Conocí a Ray Bradbury como se conoce a los grandes amigos: por casualidad. Deambulaba con mis veinte años por un parque atestado de calor y gente sin saber qué era más desagradable: si el calor o la gente. Una exposición de plantas exóticas sembraba de alergia aquellos parajes fusionados con una feria gastronómica y, entre el caos, alguna carpa para las librerías desesperadas que atiborraban sus estantes de novedades, libros que no son libros y montones de papel cuya cuenta atrás para su ejecución (y convertirse en papel que reciclar o celulosa que usar para calzar mesas) está más que comenzada. Así son las ferias del libro en mi isla, con poco del exotismo de las plantas, mucho de su alergia conocida como celebridad y la misma variedad gastronómica que un restaurante de mala muerte. Uno, a sus veinte años, se imagina a grandes autores y grandes obras secretas esperándole, pero se encuentra perdido en la confusión de cómo vender libros para gente que no lee. Pero, por suerte, me topé de casualidad, entre los montones de libros, con una joya sobre el amor por los libros, sobre personas de veinte años que deambulan buscando historias en un sitio donde se ha perdido el amor por la letra impresa: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

Ray Bradbury, el centenario del escritor que conquistó Marte… y la literatura

Mentiría si dijese que la historia de Montag y aquellos bomberos que quemaban los libros para evitar su lectura y que así la gente pensase y fuese infeliz, no cambió mi vida. Suena a cliché, pero ¿cómo expresarlo sin recurrir a esas palabras? Porque cada vez que enciendo la tele, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que alguien me pregunta para qué sirve leer, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que vislumbro la maldad, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que veo a un gobierno autoritario erigirse, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que siento que un libro es olvidado, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que veo a la sociedad renunciar a su madurez y su propia responsabilidad en pos de un ente superior que les aprieta el cuello con bota militar y necesidades de compra que emergen como gargajos, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que contemplo lo banal del disfrute en vena y sin atisbo de humanidad, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que veo cómo la ignorancia y lo pueril triunfa, pienso en Fahrenheit 451. Porque cada vez que escucho el caos y la ignorancia, pienso en Fahrenheit 451.

Pensar en libros es pensar en Bradbury y en aquel 2011 descubrí a un amigo al conocer a aquel escritor nacido el 22 de agosto de 1920. Ahora que se cumple su centenario y han pasado años desde que lo descubrí, puedo decir que he vuelto a él cada doce meses y, en ocasiones, más de una vez y lo he hecho mediante la lectura. Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, El zen en el arte de escribir, Siempre nos quedará París, El árbol de las brujas, De las cenizas volverás…, aunque puede que las obras del escritor estadounidense no se lean, sino se vivan. Bradbury me ha acompañado cada año y siempre ha estado ahí. Y he sentido la dicha de ese triunfo.

Ray Bradbury, el cronista de nuestra era

Hablar de Ray Bradbury y solo considerarlo un escritor de ciencia ficción sería como hablar del cielo y solo considerarlo como una mancha azul o hablar del mar y solo considerarlo como un montón de agua. Bradbury trascendió su género en muchas ocasiones y dejó su nombre grabado en la arena de la literatura, ese planeta blanco y negro, bélico como Marte, ignoto como planetas lejanos, brillante como estrellas.

#RayBradbury trascendió el género en muchas ocasiones y dejó su nombre grabado en la arena de la literatura, ese planeta blanco y negro, bélico como Marte, ignoto como planetas lejanos, brillante como estrellas. @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

Y todo empezó con un acto de reafirmación en su niñez. Cuenta Bradbury que, de pequeño, destrozó sus juguetes, su colección de dinosaurios, por haber sido avergonzado y humillado por otros niños que ya no querían ser niños. Una vez lo hizo, no pudo dejar de sentirse mal: había destrozado a sus amigos más fieles, aquellos dinosaurios que tantas horas de diversión e historias le dieron. Se arrepintió en aquel instante y comprendió para toda su vida que prefería no ser aceptado por aquellos que no aceptaban la magia y él poder seguir poseyéndola que sacrificarlo todo por los falsos cantos de sirena del realismo.

Auspiciado por las revistas de literatura pulp, Bradbury comenzó a escribir sus primeros cuentos y, poco a poco, logró publicarlos. Muchas de esas historias aparecieron en publicaciones baratas destinadas a ser usadas y tiradas, pero donde Bradbury siempre puso su corazón, aunque no le importase que el papel en el que se envolvía acabase en un contenedor.

