo persiguen beneficios pecuniarios, me digo que quizá no todo el libro de Morate esté ocupado por los desmanes del corazón. Y en efecto, aun dedicado a ellos el grupo más extenso de poemas [37] de Quien lo probó lo sabe, el que trata de la creación poética tiene un tamaño similar.

El poeta madrileño nos regala, para este atípico verano, un curso de estética literaria. Para verificar su autenticidad creadora, el acto poético, tal y como pedía el poeta luso Eugénio de Andrade, debe ser «fuego de conocimiento y amor en el que el verdadero poeta se exalte y consuma». Y es que… «¿A qué aspira un poeta?», se pregunta Pere Gimferrer. Y él mismo se responde: «A dos cosas, fundamentalmente: a expresarse y a crear belleza mediante la palabra». En 30 poemas Alberto Morate, en línea con Eugénio y Pere, deleita sintetizando sus conceptos clave para un asunto al que cuesta dar forma.

Así, nos avisa que en un acto tan íntimo cómo es alumbrar poemas resulta imprescindible un largo proceso de espera para que brote la palabra [15]; que a esa poesía resultante debe definirla una sencillez clásica, sin distancias para quien la lee [27], aunque eso no excluye que de un saludable desorden germine lo novedoso y moderno [32]. Desecha el poeta la bicoca romántica de la inspiración y recomienda enfangarse para arrancar buenos versos del lluvioso suelo [33], o entregarse a una catarsis personal en la que quepan gritos y lágrimas [34]: con semejantes grados de autenticidad se logra que la poesía sea un arma cargada de futuro [43] y que a quien la crea —como un Quijote de nuestros tiempos— le resbale cualquier burla ajena [53] porque el premio a su esforzado trabajo, la emoción suscitada por las palabras vivas de un buen poema, hace palpitar el espíritu [54] siendo remedio para urgencias propias y ajenas [57]. Aunque no aparezca la inspiración y el poema quede inacabado [65] por la imposibilidad de dar con esas palabras imprescindibles [69], la poesía sabe revolverse y cazar nuevos temas que la fecunden; el panorama bastante desolador de la noche moderna [66] ejemplifica cómo el autor está obligado a bajar de su torre de marfil para tentar sus versos en el ajetreo, las risas y la palpitación urbana [70].

 

33.

Es demasiado tarde

para pedir a las estrellas

que dejen de ser rocas

y se compadezcan de tanto deseo

lanzado al cielo,

de tanto desvelo y llanto contenido.

 

Ya se ha pasado el tiempo de la ilusión,

y ahora hay que conseguir las cosas por uno mismo.

 

De nada vale lamentarse ante la mala suerte.

Hay que sentirse seguro

incluso en las tardes de lluvia,

hay que pisar descalzo y abrazar el aire.

 

Nunca es demasiado tarde

Para comenzar un nuevo poema.

 

Asuntos de raigambre metaliteraria dan juego a Alberto Morate: la falta de sentimiento de tantos poetas a quienes halla gélidos entre sus paisajes solitarios (no es infrecuente que esta envarada altivez se vea potenciada por la cortante atmósfera académica de las universidades), su falta de calor, digo, procede de unas almas rotas que sólo pretenden ya ser acariciadas [44]. Para paliar el silencio de Dios o liberar el llanto reprimido inherente a tanto destrozo íntimo, a esta resquebrajada pléyade vendrían bien —y con urgencia de trasfusión— los encuentros, los abrazos [45] que despierten su aletargada voz, una voz que formulada en versos entusiastas [46] acabe con cualquier atisbo de desubicación y despersonalización [47] y apunte a la universalidad. Generadas desde un aliento existencial, composiciones de este tipo conforman el otro interés poético de Morate. Que unas veces sea contrapunto y otras complemente a la munición romántica resulta muy eficaz para su poemario.

Asuntos de raigambre metaliteraria dan juego a @albertomorate en Quien lo probó lo sabe: composiciones generadas desde un aliento existencial, contrapunto y complemento de la munición romántica. @TierraTrivium. Clic para tuitear

44.

Ya no lloro

ante las heridas

ni ante la indiferencia

ni ante los insultos

ni en las despedidas.

 

Pero no es mi corazón de hielo,

es que mi alma está rota de atardeceres,

de sueños quebrados,

de noches sin luna.

 

No son lágrimas lo que vierto

ni sangran mis ojos,

ni me pinchan las espinas,

es que

me he convertido

yo mismo

en caricia.

