Un mundo o un universo de mundos

Hoy es un día especial, Mundo Misceláneo, cuenta con un nuevo himno. Se trata del tema Brothers in arms, de Dire Straits o, mejor dicho, de una estrofa de la canción que, aunque la he sacado de su contexto bélico, le viene como anillo al dedo a la sección. No leáis meramente para poder justificar el clic que hará subir un «me gusta» más a mi particular marcador. Unid cada palabra y saboread cada verso como si fuera todo un universo o como si el mundo se acabara justo después de leer esta estrofa:

 

Universo

Mundo Misceláneo expandido en el Multiverso.

There’s so many different worlds

Hay tantos mundos diferentes

 

So many different suns

Tantos soles diferentes


And we have just one world

Y nosotros tenemos solo un mundo


But we live in different ones

pero vivimos en varios.

Mundo_Miscelaneo

Dos Mundos

El universo puede que no sea uno y sea, en realidad, parte de un multiverso. Esta hipótesis parece más plausible si tenemos en cuenta que en nuestro mundo, sin ir más lejos, existen infinidad de «mundos», una auténtica miscelánea de culturas y, dentro de ellas, clanes, tribus, familias, tribus urbanas e incontables colectividades que representan  una inmensa cantidad de microcosmos que jamás lograremos ver ni comprender. Y por no hablar de las microrrealidades animales o vegetales que, como seres vivos –y por la gran diversidad de especies que existen– también tienen derecho a ser mencionados aquí, en Mundo Misceláneo. Recuerdo que una vez me quedé observando a una pareja de patos en los Aiguamolls de l’Empordà, ambos estaban protegiendo a sus crías de un pajarraco de mayor tamaño que los sobrevolaba y, al parecer, no con buenas intenciones (tampoco malas, pues probablemente el alado chaval tendría hambre). Cuando el ave se acercó a la família, papá y mamá pato empezaron a parpar desde lo más profundo de sus gargantas, alejando aquella gran amenaza solo con la fuerza de sus constantes y firmes graznidos.  En ese instante, más allá de la anatomía, no vi diferencia alguna entre patos y seres humanos. Recuerdo otra vez que me quedé observando a tres pequeñas langostas rojas con topos negros montadas una encima de la otra, copulando o haciendo un trío sexual de lo más curioso. En otra ocasión me quedé maravillado al ver una pequeña lucecita brillando tenuamente en la oscuridad; al acercarme vi a un anélido con una pequeña luz incorporada en su último anillo, el más estrecho –no recuerdo si estaba cenando o si esa luz era la de su smartphone– pero ver a Gusiluz fue todo un acontecimiento que recordaré siempre –siempre o hasta que deje de funcionar, valga la redundancia, la función cognitiva de mi memoria a largo plazo–.

Dime con cuántas flores adornas tu villa y té diré la calidad de vida que tienes. Clic para tuitear

Las plantas, aunque son cruciales para nuestra supervivencia, no me parecen tan interesantes a nivel estético, la verdad –a excepción de las plantas carnívoras, quizá–, pero tampoco me planteo un mundo sin flores –y mucho menos sin abejas– sin esa alegría que los colores transmiten. En Francia, por ejemplo, existe una competición sana para ver quelle ville est plus florie (rima con jolie) o lo que es lo mismo: dime con cuántas flores adornas tu villa y té diré la calidad de vida que tienes. Estaría bien que se compitiera también para ver con cuántas apis melíferas cuenta cada población.

Cuando el deber llama a tu puerta debes responder con un diligente «Sí, señora editora, enseguida le envío el artículo» Clic para tuitear

En efecto, como véis, los microcosmos no los conformamos solo los seres humanos. Sin embargo, cuando el deber llama a tu puerta debes responder con un diligente «Sí, señora editora, enseguida le envío el artículo». De miscelánea sociológica, claro, lo cual, por cierto, excluye la zoología y la botánica.

