Hasta hace dos telediarios, los críticos de revistas como Babelia o El Cultural dictaminaban desde su torre de marfil qué autores merecían un lugar en el canon de las letras españolas y cuáles eran devorados por el olvido. Pero hoy día, una reseña viral en TikTok puede convertir una novela autopublicada en un fenómeno de ventas y provocar a su autor/a una tendinitis en la muñeca de tanto firmar ejemplares en las ferias del libro de todo el país. El mundo ha cambiado, y con él, la crítica literaria. En la era digital, esta ya no es un coto exclusivo de académicos y columnistas, sino que se ha convertido en una conversación abierta, múltiple y en constante cambio.
El mundo ha cambiado, y con él, la crítica literaria. En la era digital, esta ya no es un coto exclusivo de académicos y columnistas, sino que se ha convertido en una conversación abierta, múltiple y en constante cambio. @nperezbrey. Compartir en XEl siglo XXI ha supuesto una auténtica revolución en las formas de leer, comentar y aun prescribir libros. Donde antes reinaban las revistas y suplementos culturales, las figuras consagradas y los sesudos críticos, hoy proliferan las voces de lectores comunes que, desde un blog, un canal de YouTube o un perfil de TikTok, catapultan una obra al estrellato editorial. Este tránsito del púlpito al podcast ha democratizado en cierta forma la crítica, pero también la ha fragmentado. ¿Qué se gana y qué se pierde en este nuevo ecosistema donde el análisis pausado convive con la viralidad efímera?
Esta claro que las plataformas digitales han alterado tanto el contenido como el modo en que se accede, se difunde y se discute la literatura, pero ¿acaso la crítica ha desaparecido o solo ha mudado de forma abriéndose a una polifonía que, si bien a veces caótica, refleja con fidelidad el espíritu de nuestro tiempo?
Crítica literaria: de la autoridad a la conversación
Durante buena parte del siglo XX, la crítica literaria operó como una suerte de instancia de legitimación cultural. Instalados en suplementos dominicales, cátedras universitarias y revistas especializadas, los críticos ejercían una autoridad casi incuestionable y su palabra tenía el poder de encumbrar una obra o hundirla en el fango con su sola sentencia. La lectura era mediada por voces expertas que hablaban desde una jerarquía reconocida; y el lector, por lo general, no era más que un oyente pasivo en esa ceremonia de consagración o exclusión. Ese modelo vertical, no obstante, se ha erosionado con la revolución digital.
El siglo XXI ha traído consigo una transformación vertiginosa: la digitalización del discurso y la expansión de internet han pulverizado las barreras de acceso a la crítica literaria. Lo que antes era un debate entre iniciados se ha convertido en un diálogo abierto, plural y descentralizado. Tanto los blogs literarios como los canales de YouTube o los perfiles de Instagram o TikTok han multiplicado los púlpitos donde hablar de libros. Hoy, cualquiera con una conexión a internet puede recomendar, interpretar o discutir una obra sin necesidad de pasar por el filtro institucional. La crítica se ha horizontalizado.
Pero esta metamorfosis no ha estado exenta de tensiones. No son pocos los preocupados por la pérdida de rigor, la superficialidad del comentario espontáneo o la tiranía del algoritmo. Sin embargo, otros celebran la vitalidad de este nuevo ecosistema, donde el gusto se forma en comunidad y en el que la lectura deja de ser un acto solitario para devenir en una experiencia compartida. Más que desaparecer, la crítica ha mutado. Ya no es sentencia, sino conversación. Y en ese tránsito, quizá haya ganado algo esencial que había perdido: la capacidad de entusiasmar.
Más que desaparecer, la crítica ha mutado. Ya no es sentencia, sino conversación. Y en ese tránsito, quizá haya ganado algo esencial que había perdido: la capacidad de entusiasmar. Un artículo de @nperezbrey. Compartir en XBlogs literarios: la primera disidencia
Antes de que los algoritmos decidieran qué libro merecía ser leído, y mucho antes de que una reseña en TikTok pudiera disparar las ventas de un título olvidado, hubo una revolución más silenciosa: la de los blogs literarios. Aunque a comienzos de los 2000, internet todavía era terreno virgen para la crítica cultural, algunos escritores, lectores y periodistas comenzaron a explorar sus posibilidades con tanta intuición como libertad. Nacieron así espacios personales, íntimos casi, donde se hablaba de libros sin las restricciones del periodismo tradicional ni la solemnidad de las tribunas académicas.