 

En no pocas composiciones del principal grupo, 37 poemas de amor, este universal sentimiento viene presentado bajo un aspecto premonitoriamente sombrío o directamente negativo. Un orgasmo compartido que se traga a los amantes como si las furiosas olas de un baño nocturno los devorara [5 y 7] anticipa ese «final de verano, final de romance» que anuncia el primer poso de nieve otoñal [6]. Ya en la ciudad de origen, la ausencia de la amada hace aún más violenta la noche [14]: sin ella el poeta está perdido y se sume en un silencio [17] superpoblado por las nostalgias, no queriendo evitar la tentación del abismo [19]. Las desagradables sensaciones de abandono generan una parálisis como de tiempo muerto que parece estirarse hasta el (no tan seguro) regreso de la amada [22].

 

19.

Aquella

soledad aparejada a la lluvia

y a la tristeza.

 

Aquel invierno

sin tu piel bajo las mantas.

Aquella luz apagada que hacía

que nos miráramos con manos de agua.

 

Aquel sol que entraba por la persiana

y nos incitaba a amarnos

en vértigo de urgencia por la mañana.

 

Aquellas risas tuyas que sonaban a cascabel

y palabras calladas.

 

Aquel abismo que se abrió entre nosotros

y nos impidió

que nuestra libertad fuera común

y compenetrada.

 

Aquella nostalgia.

Pero es Morate un gran celebrador del amor en todas sus manifestaciones. Mencionamos varios poemas, los más variados, para constatar el dominio de su arte, arte en persecución de la perfección: ésa que genera un nimbo dentro del cual debe permanecer el misterio de la poesía. La amada es presentada como musa que corrige los versos del poeta, quien recibe como premio el besarla [4]; los besos, ese hablar sin palabras, son preferidos al silencio [10]; por encima del desaliento que regala la vida está la poesía creada desde la presencia de la amada [20]; el silencio, ahora acompañando al amor con igual intensidad que la palabra [27]; se celebran también esos felices días inaugurales de toda pareja, cuando estar juntos es «cosa sencilla» [40]; el poeta queda hechizado por el pasado y los viajes de la amada [42], cuya narradora voz lo hace enmudecer de placer [52], y la exploración amorosa cede el paso a ese deseo que desconoce fronteras [67]: la fusión de poeta y amada da como resultado la infinitud [64].

 

20.

Más allá

del desaliento, de las raíces, del mar,

de la quietud de los huesos,

más allá de la mirada y de los ojos en el espejo,

de la voz profunda de la tierra,

más allá del tiempo y su recuerdo,

más allá del verbo y las palabras,

más allá de los etcéteras y las sombras,

de las heridas y los destellos,

más allá de cualquier cuerpo

están tus quejas y lamentos,

tus besos perdidos, tus pasos quietos,

están tus versos de agua,

tus sueños,

está la Poesía del universo entero.

 

Alberto Morate trata de definir al amor. Con la pequeña ayuda de amigos como Lope de Vega y Quevedo lo llama «fulgor absoluto» [21]; a través de un censo de las virtudes corporales y espirituales de la amada cartografía al sentimiento amoroso [18]; gracias a su magia el poeta, al mirarse al espejo, encuentra el retrato de su amada [41], o, sumando sus complicaciones, vislumbra cómo el resultado final de todo amor sea una paz frágil, siempre inestable [62]. Para Morate, la genuina belleza emana del placer estético (y extático) que ofrece contemplar el cuerpo desnudo de la amada [71], lo que le lleva a terminar su genial poemario avisando cómo de los mil lados del amor cada cual debe dar con el suyo, y, después, probarlo: porque «quien lo probó lo sabe» [73].

El poeta @albertomorate termina su genial poemario avisando cómo de los mil lados del amor cada cual debe dar con el suyo, y, después, probarlo: porque «quien lo probó lo sabe». #Reseña: #ManuLópezMarañón. @TierraTrivium. Clic para tuitear

 

71.

He visto tu cuerpo desnudo,

luz y corazón, río y ninfa,

tu espalda de campo fértil,

tu pecho, manantial de mi sed,

tus muslos valientes de encina.

 

Me deleito en tu rostro

donde habita la dulzura,

en tu cuello de perfumada noche

y en tus hombros de eternidad indefinida.

 

Tu cintura de éxito sublime,

tu pubis prohibido de vida,

tus nalgas que conspiran.

 

Veo tus pies y tus manos musicales,

Dejando huellas y vértigos

en las mías.

 

La belleza es contemplar tu cuerpo desnudo,

historia transparente de mi vida.

 

 

Quien lo probó lo sabe, de Alberto Morate. Poesía madrileña (VII)

 

 

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Reseña de Manu López Marañón

Diseño de la portada de la reseña: David de la Torre

 

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