A veces la referencia de un autor nos llega por diferentes caminos. ¿Qué cuál resulta más fiable? Sin duda aquel señalado por lectores que indican tal imprescindibilidad, como por ejemplo la del poeta que hoy nos ocupa. Bajar a la librería más cercana sin atender a los semáforos para hacerse con uno de sus títulos no es algo habitual, pero ese nombre queda latiendo en nuestros cerebros hasta que acaba por llegar su oportunidad. Tres «devoradoras» de estrofas (residentes en geografías tan dispares como Marbella, León y Ferrol) coincidieron en sus elogios a Karmelo C. Iribarren. Les hice caso. Para ellas van estas líneas.

Por si tales recomendaciones tuvieran aún escaso poder de convicción añadiremos que, a finales de 2018, este poeta nacido en San Sebastián se hizo con el premio Euskadi de Literatura, y que en el año en curso su editorial (Visor) viene de publicar, primero, su Poesía completa (1993-2018) –700 páginas por 20 euros– y, casi seguido, Un lugar difícil, obra galardonada con el XL Premio Internacional Ciudad de Melilla. Todo soplaba a favor para que Karmelo C. Iribarren encontrara un lugar bajo el sol de MoonMagazine. Y así ha sido: este último libro suyo ha superado con nota el nivel de Txaro Cárdenas, otra donostiarra de pro y –además– la jefa de todo esto.

Por lo leído –y disfrutado– en este espléndido poemario que ha resultado ser Un lugar difícil, su artífice debe pertenecer a esa selecta estirpe de vates que gusta de introducir una sonda hasta lo más recóndito del alma para extraer poesía de ella. Semejante empresa, elevada y sujeta a mil conjeturas, cuando es verdadera, viene íntimamente ligada a su ejecutor, bien desentierre este experiencias místicas, carnales o intelectuales. Porque, hay que decirlo, si existe una poesía que no merezca la pena es aquella de la inexperiencia disfrazada de sabiduría. Para Thomas Stearns Elliot «además de placer, la poesía proporciona la comunicación de una experiencia nueva, o de una expresión renovada de lo familiar, o la expresión de algo que hemos experimentado y para lo cual carecemos de palabras, todo lo cual nos amplía la conciencia y nos refina la sensibilidad».

Jaime Gil de Biedma (ha tardado en salir pero aquí está –¡otro agosto más!– mi maestro para la crítica literaria) avisó: «La poesía es una empresa desesperada de salvación personal». Vale Jaime, pero cuidado con cómo dejarnos llevar por esa desesperación que puede hacernos caer en un inane exhibicionismo, o, peor aún, en truculencias narcisistas… Juan Valera lo advirtió en pleno siglo XIX: «El toque magistral de la poesía lírica subjetiva está, a no dudarlo, en arrancar al alma el velo con que se encubre y en mostrarla desnuda. Bienaventurado quien acierta a hacer esto con el decoro y la destreza que se requieren». Karmelo C. Iribarren ha demostrado ser experto a la hora de hacer volar –como una cometa– semejante velo, y también en que su poesía esté ajustada a una conducta personal que no pretenda otra cosa que dar veraz testimonio de experiencias propias.

Los poemas que componen Un lugar difícil abundan en lugares en los que la vida se resguarda; lugares donde se confunden lo real, lo posible y lo necesario; lugares que, como dijo Leonard Cohen, «nadie controla, nadie conquista». Y es que, como aseguraba Goethe, «la poesía pese a su casi invisibilidad, es el lugar donde aún se sostiene el misterio, al ejercitar el asombro».

Los poemas de ‘Un lugar difícil’ de @KCIribarren abundan en lugares en los que la vida se resguarda; donde se confunden lo real, lo posible y lo necesario; lugares que, como dijo Leonard Cohen, «nadie controla, nadie conquista». Clic para tuitear

Seis son los emplazamientos que encontramos en este poemario. Los más numerosos corresponden a la ciudad y el mar, con ocho y cuatro poemas respectivamente. Otros cuatro tienen una variada localización.

Las composiciones urbanas ([2], [10], [13], [23], [26], [46], [51] y [53]) muestran: la soledad elegida en la ciudad ausente; la felicidad que el poeta siente en un bar mientras la vida pasa; el nostálgico paseo por el irreconocible barrio de su juventud; la aparición de una ominosa niebla engullendo la ciudad; una fuerte lluvia que borra las huellas del hombre sobre el asfalto, como dándole otra oportunidad; a unos ancianos airados que ni respetan los semáforos; al frío que interrumpe al poeta su hábito de asomarse al balcón para disfrutar de las lejanas mujeres; y el largo poema con que se cierra el libro «Ya lo veo acercarse» [53] (continuación de «Con sus pisadas de gato» [23]), donde la niebla es acompañada por vientos y galerna para tragarse la ciudad, presentada ahora con atmósfera de película Hammer.

Hace tiempo que decidí quedarme al margen / de un tráfago de gentes e ideas / que no me dicen nada / en las que no me reconozco. // Con esa compañía, mejor solo.

