En una de las primeras escenas de The Crown, la Reina Isabel II (Olivia Colman) intenta comprender qué ocurre en su familia. Sabe que su hermana Margarita (Helena Boham Carter) sufre en silencio, a la vez que sus hijos  — ya adultos —  atraviesan problemas invisibles que debe comprender desde la distancia de la soberana y la cercanía de la madre. La cámara se abre para mostrar el extraordinario e histórico espacio que le rodea: el salón es de una belleza que apabulla, con sus ventanas amplias y piezas de arte tradicionales. Pero la cámara observa a la reina, inexpresiva, frágil, angustiada, entristecida, poderosa. Todo a la vez y sostenida por una tensión que se alarga hasta que el personaje mira a la cámara y todo transcurre entonces con mucha rapidez, como si en el tiempo de la nobleza y los nobles, lo que ocurre en la realidad se debe adecuar a sus dolores y aflicciones.

La cuarta temporada de @TheCrownNetflix está gustando mucho. @Aglaia_Berlutti desmenuza las claves de una serie que fascina por su tratamiento cuidadoso y exento de sensacionalismo. Clic para tuitear
The Crown (cuarta temporada): el sofisticado susurro del poder 2

Olivia Colman es la reina Elizabeth II

La cuarta temporada de The Crown es quizás la oportunidad perfecta para apreciar toda la capacidad de la serie para mezclar hechos históricos con ficción, a la vez de incorporar el drama y el poder que sugiere acontecimientos que llegaron a rozar la cultura pop, en beneficio de una narración compacta, cada vez más fluida y que en esta ocasión abarca dos períodos cruciales de la Inglaterra contemporánea. Por un lado, la mano de Hierro de Margaret Thatcher (interpretada por una formidable Gillian Anderson) sostiene las enrevesadas líneas políticas que muestran los cambios más importantes en el poder del Reino Unido durante los últimos cincuenta años. Por el otro, Diana de Gales (Emma Corrin) hace su aparición y deslumbra, por su mero aire de leyenda trágica: la controvertida figura de la princesa sostiene la tensión de una historia tras bastidores que sacude, a la vez, la calma patricia de los salones extraordinarios de palacio y que obliga a la reina a contemplar su mundo desde sus grietas. Con diez capítulos formidables, The Crown logra contar cada aspecto sobre la transición de la corona a sus épocas más duras y también, analizar las infinitas relaciones  —despiadadas, dolorosas, inquietantes, destructivas —  que el poder ejerce sobre cada miembro de la familia Windsor.

La cuarta temporada de @TheCrownNetflix es la oportunidad perfecta para apreciar toda la capacidad de la serie para mezclar hechos históricos con ficción. #Critica: @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Por supuesto, el gran mérito es del guion: al contrario de lo que se especuló durante los últimos meses, la presencia del conflicto entre Carlos (Josh O’Connor) y Diana no es el centro de la trama, ni tampoco la versión amarillista del enfrentamiento entre ambos, en medio de las desavenencias de un matrimonio que terminó por convertirse en una rara mirada sobre el reverso oscuro de los privilegios. El moderno cuento de hadas se cuenta con sobriedad y cuando el hechizo del «vivieron felices para siempre» se rompe, el argumento elucubró lo suficiente sobre la felicidad, el dolor y el peso de la obligación como para que la historia no necesitara mayores pormenores. No hay disimulo en los dolores conyugales  — infidelidades, altercados, la bulimia de Diana —  pero tampoco se muestran con el deseo de justificar o tomar partido. El sufrimiento aumenta, se hace insostenible y al final estalla en una sucesión de escenas de terrible belleza que narran el subterfugio del desamor y las esperanzas rotas.

The Crown (cuarta temporada): el sofisticado susurro del poder 1

Emma Corrin es Diana de Gales

Por el otro lado, la Reina Isabel II es de nuevo el núcleo de toda la narración, aunque deba competir de manera feroz con la magnífica Thatcher de Anderson, en un papel en que la frialdad de hielo se abre paso hacia una interpretación tan contenida que resulta dolorosa. Al contrario del retrato de la primer ministro que Meryl Streep llevó a cabo en el 2011 en La Dama de Hierro de Phyllida Lloyd, la dimensión de la razón en contraposición a la emoción de Anderson crea una rara mirada sobre la mujer detrás de los trajes severos y temperamento inquebrantable. Quizás son las conversaciones entre la reina y su primer ministro lo más destacable en una temporada sobria, recatada y formidable, en que las actuaciones lo son todo. Elizabeth II es el corazón de Inglaterra y así lo asume. Thatcher es el cerebro y así lo deja claro en cada oportunidad posible, en medio de una década en la que el terrorismo de IRA era la rasante de la conflictividad del país y también, la inexplicable  — para la producción —  guerra de las Malvinas. El poder político y el histórico se enfrentan, son rivales y por supuesto, contradictorias en el recorrido hacia la comprensión del país  — el poder —  que ambas representan. Cuando se miran al rostro crean una tensión insostenible y al final claudican por el bien de la nación, la serie avanza entre las discutibles decisiones políticas de la primer ministro y la mirada amable sobre la influencia de su Majestad, todo mientras la cámara crea una condición de asombrosa atmósfera entre ambas mujeres: ambas son un país que avanza hacia una evolución inevitable. Tanto una como la otra son el poder que se sostiene sobre los hombros de las decisiones que deben tomar, la mayoría de las veces controversiales y con una causa que erosiona lo que la contrincante pueda representar. Una mirada redonda y elocuente sobre los finos hilos del poder en medio de un sufrimiento casi dramático que se adivina en The Crown, pero muy pocas veces se muestra.

Las conversaciones entre la reina y su primer ministro, lo más destacable en una temporada sobria, recatada y formidable, en la que las actuaciones lo son todo. @TheCrownNetflix. #Critica: @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear
The Crown (cuarta temporada): el sofisticado susurro del poder

Gillian Anderson como Margaret Thatcher

Antes o después, el fenómeno mediático de Diana está a punto de chocar con lo que ocurre detrás del poder, pero cuando lo hace, el efecto es delicado, cuidadoso y es notorio que se sostiene sobre la posibilidad de que tanto Diana como la primer ministro son satélites alrededor del poder de Isabel. De hecho, ambas terminan por mirar hacia el futuro con un sufrimiento patente: la despedida de la gran Thatcher es digna y dolorosa, la última fotografía de Diana en familia es de una tensión escalofriante. En el centro de ambas, Isabel II es el sostén de una historia más vieja y más importante que cualquier otra, un detalle en que la serie insiste una y otra vez. Para cuando llega la última escena, es claro que The Crown está en camino de convertirse  — si ya no lo es —  en un recorrido formidable hacia el asombro por la historia, la meditada consideración sobre sus matices y por último, las puertas cerradas de lo cotidiano en medio del más alto privilegio. Una mirada cuidadosa a una historia privada que pertenece a un país entero. Un testimonio elegante sobre el poder en todas sus dimensiones. Quizás solo, la historia de una familia.

#TheCrown es una mirada cuidadosa a una historia privada que pertenece a un país entero. Un testimonio elegante sobre el poder en todas sus dimensiones. @TheCrownNetflix. #Critica: @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

 

 

Un artículo de Aglaia Berlutti

 

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