Castlevania regresa con una cuarta temporada impecable, con el ritmo y el tono argumental de un producto adulto que supera las expectativas. Después de una tercera en la que los hilos narrativos parecieron mezclarse en una confusa versión sobre el héroe trágico, un trasfondo gótico no demasiado efectivo e incluso una moderada polémica en redes sociales sobre el contenido sexual y violento de la serie, el programa regresa a los límites elaborados y visualmente impecables de su primera aproximación a la historia. El show basado en el clásico juego ofrece una despedida con más puntos altos que bajos. Pero en especial, con un cuidadoso homenaje narrativo a sus personajes. 

#CastlevaniaNetflix dice adiós con elegancia y mucho gore. Un final impecable con más puntos altos que bajos y un cuidadoso homenaje narrativo a sus personajes. Crítica con #spoilers de @Aglaia_Berlutti. Clic para tuitear

Castlevania, una despedida que no desmerece

Lo primero que sorprende de la cuarta y última temporada de Castlevania, es su ritmo sobrio y adulto. Más parecida a un drama de intrigas palaciegas que a un despliegue de acción y aventura, la serie toma la complicación de hacer un repaso pormenorizado por lo que ha ocurrido con cada uno de sus personajes durante sus cuatro primeros episodios. Y el resultado es mixto: después del despliegue de efectismo, tragedia, escenas sexuales y gore de la tercera, la historia atravesaba un bache argumental difícil de superar. Con el trío protagonista separado en un momento crítico, uno de ellos sobreviviente a una experiencia potencialmente destructora y el resto a una colosal tragedia que puso a prueba convicciones y carácter moral, la serie debía decidir qué hacer a continuación. En especial, con el peso inevitable de la despedida de historias laboriosamente creadas y que durante la temporada tres parecieron caer en una especie de juego complicado de intereses y presiones. ¿Cómo expresar la ira, el dolor y la potencial venganza de Alucard, luego de haber tenido que matar para defender su vida? ¿Cómo lograr que la alianza Belmont/ Benaldes fuera algo más que un recorrido ingenioso por la mitología del material original de la historia?

Como si todo lo anterior no fuera suficiente, la serie tuvo que soportar un parón de casi un año en producción, además de las docenas de denuncias por abuso sexual que recayeron sobre su showrunner y productor, Warren Ellis. La situación se hizo más incómoda y compleja cuando varias víctimas acusaron al conocido guionista de incluir una escena explícita de abuso sexual en la serie, lo cual ponía a la historia en una posición dura sobre cómo continuar su recorrido por las tramas bases. Se habló de recortar los hilos narrativos «confusos» e incluso de culminar la serie con una película única, que diera un final más o menos satisfactorio a la historia. Pero al final y luego de la salida de Ellis de la producción, el plan original de una temporada de diez capítulos como cierre siguió su camino hacia la pantalla chica. En la travesía, la narración de giro argumental central cambió al menos seis veces, se depuró de sus referencias más polémicas y sufrió una reescritura considerable del rumbo original de Ellis, que según rumores se encaminaba hacia un enfrentamiento mucho más dramático, denso y doloroso. No obstante, el resultado en pantalla, que llegó a Netflix con capítulos completos el 13 de Mayo, es una laboriosa y meticulosa concepción sobre arcos narrativos incompletos que finalmente encontraron un cauce elegante y que además sostienen la que es, quizás, la mejor adaptación de un videojuego llevada a un formato masivo hasta ahora. 

Después de todo, Castlevania fue desde el principio una serie basada en la capacidad de sus personajes para ser creíbles, entrañables y falibles. Eso, a pesar de tratarse de un dhampir (el hijo de un vampiro y una mujer humana), una bruja de poderes prodigiosos y el último descendiente de una larga familia de cazadores de monstruos. La improbable asociación resultó ser el pilar fundamental de la narración, pero también la forma en que el guion logró ensanchar la mitología del videojuego hacia algo más conmovedor, trágico y elaborado que se sostuvo como una noción consistente sobre los dolores y terrores de la existencia. Ya fuera humana o la interminable presunción en la búsqueda del propósito de la vida inmortal, Castlevania meditó por una buena cantidad de tiempo sobre la humanidad de sus personajes. Y lo hizo con una sofisticada consideración al hecho de sus motivaciones, condiciones, valores y terrores. Si algo se echó en falta en la tercera temporada fue la fractura con un lenguaje más profundo e intelectualmente más sobrio, en favor de golpes de efectos y clichés y de una densa amargura sin resolución.