Autores como Javier Avilés, Miguel Ángel Muñoz o Alberto Olmos fueron pioneros de esa nueva forma de leer en voz alta. En sus blogs no solo reseñaban libros, también compartían procesos de lectura, impresiones en bruto, asociaciones libres y reflexiones personales. Era una crítica más viva, más próxima al lector común, que rompía con la verticalidad y la rigidez del sistema. El crítico-bloguero no dictaba cátedra: conversaba, dudaba, pensaba en voz alta.
En este sentido, tan innovador era el tono como el formato. Al seguir un blog, el lector podía acompañar el recorrido de quien escribía casi en tiempo real. La crítica dejaba de ser un producto acabado para volverse proceso. En lugar de una reseña cerrada, se ofrecía una experiencia de lectura extendida, poco menos que seriada, y muchos la aguardaban como quien espera el próximo episodio de un culebrón.
Así, esa cercanía generó comunidades. En los comentarios, los lectores discutían, disentían, recomendaban. Y lo que empezó como una disidencia frente al modelo dominante, terminó abriendo camino hacia formas de autoridad cultural más horizontales y empáticas. El blog fue la grieta por donde comenzó a filtrarse el presente.
YouTube, podcasts y el giro performativo
La imagen del crítico literario como figura solitaria, encerrada entre libros, apuntes y subrayados, ha dado paso a una nueva encarnación: la del creador de contenido. La irrupción de plataformas como YouTube y la expansión de los podcasts han transformado la crítica en una experiencia no solo audiovisual y emocional, sino muchas veces performativa. La reseña tradicional, cargada de referencias y análisis, ha cedido terreno ante relatos personales de lectura, reacciones espontáneas y una puesta en escena que, además de entretener, busca conectar y conmover a la audiencia.
Booktubers y podcasters literarios no solo comentan libros: los interpretan con el cuerpo, con la voz, con el gesto. La cámara y el micrófono funcionan como nuevas herramientas críticas, capaces de amplificar el entusiasmo y contagiar el deseo de leer. De esta forma, en lugar de la jerga especializada, se privilegia un lenguaje directo, afectivo, que apela a la experiencia individual. ¿Se pierde así profundidad? Bueno, tal vez. Pero también se gana algo que la crítica tradicional había perdido: influencia.
Por un lado, cuentas como Clau Reads Books o el canal de Fa Orozco han convertido la lectura en fenómeno juvenil. Por otro, programas como Entiende tu mente o Lo que tú digas integran libros en conversaciones sobre salud mental, política o identidad. La literatura ha dejado de ser un compartimento estanco y se mezcla con otros saberes y vivencias.
Este giro, sin embargo, tiene su cara B. La espectacularización puede banalizar el discurso crítico, reducir la obra literaria a consumo rápido, a simples sinopsis con emojis. En muchos casos, la reflexión se diluye en el mero apasionamiento. Pero igual es cierto que, en medio del ruido, hay voces que logran tender puentes entre rigor y emoción. Y eso, en un contexto dominado por la inmediatez, ya es una forma de resistencia.
TikTok y el efecto viral: el caso BookTok
Pero pocos fenómenos ilustran mejor este nuevo ecosistema que BookTok. En la jungla de contenidos virales que es TikTok, una comunidad de lectores jóvenes ha transformado la crítica literaria en fenómeno de masas. Bastan quince o veinte segundos, una música melancólica de fondo y una reacción en apariencia espontánea —lágrimas, gritos, gestos de asombro— para que un libro desconocido se transforme en un best seller internacional. En este escenario, la crítica ya no se expresa con argumentos sesudos y extensos, sino con un exceso de intensidad afectiva. Y parece que funciona.
Obras como Romper el círculo, de Colleen Hoover, han resucitado comercialmente gracias al impulso de BookTok incluso años después de su publicación original. Ya no es el editor ni el crítico ni el periodista quien pone un título en la mesa del lector: es una chica desde su habitación, con un vídeo grabado con el móvil, quien convierte una recomendación en fenómeno. Y el algoritmo hace el resto.
