A primera vista, la versión de Ben Wheatley de Rebecca de Daphne du Marier es una combinación de texturas, colores y emociones: el sol dorado de Mónaco, la encantadora ternura de la narradora sin nombre interpretada por Lily James, los trajes cortados con perfecto talle de Armie Hammer. En cada escena, hay algo de la exuberante descripción de la escritora sobre los primeros compases de una tragedia que aun no se avizora, el cauto optimismo de un romance doloroso que surge entre las cenizas de un duelo distante. El director pone especial atención en dejar claro la timidez de su protagonista, su torpeza, su incapacidad para adecuarse a un mundo extraordinario y lujoso. Un recorrido por un mundo incómodo en que nuestra heroína se mueve con esfuerzo. Finalmente, la historia de amor acaba en un cuentos de hadas apresurado, radiante y un tanto fatalista. O esa es la intención del guion, que avanza a trompicones a través de una narración carente de matices y mucho más interesada en deslumbrar que en embaucar. 

El guion de #Rebecca avanza a trompicones a través de una narración carente de matices y mucho más interesada en deslumbrar que en embaucar. #Crítica de la #película de Ben Wheatley, que podéis ver en #Netflix. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Porque Rebecca  — tanto la novela como la versión de 1940 de Hitchcock, referencia inevitable de la actual —  es un juego tramposo, un extraordinario mecanismo de relojería gótico creado para detonar a la menor provocación. Pero Wheatley no sólo no logra alcanzar una atmósfera creíble sino que una vez que regresamos a Manderley, la acción se precipita sin gracia, tono ni ritmo en una combinación confusa de colores carente belleza, profundidad o algo semejante a la tétrica elegante sofisticada que la película anuncia, sin lograrlo nunca. La belleza radiante de las primeras secuencias, pierde fuelle y se transforma en una enorme construcción endeble que se sacude de un lado a otro, mientras el guion da tumbos entre la necesidad de enviar mensajes engañosos sobre Rebecca, la fallecida esposa de Maxim Winter (Hammer), las angustias de su jovencísima y frágil esposa (James) o la imponente presencia de la señora Danvers (Kristin Scott Thomas), una presencia lúgubre que llena la pantalla y de pronto, se convierte en el foco de atención por su cualidad despiadada. Por supuesto, Manderley se alza al fondo, extraordinaria y colosal, con sus torretas repletas de musgo y sus jardines enormes que no dejan de recordar que esta es una historia gótica y que sin duda, dentro de las puertas talladas, aguarda la oscuridad.

Rebecca de Ben Wheatley: regresar a Manderley fue una mala idea

Pero Wheatley es incapaz de tomar las decisiones correctas para sostener un drama de alto calibre en el que se mezcla el suspenso, genuino terror, la paranoia y una fatal historia de amor. El director contempla a Manderley — centro de gravedad de toda la historia — con la atención precisa de un observador desapasionado: la casa es espléndida, empequeñece a sus habitantes. Pero la sugestiva posibilidad que ese peso gigantesco de la historia y lo que se esconde entre las venerables paredes, se derrumba a medida que Wheatley avanza sin dirección entre personajes incompletos y sin personalidad. A excepción de la Danvers de Scott Thomas   — que es quizás, la presencia más poderosa en pantalla —  el film carece de personalidad y pulso para contar una historia que se basa en sus largos silencios y en lo que se sugiere en mitad de fragmentos desordenados de la historia.