No obstante, la temporada cuatro repara cada error narrativo y le brinda una nueva profundidad a la narración en conjunto. Los primeros capítulos repasan la historia reciente de los personajes y lo hacen con una fórmula efectiva: una recapitulación del momento en que les abandonamos casi dos años atrás. Trevor Belmont (Richard Armitage) y Sypha Belnades (Alejandra Reynoso) llevan el conteo preciso y metódico de lo ocurre seis semanas antes que la acción real de la trama comience. Poco a poco, es evidente que algo está ocurriendo en el mundo y que la oscuridad avanza con rapidez. Lo hace, además, en medio de una consistente percepción sobre el mal que se oculta en las grietas de una atmósfera enrarecida y caótica. Hay monstruos, ataques y la misma sensación pesimista que todo conduce justamente al lugar en que todo empezó: Targoviste. La primera ciudad devastada por un Drácula iracundo y en búsqueda de venganza es ahora el epicentro (o así parece serlo) de otro plan tenebroso que avanza con lentitud. Y el objetivo de nuevo, es la resurrección de Drácula, aunque nadie explica de forma suficiente el motivo o la forma en que se llevará a cabo semejante prodigio oscuro. Por ahora, el guion se limita a mostrar los indicios que todas las piezas están en su lugar para el intento de lo que parece el anuncio de un terrorífico y nuevo enfrentamiento. Incluso Trevor termina por bromear sobre el asunto: «¿Matamos a Drácula solo para pasar el resto del tiempo evitando lo traigan a la vida de nuevo»? Cual sea la respuesta, no es sencilla, ni será inmediata.

Por otro lado, la serie también vuelva su atención sobre Alucard (James Callis), que continúa recuperándose de las heridas físicas y emocionales de los sucesos de la temporada anterior. Por ahora, todo parece indicar que está dispuesto a enfrentarse a la incertidumbre con violencia. Su colección de empalados en la puerta del castillo aumentó y cuando el argumento lo analiza, le encontramos borracho, harapiento y en el mejor de los casos haciendo un notorio esfuerzo por mantenerse en pie. La serie (y en especial, el escritor Warren Ellis) ha sido en especial cruel con el personaje más poderoso de la historia. Y aunque todo parecía indicar que el dhampir estaba destinado a convertirse en el villano principal de la historia, el argumento toma un inteligente giro narrativo y de nuevo, apela a la humanidad de Alucard, mucho más intrigante que su mera dimensión como vampiro. No obstante, esta primera mirada, es sólo un reflejo de los estragos de una criatura rota, que culmina el recorrido hacia el dolor con una mirada al espejo y una frase irónica: «¡Me parezco a Belmont!». 

Castlevania

Tal vez Castlevania vuelve a pecar de todos los puntos bajos de sus anteriores temporadas. Hay una larga  — realmente larga —  colección de conversaciones filosóficas que en apariencia no llevan a ningún lado, pero que a partir del capítulo seis se concatenan en brindar a las grandes escenas de batalla un contexto profundo que sorprende por su buen hacer. En especial, Castlevania abandona la intención de inclinar su argumento hacia diálogos temibles sobre la dualidad y la crueldad simple, para encontrar una medida sobre la humanidad en entredicho. A medida que la serie avanza, cada personaje tendrá un momento para brillar, para contar detalles sobre la mitología que le rodea y profundizar en ella. Pero en especial, para dotar a la serie de personalidad. Desde Belmont hablando del pasado glorioso de su familia, hasta los detalles del Castillo Drácula, a la que la animación brinda un curioso aire inexplicable, grotesco y gótico, Castlevania parece haber encontrado al final el aliento perdido hacia algo más novedoso y de profundo interés. 

