La herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar esas palabras.

Philip K. Dick

El lenguaje, al banquillo

Somos las personas quienes hacemos uso de él: el lenguaje no nació solo ni se desarrolló al margen de nosotras. Pero, las flechas apuntan, entre algún otro culpable, a él: no nos representa a la mitad de la población, sino que solo nos nombra por defecto.

Teresa Meana es licenciada de Filología Románica y profesora de Lengua y Literatura en un instituto de secundaria. En uno de sus vídeos titulado El lenguaje como territorio de poder y en una mesa llena de apuntes y recortes que avalan su cruzada, lee:

Si nos queremos dar cuenta de que los idiomas que tienen distinción entre masculino y femenino, el femenino siempre deriva del masculino y nunca es la forma principal, no lo podremos hacer, evidentemente, más que remontándonos a la situación social respectiva de mujeres y hombres en la época en que se fijaron estas normas gramaticales.

La cita, pronunciada en 1921, pertenece a Antoine Meillet, lingüista de gran prestigio. ¿Será, como afirman quienes dicen que la lengua no tiene sexo? ¿Será que no asociamos masculino con hombre y femenino con mujer? Y sin embargo es esto lo que se nos representa en la cabeza.

La lengua y el ser

La propia Teresa Meana cuenta esta ilustrativa anécdota que me sirve para situar el tema en contexto:

—Señora maestra, ¿cómo se forma el femenino?

—Partiendo del masculino. La o final se sustituye por una a.

—¡Ah…! Muy bien. ¿Y cómo se forma el masculino?

—El masculino no se forma. ES.

Se defiende, por consiguiente, que el masculino tiene carácter ontológico.

Heidegger decía que «el lenguaje es la morada del ser», o lo que es igual: no hay otro ser que se pregunte por su ser. Solo lo hace el humano. El lenguaje está pues al servicio de la conciencia. Actuamos a través del lenguaje y al actuar intervenimos en la realidad, la transformamos, la reconstruimos.

«La lengua es el ladrillo simbólico del patriarcado y, tal como está orquestada, impide ver que impide ver», dice la profesora. Esto que parece un retruécano o una forma de tautología barata tiene su explicación: lo que se no nombra no existe. Pasó con determinadas profesiones y nos sigue pasando hoy: cuando las pronunciamos nos suenan antiestéticas, antipáticas. Mientras no fueron de acceso a las mujeres, no necesitaron nombrarse y nos sobrecogen con todo el deje de lo raro. Es obvio que hay un hecho colectivo en la manera de mirar y que ese hecho está ligado a la conciencia plural.

A mediados del siglo pasado, a las lenguas románicas —las provenientes del latín— se las denominaba también «lenguas de género gramatical». Tenían el masculino como referente genérico, cuando resulta que a veces funciona como genérico y otras, como específico.

El ser de las niñas

Teresa Meana cuenta otra anécdota que pertenece a los años 50, entresacada del libro de Montserrat Moreno Cómo se enseña a ser niña. El sexismo en la escuela:

Hay una niña a la que siempre llaman «niña»: niña ven; niña, siéntate; niña, cállate. Así aprende que lo es, aprende que es una niña. Hay un momento en que la maestra dice:

—Los niños que hayan terminado el ejercicio, que salgan.

Ella se queda sentada, inmóvil.

—Niña, ¿por qué no sales, si ya terminaste tu ejercicio?

—Porque era «los niños».

—Mujer, cuando digo «niños» es todo el mundo, niños y niñas…

La niña sale al recreo y piensa: «Pues cuando dice los niños, yo también soy». Pero al regreso del recreo, la maestra dice:

—Los niños que se quieran apuntar al fútbol, que levanten la mano.

Y ella toda contenta, la levanta. A la maestra le falta tiempo para sacarla de su error:

—Que no, que dije «los niños».

La filóloga concluye con un guiño de ironía: «Y yo digo que de ahí viene la famosa intuición femenina: de pasarte toda la vida adivinando por el contexto».

El lenguaje y el poder

La lengua es un cuerpo vivo, en evolución constante. Cambia al compás de la realidad. Wittgenstein decía: «Todo lenguaje expresa una particular forma de vida».