El mar como localización poética lo encontramos en [8], [25], [27] y [40]. En «Mi mar» [8], el poeta refiere cómo una mar quieta es la que mejor acompaña a su ánimo («las olas ya las pongo yo», parece decirnos); «Monte Urgull, marea viva» [25], se centra en las violentas oscilaciones de las mareas cantábricas, observadas con desaliento; «Nunca he dejado de esperarte» [27], relata un misántropo paseo por la playa que propicia un esperanzador encuentro; y «Mar de octubre» [40], relaciona soledad con mareas vivas.

El tren («En el Alvia, llegando a Burgos» [4]) dando aire a la imperiosa necesidad que siente el poeta de reinventarse; el domicilio («El hombre tranquilo» [37]), brillante paráfrasis del célebre aforismo de Pascal: «la mayoría de los males les vienen a los hombres por no quedarse en casa»; la autopista («Hora punta, autopista» [42]), donde el engorro que produce un atasco ni siquiera tiene el premio del regreso al hogar, presentado este como anodino destino; y Babia («Un lugar adonde huir» [45]) o como la inopia acaba siendo escapatoria para tumultuosas reuniones, son los otros marcos preferidos.

Se llama Babia / –capital como se sabe, de La Inopia–, / y suele estar ahí enfrente, / a la altura de los ojos. // En las reuniones / de viejos amigos / (esos a los que ya no conoces de nada) / que acaban volviéndose soporíferas / o algo mucho más peligroso, / es el único lugar a donde huir.

Los poemas sin escenario pueden dividirse en tres grupos. Pero antes advertir de cómo los versos de Un lugar difícil están escritos en primera y tercera persona, y de cómo asimismo hay varios en los que se ha optado, con idéntica pericia, por la complicada segunda persona –donde tantos narradores naufragan, y que tan infrecuente es encontrar en poesía–.

El primer grupo estaría compuesto por poemas en los que predomina un optimista estado de ánimo. Nos quedamos con «Vivir» [7] (donde la corte de pequeñeces de cada día da alas al poeta); «Tu ausencia» [32] (en el que con cinismo tanguero refiere su felicidad tras librarse de una compañía femenina); «Un poco antes del último recodo» [22] (exaltación del amor en la edad madura, un amor donde ya no queda capacidad de dañarse); y «Los pequeños paraísos» [30], donde se canta a las sensaciones que despierta un domingo.

El café en el bar de abajo / el paseo junto al río hasta la playa, / retomar un poema / que ayer tarde / no sabía muy bien a dónde ir, / releer El largo adiós de Raymond Chandler, / oír la lluvia junto a ti / desde la cuna… // Dicho en una palabra: vivir.

El pesimismo en diferentes grados se da cita en este segundo grupo. Por ejemplo en «Ay esperanza, esperanza» [6], la esperanza («esa puta con vestido verde» que decía Cortázar) tampoco tiene buena prensa para Karmelo C. Iribarren al tenerla por falsa y desmemoriada; en «El énfasis, la pasión» [24], se radiografía la idiotez humana, dueña absoluta del mundo; y «Sobre el aburrimiento» [39] ejemplifica este padecimiento, tan común, en una pareja para demostrar como su permanencia, a veces, ya no puede ser conjurada.

Cómo explicar, si no, esa media sonrisa cínica, / mientras espera su hora tranquilamente, / la de asomarse a la mirada / de ese par de enamorados / que, como todos, también / se iban a amar toda la vida.

Un último grupo estaría compuesto por una serie de composiciones que recuerdan las pinceladas de un pintor para componer su propio retrato. Y es que estamos ante una «cartografía personal», la cual, intuimos, ha debido ser desarrollada por el escritor en otros títulos dando cuerpo a esta especie de autobiografía suya, en progreso y fragmentada. Nos quedamos con «En función del día que tenga» [12], donde un autor poco prolífico y anónimo despierta las envidias de Karmelo C. Iribarren; «Desde la cuna» [17], nos informa de cómo la fecha de nacimiento del poeta (finales de verano, principios de otoño), con los inevitables cambios climáticos, ha marcado su carácter transitorio y complicado; en «Retrato de gloria local» [31], Karmelo, apoyado en un indisimulado sarcasmo, se ceba con esa endiosada celebridad poseída por su inexplicable ego; y en «Esos poemas»[38], nos explica su trabajo con versos no logrados a los que decide meter en un cajón.

Algunos poemas / aparecen sobre el  papel / con unas pintas que dan lástima. / Les echas una mirada y sabes / que no van a sobrevivir.

En su ensayo «De los libros» señala Michel de Montaigne: «Los buenos poetas, sin conmoverse ni enfadarse, logran el efecto que buscan; sus obras son desbordantes de gracia, y para alcanzarla no necesitan violentarse». Pues eso, como Karmelo C. Iribarren.

 

Algunos poemas / aparecen sobre el papel / con unas pintas que dan lástima. / Les echas una mirada y sabes / que no van a sobrevivir. ‘Un lugar difícil’, de @KCIribarren. @VisorLibros. #Reseña de Manu López Marañón. Clic para tuitear

 

 

Un lugar difícil, de Karmelo C. Iribarren. Visor Poesía (2019)

 

 

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Reseña de Manu López Marañón

Diseño de la portada de la reseña de David de la Torre