TocTocToc ¿Penny? TocTocToc.

Sheldon Cooper era un científico de extraordinario talento y, también, un obsesivo compulsivo por completo insoportable. Su compañero de casa, Leonard Hofstadter, lo toleraba a duras penas, pero a pesar de eso, se convirtió en su amigo. Rajesh Koothrappali pasó casi tres años sin poder dirigir la palabra a una mujer, mientras Howard Wolowitz tenía una extraña relación con su madre. Juntos eran un grupo de amigos incómodo, entrañable y adorable al que la rubia y en absoluto tonta Penny, miraba con socarrona amabilidad desde el otro lado del pasillo de un viejo edificio sin ascensor. Juntos, por más de quince años, le dieron rostro y vida a los personajes que redefinieron el viejo concepto de nerd para brindarle uno por completo nuevo. Desde el sofá, frente al televisor, entre discusiones sobre física teórica y cultura pop, The Big Bang Theory reivindicó la sitcom  — tantas veces dada por muerta, sólo para volverse de nuevo un fenómeno de masas —  y brindó un nuevo lugar a esa subcultura que hasta entonces no tenía un lugar en la pantalla grande o chica con el cual identificarse por completo. Con The Big Bang Theory el rostro de la televisión cambió para siempre, de una forma sutil y amable que llevó a la serie a convertirse no sólo en un éxito de crítica y público, sino también, en una importante página de la pop culture. Para bien o para mal, las vivencias de los personajes  — su elocuente ternura, pero sobre todo, su fresca noción sobre el poder intelectual —  crearon una forma novedosa de comprender lo singular. Todo un logro en una época homogeneizada por las redes sociales y el discurso de masas.  

#TheBigBangTheory se nos fue: un gran adiós para la #serie que nos enseñó que ser raros es muy divertido. @Aglaia_Berlutti Clic para tuitear

Por supuesto, no fue algo sencillo: cuando en el año 2007 se estrenó el primer capítulo de The Big Bang Theory, sólo Chuck Lorre tenía una completa confianza en el éxito de la serie. Después de todo, se trataba de un formato que copiaba casi al dedillo el formato de la ya icónica Friends (1994 -2004) pero a diferencia de la que ya era conocida como la serie más popular de la televisión, sus personajes no eran seis solteros entrañables, atractivos y exitosos. En realidad, los nuevos «amigos» eran justo lo contrario: Chuck Lorre había escogido un reparto casi desconocido para dar vida a uno de los estereotipos más complicados de plasmar en pantalla: los llamados nerd. Uno de los pocos precedentes exitosos sobre el tema, había sido la franquicia cinematográfica que comenzó con la película de 1984 La venganza de los Nerds, dirigida por Jeff Kanew. El film, que contaba en el tono ligero las peripecias de un grupo de estudiantes inadaptados durante su primer año de Universidad, había tocado de manera tangencial el tema de la aceptación de las diferencias y el maltrato al que se suele someter a los más débiles o directamente, a esa subcultura de hombres y mujeres que no encajan en la imagen común del estudiante atractivo y popular. No obstante, la saga  — que incluye más de cinco películas —  se convirtió en una combinación de tropelías de humor barato y vulgar, sin mucha relación con la noción sobre la peculiar, lo marginal y la sensibilidad a lo distinto que mostró en la película de Kanew. Con el correr de las décadas, la mayoría de los personajes estudiosos, poco populares y no demasiado agraciados, formaban parte de cierto humor marginal y una subcultura que más de una vez había demostrado ser del todo refractaria para las grandes audiencias. La apuesta del productor era arriesgada y se cuenta que tropezó con algunas dudas entre los productores y el canal NBC. Pero Lorre insistió, convencido del potencial de lo que tenía entre manos. «Todos somos extraños alguna vez» dijo en una entrevista posterior, con la serie ya convertida en fenómeno de audiencias y coronando los ratings de la preciada franja nocturna estadounidense. «Quería una serie que celebrara justo eso».

Hubo muchas dudas sobre esta historia que, en apariencia, quería captar a esa extensa subcultura de geek y nerds de todas las edades, con pocas opciones en una parrilla televisiva saturada de dramas adolescentes, romances sobrenaturales y la incipiente era de los superhéroes. Hubo críticas anticipadas que tachaban al programa de manipulador y que sólo utilizaría a los fanáticos de los grandes fenómenos pop para juegos de palabras, mientras la serie caía en los acostumbrados clichés de situaciones. Sobre todo, la presencia de la hermosa y rubia Penny (Kaley Cuoco) levantó las suspicacias sobre el tono manipulador del show. «Otra historia que quiere demostrar que la chica sólo se queda con el listo por lástima» se quejó The New York Times, una semana antes de estreno. Pero lo que Lorre quería mostrar era algo más sofisticado, divertido y sobre todo, audaz: Como Friends, The Big Bang Theory contaría la vida de cinco amigos, dos departamentos y estilos de vida distintos. Pero también se adentraría en el terreno del estereotipo del nerd, en un intento de darle un giro contemporáneo y desde la noción del triunfo. Todos los personajes tenían grandes éxitos académicos, a la vez que una gran torpeza social. «Quería demostrar que incluso los genios aspiran al amor» dijo Lorre, en más de una ocasión.

«Otra historia que quiere demostrar que la chica sólo se queda con el listo por lástima». The New York Times, una semana antes del estreno de #TheBigBangTheory. @Aglaia_Berlutti y su visión de las mejores #series. Clic para tuitear

A pesar del cinismo inicial, The Big Bang Theory hizo exactamente lo que prometió: con media hora de duración, la serie incorporó a la sencilla historia central una rica combinación de todo tipo de temas, puntos de vista y tópicos. La ciencia, el amor, las relaciones modernas, el mundo del cómic y sus fanáticos, las grandes sagas de la cultura popular, las aspiraciones profesionales en contraposición a las sentimentales, el miedo al triunfo, las complicadas relaciones entre padres e hijos: No hubo un tema intelectual o emocional que The Big Bang Theory no se atreviera a tocar desde un humor inteligente que jamás perdió la chispa, elegancia y sensibilidad. Los personajes evolucionaron y maduraron a medida que la serie se hizo más rica en referencias, mucho más compleja y sobre todo, experimentó con todo tipo de metáforas sobre la vida moderna y sus pequeños dolores. Desde el amor convertido en otra forma de misterio hasta la maravilla de comprender la propia naturaleza peculiar, la serie recordó a nuestra descreída cultura el valor de la identidad. Pero sobre todo The Big Bang Theory se convirtió en un fenómeno cultural que celebró que todos somos distintos y que está bien serlo. Y ese, quizás, es su legado perdurable luego de quince años de risas, dolores, separaciones, reencuentros y uno que otro viaje especial.

 

Un artículo de Aglaia Berlutti