Pero ¿es crítica literaria un vídeo de quince segundos lleno de spoilers y emoticonos? ¿Cómo se valora una lectura que apela más al impacto emocional que al análisis? Tal vez la respuesta no esté en juzgar, sino en observar. Más que reemplazar a la crítica tradicional, BookTok la desborda, la descentra, la obliga a repensarse.
Sea como sea, lo cierto es que ha modificado el mapa editorial. Estas estudian tendencias en TikTok, algunos autores escriben pensando en viralizar una de sus frases y los lectores consumen libros con la expectativa de vivir «la emoción prometida». En esta dinámica de prescripción instantánea y lectura acelerada, corremos el riesgo de empobrecer el mero acto de leer. Pero se abre asimismo una posibilidad insólita: que miles de jóvenes encuentren en un vídeo el primer paso hacia la literatura.
Plataformas de suscripción y newsletters: el regreso de la voz crítica
En medio de este vértigo digital, donde los libros se recomiendan al ritmo de un scroll y las opiniones se condensan en un emoji, ha surgido un contrapunto: el regreso de una crítica literaria algo más reflexiva, sostenida por plataformas de suscripción como Substack o Patreon. En ellas, lejos del bullicio de las redes sociales, resurge una voz más pausada, más argumentada, que apela a un lector atento, dispuesto a dedicar tiempo —y a menudo dinero— a pensar la literatura desde otro lugar
Newsletters como Loras Lectoras o Solaris, de Jorge Carrión, han reactivado el formato del ensayo breve, la reseña crítica y la reflexión contextualizada. Pero lo hacen con una diferencia fundamental respecto al modelo del suplemento cultural al uso: aquí no hay una empresa editorial de por medio, ni un editor que filtra los contenidos. Es el autor quien, en una relación más horizontal, casi epistolar en cierta forma, escribe directamente para su comunidad de lectores.
Este nuevo modelo recupera, en parte, la densidad del pensamiento crítico sin renunciar a la cercanía. No hay ruido de algoritmos ni likes ni reposts, solo el texto y la posibilidad de una lectura más profunda. En un mundo saturado de estímulos, estas publicaciones funcionan como una suerte de refugios intelectuales donde la literatura vuelve a ser objeto de análisis riguroso pero también de diálogo abierto.
Y curiosamente, en esta era de gratificación instantánea, lo que se valora en ellos es justo lo contrario: la lentitud, la continuidad, la confianza en una voz. No se trata de volver al viejo púlpito del crítico todopoderoso, sino de crear pequeñas comunidades lectoras sostenidas por afinidades reales. En ese gesto íntimo, de algún modo artesanal, la crítica literaria encuentra una nueva forma de relevancia.
¿Qué es crítica hoy?
El mismo término se ha vuelto difuso. ¿Es crítica un hilo bien documentado de X comparando con ingenio a Rulfo y García Márquez? ¿Lo es una reseña de Goodreads con 150 likes? ¿O un TikTok que emociona hasta las lágrimas a miles de usuarios en quince segundos? Quizá la crítica ya no tenga una sola forma ni un solo lugar, sino que se haya convertido en un campo en disputa donde conviven lo canónico, lo efímero y lo emotivo.
Frente a este escenario, los más puristas denunciarán la pérdida de profundidad, el predominio de lo anecdótico sobre el análisis detallado, la fragilidad de un criterio que se mide en visualizaciones. Pero otros celebrarán la ampliación del espectro: aunque el cómo haya cambiado radicalmente, puede que nunca se haya hablado de libros tanto como ahora. La crítica se ha desinstitucionalizado y ha perdido jerarquía, de acuerdo, pero ha ganado vitalidad.
En consecuencia, hoy la crítica se extiende desde el ensayo académico hasta la reseña performativa, o desde el comentario entre lectores en un club virtual hasta la recomendación viralizada por un algoritmo. No todas estas fórmulas tienen la misma densidad ni buscan lo mismo, claro. Algunas informan, otras emocionan; unas arman criterio, otras solo entretienen. Pero no podemos negar que, de alguna manera, todas participan en el acto de mediar entre el libro y el lector.