Gusyluz

Gusiluz

 

Ayer todavía no tenía claro sobre qué iba a escribir (normalmente no lo sé hasta que la idea me viene a la cabeza, de un modo u otro, sin forzar). El día de ayer, 9 de diciembre de 2015, es un día cualquiera para la mayoría de la gente, a no ser que ocurra algo extraordinario como bajar al parking y encontrarte las tres ruedas del coche pinchadas, verbigracia. Sí, en vísperas de la gran inversión navideña uno se queda con cara de pazguato al pensar solamente en el coste de las tres ruedas nuevas. Pero el escozor, como siempre, viene después, así que en ese instante lo único que me importaba era saber por qué había ocurrido aquello. Escudriñé el parking entero para cerciorarme de que no hubiera otros casos similares de vandalismo o comportamiento incívico. Nada. El único coche del parking con las ruedas pinchadas era el mío, el de mi familia. En ese instante me pregunté quién podría tenernos tanto odio o tanta envidia. Os aseguro que mis funciones mnemónicas iban a toda máquina tratando de elaborar una fantasiosa –que no fantástica– lista negra de sospechosos. No. No podía creer que algo así pudiera ocurrirme a mí como pater famílias (permitidme la licencia de conservar al menos este título nobiliario, ya que es sabido que ahora las unidades familiares cuentan con supermater familias, lo cual, sin duda, es un gran avance para la humanidad). De hecho, os aseguro que ya descarto que alguien lo haya hecho a conciencia proyectando un odio brutal sobre mi pobre Ford Fusion: no soy Rajoy, ni Mas, ni un hijo de la gran puta que merezca una venganza similar (aunque eso lo decide el presunto justiciero y no yo). ¡Demonios, si soy solo un pobre escritor (pobre, también)! ¡Nunca me meto con nadie! Finalmente, dejé de buscar sospechosos inútilmente y decidí atribuir las causas del incidente a la mala suerte (muy mala, sospechosamente mala… Ya estamos otra vez… Veamos, repasemos la lista negra). «No, no ha podido ser nadie, Javi. No quiero pensar mal de nadie. Espera, ¿y si mi neurótico vecino está hasta las narices de los llantos de mis hijas a altas horas de la madrugada? ¿Y si no saludé a algún lector de mis novelas? ¿El crío que invadía un parque infantil con su moto y al cual llamé la atención con toda la razón del mundo, quizá? ¿Los propios mecánicos? No… Es mala suerte y c’est fini mon ami».

Rueda_pinchada

Un pinchazo

Leí una noticia desgarradora en El País que me produjo un auténtico pinchazo en el corazón Clic para tuitear

Mientras mantenía este diálogo interior conmigo mismo y me sentía el hombre más infortunado de la Tierra debido al triple pinchazo de neumático y a los trescientos euros que deberé pagar al mecánico, leí una noticia desgarradora en El País que me produjo un vértigo sin nombre y un auténtico pinchazo en el corazón: ayer, un día cualquiera para muchos, el mismo día del dichoso incidente del parking en la localidad gerundense de Fornells, en Girona, una mujer arquitecto de 41 años lanzaba al vacío a sus dos hijas de diez y un año, respectivamente, desde un decimotercer piso y a continuación se tiraba ella. Su marido, al conocer la noticia precisó de asistencia médica urgentemente . Un buen hombre que pasaba por allí vio a la niña mayor tendida en el suelo, todavía con vida, se acercó a ella y le susurró algo al oído mientras la acompañaba: «No te preocupes, ahora vendrá una ambulancia». Luego cerró sus ojitos para siempre. A su lado, el pequeño cuerpo sin vida de su hermana de un año y el de su madre (una persona con nombre y apellidos, una persona amada, como tú o como yo que, por un instante incomprensible, dejó de ser una persona). Afortunadamente, un tercer hermano no estaba allí en el momento fatídico, pues estaba en casa de sus abuelos. Sí, esto pasó ayer a tan solo diez minutos de mi casa. No hay palabras. Dejo aquí el escrito, apreciada editora y apreciados lectores, pues ni puedo seguir ni creo que sea necesario escribir nada más. La ciudad de Girona está realmente consternada. Nadie puede comprender el porqué de un suceso así. Lo demás es terrible y atronador silencio. Por respeto a las personas fallecidas y a sus familiares lo único que podemos hacer es comentar lo estrictamente necesario a modo informativo y después guardar silencio para tratar de bucear solidariamente por este microcosmos de profunda tristeza.

 

Un artículo de Javier Alcover