Yonqui, de Paco Gómez Escribano. No somos na

Yonqui o no Yonqui, “no somos na”.

Estamos en 1978 en el barrio de Canillejas, «el barrio más al este de Madrid» y el Botas tiene dieciséis años. El Botas es de esa segunda generación, hija de los pioneros, que tuvo que enfrentarse a una crisis económica brutal. Pero la segunda generación carecía del «carácter servil de sus padres que ante la reiterada negación del sistema a darles lo que ellos creían que les pertenecía, decidieron tomarlo por sí mismos».

De manera que el Botas y sus amigos toman lo que necesitan y mucho de lo que no necesitan. A través de estos personajes nos vamos adentrando en una historia a la que algunos asistimos en su día como meros y lejanos espectadores; una historia en la que las penas se mataban «con cerveza, vino peleón y copas de anís. Más tarde llegaron la marihuana y el jachís, los tripis, la coca y la heroína. Todo esto deshizo las bandas porque los yonquis no tenían sentido de colectividad alguno y el sistema se quitó un problema de encima. Los hijos empezaron a robar a los padres y hasta a los abuelos para conseguir una jodida papelina. Y unos años más tarde empezaron a aparecer muertos por todas las esquinas».

Yonqui: una novela fresca y honrada

El Botas tiene dieciséis años cuando empieza Yonqui y ya está cansado de vivir. La mucha vida que le queda por delante solo le inspira un sentimiento de pereza, pero es que cuando los días se pasan sentado sobre un montón de escombros, bebiendo litronas y fumando de todo, contando las ratas que se pasean ante tus ojos desencantados, con la única interrupción de tanto hastío que alguna raya de perico, el cada vez más frecuente chute de caballo y los continuos robos de todo lo que es susceptible de ser robado, los años por delante tienen poco de promisorios y mucho de tedio agotador. 

Los años por detrás han dejado poca escuela, la justa para saber leer y escribir, un padre muerto de cirrosis, un hermano yonqui muerto de hepatitis a los diecinueve años, una hermana perdida en alguna comuna «jipi» de Ibiza y una madre alcohólica a la que deja dinero de incógnito para que pueda mantener su vicio. Porque la pequeña unidad familiar, él y su madre, se mantiene gracias a «los palos» del Botas y sus amigos: tiendas, gasolineras, estancos, farmacias, coches o motos cada vez que necesitan desplazarse y, poco a poco, sucursales bancarias… Palos que sirven para obtener los medios con los que vivir y con los que sufragarse unos vicios que van en aumento a medida que el tiempo pasa y las adicciones se incrementan.

@gomezescribano: desde la sinceridad del testigo que creció en medio de la novela. @rosaberros Clic para tuitear

El Botas se enfrenta a dos retos a lo largo de la Yonqui: conseguir la dosis cada vez mayor de caballo que va necesitando, y conseguir no necesitar ninguna dosis de caballo. Ha visto demasiada muerte a su alrededor y sabe que el idilio con la heroína es un viaje solo de ida sin llegada a ningún sitio. Pero en el barrio, la desintoxicación es algo que va mucho más allá de vencer el mono y superar el desarreglo físico que supone la falta de dosis porque cuando el Botas se pincha, el mundo cambia, se convierte en algo mágico, más amable y más vivible. «El mundo me pareció no ya un jodido fiordo noruego, sino la puta Disneylandia». Y tener que sustituir Disneylandia permanentemente por las calles sin asfaltar y sin alumbrado nocturno en las que los niños jalean al Comerratas cuando hace gala de su habilidad que consiste en matar ratas de un mordisco y después comérselas crudas, hace que cada vez con más fuerza aparezca el mono «como un jodido pregonero recordándome que o me metía un chute o pasábamos a mayores».

El Botas conseguirá desengancharse de la heroína haciendo que sus amigos lo encierren en el baño y no le abran en tres días, aprenderá a tocar la guitarra y descubrirá que vale para algo más que para dar palos y meterse de todo, se enamorará, volverá a caer derrotado bajo los cascos del caballo, tocará con un grupo y conocerá a los grandes de la «movida madrileña», dará más palos, seguirá enamorado, seguirá luchando por dejar el chute…

9788497468916

 

 

 

Título: Yonqui

Autor: Paco Gómez Escribano

Nº de páginas: 304 págs.

Encuadernación: Tapa blanda

Editorial: EREIN

Lengua: CASTELLANO

ISBN: 9788497468916

Precio: 16.80€

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Si quieres saber cómo termina el Botas tendrás que leer Yonqui

Yonqui es una novela escrita en primera persona con el propio lenguaje del Botas, el lenguaje del barrio que hace que la historia resulte creíble, tierna, veraz porque, como dice el autor en el prólogo, «al fin y al cabo en mi barrio un colgao es un colgao, y no un colgado». La historia del Botas y del Pumby y del Nani y del Conejo y del Chino y de la Charo y de la Morritos hace que sintamos un tremendo cariño por unos personajes que, a pesar de todo, no dejan de ser niños, «hijoputas, sí, pero críos al fin y al cabo».

El Botas no se engaña a sí mismo, sabe que sus circunstancias no han sido las mejores, pero no cae en tentaciones ni lamentos autocompasivos. Sabe lo que es, lo que son todos en su barrio (unos «yonquis descerebraos hijos de puta»), y lo asume, pero es lo suficientemente inteligente como para saber que tiene que salir de ese ambiente, o el ambiente acabará sacándolo a la fuerza y por una puerta nada recomendable.

#Yonqui @gomezescribano @ereinargi. Novela fresca como el lenguaje de su protagonista. @rosaberros Clic para tuitear

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Paco Gómez Escribano ha escrito una novela fresca como el lenguaje de su protagonista, honrada como la sinceridad con que se nos cuentan los hechos; sin moralejas ni moralinas, sin juzgar ni aleccionar, sin más pretensiones que las de dar testimonio de lo que fue aquella época terrible, en aquellos barrios terribles. Ha escrito la novela como el habitante del barrio, testigo sensible y perspicaz, que fue en aquella época.

 

 

 

Yonqui nos deja la sensación de que la suerte cae de un lado u otro y eres lo que eres porque naciste en un sitio, en un tiempo, en un ambiente y no en otros. Y es que, como también dice el autor, «No somos na».

 

Reseña de Rosa Berros Canuria

Puedes seguir a Rosa Berros Canuria en su blog Cuéntame una historia