De uno de aquellos cuentos, nació en 1953 la novela que cambiaría todo. Escribió Fahrenheit 451 a partir de un relato que le había gustado a su editor y, para ello, tuvo que alquilar una máquina de escribir a la que le tenía que dar un par de centavos cada hora para que siguiese funcionando. Es curioso pensar cómo una de las grandes obras de la literatura se escribió de prestado, aunque quizá todos escribimos de prestado, con el poco tiempo que vivimos en un mundo que no es nuestro ni de nadie.

Con Fahrenheit 451, Ray Bradbury se unió para formar un triunvirato con George Orwell y su 1984, y con Aldous Huxley y su Un mundo feliz, para advertirnos sobre nuestro presente y su mayor amenaza: la falta de humanidad. Ahora, con gobiernos autoritarios, pandemias que han sembrado la muerte y el dolor, conspiranoicos idiotas, redes sociales que sirven como voceras de la estupidez, y un culto a la ignorancia y la necedad que nos aboca al desastre, cabe preguntarnos qué pensaría Bradbury sobre este presente que un día no muy lejano fue «el futuro que está roto» que pregonaba el Black Mirror de Charlie Brooker. Para saber su respuesta, más nos vale leerlo.

Nos preguntamos qué pensaría Bradbury sobre este presente que un día no muy lejano fue «el futuro que está roto» que pregonaba el Black Mirror de Charlie Brooker. #RayBradbury100. #Artículo: @Carlos_Eguren. #cifituits. Clic para tuitear

¿Por qué deberías leer Fahrenheit 451? TED TALK:

 

Marte y más allá

Marte

La ciencia ficción es una metáfora, una hipérbole de nuestra realidad y de nuestro ahora (como todo el género fantástico), y eso lo captó Ray Bradbury cuando dijo que había algo peor que quemar los libros y era no leerlos. Si algo sigue conectando con los lectores letraheridos de Bradbury, es el amor del escritor estadounidense por los libros y las bibliotecas. «Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado», dijo Juan Ramón Jiménez y estas palabras fueron usadas por Bradbury como entradilla para Fahrenheit 451 y bien pueden ser el leitmotiv no solo de su obra, sino de su vida. Leer en un mundo ignorante es un acto de rebeldía.

Aparte de su fervor por los libros, las bibliotecas, los otros mundos, los fantasmas, los cohetes y los dinosaurios, Bradbury admiraba el cine. Su obra se vio adaptada en varias ocasiones (El árbol de las brujas, El sonido del trueno, La feria de las tinieblas…), siendo quizá la más conocida el Fahrenheit 451 de François Truffaut, y Bradbury llegó a escribir el guion del Moby Dick de John Huston.

Tanto en el cine como, sobre todo, en la literatura, Bradbury siempre fue un gran partidario del entusiasmo y del ánimo a la hora de escribir, crear o hacer cualquier cosa, como vemos en el imprescindible compendio de ensayos El zen en el arte de escribir. Siempre puso empeño en su obra; Bradbury sostenía que había que entrenar el músculo de la imaginación y la escritura para ser un buen autor: había que escribir cada día. Si cada semana se escribía un relato, a finales de año se tendría cincuenta y dos relatos, uno por cada semana. Por supuesto, no todos serían buenos, pero tampoco malos. Ray Bradbury veía la escritura como un entrenamiento de la esperanza y la expresión de uno mismo. Si algo nos maravilla de Bradbury es su amor por la vida: por mucho que los libros nos hagan inmortales, de nada sirve si esa vida infinita nunca es vivida.

#AñoBradbury. Si algo nos maravilla de #RayBradbury es su amor por la vida: por mucho que los libros nos hagan inmortales, de nada sirve si esa vida infinita nunca es vivida. @Carlos_Eguren. Clic para tuitear

El secreto de Bradbury es que su ficción es sumamente humana, un canto a la vida, la pasión, el deseo, las ansias de aprovechar cada segundo… El escritor Harlan Ellison lo criticaba por hacer una ciencia ficción que era más ficción que ciencia, pero Bradbury no quiso engañar a nadie. El impulso y la vida movía la literatura de Bradbury.

