La verdad es que impresiona la osadía de Rafael Sánchez (director de escena), Eberhard Petschinka (adaptador del texto) y José Luis Gómez (director del Teatro de La Abadía) al encarar la adaptación a las tablas de una novela, Tiempo de silencio, que podemos calificar sin error de vanguardista.

Claro que, con un elenco que incluye a Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto y Carmen Valverde, que bordan cada uno de los papeles múltiples que afrontan, el trabajo debe de resultar mucho menos arduo, más placentero. En esta adaptación hay un trabajo actoral magnífico, así como una adaptación y una dirección escénica inteligentes, plenas de oficio.

Vayamos por partes, como dijera Jack el destripador (aunque hoy a destripar una trama —indigencia del idioma— lo llaman espoiler. No teman, estamos hablando de Tiempo de silencio, y ustedes ya han leído la novela y ya han visto la película. Si les falta ver la adaptación teatral, les sugiero que no se demoren).

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Tiempo de silencio en el teatro de La Abadía. Foto: Sergio Parra

Las tramas que confluyen en Tiempo de silencio son de sobra conocidas: Pedro, un joven investigador médico, se ha quedado sin ratones con los que estudiar el cáncer. El único que posee ratoncillos de la misma cepa es el Muecas, un personaje marginal que vive junto a su mujer y su hija en un asentamiento chabolista en las afueras de Madrid. A su vez, la patrona de la pensión en la que se hospeda don Pedro sueña con emparentar con el joven, para lo cual tiene puestas sus esperanzas en Dorita, su nieta. El descenso de Pedro a los ambientes marginales provocará su caída, pero antes habrá efectuado una profunda descripción poética y científica de la miseria de Madrid, que es, a su vez, la miseria moral del tiempo que le ha tocado vivir, «el tiempo de la anestesia, el tiempo en que las cosas hacen poco ruido, un tiempo de silencio». Cabe añadir una tercera trama a las dos anteriores, la de la juerga y posterior refugio de Pedro y su amigo Matías en una casa de meretrices. Y un par de personajes: Amador, auxiliar de laboratorio y pariente del Muecas, que actuará de cicerone en el descenso de Pedro a los infiernos; y Cartucho, el chulo que pronto tira de navaja y pone tragedia sobre tragedia.

El argumento, como digo, es bien conocido gracias en parte a la adaptación cinematográfica que llevó a cabo Vicente Aranda en 1986, que protagonizaron Imanol Arias, Victoria Abril, Francisco Rabal, Juan Echanove, Charo López, Francisco Algora, etc. Tal vez no lo sea tanto debido a la novela original, pues las técnicas narrativas empleadas por Luis Martín-Santos no facilitan, por decirlo así, una lectura lineal del argumento. Pero la digresión poética y filosófica de las diversas voces narradoras forman también parte esencial de la estructura y del acierto de la novela.

Tiempo de silencio sobre el escenario 2

Tiempo de silencio en el teatro de La Abadía. Foto: Sergio Parra

La versión de Rafael Sánchez (director de escena) y Eberhard Petschinka (adaptador del texto) va más allá de la puesta en limpio del genial Aranda. Ninguno sigue camino hollado. El ojo objetivo del director de cine prescinde por lo general de los matices aludidos, a no ser que se encuentren en el parlamento de cualquiera de los personajes. No así el montaje que nos ocupa, el cual, por el contrario, sí dramatiza verdaderamente la voz narrativa de Luis Martín-Santos.

El recurso parecerá simple, pero está usado como se debe y en función de su eficacia dramática: los mismos actores que representan a don Pedro, a Amador, al Muecas, a Florita, a Encarna, a Matías, al Cartucho…, por turno, toman la voz narradora y declaman la prosa de Luis Martín-Santos (no toda, por supuesto, pero sí en una selección suficiente). La adaptación representa así la multiplicidad original de la novela, los diversos puntos de vista, la fragmentación del discurso. El procedimiento enriquece el discurso dramático, de manera que reproduce la sensación de polifonía original de la novela. Otras técnicas dramáticas abundan en el mismo sentido. Es muy claro en muchos pasajes, especialmente en aquellos en los que Pedro, en el centro de la escena, parece juzgado por el resto de los personajes. Este conjunto de recursos constituye una solución eficaz a las dificultades planteadas por la estructura narrativa de Tiempo de silencio.

Tiempo de silencio sobre el escenario

Tiempo de silencio en el teatro de La Abadía. Foto: Sergio Parra

Por lo demás, no destriparé los recursos interpretativos desplegados por los actores y actrices. Eso no admite intermediario. Queda dicha la excelencia de cada una de las interpretaciones, imprescindibles para hacer creíble un discurso que basa parte de su eficacia en el distanciamiento proporcionado por la versatilidad de los intérpretes (que salen y entran en los personajes y en las voces narrativas). Se crea así una sensación de objetividad sobre la narración de la historia (no sobre la historia en sí, sino sobre la narración efectuada): el efecto es coral, la narración se apoya en sus múltiples narradores, lo expresado por uno es corroborado y complementado por los demás.

Tiempo de silencio (1962) es una de las cumbres de la literatura en español del siglo XX. Con ella Luis Martín-Santos renovó las letras en castellano, introdujo los elementos estructurales que definitivamente alejan la novela en castellano de la narrativa realista y lineal de raíz decimonónica. Es pionera en su género y marca la tendencia de la novela de vanguardia de la década de 1960. Inmediatamente después de su publicación, Gonzalo Torrente Ballester publica Don Juan (1963), Saga-fuga de J.B. (1972); o Juan Goytisolo Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970); etc.

Trabajo actoral magnífico, adaptación y dirección inteligentes en #TiempoDeSilencio, de Luis Martín-Santos, en @teatroabadia Reseña @avazqvaz Clic para tuitear

Todas estas novelas participan del rompimiento de la estructura temporal y objetiva del planteamiento, nudo y desenlace, de la exclusividad de una voz narrativa, etc. propias de la novela de raíz realista decimonónica. La narración se hace de pronto mucho más imaginativa, más sugerente, más moderna al incluir las posibilidades del flujo de conciencia, de la diversidad de puntos de vista, del montaje cinematográfico… Todo ello, novedoso en las letras en castellano, había sucedido ya cincuenta años antes en las letras inglesas con la narrativa de William Faulkner, Virginia Woolf, James Joyce, etc.

Tiempo de silencio

Autor de la novela: Luis Martín-Santos

Adaptación: Eberhard Petschinka

Dirección escénica: Rafael Sánchez

Reparto: Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto, Carmen Valverde

Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez

Iluminación: Carlos Marquerie

Espacio sonoro: Nilo Gallego

Con la colaboración de los músicos: Pelayo Arrizabalaga, Julián Mayorga y Luz Prado

Ayudante de dirección: Andrea Delicado

Reseña de Alfonso Vázquez