Tal vez el reto no sea definir qué cuenta como crítica, sino entender que estamos ante un ecosistema en expansión, cuya legitimidad ya no proviene de una única autoridad, sino de la interacción constante de múltiples voces. Y es en esa diversidad, tan enriquecedora como caótica, donde se juega el presente de cómo leemos y, sobre todo, de cómo hablamos de lo que leemos.
El futuro de la crítica: algoritmos y resistencia
En la actualidad, cualquier forma de crítica literaria que aspire a cierta visibilidad debe enfrentarse a un nuevo interlocutor tan invisible como omnipresente: el algoritmo. TikTok, Instagram o YouTube no priorizan el contenido más profundo y meditado, sino el más atractivo a nivel emocional, el que genera más clics, más reacciones. Y esto condiciona el tono, el ritmo y hasta el formato de las reseñas. En este entorno, la literatura corre el riesgo de reducirse a un producto audiovisual como cualquier otro.
Este nuevo escenario obliga a preguntarse si aún es posible una crítica que resista la lógica del rendimiento digital. Y la respuesta es sí. De hecho, ya existen espacios que apuestan por la hondura y la reflexión dentro del universo online. Revistas como Jot Down, Zenda o El Ciervo mantienen vivos géneros de largo aliento como el ensayo, la crónica o la crítica argumentada adaptándolos al lenguaje digital sin renunciar a su profundidad.
Por otro lado, la combinación entre tecnología y análisis literario también emerge en distintas formas híbridas que están transformando el modo en que se piensa y se explora el campo literario: proyectos que estudian metadatos editoriales, plataformas que aplican inteligencia artificial para detectar patrones de lectura o tendencias emergentes… Sin abandonar su dimensión interpretativa, podríamos decir que la crítica se vuelve asimismo analítica en un sentido cuantitativo.
Es decir, el futuro de la crítica no es una línea recta, sino una constelación de rutas posibles. Puede que algunas sigan el camino de la emoción viral y que otras se adentren en el ensayo o en experimentaciones formales. Pero lo importante será preservar su función básica: ayudar a leer mejor. En un paisaje saturado de estímulos, quien logra detener el scroll para pensar un libro ya está ejerciendo una forma de resistencia.
Conclusión: entre la conversación y el ruido
En definitiva, puede que la critica literaria ya no dicte cátedra, pero tampoco ha muerto. El siglo XXI ha hecho que pasara de ser un ejercicio vertical y restringido a convertirse en un fenómeno global, polifacético y cambiante. Donde antes hablaban unos pocos desde las cátedras y suplementos literarios, hoy se multiplican las voces: blogueros, booktubers, podcasters, tuiteros, tiktokers, ensayistas en Substack. Cada uno aporta una mirada, un tono, una forma de leer y comunicar. Y aunque el resultado nos parezca caótico, ¿acaso no es sumamente representativo de la época que vivimos?
Esta democratización trae consigo desafíos evidentes: el riesgo de la banalización, la influencia de los algoritmos, la dificultad para sostener espacios de pensamiento crítico en un marco que premia la inmediatez. Pero también ofrece oportunidades: el regreso del entusiasmo lector, la posibilidad de descubrir libros fuera del radar editorial ordinario, la creación de comunidades en torno a la lectura.
Hoy más que nunca, la crítica ya no es un dictamen unívoco, sino un escenario donde conviven el análisis académico y la reseña emotiva, el ensayo largo y el vídeo viral. Cada formato cumple una función distinta: informar, seducir, discutir, inspirar. Y en esa diversidad reside su fuerza.
Hoy más que nunca, la crítica ya no es un dictamen unívoco, sino un escenario donde conviven el análisis académico y la reseña emotiva, el ensayo largo y el vídeo viral. Un artículo de @nperezbrey. Compartir en XEl reto, por tanto, no es restaurar un modelo perdido, sino aprender a navegar el presente con criterio. Distinguir entre lo que entretiene y lo que enriquece, entre el eco y la voz. Porque en un mundo donde todo compite por nuestra atención, la crítica —cualquiera que sea su forma— sigue teniendo una tarea clave: ayudarnos a leer con más profundidad, con más contexto, con más sentido.
En tiempos de sobreinformación y consumo rápido, la crítica ya no dicta qué leer, pero sigue respondiendo a una pregunta fundamental: ¿por qué vale la pena detenerse ante ese libro?
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