«Ninguna de estas historias está meditada; todas ellas son explosiones o impulsos. A veces son grandes explosiones de ideas que no puedo resistir, otras pequeños impulsos persuadidos para crecer. […] Algunos de estos cuentos les sorprenderán. Y eso está bien. Cuando se me ocurrieron, cuando pidieron nacer, muchos de ellos también me sorprendieron a mí. Procuré no darles muchas vueltas, intenté únicamente amarlos tanto como yo», dijo Bradbury en el prefacio de Siempre nos quedará París.

En sus últimos años, el estilo del autor se volvió más poético, ambiguo y, a la vez, poderoso. Pese a ser una etapa más desconocida para muchos lectores, la mayoría de las obras que han creado para mí el carácter bradburiano está ahí. «Uno se da cuenta de que algunas historias, ya sean relatos, novelas cortas o novelas, se escriben como resultado de un único impulso, claro e inmediato. Otras se desgajan a partir de varios hechos a lo largo de la vida y se unen mucho más tarde para crear un conjunto», escribió Bradbury en el prefacio de Ahora y siempre y vemos cómo retrata bien esa búsqueda del fantasma de la creación que acompañaban al estadounidense. Si algo nos sigue fascinando es por cómo capta la fantasía de lo mundano con un lirismo único. Por suerte, tras años descatalogada gran parte de su obra (última o no) en nuestro país (¡demos gracias a las bibliotecas por habérnosla permitido descubrir antes!), la editorial Minotauro está reeditando toda la obra del estadounidense en la Biblioteca Ray Bradbury. Se agradece. Gracias a la fuerza de Bradbury, seguimos encontrando su influencia en grandes escritores como Alan Moore, quien reconoció Fahrenheit como una de las fuentes de V de Vendetta, o Stephen King, quien ha tomado mucho de Bradbury en sus últimas obras como Elevación o la noveleta La vida de Chuck incluida en La sangre manda. Por supuesto, está Neil Gaiman, quien escribió el conmovedor El hombre que olvidó a Ray Bradbury (incluido en el compendio Material sensible).

Lo que importa en la literatura es la vida, aquellas historias que viven y conmueven, emocionan y siguen siendo leídas y el lector de #RayBradbury tiene todo eso. #AñoBradbury. @Carlos_Eguren. @minotaurolibros. Clic para tuitear

Ray Bradbury, el centenario del escritor que conquistó Marte… y la literatura 1

Puede que la secta de los adoradores del canon de Harold Bloom conmemorasen el polvo y quieran dejar de lado a Bradbury (¡como si importase lo que hagan, digan o piensen!), puede que quieran romper los juguetes en busca de la falsa seriedad académica, de su realismo relamido y su aquí y antaño, pero más allá del canon y las glorias de las camarillas, lo que importa en la literatura es la vida, aquellas historias que viven y conmueven, emocionan y siguen siendo leídas y el lector de Bradbury tiene todo eso y, para ello, nunca necesitó nobeles. Eso es baladí cuando se es un genio. Muy bien lo captó el escritor argentino Jorge Luis Borges en el ya célebre prefacio de Crónicas marcianas:

¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevió a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo «fantástico» o a lo «real», a Macbeth o a Rasholnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela o la novelería de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street.

Preguntaba David Bowie si había vida en Marte para así escapar de un mundo decadente y gris, al borde del precipicio. Los lectores de Ray Bradbury sabemos que sí, que hay vida en Marte y en cada una de las obras del escritor de Illinois. En su centenario, recordémoslo: Bradbury citó a Stubb de Moby Dick al comienzo de La feria de las tinieblas y la cita resume bien el horizonte hacia el que se dirigió el autor toda su vida: «No sé todo lo que puede venir, pero de cualquier modo, iré hacia eso riendo»

Que tengas un feliz centenario y una grandiosa inmortalidad, cronista del planeta rojo.

El hombre ilustrado

 

#AñoBradbury. Que tengas un feliz centenario y una grandiosa inmortalidad, cronista del planeta rojo. Un seguidor incondicional: @Carlos_Eguren. Gracias a @minotaurolibros por la reedición de la obra de #RayBradbury. Clic para tuitear

«Mis melodías y números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehusé morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana. Para no estar muerto», Ray Bradbury en el prefacio de El hombre ilustrado.

 

Reseña de Carlos J. Eguren

 

EL ANTRO DE LOS VAMPIROS Y OTROS MONSTRUOS

Portada: David de la Torre

 

 

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