Rebecca de Ben Wheatley: regresar a Manderley fue una mala idea 1

Wheatley es incapaz de tomar las decisiones correctas para sostener un drama de alto calibre en el que se mezcla el suspenso, genuino terror, la paranoia y una fatal historia de amor. #Rebecca (no la de #Hitchcock). @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Rebecca navega en aguas turbias y todo parece construirse con excesiva premura como para ser claro, contundente o al menos, atractivo. El guion de Jane Goldman, Joe Shrapnel y Anna Waterhouse se sostiene sobre la tensión de un secreto no revelado, pero en realidad, es tan borroso y frágil como para derrumbarse a la menor provocación. La película parece incapaz de sostener la versión sobre la identidad, los terrores que se esconden en la periferia y el miedo convertido en una larga sucesión de secuencias amplias, que dejan entender que la heroína sin nombre de James deberá enfrentarse a un tipo de penumbra que no comprende de inmediato. La actriz interpreta con buen tono su papel pero su damisela en peligro  — en ocasiones en quebradiza angustia —  no es lo suficientemente creíble, en mitad de un trasfondo que se debate entre la consecuencia, la persecución de un doble discurso metafórico que el argumento no alcanza en ningún punto, hasta llegar a un espacio retorcido en que todos lo que esconde Manderley  — o para ser exactos, los de Winter —  saltan por los aires en pedazos dolorosos, sin forma y sin sentido.

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La cámara va de un lado a otro, mostrando la majestuosidad de la mansión ancestral y se regodea con el asombro de las enormes ventanas de pico, los salones interminables y, por supuesto, la presencia de la invisible Rebecca, en esta ocasión apenas un anuncio misterioso que aparece y desaparece en mitad de la oscuridad. Pero nada es suficiente como para elucubrar sobre los enigmas de la historia en su verdadera dimensión, que se suceden uno a otro y en tropel, sin mayor sentido de la profundidad o sin que la narración intente profundizarlos de una manera u otra. El film carece de fuerza como para sostener un discurso real sobre los terrores  — profanos y emocionales —  que la guarda casa. Con una frialdad incómoda y caótica, Wheatley intenta sugerir lo que su cámara es incapaz de mostrar, a la vez que se debate como puede, con la concepción de la monstruosa sensación de desastre, que se anuncia en todas partes.

Por supuesto, el director tiene sobre sus hombros un peso de origen: la Rebecca de Hitchcock es una obra de arte desde la primera escena hasta su ambiguo final, lo que hace que esta versión sin mayor relevancia, potencia o sustancia, sea apenas un apresurado recorrido por todo tipo de situaciones que juntas crean una absurda mezcolanza en lugar de una historia compleja. No obstante, la obra de Wheatley carece del nervio y la solvencia narrativa como para crear una personalidad propia: la mayoría de las escenas, parecen más preocupadas por contemplar a Manderley como núcleo de todos los males, sin que ese atisbo gótico se sostenga antes o después, de la connotación sobre el miedo y la locura que parece sugerir. El personaje de James sufre de pesadillas, va de un lado a otro, empequeñecida por la historia, la complejidad de lo que enfrenta, el desamor de un marido distante al que no logra comprender. Finalmente, cuando el inevitable giro de guion llega, ni la actuación de James, ni las buenas intenciones de Hammer, son suficientes para que el argumento pueda emocionar o incluso interesar.

La #Rebecca de #Hitchcock es una obra de arte, lo que hace que esta versión sin mayor relevancia, potencia o sustancia, sea apenas una absurda mezcolanza de situaciones en lugar de una historia compleja. #Crítica: @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Es lamentable que la novela original de Du Maurier  — en toda su gloria oscura y decadente —  deba atravesar este paraje de vivos colores vacíos, que Wheatley elabora sin el menor sentido del gusto, elegancia o misterio. La reinvención de Rebecca carece de todo el poder deslumbrante de su predecesora, pero también de esa tensión interna que Hitchcock logró imprimir con ingenio, economía de recursos, pero sobre todo, una profunda capacidad para sugerir el misterio a través de la belleza. Un recorrido por los infiernos llenos de lujos de la sospecha.

Es lamentable que #Rebecca de Du Maurier , en toda su gloria oscura y decadente ,  deba atravesar este paraje de vivos colores vacíos que Wheatley elabora sin el menor sentido del gusto, elegancia o misterio. @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

 

Un artículo de Aglaia Berlutti

Montaje de portada: David de la Torre

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