Quizás lo mejor de la temporada sean sus nuevos personajes: Varney (con la voz de Malcolm McDowell) es una maravillosa suma al juego de poderes y una mirada al mundo de los vampiros en la que la ambición lo es todo. También lo son Ratko (Titus Welliver) y Dragan (Matthew Waterson), aristas inquietantes en una percepción sobre la inmortalidad cada vez más existencialista y caótica. «¿Por qué vivimos?» se pregunta Varney a gritos, mientras que Ratko responde «Somos codicia pura». Quizás, los nuevos rostros de menor interés sea la desconcertante Zamfir (Toks Olagundoye), que carece de cualquier aliciente como no ser una guía extraña e incidental con un secreto insólito en la devastada Targoviste. Por otro lado, Greta (Marsha Thompson), el  — al parecer —  interés romántico de Alucard durante la temporada, es una singular concepción sobre la redención. Greta necesita un nuevo lugar para los habitantes de su aldea y toma la poco clara decisión de acudir al hijo de Drácula, sin que la trama profundice porque una idea semejante es la mejor opción entre todas las posibles. Pero la acción logra sostener su personalidad y en realidad, se agradece su tranquila serenidad y su sentido del humor retorcido, en mitad de la discreta frialdad de Alucard, que accede a ayudarle luego de algunas dudas. 

De hecho, la cálida y cada vez más cercana relación entre el dhampir y la líder, es la base de la forma en que la serie resolvió el sangriento final de la anterior, en el argumentó dejó a Alucard con sus agresores empalados frente a la puerta principal del castillo, al mejor estilo familiar. Greta es el hilo conductor de una sutil redención y lo logra al otorgar a Alucard el sentido del propósito. Finalmente, el dhampir en el héroe de acción que los fanáticos esperaban ver, con una habilidad sobrenatural y haciendo uso de todas sus capacidades, sin dejar a un lado la fragilidad que la serie en esta ocasión, logra expresar sin tener que recurrir a la ambigüedad y al sufrimiento. Adrien Tepes lucha con espada y el clásico escudo en mano, además de enfrentarse a todo tipo de situaciones que demuestran su naturaleza dividida y su decisión definitiva de ser mucho más humano que monstruo. Una percepción casi lírica sobre su portentoso poder y en especial, los secretos que oculta detrás de su largos e incómodos silencios. 

Por supuesto, también hay una resolución para los habitantes de Styria. Carmilla (Jaime Murray), termina por ser el personaje más violento y con la mejor escena de acción quizás de toda la serie, a pesar que jamás llega a abandonar el castillo blanco que «arrebató a un hombre viejo y aburrido, como todo lo que tengo». También hay conclusiones pesimistas, duras e inquietantes para sus «hermanas», Štriga (Ivana Miličević) y Morana (Yasmine Al Masri). La primera, muestra todas sus habilidades en combate para luego concluir que no vale la pena enfrentamientos semejantes, en situaciones imposibles. La segunda, se convierte en su reverso suave, más analítico y cerebral. Al final, toda la trama que rodea al castillo nevado termina por ser desaprovechada y resulta levemente insatisfactoria, aunque no del todo desdeñable. Al final, la reflexión sobre la codicia inevitable (y sus consecuencias) parece serlo todo en Castlevania. 

Castlevania

Por último, Isaac (Adetokumboh M’Cormack) y Héctor (Theo James) encuentran una forma de expiación tardía a la venganza y al miedo. Lo hacen, no en una batalla salvaje (aunque hay varias en el trayecto), sino en el sacrificio y en el caso de Héctor, de una caída precipitada hacia su propia oscuridad. Su extraña y dolorosa relación con Leonore (Jessica Brown Findlay), termina en un arco angustioso, en que el amor, el rencor y al final, una singular complicidad se resuelve en una traumática despedida. En realidad, todos los personajes parecen haber llegado a un punto intermedio de su crecimiento y madurez, como si los anunciados spin off, fueran el futuro inmediato hacia algo más convincente y sobre todo, sólido que esta temporada final en la que todas las preguntas fueron respondidas, pero sin que fuera de una manera satisfactoria.

El final  — y es meritorio decir que la serie se esfuerza en que sea dual y sorprendente —  abre paso a la esperanza. Hay amor, la celebración de las pequeñas grandes cosas. Y también un asombroso y conmovedor giro argumental que dejará satisfechos a todos los que esperan algo más sobre Drácula y la desventurada Lisa Tepes. Para su última escena  — una precisa, delicada y peculiar oda a la trascendencia —  Castlevania se despide como comenzó: un recorrido asombroso por la mitología del vampiro, la búsqueda del objetivo final de la eternidad y más allá, una mirada convincente sobre las motivaciones de personajes con enorme potencial. ¿Es lo último que sabremos sobre ellos? Quizás no y sin duda, esa es la mejor noticia de este sobrio, elegante e incompleto vuelco final de la serie. 

Castlevania

Serie de animación creada por Sam Deats y Warren Ellis

Netflix

Un artículo de Aglaia Berlutti

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