Hasta que no se suscitan necesidades nuevas, no existen las palabras que den cuenta de ellas.

Cambia la realidad y va cambiando la manera de nombrarla. Tomo de nuevo un ejemplo que ofrece Teresa Meana: si hasta 1979 el requisito para ser notario era ser español, licenciado en Derecho y varón, ¿cómo iba a existir la palabra notaria? Pero ahora que hay un cuarenta por ciento de población notarial femenina, ¿qué razones hay para no implementar el término?

La lengua refleja la realidad y también la crea, pone focos donde antes no había sino oscuridad y sombras. Es una adquisición cultural, no natural. No nacemos con ella. La vamos incorporando al vivir en un determinado magma sociocultural; es, por tanto, modificable. Quienes se sienten atacados y aluden a argumentos de tipo ontológico para defender el masculino genérico, habría que pedirles: «Remóntense, señoras y señores, a las circunstancias que dieron origen a la fijación de la norma y constaten quiénes mandaban ahí», insiste la profesora, parafraseando a Meillet.

Sin embargo, Elena Hernández, del departamento de «Español al día» de la RAE, sostiene: «aun siendo una hipótesis plausible el hecho de que la secular dominación heteropatriarcal esté en el origen del masculino genérico, es científicamente indemostrable».

La lengua refleja la realidad y también la crea. Es una adquisición cultural, no natural. No nacemos con ella. Es, por tanto, modificable. Un artículo de @marianRGK. Clic para tuitear

Visión androcéntrica

El 28 de junio tuvo lugar una mesa redonda en torno a «Cómo crear un lenguaje inclusivo para la aceptación de la identidad LGTBIQ». En ella, Elena Hernández se hizo eco de las propuestas tendentes a superar el binarismo gramatical del sistema lingüístico del español. El masculino-femenino dejaría de prevalecer frente al uso de nuevos morfemas de género. A saber: @, x, e…) o formas pronominales y artículos neutros referidos a persona (como el pronombre elle, en lugar de él o ella, o el artículo le, en lugar de el o la…). Con estas medidas se pretende evitar la invisibilización de las mujeres —y del resto de colectivos que no se sienten identificados con ese tratamiento—.

Y, por ende, descabezar la visión androcéntrica de nuestra sociedad heteropatriarcal.

Elena Hernández, en su condición de mujer y feminista combativa, habló de sensibilidades; de que el hecho de la invisibilización obedece a la subjetividad de cada persona y no a datos objetivos. Ella declara que no se siente invisibilizada porque se diga «los ciudadanos europeos» o «todos los trabajadores». Añade que la propia RAE creó la denominada Unidad Interactiva del Diccionario (UNIDRAE); un servicio destinado a recoger propuestas y enmiendas que por alguna razón se consideren anticuadas.

Entonces, ¿por qué invertir —dice Elena Hernández— tanto esfuerzo en construir neolenguas supuestamente inclusivas?  Dan lugar a enunciados como Les ciudadanes europees o Tode trabajadore tendrá derecho o dereche a esto o lo otro… Son propuestas que, en realidad, nos hacen esclavos de las formas haciendo más costosa la comunicación.

La primera constitución que otorgaba el sufragio universal  fue la francesa de 1793, un privilegio referido, paradójicamente, solo a los hombres; nadie, por entonces, pensaba que una mujer pudiese votar. No fue hasta el 1 de octubre de 1931 cuando Clara Campoamor y Victoria Kent libraron su propia batalla dialéctica sobre si las mujeres —tildadas de histéricas e irracionales— estaban capacitadas para ejercer tal derecho.

Las lenguas nos siguen y evolucionan con nosotros. De nosotras, personas que les damos uso, y de nadie más dependen los rumbos que habrán de tomar las nuevas propuestas.

En cualquier caso, el debate está servido.

Las lenguas nos siguen y evolucionan con nosotros. De nosotras, personas que les damos uso, y de nadie más dependen los rumbos que habrán de tomar las nuevas propuestas. #lenguajeinclusivo Un artículo de @marianRGK. Clic para tuitear

(Continuará).

Marian Ruiz Garrido

Diseño de portada: David de la Torre